Momentos previos: la desaparición del mundo bipolar
Un anquilosado sistema político y la falta de libertades que este conllevó, generaron inconformidad y críticas tanto al interior de la antigua Unión Soviética como en los países europeos del bloque socialista. Este clima de descontento social se agudizó, cuando el crecimiento económico[1] y los niveles de vida quedaron estancados, a partir de la década de los setenta.
La inversión en el desarrollo de la industria militar, condición a la que la URSS se vio abocada ante la carrera armamentística que se suscitó durante toda la “guerra fría”, tuvo un costo altísimo para la población soviética, lo que no permitió un adecuado desarrollo de la oferta de productos, la innovación en los bienes de consumo y el confort de la población.
La paralización de la producción mundial y el consiguiente hundimiento del comercio internacional consecuencia de la “Crisis del Petróleo” (1973-1975), agravó la situación interna del sistema soviético, dado que se redujeron sus exportaciones a la par que se dificultaron las importaciones de productos básicos –cereales y otros- que eran necesarios para cubrir la demanda alimentaria interna. Con la llegada del neoliberalismo y la globalización en la década de los ochenta, el capitalismo mundial inicia una profunda reconversión tecnológica (desarrollo científico y nuevas tecnologías) y empresarial (consolidación de las corporaciones transnacionales como la nueva forma de reproducción del sistema capitalista a nivel mundial) que deja atrás al bloque socialista tanto en ámbito económico, como científico y tecnológico.
La llegada al poder en 1985 de Mijail Gorbachov, significó la aplicación de políticas de reformas denominadas propagandísticamente como perestroika (restructuración) y glasnot (transparencia). Es en esta coyuntura política en la que comienzan a desmoronarse uno a uno los distintos gobiernos existentes en los países de Europa del Este. Las elecciones en la Federación Rusa de julio de 1990 dan la presidencia a Boris Yeltsin, lo que conllevó como reacción una fracasada intentona golpista en agosto de 1991, dimitiendo Gorbachov en diciembre de ese mismo año y fragmentándose a la par la vieja URSS en dieciséis repúblicas independientes. Este proceso marcó el fin de la denominada “Guerra Fría” y el mundo bipolar conformado tras la Segunda Guerra Mundial, generalizándose la expansión del neoliberalismo hacía países que hasta entonces se habían mantenido bajo la órbita soviética.
Nuevo Orden Internacional y el Pensamiento Único
Aunque el término “Nuevo Orden Mundial” fue usado en el documento de los Catorce Puntos del presidente Woodrow Wilson (el 8 de enero de 1918) y tras la Segunda Guerra Mundial, cuando perfilaban los planes de creación de las Naciones Unidas y los Acuerdos de Bretton Woods[2], su uso más amplio y reciente se origina en la fase final de la Guerra Fría.
En 1990 los presidentes Gorbachov y Bush usaban el término para definir una nueva etapa de cooperación y entendimiento superadora de la Guerra Fría entre las dos superpotencias. En enero de 1991, unos días después de que comenzara la “Operación Tormenta del Desierto” (nombre operacional estadounidense dado a la primera Guerra del Golfo e invasión de Irak), la revista Time indicaba: “Mientras caían las bombas y se disparaban los misiles, las esperanzas de un nuevo orden mundial cedieron lugar al desorden común”.
Sin embargo, el término Nuevo Orden Mundial se redefine tras la desaparición de la URSS, pues el capitalismo logra alcanzar la primacía mundial absoluta. Entramos en la era de la globalización neoliberal, de la occidentalización intensificada y del pensamiento único.
No había pasado un año de la desaparición de la URSS y recién había terminado la primera Guerra del Golfo, cuando aparece la publicación El fin de la Historia y el último hombre[3] del politólogo neoconservador Francis Fukuyama en 1992. En dicha obra, Fukuyama desarrolla su tesis: la historia humana como lucha entre ideologías ha concluido, comienza un mundo basado en la política y economía neoliberal, la cual se ha impuesto a las “utopías” tras el fin de la Guerra Fría y la desaparición de la antigua Unión Soviética. Para el autor, las ideologías habían dejado de ser necesarias y su lugar había sido sustituido por la economía. Este gurú del neoliberalismo político y el nuevo pensamiento único llegaba a decir que, “el fin de la historia significaría el fin de las guerras y las revoluciones sangrientas, los hombres satisfacen sus necesidades a través de la actividad económica sin tener que arriesgar sus vidas en ese tipo de batallas”. Apenas seis años más tarde, este “nuevo pacifista” firmaba junto a otros neocons como Robert Kagan, Richard Perle, William Kristol o John Bolton, una carta al presidente Clinton solicitando una segunda invasión de Irak, deseos que vieron cumplidos en 2003 por obra y gracia del gobierno de George W. Bush (Acosta y Machado, 2012).
En realidad el Nuevo Orden Mundial, al igual que el viejo, se encontraba asentado sobre la desigualdad, la hipocresía, el racismo y el colonialismo, lo que nos hace indicar que esta nueva etapa no significaba más que “la reglamentación de la piratería internacional” (Chomsky, 1992). El poder político quedó desplazado como poder principal, asumiendo el poder principal las grandes empresas y los grandes grupos financieros, apoyados en los grandes grupos mediáticos (Ramonet, 2008). La globalización por lo tanto, no ha hecho más que profundizar un fenómeno que ya se venía manifestando con anterioridad, la disminución de los ámbitos de decisión políticos del Estado nacional.
