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jueves, noviembre 21, 2024

SIMULTANEIDAD, TENSIÓN Y POTENCIA EN LOS MOVIMIENTOS FEMINISTAS Y DE MUJERES EN ECUADOR

Nosotras que nos fuimos encontrando

Palabras primeras

Escribimos ensamblando dos subjetividades, dos voces, dos formas de ver el mundo, dos historias que con experiencias distintas, deciden tejer lo común. Escribimos en primera persona del singular y plural, porque apostamos a hablar desde la experiencia propia y encarnada.

Somos espejos en conversación, que haciendo uso de la palabra escrita, buscan traer el eco del movimiento feminista y de mujeres en el país, ese que da cuenta de las articulaciones subterráneas para entender el presente. Amasamos así un nosotras como posibilidad feminista frente a la individualidad capitalista, colonial y patriarcal, así nuestras reflexiones parten de conocimientos situados, feministas, parciales, procesuales, sensibles, autocríticos y encarnados[1].

Relatar analíticamente la historia del movimiento en el país es un ejercicio que no pretende hablar por todas, ni dar cuenta a cabalidad del conjunto de luchas, debates, desencuentros y actoras que conforman a lo largo de la historia, este caminar. De esta manera, entendemos la historia de los feminismos en Ecuador como el conjunto de múltiples proyectos, formas, dinámicas, trayectorias siempre incompletas, siempre inacabadas que se corresponden con el entramado de la vida misma y que asumen ese legado de una historia no planificada, de una historia no cerrada.

No buscamos imponer la omnipresencia del análisis sino, elaborar algunas pistas explorando las tensiones y potencialidades del momento presente de un movimiento al que pertenecemos. Nosotras que no estamos por fuera de esas tensiones y que optamos por incorporar la tensión como parte del conflicto[2]. Nosotras que decidimos escribir en la contradicción, en la incertidumbre e indeterminación de esto que está todavía en movimiento.

Para esto, proponemos tres caminos de abordaje: Uno, la simultaneidad de las luchas. Consideramos que la cronología clásica sobre las diferentes olas del feminismo resulta insuficiente para nuestros procesos latinoamericanos, en la medida en que no da cuenta de las condiciones coloniales, racistas, clasistas y patriarcales en la que las repúblicas se asentaron, ni tampoco de los múltiples diálogos que las mujeres sostuvieron con otros actores. Como señala Yarí Katsi si “en nuestras vidas clasismo, sexismo y racismo se tornan experiencias simultáneas”[3], quizás habría que pensar entonces en formas de entender las luchas que se despliegan también en simultaneidad. Además, las olas plantean una lectura homogénea de la lucha y de su historia, imposibilitando conocer la contra narrativa y las otras realidades dentro del movimiento feminista.

Dos,  en esa medida, los feminismos actuales requieren mirarse en memorias más largas que incluyan las luchas de las mujeres, sus demandas y planteamientos en el mundo social (Goetschel 2006: 13) o como nombran algunas autoras, en la existencia de protofeminismos[4]. Pensarlo de esta manera nos permite entender que al menos durante los siglos XX y lo que va del XXI, más allá de la identificación con el feminismo o no, muchas mujeres “reconocieron que su subordinación no era natural sino determinada por la sociedad y plantearon objetivos y estrategias para cambiar su condición” (Lerner, 1993: 274).

Ese reconocimiento de la subordinación, como plantea Adriana Guzmán, nos permite pensar en mujeres de nuestro pasado dentro de la lucha feminista como “cualquier mujer que en cualquier momento histórico, luchaba por mejores condiciones para las mujeres” (Koman ilel 2015)[5]. Y tercero, los feminismos como “una forma social donde el conflicto tiene un lugar preponderante” (Masson 2007:28) en donde se hacen presentes las distintas perspectivas y facciones como unidades de conflictos que dadas las coyunturas se articulan o no, y en donde armonía y conflicto funcionan como parte del mismo movimiento (Palmeira 1996:43)[6].

Esta historia que escribimos parte de un muy breve recorrido del movimiento feminista en el siglo XX y un detenimiento más pausado y analítico en tres contextos recientes: la articulación en torno al 8 de marzo como huelga/paro, la lucha por la despenalización del aborto, y la relación con otros actores del campo popular ecuatoriano.

