Para quienes a finales de la década de 1990 y comienzos de este siglo estaban en Seattle, Davos, Porto Alegre, Quebec, Gotemburgo, Nápoles, Génova, la lucha contra la globalización neoliberal no apuntaba a la sustitución de marcas alternativas a aquellas de las multinacionales. El título del best seller de Naomi Klein publicado en 1999 es NO LOGO y no ALTER LOGO. El Corriere de la Sera, el principal periódico de la burguesía italiana, lo definió acertadamente como el libro símbolo de la revuelta contra la mercantilización del planeta. El subtítulo de la edición en castellano fue El poder de las marcas, mientras que en portugués sería La tiranía de las marcas en un planeta vendido.
Finalmente, aquella lucha acabó. Fuimos derrotados. Sin embargo, no era tan previsible que la izquierda terminaría por aceptar y, hasta ser seducida por el poder de las marcas, creyendo inclusive en poder usarlo como herramienta de resistencia o, mejor dicho, de sobrevivencia, tanto en términos estéticos y comerciales, naturalmente, pero también organizativos y operativos.
Quienes aceptarían y emplearían la lógica del Logo serían en primer lugar las grandes ONG, tales como Oxfam, Action Aid, World Vision y Save the Children, junto con otras multinacionales del corazón más pequeñas (la expresión “multinacionales del corazón” procede de un libro de dos autores franceses cuyo contenido, sin embargo, es mucho menos interesante y llamativo que su acertado título). Luego sería el turno del comercio justo. En la misma época, transitarían hacia ese modelo también editoriales históricas de izquierda como Feltrinelli en Italia y Maspero (ahora La Découverte) en Francia, a pesar de que en este caso, hasta donde yo sepa, no se dieron los odiosos procesos de colonización y transnacionalización de las ONG. Últimamente, el mismo fenómeno atañe a revistas predilectas por la izquierda como Le Monde Diplomatique y otras más jóvenes como Jacobin.
Estas líneas se deben a que acabo de enterarme de la creación de Jacobin América Latina. Y, sinceramente, lo siento. Porque desde mi punto de vista es otra prueba del hecho de que después de las décadas de 1960 y 1970, una época de gran creatividad y originalidad artística e intelectual, y no solo de radicalismo político, la izquierda latinoamericana no ha logrado o no ha querido ser (auto)crítica en relación a la importación de modelos y tendencias pensadas y funcionales a otros contextos y latitudes. Ello es paradójico, en cierto sentido, porque en este momento la tendencia intelectual más a la moda, bien en el ámbito académico o bien en la cultura alternativa y en muchas luchas sociales, es la crítica al eurocentrismo, sobre todo en la vertiente del “giro decolonial”.
Las distintas variantes nacionales de Le Monde Diplomatique por lo general publican autores y artículos interesantes. La crème de la izquierda radical junto con plumas menos conocidas, todas rigurosamente, o casi, situadas entre la academia y la militancia. Lo mismo pasa con Jacobin Brasil y es muy probable que Jacobin América Latina no sea diferente. Este no es ese el punto. Es el modelo editorial del brand, en mi opinión, lo que debería ser cuestionado in toto, no quienes escriben, sean pagados o no. Porque es una amarga ironía del destino que la izquierda radical, no solo del “Norte” sino también del “Sur” global, adopte el modelo por excelencia de la globalización neoliberal, aquel del Logo y del franchising, precisamente en el momento en que esa misma globalización, a pesar de nuestra derrota, se está desintegrando.
El modelo del Logo y del franchising tiene la propiedad de colonizar, homogeneizar y allanar, para conquistar un nicho de mercado, fidelizar a un cliente, volverse competitivo. No creo que sirva para incentivar la creatividad artística e intelectual. La solidaridad y la cooperación. No sé, sobre todo, si y cuál podría ser su rol antagonista, más allá de que algunos contenidos o de que la línea editorial lo sean. La izquierda en franchising para mí es muy triste porque he militado con convicción contra la lógica de las marcas. De todas las marcas.
Hace cuarenta años, Frederic Jameson definió el post-modernismo como la lógica cultural del capitalismo tardío. Hace tiempo me estoy preguntando si la lógica del mercado, de la que el Logo y el franchising son expresión, no esté definiendo de manera cada vez más explícita la lógica cultural también de la izquierda en la globalización tardía.
Cuando he visto la página de Jacobin América Latina, inmediatamente recordé un lindo día de noviembre del año pasado en la playa de un barrio popular de Salvador de Bahia, en el que junto al pescado frito y a la cerveza bien helada, conversamos con mi amigo Alessandro Peregalli y su novia sobre aceleracionismo, del movimiento italiano del ’77, de Don Pablo González Casanova, Bolsonaro, Joker y Pasolini. Irónico y genial, Alessandro me desconcertó con una frase que desde entonces no ha salido de mi cabeza: “hasta la revolución es un mercado”.
Aún no tengo una respuesta definitiva a la pregunta de si la lógica de mercado está definiendo o no de forma cada vez más explícita la lógica cultural de la izquierda en la globalización tardía. Sin embargo, para mí, que he guardado por más de veinte años la pegatina del períodico Il Manifesto “la revolución no rusa”[1], un pequeño logo semiartesanal al alba de la lucha No Logo (y del vía crucis del propio Il Manifiesto), aquella tarde en el malecón de la Ribeira finalmente entendí porque nunca fui, ni jamás podré ser, un revolucionario.
Es una amarga ironía del destino que la izquierda radical, no solo del “Norte” sino también del “Sur” global, adopte el modelo por excelencia de la globalización neoliberal, aquel del Logo y del franchising, precisamente en el momento en que esa misma globalización, a pesar de nuestra derrota, se está desintegrando.
–Daniele Benzi
[1] En italiano expresa un juego de palabras intraducible al español. La imagen de un recién nacido que duerme con el puño aparentemente levantado lleva la frase “la revolución no rusa”, que puede significar también “la revolución no ronca”.