Bloques regionales y las economías emergentes
En una economía globalizada, el regionalismo se constituyó en el mecanismo recurrente que los gobiernos de diferentes países ubicados en muy distintas partes del planeta utilizan para orientar su integración económica, promover su desarrollo interno e insertarse en el sistema internacional.
De esta manera, los bloques económicos se están convirtiendo en organizaciones internacionales que agrupando a países, buscan obtener beneficios mutuos en el comercio internacional y otras lógicas económicas, sin perjuicio de que en la mayor parte de los casos la conformación de bloques de países tiene difícil distinción entre lo político y lo económico. Podemos destacar cuatro importantes bloques económicos regionales: Unión Europea (UE), Tratado de Libre Comercio de América del Norte (NAFTA), Mercado Común del Sur (MERCOSUR) y Asociación de Naciones del Sudeste Asiático (ASEAN).
Digamos que desde una perspectiva clásica, los objetivos de la integración en enmarcan en: estrechar relaciones entre países, reducir riesgos de conflictos armados, reducir las asimetrías entre grandes y chicos, promover una convergencia en el desarrollo hacia arriba, y promover la industrialización y los servicios por medio de complementaciones económicas.
La integración efectiva desvía comercio, esto es, en lugar de exportar e importar desde la globalización, se comercia más entre los miembros de la integración.
En la actualidad los bloques económicos suelen tener carácter regional, mientras que las relaciones comerciales de carácter no regional suelen tener un perfil bilateral o darse entre bloques comerciales.
A su vez, los vacíos generados por el fracasado intento de establecer un Nuevo Orden Mundial que pretendió ser unipolar, con su eje sobre unos EEUU en franca decadencia, permitió el crecimiento y la expansión de potencias regionales en los cinco continentes -quienes paulatinamente van asumiendo su nuevo rol como nuevos centros de poder mundial-. Es en este contexto donde surge el denominado grupo BRICS que reúne en sus siglas a las cinco economías emergentes más importantes del planeta: Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica[4].
Sin embargo, los BRICS no son un bloque cohesionado de países y la competencia entre ellos es un hecho: el ascenso chino preocupa a los diferentes países del sureste asiático, en especial al Japón; India y China compiten permanentemente en la disputa por los mercados asiáticos; Brasil se ha transformado en un gran proveedor de materias primas para China, pero a su vez depende del gigante asiático para afianzar su prosperidad económica, a la par de que ambas potencias compiten por los recursos naturales en el continente africano; Rusia y China coinciden en su política exterior con respecto a Oriente Medio, pero suelen incidir en sus desencuentros respecto a todo lo demás; por su parte Sudáfrica tiene escasa población (mercado interno) y carece de las perspectivas de crecimiento económico a largo plazo que tienen las otras cuatro economías emergentes. Cabe indicar también, que aunque el comercio entre estos cinco países está creciendo aceleradamente, no se ha firmado ni un solo acuerdo que les libere de barreras arancelarias entre ellos.
Aunque el ascenso continuado de los BRICS es un hecho, cabe reseñar que el crecimiento chino deja muy atrás al resto de economías emergentes. Estas cinco economías emergentes se aproximarán al tamaño total de las ocho mayores economías desarrolladas de aquí a 2030, y se prevé que a mediados de siglo constituyan casi el doble del tamaño del G-8 (Van Agtmael, 2012).
En contraposición, los datos económicos, educacionales y militares disponibles de los EEUU indican que sus tendencias negativas se incrementarán paulatinamente hasta el año 2020 y es probable que alcancen una masa crítica como muy tarde en 2030 (McCoy, 2010).
No es casualidad que el Consejo Nacional de Inteligencia de EEUU admitiese, en el año 2008 y por primera en su historia, que el poder global del Imperio se encuentra en una trayectoria descendiente. En uno de sus periódicos informes de perspectiva, Tendencias Globales 2025, el Consejo indicaba que “la transferencia de riqueza y de poder económico global, tiene lugar a grandes rasgos, de Occidente a Oriente […] hecho sin precedentes en la historia moderna”.
Según las proyecciones realizadas en varios centros de investigación económica de los EEUU, se prevé que dicho país pasará en 2026 al segundo puesto (tras China) en el ranking de producción económica, y al tercer puesto en 2050, detrás de la India. De igual manera, se estima que los científicos chinos asuman el liderazgo mundial en ciencias aplicas y en tecnología militar[5] dentro de la década del 2020.
El proceso de integración regional suramericano
En el ámbito de la integración entre los países latinoamericanos se destacan los siguientes espacios: Comunidad de Estados Americanos y Caribeños (CELAC) y Unión de Naciones Suramericanas (UNASUR), en el ámbito continental; Cumbre de las Américas (con Canadá y EEUU) -herencia que quedó del ALCA- y las Cumbres Iberoamericanas -con España y Portugal-, como modelos mixtos en los cuales se involucran países de otras regiones; Sistema de Integración Sudamericana (SICA), Comunidad de Estados del Caribe (CARICOM), Comunidad Andina (CAN) y Mercado Común del Sur (MERCOSUR), en el ámbito de la integración subregional formal; Asociación Latino Americana de Integración (ALADI) -donde participan 14 países-, Tratado de Libre Comercio de México con EE UU y Canadá (TLCAN) y la Alianza del Pacífico -Chile, Colombia, Perú y México-, como los acuerdos comerciales más destacados al interior del subcontinente; Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América (ALBA), como tratados político-comerciales; Tratado de Cooperación Amazónica (OTCA) -con enfoque de cuenca y relevancia al ambiente-, o el Fondo de Cooperación Económica y Desarrollo para la Cuenca Rio de la Plata (FonPlata), como otro modelo de acuerdos subcontinentales.