Memoria larga del movimiento

A lo largo de la historia del país, han existido mujeres fundamentales que han impulsado y sostenido levantamientos, protestas, sublevaciones y a la par han aportado en la construcción de procesos y estructuras organizativos que forman parte también de la historia de la lucha social y política de nuestro país. Somos herederas de una vasta y diversa genealogía feminista. Ya en la primera mitad del siglo XX, tenemos en el país varias experiencias de feminismos que desde posiciones distintas colocan en el centro la demanda por igualdad para las mujeres. En estos años hay por ejemplo, “la participación de algunas mujeres ilustradas y profesionales de clase media en el ámbito público” (Goetschel 2006: 15).

Es así que se crearon revistas que albergaron los “principios de equidad y de mejoramiento de la condición de la mujeres” (Ibid. 16), a la par surgen en la escena pública una serie de poetas y escritoras como Zoila Ugarte, Dolores Veintemilla de Galindo y Marietta de Veintemilla (El reclamo de la voz). Se hace presente la demanda por acceso a la educación y también por el trabajo asalariado, así como la exigencia de participación política de las mujeres, como es el caso de Matilde Hidalgo de Prócel, primera mujer de América Latina que pudo votar en 1924 o de liberales que defendían la participación política y el sufragismo de las mujeres, como María Angélica Idrobo o Hipatia Cárdenas de Bustamante.

Más tarde en las décadas de los 30 y 40, desde la izquierda, están Nela Martínez creadora de la Alianza Femenina Ecuatoriana y una de las que alumbra el surgimiento de la Confederación de Trabajadores del Ecuador (CTE) como militante del Partido Comunista del Ecuador (Ibid. 15); y Maria Luisa Gómez de la Torre, del Partido Socialista Ecuatoriano, una de las mayores impulsoras de la educación en la población indígena y campesina y colaboradora de Dolores Cacuango.

Bajo esta perspectiva, hacia la mitad del siglo XX, el feminismo era parte de los debates de las mujeres en el Ecuador y estaba ligado no solo a la igualdad, sino también a problemáticas como la patria, el civismo y la cuestión obrera, campesina y proletaria.

Una expresión de estos debates y apuestas fue la presencia de mujeres indígenas como Dolores Cacuango y Tránsito Amaguaña, centrales en la constitución de las estructuras organizativas tanto del movimiento indígena (Federación Ecuatoriana de Indios) como del propio campo popular ecuatoriano y de las izquierdas en el país, entre otros la creación del primer Comité Ecuatoriano Antifascista en 1941 (Nela Martínez 1963; Raquel Rodas 1987 y 1988); y fundamentales en la generación de escuelas bilingües en las zonas rurales indígenas, antesala de lo que sería la educación intercultural bilingüe en los años 80.

Para la segunda mitad del siglo XX nos encontramos con el aparecimiento de organizaciones de mujeres como la Unión Nacional de Mujeres del Ecuador (UNME) en 1960 para promover la “capacitación cívica a las mujeres”; hacia los años 70, se funda la Unión Revolucionaria de Mujeres del Ecuador (URME), que articulaba a distintas mujeres de izquierda para combatir a la dictadura. En los años 80, con el regreso a la democracia, se crean frentes femeninos dentro de los movimientos de izquierda,  comienzan ya a surgir núcleos de mujeres en barrios popularesy revistas expresamente feministas.

La participación política sin discriminación, la violencia machista hacia las mujeres, los derechos sexuales y reproductivos y las mejoras de condiciones de vida como correlato de la crisis económica eran los temas que se debatían en estos años. Como sintetizamos en otro trabajo, “desde inicios de 1980 hasta la primera mitad de los 90, las organizaciones de mujeres se agrupan de manera diferenciada, unas hacia el Estado y otras dentro del movimiento social y político” (Santillana y Aguinaga 2012)[7]. En estos años inician “los primeros estudios de género, referidos a la situación de las mujeres en el Ecuador, las desigualdades de género en cuanto al trabajo de las mujeres, la situación política y jurídica de las mujeres” (Ibid.).

Hasta 1995 el feminismo en el Ecuador integraba una corriente radical por la lucha de género que incluía el debate sobre las contradicciones de clase y las condiciones estructurales de opresión de género y raciales. Se hace presente la crítica del feminismo a la izquierda que había concentrado sus análisis y acción hacia las mujeres desde la lucha de clases, dejando de lado el conjunto de factores que estructuraban la dominación en el país.

