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viernes, noviembre 22, 2024

“RUNA WARMIKUNAPASH SHULLUSHPA WAÑUNCHIK”: CORAZONEMOS SOBRE LA DESPENALIZACIÓN DEL ABORTO*

Por Véronica Yuquilema Yupanqui*

Runa warmikunapash shullushpa wañunchik” (Las mujeres runa también morimos abortando) y “Kuitzakunapash shullushpa wañunchik” (Las adolescentes runa también morimos abortando) son las consignas que mujeres kichwa han reposicionado dentro de las redes sociales y las marchas convocadas por las organizaciones feministas en Ecuador, no sólo durante estos últimos años, sino hace décadas.

¿Es necesario hablar y discutir sobre el aborto dentro de los pueblos y nacionalidades? Sí, simplemente porque es una realidad que nos circunda. Aunque en efecto no podemos hablar de cifras exactas del número de mujeres runakuna que han muerto producto de un aborto, de wawakuna/kuitzakuna (niñas y adolescentes runa) que han llegado a ser madres producto de una violación o de mujeres y adolescentes que son encarceladas  por abortar –dado que las instituciones estatales insisten en homogenizarnos y no cuentan con cifras diferenciadas.  Esta realidad no nos es desconocida ya sea porque alguien dentro de nuestra familia ya lo practicó o porque hemos escuchado experiencias de amiga/os o incluso, porque lo hemos vivido en carne propia.

Siendo éste un asunto muy familiar, aunque insistamos en negarlo y juzgarlo de forma acérrima, es una obligación ética arrimar el hombro para corazonar sobre el paño de fondo que envuelve esta problemática, atravesada por el pensamiento dominante regido, especialmente, por la Iglesia cristiana.

Nadie puede decidir sobre la vida de un ser inocente, señalan, y me cuestiono: entonces, ¿Por qué el Estado (gobernantes y sociedad) y la Iglesia durante todos estos siglos han decidido sobre la vida de las miles de niñas, adolescentes y mujeres que mueren  por abortar de forma clandestina o por parir un/a wawa producto de una violación?

Pues sí, compañera/os, el paño de fondo que cubre las muertes de niñas, adolescentes y mujeres, también runakuna, es el poder del Estado y la Iglesia fundados en el colonialismo, el heteropatriarcado y el capitalismo. Aunque, definitivamente, no podemos desconocer el papel que desempeñó la Iglesia católica a través de la teología de la liberación o la Iglesia protestante – con amplias diferencias entre ellas y que no corresponde ahondar en esta ocasión- no podemos mostrarnos crédulos frente al evidente proyecto civilizador/colonizador que motivó la llegada, expansión y dominio del cristianismo (catolicismo y protestantismo) dentro de las comunidades, pueblos y nacionalidades.

Desde el periodo colonial, la religión cristiana se ha encargado de adoctrinarnos, dicho bien, de “civilizarnos”, logrando que actualmente el debate sobre temas como la despenalización del aborto o la homosexualidad sean vistos como aberrantes e inimaginables en nuestra lógica comunitaria.

Claro está, que tanto el aborto como la homosexualidad no sólo han sido históricamente  parte de la vida comunitaria, sino que a pesar de la influencia ejercida por el cristianismo, actualmente se puede ver que algunas comunidades –las menos fundamentalistas- han logrado acoger o al menos, han mostrado apertura a la discusión sobre estas realidades.

Cerrar la discusión de la despenalización del aborto a una cuestión divina – “solo porque Dios es el único que decide sobre nuestra vida”- es una irresponsabilidad, eso sí, aberrante e inhumana. Una realidad tan cruda y dolorosa que tantas y tantas mujeres y adolescentes runakuna vivencian, no puede ni debe ser tomada de forma tan superficial ni banal.

Las mujeres runakuna que exigimos la despenalización del aborto – al menos por ahora, en casos de violación- queremos tener el derecho y sí, también la responsabilidad de decidir sobre nuestra vida, sobre lo que queremos para nuestro presente y nuestro futuro. Eso, solamente eso, decidir. Porque valga la aclaración, la despenalización del aborto no nos obliga ni nos induce a abortar, solo nos abre el derecho a tener la libertad de decidir.

¡No! No nos obliga a abortar, no nos obliga a matar a nadie. Al contrario, impide que nuestras amigas, madres, hermanas mueran en casas clandestinas, mueran en medio del parto alumbrando el/la wawa de su violador, sean obligadas a ser niñas-madres o sean encarceladas.