Limitándonos al ámbito de la integración suramericana, habría que señalar que las poblaciones de América del Sur viven con ilusión el proceso de integración regional en marcha, aunque existe un notable desconocimiento entre la ciudadanía regional sobre cuál es su origen y objetivos, fruto de la confusión generada por una propaganda cargada de consignas bolivarianas cuyos antecedentes se remontan a la época de la independencia. Más allá de ello, hemos de indicar que para los países de la región, el regionalismo dejó de ser un tema acotado a expertos comerciales y diplomáticos, formando parte en la actualidad de las temáticas cotidianas de las diferentes políticas nacionales en cada uno de los países implicados. La región aparece como un nuevo horizonte de acción a tener en cuenta en cualquier ámbito a tratar dentro de las políticas nacionales: salud, educación, tecnología, infraestructuras, comercio, gobernabilidad, etc.
A través del proceso de integración suramericana, los países implicados buscan su estabilidad sistémica como resultante de la puesta en común de mercados y recursos. Bajo el objeto de favorecer el desarrollo nacional, dicha integración aparece como una de las fuerzas motrices que explican el interés de los países suramericanos por participar en el proceso de integración regional más allá de las sensibilidades ideológicas de cada uno de sus gobiernos.
En los hechos, el interés inicial en integrarse se basó en: revertir tendencias al conflicto entre países del área y los correspondientes costos -políticos y económicos- que para la región se pudieran originar fruto de un desencuentro de estas características; así como enfrentar de mejor manera los distintos tipos de desafíos externos -crisis internacional y sus consecuencias-, mejorando la capacidad de negociación, especialmente en el ámbito comercial, con otros países (Peña, 2009).
La herramienta utilizada para desarrollar dicha integración fue la UNASUR[6], un organismo regional que pretende construir una identidad y ciudadanía suramericanas, al igual que desarrollar un espacio regional integrado. Conformado por los doce países que componen Suramérica, la UNASUR integra una población cercana a 400 millones de habitantes (aproximadamente el 68% de la población de América Latina).
El proyecto de integración regional tiene como objetivo fundacional construir de forma consensuada un espacio de integración y unión en lo socioeconómico y político entre sus integrantes, utilizando el consenso en la aplicación de políticas para tratar asuntos relativos a la educación, energía, infraestructura, financiación y medio ambiente entre otros.
La integración comercial en Suramérica
La integración comercial ha sido una condición necesaria en la construcción de todos los bloques regionales existentes en la actualidad.
En términos teóricos y desde una perspectiva comercial, “integrar” se traduce en construir un espacio económico ampliado superador del viejo modelo de “unidad de comercio” (Estado nación), ya en crisis fruto de la globalización económico capitalista. En términos prácticos, implica la eliminación de barreras comerciales para la importación/exportación entre los países socios del bloque regional.
En esa línea, durante los últimos años se han profundizado los acuerdos que buscan la liberalización del comercio entre los países de América Latina, habiendo sido dinámico el rol desarrollado por la ALADI y el MERCOSUR en este sentido. También se han realizado negociaciones comerciales preferenciales comunes entre los países del MERCOSUR y terceros, dándoles rango de miembros asociados e incrementando con ellos regularmente los márgenes de preferencias otorgados a fin de lograr una Zona de Libre Comercio (ZLC) ampliada.
El eje económico de la integración suramericana no se disgrega del político, y así en su discurso fundacional de UNASUR, en junio del año 2008, el entonces presidente brasileño Lula da Silva indicaría: “Más de 300 millones de hombres y mujeres se benefician hoy de una fase excepcional de crecimiento económico y de exitosos programas de inclusión social. Ellos son la base de producción enorme y gran mercado de bienes de consumo. No es coincidencia que ahora somos uno de los principales puntos de atracción de inversiones en el mundo”[7].
El crecimiento de las economías de América del Sur se basa, en gran medida, en el impulso del consumo privado, el cual obedece a una sustancial mejora de los indicadores laborales y al aumento del crédito. Fruto de ello, se produce el agotamiento de la capacidad productiva ociosa, provocado por un incremento sostenido de la demanda interna. Esta situación se enmarca en la mayor disponibilidad de crédito, lo que genera aumento de la inversión y el consiguiente crecimiento económico.
Asimismo, el crecimiento sostenido está repercutiendo de manera positiva en la capacidad de creación de empleo en las economías de la región, lo que permite avanzar en la reducción de la tasa de desempleo[8]. La continuidad del crecimiento y la mejora (cuantitativa y cualitativa) de los indicadores laborales permite obtener un descenso escalonado de los indicadores de pobreza[9].