Para los años 90, “se crean las primeras organizaciones nacionales de mujeres, se ratifican convenios internacionales que promueven los derechos de las mujeres, se expiden leyes a favor de ellas: Ley contra de Violencia(1995), Ley de Amparo Laboral(1997) que evolucionó hacia la reforma de la Ley Electoral, más conocida como la Ley de Cuotas y la Ley de Maternidad Gratuita(1998)”[8] (Rodas 2005). Aquí aparece el feminismo más de corte institucional[9], pero también se expresan otros feminismos, las mujeres indígenas y las mujeres de organizaciones estudiantiles ocupan lugares importantes en la lucha social contra el neoliberalismo; se visibilizan las luchas de pueblos y nacionalidades contra el modelo extractivo; la prevención y erradicación de las violencias contra las mujeres adquiere una centralidad; y se mantiene un feminismo ligado a la escritura y la producción cultural y artística.

La lucha anti neoliberal en América Latina, le imprime a los feminismos ecuatorianos una perspectiva internacional y regional, que se traduce en formas de articulación, campañas, foros, marchas y espacios de confluencia y debate.

Finalmente con la llegada de Rafael Correa a la presidencia del país en 2006, se abren y generan una serie de expectativas para la concreción y ampliación de los derechos de las mujeres. El proceso constituyente por ejemplo, fortalece en los primeros años articulaciones feministas nacionales que se venían produciendo en el país entre mujeres de sectores populares y mujeres de ciertas capas medias.

Sin embargo, la reforma institucional del Estado y la modernización capitalista promovida por el régimen correísta, así como la forma de hacer política estatal que desmantela la institucionalidad de género, generan nuevos procesos de ruptura y fisura en el el conjunto del campo popular, en esa medida también en el movimiento feminista: “unas organizaciones entraron la pacto con el gobierno y se incluyeron en el movimiento político Alianza País, otras decidieron mantenerse fuera del gobierno y de formar parte de las estructuras orgánicas del gobierno, pero respaldar con su voto, consolidando su fuerza desde una posición crítica al gobierno” (Santillana y Aguinaga 2012) y otras se declararon en oposición: indígenas, maestras, estudiantes, comunicadoras, defensoras de derechos humanos, ecologistas, escritoras.

La lucha por la despenalización del aborto, la defensa de la autonomía frente al qué hacer político del Estado, la demanda por un sistema integral de prevención y erradicación de las violencias machistas contra las mujeres, así como las luchas territoriales contra el extractivismo, la defensa de la soberanía alimentaria y el agua, y el derecho a la protesta, la organización y la resistencia, son los elementos que cobran simultaneidad en el movimiento feminista ecuatoriano.

Mujeres de diferentes partes del Ecuador marcharon por el derecho al aborto por violación. Foto: @soleangusfr

Los ecos de la marea verde, la huelga feminista a nivel mundial y las enormes movilizaciones contra los feminicidios en América Latina van determinando el contexto de los últimos años en el país; paralelamente la crisis económica y el nuevo pacto entre las élites neoliberales establecen peores condiciones para el conjunto de los sectores populares. El resurgimiento de una política patriarcal, racista y clasista desde los Estados se combina con las oleadas anti derechos financiadas por grupos evangélicos y católicos reaccionarios, mientras el continente asiste a un momento de insurrecciones populares que colocan la defensa de la vida digna en el centro. Ante esto la masividad de los feminismos y su radicalidad han aportado en el sostenimiento de las calles como escuelas de aprendizaje popular a partir de una crítica profunda al sistema en su conjunto.

Bajo esa perspectiva, los tres momentos que proponemos expresan la complejidad del movimiento y los contextos en los que se desenvuelven. El 8M posibilitó un ensayo de construcción entre distintas -a pesar de los desencuentros y tensiones- que se cristalizó en una marcha y un proceso donde participaron por primera vez,  mujeres de la Confederación de Nacionalidades Indígenas del Ecuador (Conaie) y mujeres sindicalizadas.

De esta manera, la asamblea del 8M aportó a la reconfiguración de la composición de clase del ocho de marzo. Dos discusiones internas se formularon en ese proceso: la representación de todxs y el carácter del 8M, levantamiento, paro o huelga. Tomando en cuenta que la cultura de sindicalización y huelga en el Ecuador es diferente a países del cono sur, ya que la mayor parte de la clase trabajadora no está organizada en sindicatos y comprendiendo que el levantamiento como forma histórica de la lucha del movimiento indígena constituye un referente y una experiencia vivida por el pueblo ecuatoriano.