Algunas compañeras arremeten en contra de la despenalización del aborto sustentadas en casos de mujeres que fueron obligadas a abortar por sus familias o por sus parejas. Esta realidad, también dolorosa, no es desconocida; por ese motivo, muchas mujeres han tenido que sanar sus heridas y las de sus antecesoras para tejer un ser mujer, lejos de los moralismos cristianos que dictaminan una serie de mandatos como que las mujeres deben llegar “doncellas”, “vírgenes” al matrimonio o que la mujer debe salir del regazo de sus padres al regazo de su esposo. Esto es lo que en los hogares –runakuna, mestizos, etc- se reproduce sistemáticamente, por eso cuando la mujer “se come la torta antes del recreo” -como se dice en el argot popular- y queda embarazada, ella –no el hombre- es juzgada infamemente por su familia y por la sociedad en general, obligándolas a pagar su pecado con el matrimonio, el aislamiento y juzgamiento dentro de su seno familiar/comunitario o el propio aborto.

Por eso como ya lo vienen sosteniendo las compañeras feministas, lo más complicado en esta batalla por la legalización del aborto es la lucha por la despenalización social. Y en efecto, esa es la batalla más dura y dolorosa y para lograrlo, muchas mujeres han tenido la valentía de confesar públicamente las heridas dejadas por la violación de las que fueron objeto, por los procedimientos de abortos clandestinos o por los años pasados en cárcel.

Esta realidad de inducción al aborto ya sea por parte de la familia o de sus compañeros sentimentales, lejos de ser fundamentos en contra de la despenalización del aborto, corroboran la necesidad de ejercer nuestro derecho a decidir si queremos o no tener esa/e wawa y en qué circunstancias queremos tenerla/o. Reafirma la urgencia de tomar las riendas de nuestras vidas, alejadas de las imposiciones sociales que abundan en cada rincón de nuestra sociedad patriarcal, donde la voluntad del hombre blanco, heterosexual y burgués ha regido como el único posible.

En ese sentido, la penalización del aborto o la inducción a éste, hacen parte del mismo patrón patriarcal donde la mujer no tiene poder alguno de decisión, donde la mujer es un objeto de dominio del sistema que la moldea. Por ello, luchar por ejercer con libertad, consciencia y amor nuestra sexualidad y maternidad, por ejercer nuestro derecho a decidir sobre nuestras vidas/cuerpos es una responsabilidad ética.

Despenalizar el aborto, nos devuelve el derecho a decidir con responsabilidad, libertad y amor, sin culpa ni pecado cristiano en nuestras espaldas y en el caso de niñas, adolescentes y mujeres violadas, les devuelve la posibilidad de vivir y no morir en medio de un parto y en el mejor de los casos, de rehacer sus vidas y sus sueños –creyendo que esto es posible-, cómo mejor les parezca: asumiendo o no esa maternidad.

En cualquier caso, pero, especialmente en casos de violación, la despenalización del aborto es un asunto de salud pública y el Estado tiene la obligación histórica de proveer los recursos necesarios para que éstos se practiquen de forma segura y gratuita. Sí, de forma gratuita y segura porque la despenalización también posibilita alcanzar un grado de justicia social para las tantas y tantas mujeres, niñas y adolescentes runakuna empobrecidas –invisibilizadas estadísticamente- que hoy en día ni siquiera consiguen acceder a un sistema de salud digno en casos de enfermedades comunes, mucho menos logran contar con una atención integral y humana cuando se trata de una violación.

Quizá en este momento, para muchas de nosotras, mujeres runakuna, mestizas, negras o montubias, no tenga sentido alguno esta lucha y asumamos que nos es ajena –como ya ocurrió conmigo-, pero como dicen nuestras abuelas y abuelos: estamos sembrando para que en el futuro las/os nietas/os cosechen y vuelvan a sembrar semillas de libertad, humanidad y justicia social y para que las semillas den frutos, necesitamos urgentemente descolonizar nuestras mentes y corazones, especialmente, de los fundamentalismos cristianos en que la mayoría de hombres y mujeres runakuna –pero también mestiza/os, negra/os, etc.- sostienen su rotunda negativa a la despenalización del aborto.

Aunque hoy por hoy no consigamos tener la sensibilidad y conciencia de todo/as en esta lucha a favor de la despenalización del aborto en casos de violación, confío que al menos, estos años de lucha contribuyan a abrir las mentes y corazones de nuestras madres, padres, hermanos, hermanas, amiga/as y sociedad en general hacia el re-encuentro con nuestro ser runa, nuestro ser humano y la apertura a diálogos francos y cariñosos entre padres/madres e hijas/os, compañeras/os sentimentales o amigas/os sobre ésta y otras realidades como el machismo, la homofobia, la educación sexual preventiva, etc., lejos de los tabúes occidentales/cristianos impuestos, que nos siguen oprimiendo e impidiendo caminar hacia un mundo más co-razonado.

#AbortoPorViolación #Ya

*Abogada kichwa puruwá

 

 

 

 

 

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