A raíz del incremento de precios internacionales de alimentos y combustibles, se generó un relativo endurecimiento de la política monetaria en diversos países suramericanos, lo que ha generado un incremento en el diferencial entre las tasas de interés internas y las internacionales, presionando hacia la apreciación de los tipos de cambio regionales. Los países de la región continúan incrementando sus reservas internacionales, pero este aumento ya no responde tanto al saldo de la cuenta corriente (que en la mayoría de los países es crecientemente deficitaria) sino al de la cuenta financiera y, en especial, a las operaciones de menor plazo relativo (CEPAL, 2011).
Desde la firma del Tratado de Asunción (1991)[10] el comercio entre los socios del MERCOSUR se ha incrementando notablemente. No obstante, este aumento de las relaciones comerciales entre países adherentes no ha sido uniforme. Se puede apreciar como desde 1993 Argentina se convirtió en el segundo proveedor de Brasil (tras los EEUU), habiéndose mantenido este como segundo abastecedor de Argentina. Si bien es cierto que ha aumentado considerablemente el intercambio comercial en la región, las asimetrías de los países más pequeños respecto a los dos gigantes suramericanos ha generado diferencias productivas y negociadoras en la región, lo que ha permitido que los socios mayores acaparen en conjunto entre 1992 y 2008 entre cerca del 97% de la exportación realizada por MERCOSUR y alrededor del 93% de las importaciones durante el mismo periodo[11]. Fruto de dichas desigualdades, Brasil y en segundo lugar Argentina proveen a los restantes miembros de la unión aduanera principalmente bienes con creciente grado de industrialización, en los que poseen notables ventajas comparativas respecto a sus socios menores (Vázquez, 2009). Mientras continúa creciendo la importancia de las ventas brasileñas en las compras totales de sus socios, la participación del resto de miembros en las importaciones realizadas por Brasil se ha reducido de forma considerable.
Pese a lo anterior, diferentes analistas coinciden en que la acertada respuesta de la región y MERCOSUR, ante la crisis internacional de 2008 permitió la oportunidad de profundizar en: reactualizar la política integracionista, relanzar propuestas de carácter regional en la lógica de reinserción adecuada e inteligente en el mercado internacional, revitalizar la firma de nuevos proyectos de desarrollo menos dependientes de los vaivenes del mercado internacional, renovar compromisos en políticas sociales enfocadas a la reducción de la pobreza, y la reafirmación de la vía democrática para garantizar la gobernabilidad y la buena vecindad.
Sin embargo, esta recuperación de la región, la cual ha tenido a China y la zona Asia-Pacífico como ejes claves, se ha desarrollado en base a la exportación masiva de commodities, en especial en el ámbito de los alimentos, la minería no procesada y el petróleo. Esta situación ha propiciado la reprimarización de las economías locales, a la par que anula la posibilidad de nuevos enfoques productivos y lógicas de desarrollo basadas en lentos procesos de incorporación de valor agregado a los rubros exportados (Caetano, 2011).
Por lo tanto, el creciente comercio hacia China desde la región, conlleva a su vez a un notable proceso de reprimarización exportadora. La proporción de exportaciones basadas en recursos naturales es muy alta, llegando al orden del 80% a 90% en los países andinos y en MERCOSUR casi al 60%. Todos los países del Cono Sur aumentaron la exportación de materias primas y se han desindustrializado, incluido Brasil.
Dependerá de la “dudosa” voluntad integradora de Brasil el fusionar dos espacios que son complementarios, como UNASUR y MERCOSUR, lo cual debería conllevar también la integración a la unión aduanera de países como Guayana o Surinam.
Sin ignorar el paradigma económico con el que se fundó al MERCOSUR y del político con el que nació la UNASUR, es cierto que ambos proyectos se complementan fruto del rol diferenciado que desempeñan en ellos los Estados partícipes. En este sentido, cabe señalar que no actúan de igual manera Argentina o Brasil en MERCOSUR que en UNASUR. Hay que considerar a su vez, que el modelo de integración económica que engloba MERCOSUR ha sido superado por la UNASUR (ampliando los ámbitos de interrelación económica a la energía, infraestructura, seguridad…). En principio, no deberían encontrarse en contraposición un proceso y el otro, siempre y cuando los objetivos y actividades de ambos proyectos evolucionen de forma sincronizada.
Referente a su relación con el exterior, el MERCOSUR y la UNASUR también se complementan, pues generan dos vías que juntas se refuerzan bajo el objetivo de obtención de acuerdos bilaterales o multilaterales relativos a diversas materias, lo que permite la ampliación de redes de integración para las partes involucradas.
El rol de Brasil en el proceso de integración regional
El gigante sudamericano se muestra como el único país con perfil de hegemónico en la región, a distancia de Argentina, y repartiendo su liderazgo regional entre el MERCOSUR y la UNASUR.
Aunque Brasil ha sido actor protagónico en situaciones políticas internacionales de referencia (participación en el Grupo de los 69 en la Ronda de Tokio, en el Grupo Contadora para la paz en Nicaragua o la coordinación del MINUSTAH –cascos azules- en Haití), su mayor despliegue en política exterior fue la campaña desarrollada con el fin de obtener un asiento permanente en el Consejo de Seguridad de las NNUU. Brasil legitimó su discurso como postulante al Consejo de Seguridad planteando que representaría los intereses de toda América Latina en materia de seguridad, cosa que despertó inquietudes en determinados países de la zona[12].
En lo que respecta al MERCOSUR, Brasil ha mantenido desde su fundación una posición de liderazgo, incrementado los niveles de dependencia a su economía por parte de países como Argentina, Uruguay y Paraguay (queda por ver sus efectos sobre la recién incorporada Venezuela[13]).
De igual manera lo ha hecho Brasil en la UNASUR, visualizando su liderazgo en momentos clave, como cuando el presidente Lula da Silva entró a mediar en la crisis entre Colombia, Venezuela y Ecuador a raíz de los bombardeos en Angostura[14]. La intervención de Lula propició la creación del Consejo de Seguridad Suramericano, lo que ha permitido coordinar las políticas de seguridad entre los países miembros.
Con esta propuesta, Brasil dejó muy clara su voluntad de establecer un régimen de seguridad suramericano, en decremento de la OEA y dejando fuera a los EEUU respecto a asuntos de seguridad y defensa en la región.
Respecto a los foros internacionales de comercio, las delegaciones brasileñas han tenido papel protagónico en varias de ellas (Ronda de Tokio del GATT, Ronda de Uruguay y otras), asumiendo habitualmente el rol de vocero regional a la par de no haber consensuado nunca sus posiciones con el resto de países vecinos. En este sentido, UNASUR le sirve a los brasileños siempre y cuando este acorde a sus objetivos, pero se cuidan de negociar su política comercial con los restantes socios, lo que obstaculiza cualquier posición comercial articulada en el bloque.
En lo referente a la Amazonía, desde la constitución del Tratado de Cooperación Amazónica (1982), Itamaraty ha ido consolidando su propia política respecto a la cuenca: soberanía territorial del conjunto de la Amazonia –incluyendo los territorios amazónicos de Colombia, Perú, Ecuador, Venezuela y Guayana-, frente a la intervención de transnacionales (especialmente corporaciones farmacéuticas) y ONGs estadounidenses y europeas.
En la actualidad los brasileños profundizan su propuesta de control de la cuenca, vinculando Amazonía a la soberanía nacional y por lo tanto al Consejo de Seguridad Suramericano. Según comentó el ministro de Defensa de Brasil, Celso Amorím, es necesario que la UNASUR proteja la biodiversidad, los alimentos, agua potable y otras riquezas de los países que la componen, tras considerar que en las próximas décadas “podríamos ser afectados por guerras entre países de fuera de la región en disputa por recursos naturales”[15].
Brasil y su necesidad de energía
Desde los tiempos de la dictadura militar, Brasil tiene como objetivo su autosuficiencia energética. Su riqueza de recursos naturales sumada a una planificada política energética ha tenido como resultado que tan solo importen el 9% de la oferta energética.
La pretensión brasileña no es solo autoabastecerse, sino también convertirse en breve en un importante exportador de energía (petróleo y al etanol[16]). En 2008, los brasileños exportaron etanol por 2.400 millones de dólares (más del 50% se dirigió a Europa y EEUU); en 2009 firmaron un tratado de aprovisionamiento de petróleo a largo plazo con China, negociando en paralelo un tratado con Mozambique para el desarrollo de cooperación en el sector energético y agrocombustibles[17]; en el 2010, las exportaciones de petróleo se habían triplicado, alcanzando la cifra de 4.000 millones de dólares americanos[18] (Gobmann y Quiroga, 2012).
Brasil estima que su necesidad energética se incremente en 4,6% anual hasta el 2019. El incremento de electricidad es del 30% durante la última década, aunque se han diversificado fuentes de energía.
En los últimos años han encontrado diversos campos petrolíferos frente a la costa meridional del país, estimando sus reservas en el 40% de las existencias mundiales en alta mar[19], lo cual ya le permite al gobierno brasileño tener como objetivo triplicar la explotación petrolera de aquí al 2020[20].
El plan energético brasileño se complementa con algo de energía nuclear[21], mayor inversión en energía hidráulica[22], y aprovechamiento del potencial aeólico.
La resurrección de la IIRSA
Aunque la iniciativa nace en agosto del año 2000, con el objetivo central de avanzar en la modernización de la infraestructura regional y en la adopción de acciones específicas para promover su integración y desarrollo económico y social, el proyecto estuvo auspiciado bajo un enfoque claramente neoliberal.
Durante su coordinación del Consejo Suramericano de Infraestructura y Planificación (Cosiplan) de la UNASUR, once años después, los brasileños impulsaron la aprobación de un nuevo Programa de Acción Estratégica que prioriza la ejecución de 31 proyectos de infraestructura en los próximos 10 años, con una inversión estimada de 16 mil millones de dólares.
Aunque este nuevo plan de integración 2012-2022 establece la construcción de muy diferentes vías de comunicación, aunque se priorizó inicialmente sobre cuatro proyectos que ya formaban parte de la antigua IIRSA: el corredor ferroviario entre los puertos de Paranagua (Brasil) y Antofagasta (Chile) con un costo de 3.700 millones de dólares; la carretera Caracas-Bogotá-Buenaventura-Quito-Pacífico valuado en 3.350 millones de dólares; el ferrocarril bioceánico Santos-Arica trecho boliviano que costará 3.100 millones; y la carretera Callao-La Oroya-Pucallpa de 2.500 millones de dólares (SENA-FOBOMADE, 2012).
Aunque UNASUR ha desarrollado un grupo de trabajo para la búsqueda de financiamientos de la resucitada IIRSA, existen altas probabilidades de que el financista principal termine siendo el Banco Nacional de Desarrollo Económico y Social de Brasil (BNDES), con su correspondiente incidencia para la contratación de contratistas brasileños.
El neo imperialismo brasilero
Brasil alienta la internacionalización del capital privado y las inversiones brasileras en los países de la región con el objetivo de crear flujos comerciales y asumir un papel cada vez más importante en el mercado mundial. A su vez, el gobierno brasileño fortalece a la penetración de sus empresas con el fin de que actúen como multinacionales regionales[23].
Al BNDES se ha convertido en el financiador de megaproyectos latinoamericanos, todos condicionados a la contratación con empresas brasileñas o la compra de bienes y servicios, mientras que la Cancillería en Itamaraty se convirtió en una plataforma de negocios brasileños hacia el exterior[24]. Las constructoras brasileñas han quintuplicado su presencia en el exterior durante la última década.
Brasil desarrolló una alianza estratégica entre el Estado y el capital privado para la realización de megaproyectos vinculados al “desarrollo”, bajo un diseño que sistemáticamente busca la satisfacción de necesidades para la industria brasilera. Estos proyectos tienen notables déficits a la hora de tomar en cuenta las necesidades del mercado local y los costos socioambientales que generan.
El poderío militar de la región vs el poderío militar brasileño
La Estrategia Nacional de Defensa brasileña se diseñó durante el segundo mandato del ex presidente Lula; lo cual está permitiendo la dinamización de su industria militar.
La Armada brasileña potencia de manera acelerada su capacidad militar e incluso construye submarinos nucleares para el control de su plataforma marítima, mientras se contempla la implementación nuevas brigadas terrestres para seguridad en fronteras, y se pone en marcha la construcción aviones militares para entre otros objetivos, cubrir adecuadamente el control del espacio amazónico.
En agosto del año pasado, Brasil desplegó 9.000 soldados en el límite con la Argentina, Paraguay, Bolivia y Uruguay como parte de una serie de operativos dirigidos contra el crimen organizado y el narcotráfico[25].
Sin embargo, para diversos analistas militares suramericanos, a través de la “Operación Ágata 5” se exhibió frente a los vecinos la capacidad de control, comunicación e inteligencia de las Fuerzas Armadas brasileñas y su poderío militar en el subcontinente. Dicha operación militar también funcionó como un mensaje tranquilizador para los miles de brasileños que han adquirido tierras y trabajan en zonas fronterizas de Bolivia y Paraguay. Fuera de las operaciones Ágata, Brasil envió el pasado año soldados a su frontera con Bolivia tras que surgieran reportes de que militares andinos amenazaron con expulsar a los brasileños que allá residen.
Coyuntura y conclusiones
Aunque determinados países emiten signos de querer desbloquear esta situación, los acuerdos de integración más ambiciosos en la región se encuentran en este momento en estancamiento político/institucional. La Comunidad Andina subsiste a duras penas y MERCOSUR se encuentra en una crisis por incumplimiento de las obligaciones del tratado constitutivo en especial por Argentina y Brasil, y también debido a que Argentina y Brasil firmaron acuerdos de comercio que excluyen a los demás socios. Más recientemente Argentina ha adoptado una política comercial unilateral que traba importaciones de todos, incluidos sus socios en el MERCOSUR. Esta situación ha generado la paralización del proceso de integración, y bajo estas condiciones se suspendió a Paraguay consecuencia de la llegada al poder de un gobierno altamente cuestionado. Por su parte, Venezuela se encuentra en fase de ingreso, pero su proceso durará años, dado que exige reformas arancelarias imposibles de realizar de manera inmediata.
Por otro lado, a pesar de los avances en materia no comercial (muchos progresos en cuestiones migratorias, culturales, educativas o salud), la integración regional se debilita y sus instituciones se transforman en foros políticos. En ese proceso se encuentra el MERCOSUR y la UNASUR. Mientras se reducen las medidas para cooperación comercial y productiva (no se respetan acuerdos regionales –caso de Argentina con sus controles a la importación-, los países continúan compitiendo entre ellos por la explotación de productos primarios y no se coordinan políticas comunes en sectores claves como energía y agroalimentos), se desarrolla una mayor coordinación entre países en materia de relaciones como bloque con el exterior, así como en la estabilización democrática interna –apoyo a Evo en su crisis institucional o acuerdos para la exclusión de Paraguay en determinados foros-.
Por su parte Brasil mantiene su tendencia a convertirse en un actor más global que latinoamericano. En MERCOSUR, los brasileños han impuesto acuerdos que deberían ser en esencial inter-gubernamentales, lo que hace que se carezca de la supra-nacionalidad de la Unión Europea. Por su parte, que la UNASUR se “desperece” depende de los brasileños y no podemos olvidar que Brasil solo se sumó al Banco del Sur tras haber reducido notablemente sus aristas alternativas, tiene como política la expansión de un reducido número de transnacionales brasileñas[26]; y, realineamiento de actores sociales apoyando este modelo[27].
La consecuencia de este tipo de política se visualiza en el hecho de que se repite la subordinación de los países periféricos –en este caso a Brasil- vendiendo sus materias primas o energía al gigante suramericano a cambio de autos y camiones por poner tan solo un ejemplo.
Brasil utiliza a la UNASUR y al MERCOSUR como instrumentos para consolidar su liderazgo regional, y es por ello que el presidente de Uruguay, José Mujica, advertía a finales del año pasado a los brasileños de la siguiente manera: “Nosotros en cada instancia relativamente difícil podemos tener enemigos exteriores, pero los peores enemigos somos nosotros mismos (…) En el caso del Brasil, nosotros les dijimos bien lo que pensamos: la época de los ingleses pasó. Si queremos unificar no vengas a colonizar, vení a asociarte, vení a buscar aliado, vení a juntar barra, pero no vengas a apropiarte de todo”[28].
Existe un déficit notable en afrontar regionalmente los nuevos desafíos nacionales, continentales y globales. Eso se visualiza en la carencia de políticas concretas respecto a problemas globales como el cambio climático o comercio de alimentos; y de igual manera en problemas regionales como la coordinación industrial dentro de América del Sur. A pesar de un fuerte discurso de ascendencia bolivariana en el conjunto de los países de la región, estos no coordinan entre sí aspectos prioritarios de respectivas políticas, a la par que Brasil no coordina con nadie ni su política económica ni su política internacional.
Dicha situación genera como consecuencia directa que los países más pequeños de subcontinente (Bolivia, Ecuador, Paraguay o Uruguay) no coordinen tampoco entre ellos a pesar de los muchos incentivos que tal coordinación generaría.
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Revista Ciencias Sociales de las Carreras de Sociología y de Política Número 34
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[1] La URSS, tras la Segunda Guerra Mundial, desarrolló una política de crecimiento industrial acelerado, con base en el autoabastecimiento energético -fue el único país desarrollado con capacidad de autoabastecerse- y fuerte producción metalúrgica. La explotación de los inmensos recursos naturales de los que disponía la URSS -incluido petróleo, gas y minería-, fue la base sobre la que se sustentó su política de crecimiento. Si bien en los países del “socialismo real” no se estimuló el consumo (no había interés por el aumento de la tasa de retorno del capital privado ni necesidad de utilizar mecanismos de ampliación de mercados), el centralismo burocrático basó sus objetivos en el desarrollo del crecimiento de la producción, en el marco de una competencia creciente con el mundo desarrollado capitalista. Dicha industrialización se desarrolló a costa del sector agrario, y por consiguiente se generó la imposibilidad de atender las necesidades biológicas de la población.
[2] Los acuerdos de Bretton Woods son las resoluciones de la conferencia monetaria y financiera de Naciones Unidas –la cual se realizó en el complejo hotelero de Bretton Woods en Nueva Hampshire (EEUU)- entre el 1 y el 22 de julio de 1944. Allí se establecieron las reglas para las relaciones comerciales y financieras entre los países más industrializados del mundo para el período de posguerra. En él se decidió la creación del Banco Mundial y del Fondo Monetario Internacional y el uso del dólar como moneda internacional.
[3] Inspirándose en Hegel y algunos de los miembros contemporáneos de la escuela hegeliana, la teoría de Fukuyama viene a afirmar que el motor de la historia, que es el deseo de reconocimiento (thimos), ya no tiene cabida en la actualidad con el fracaso del socialismo real, lo que viene a demostrar que la única opción viable es la democracia liberal burguesa tanto en lo económico como en lo político. Para Fukuyama, la única realización posible del anhelo marxista de una sociedad sin clases solo es posible en sociedades inspiradas en el capitalismo.
[4] Juntos, los BRICS constituyen el 40% de la población de todo el mundo, el 25% de la superficie terrestre y alrededor del 20% del PIB mundial. Controlan ya, aproximadamente, el 43% de las reservas mundiales de divisas extranjeras, y esa proporción no deja de aumentar.
[5] Se estima que antes del 2020, la República Popular China ponga en marcha una red global de satélites de comunicaciones respaldada por los superordenadores más poderosos del mundo, suministrando a Pekín una plataforma independiente para la militarización del espacio y un poderoso sistema de comunicaciones para ataques de misiles o cibernéticos en cualquier cuadrante del planeta.
[6] El tratado constitutivo se firmó el 23 de mayo de 2008 en la ciudad de Brasilia donde se estructuró y oficializó la UNASUR.
[8] Según el informe del Banco Mundial titulado “La situación del mercado laboral detrás de la transformación de América Latina” (http://siteresources.worldbank.org/LACINSPANISHEXT/Resources/empleo_LAC.pdf). “promediando un 6,5 %, el desempleo en América Latina descendió prácticamente a mínimos históricos, en agudo contraste con las tasas exhibidas por los países industrializados y su propio máximo histórico de 11% hace una década. Los salarios también aumentaron, acortando la brecha de desigualdad en el ingreso entre los que más y menos ganan. Detrás de estos datos está un crecimiento promedio estimado para la región en 2013 de 4%, bastante por debajo del 6% del 2010, aunque por encima del crecimiento general estimado para las economías desarrolladas”.
[9] Pese a la contracción de la pobreza, 167 millones de personas siguen siendo pobres en la región, según reportaba a finales del 2012 la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL). La cifra es un millón menos que en 2011 y representa el 29% de los habitantes de la región. De ellos, 66 millones siguen sumidos en una pobreza extrema, misma cifra que el año pasado.
[10] El tratado de creación fue firmado en Asunción el 26 de marzo de 1991, aunque los antecedentes de la integración regional se remontan al 30 de noviembre de 1985, fecha de la Declaración de Foz de Iguazú que selló un acuerdo de integración bilateral entre Argentina y Brasil.
[11] La recuperación económica de los países miembros de MERCOSUR tras los desequilibrios económicos durante el período 1999-2002, acentuaron las asimetrías existentes entre los países pequeños y los gigantes suramericanos, aunque a su vez, dejó relegada también a Argentina respecto a Brasil.
[12] Las ambiciones brasileñas generaron resquemor entre algunos países con importantes recursos militares como Argentina y chile.
[13] Se estima que el proceso de incorporación de Venezuela a MERCOSUR durará en realidad dos años, dado que el país caribeño debe afrontar reformas arancelarias que Caracas no realizar de un día para otro.
[14] Llamada por los colombianos “Operación Fénix”, el bombardeo de Angostura fue un ataque de la Fuerza Aérea Colombiana, con la posterior incursión de helicópteros, personal policial y militar, realizado en la zona selvática de Angostura (provincia ecuatoriana de Sucumbíos), el día 1 de marzo de 2008. En dicha operación se asesinaron a 22 guerrilleros, entre los cuales estaba el número dos de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), el comandante insurgente Raúl Reyes. El ataque produjo una crisis diplomática regional por la violación colombiana de la soberanía territorial ecuatoriana y por la presencia clandestina de las FARC en Ecuador.
[15] http://ambito.com/diario/noticia.asp?id=600640
[16] Brasil es el mayor productor de etanol procedente de la caña de azúcar, sector que genera empleo para aproximadamente un millón de personas. Los productores de azúcar brasileños quieren duplicar hasta el 2020 la superficie cultivada (en la actualidad es de 8 millones de hectáreas), ignorando que la transformación de pastos en zonas de cultivo del azúcar está empujando la cría de ganado hacia regiones amazónicas y su consiguiente deforestación. Según fuentes oficiales, Brasil dispone en la actualidad de unas 200 millones de hectáreas de pastos, de las cuales la mitad pretende ser utilizada para la expansión del sector agrícola. La política brasileña de expansión del etanol desconsidera el daño ecológico de los monocultivos y los conflictos sociales que surgen por las condiciones laborales de las plantaciones de caña de azúcar.
[17] En la actualidad se llevan a cabo conversaciones y estudios acerca de las posibilidades de producción de biocombustibles con otros países africanos como Tanzania, Botsuana, Liberia, Zambia, Guinea Bissau, Senegal, y también en el Foro Trilateral IBSA, formado por la India, Brasil y Sudáfrica.
[18] Cuantitativamente las exportaciones de petróleo brasileñas se han más que duplicado.
[19] La Agencia Nacional de Petróleo (ANP) estima que sus reservas a la fecha estarían en torno a 15.000 millones de barriles, aunque hay quienes calculan que podrían llegar a 80.000 millones de barriles.
[20] Ese objetivo es a pesar de que las reservas marítimas brasileñas se encuentran bajo un grueso estrato de sal, lo que técnicamente dificulta su explotación y tendrá costos elevados.
[21] El gobierno brasileño pretende finalizar para 2016 la construcción de su tercera central nuclear en Angra dos Reis, y de igual manera se plantea construir cuatro centrales más para el 2030. Como objetivo, el Plan Nacional de Energía pretende duplicar el porcentaje de energía atómica hasta el año 2030.
[22] Brasil es el segundo mayor productor y consumidor de energía hidráulica del mundo, tras China. Según datos oficiales, hasta ahora solo se ha aprovechado un tercio de su potencial. El Ministerio de Energía pretende construir más centrales hidráulicas para el 2015, entre otras, la polémica central de Belo Monte (Pará) la cual sería la tercera mayor central del mundo con 11.000 megavatios de capacidad.
[23] El proceso de mundialización de empresas brasileras tuvo su origen durante la dictadura militar de la década de los setenta, cuando se impulsó la realización de megaproyectos de infraestructura con financiamiento del BNDES y posicionamiento de empresas brasileñas por parte de Itamaraty.
[24] El mismo ex presidente Lula da Silva negoció personalmente contratos de construcción de hidroeléctricas en Venezuela y Colombia; grandes obras como el metro de Caracas, y puertos, autopistas, represas y petroquímicas en Bolivia, Cuba, Nicaragua y Perú.
[25] Este operativo militar fue denominado como “Operación Ágata 5”, y según indicó el ministro de Defensa brasileño Celso Amorim en una entrevista a la BBC de Londres: “Es una operación de frontera que tiene como objetivo, sobre todo, la represión de la delincuencia“.
[26] El gobierno brasileño ampara y promueve la expansión de un conjunto reducido de empresas nacionales que se convierten en transnacionales en la región y el continente africano a través principalmente de mecanismos como: créditos blandos a dichas empresas para sus operaciones en el exterior, financiamiento de proyectos en países vecinos con la condición que contraten empresas brasileñas y creación de un fondo de inversión del BNDES para operación con empresas privadas.
[27] Este es el caso de los fondos de pensión de los sindicatos que son invertidos en esas grandes corporaciones brasileñas. Un ejemplo clave es minera Vale, que tiene más del 50% de las acciones en los fondos de pensión sindical, que a su vez dependen de la central de trabajadores Central Única de Trabajadores (CUT), que a su vez es uno de los principales sustentos del partido gobernante (PT).
[28] http://www.abc.com.py/articulos/brasil-no-vengas-a-colonizar-331224.html
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