En el 8M no se paró el trabajo productivo y reproductivo propiamente, pero se avanzó en la problematización de nuestro trabajo en el sostenimiento de la vida. Las calles nuevamente se reafirmaron como espacio fundamental de articulación, visibilización y protesta. Por otra parte, la simultaneidad de luchas y posturas de las organizaciones y mujeres que confluimos en las asambleas para organizar el 8M de 2019, nos presenta varios retos: ¿Cómo articulamos intergeneracionalmente? ¿Cuál es el sujeto del feminismo, donde están las identidades trans, travestis, disidentes, maricas? ¿Cómo democratizamos las voces, cómo salimos de la dinámica excluyente de las vocerías?

Un segundo proceso es la lucha por la despenalización del aborto[10] en Ecuador que significó una posibilidad de hacernos eco de las movilizaciones y exigencias del movimiento feminista a nivel latinoamericano. En un primer momento estos espacios que abrazaban la marea verde, se presentaron como un lugar de articulación y acogida  distintas y diversas, sin embargo, presentó y presenta tensiones y potencialidades.

Se expresaron nuevamente conflictos entorno a la representación del movimiento; a la poca capacidad de articulación con otras y sobretodo con mujeres de sectores populares; a la centralización territorial de las luchas; a formas de hacer política poco autónomas que reproducen en lenguaje activista dinámicas estatales o agendas de ongs, dejando poco espacio a otras formas políticas del movimiento; y a la falta de iniciativa para ampliar la lucha por la despenalización del aborto como parte de una manera integral de comprender las injusticias en el país[11].

¿Cómo llevar la interseccionalidad a la praxis, cómo logramos que esta demanda sea masiva? ¿Cómo dar cuenta políticamente, en cuanto a nuestra propia composición de clase de las enormes fracturas de injusticia de la sociedad ecuatoriana? ¿Cómo transitamos las bisagras, los puentes, los cruces, las fronteras? ¿Cómo generamos herramientas mestizas, situadas, propias, sensibles, amorosas para hablar de las diferencias, expresar los desacuerdos, visibilizar las tensiones, sin lastimarnos o quebrar el movimiento? ¿Cómo hacemos que las formas de hacer políticas distintas no sea jerarquizada y donde lo plural pueda convivir? ¿O qué ocupar calles no sea entendido como menos importante que el lobby político? ¿Cómo ser radicalmente críticas con la institucionalidad y el Estado, pero sin dar la espalda a las mujeres que luchan en esa trinchera? Estamos convencidas que se deben respetar y valorar las distintas formas de militancia, porque todas son imprescindibles para derribar el patriarcado, y por ende, no se puede depositar la energía en un solo lugar: “La pluralidad debe estar en la estructura misma de la teoría y la praxis” (Lugones 1991).

Por último, la simultaneidad de los movimientos de mujeres y feministas en el Ecuador refleja a su vez y no se encuentra por fuera, de la simultaneidad de lucha de luchas sociales dentro de un contexto plurinacional. Donde, las mujeres estamos en todos lados, sin embargo, somos sujetas políticas a diferentes niveles. La huelga y el paro – lenguajes políticos feministas – dialogan con una huelga, un paro y un levantamiento del campo popular ecuatoriano que sostuve un paro nacional de 11 días consecutivos. Estos lenguajes políticos que reflejan tradiciones de lucha encarnadas, tejen puentes con resistencias de otros pueblos a lo largo y ancho del Abya Yala que enfrentan al neoliberalismo y a la colonialidad amasando poéticas al son de cacerolazos.

Con estos puentes transfronterizos[12], podemos reconocer el aprendizaje mutuo de las luchas, reflejándonos y entendiendo las batallas que las compañeras de organizaciones mixtas sostienen al interior de sus organizaciones y como, por ejemplo, en un ensayo tan potente como el Parlamento de los Pueblos, Organizaciones Sociales y Colectivosse recoge, dentro del documento final, la demanda por la despenalización del aborto en caso de violación. En estos tiempos insurreccionales, donde las calles son escuelas de aprendizaje acelerado, y de articulación entre cuerpos concretos y realidades que se politizan, la posibilidad de seguir encontrándonos, pasa sin duda por una autocrítica profunda que articule la interseccionalidad y plurinacionalidad -no como categorías de análisis sino como principios organizativos fundamentales- dentro de las luchas feministas.

¿Cómo queremos hacer política feminista? ¿Cómo fortalecemos la militancia feminista en el país desde la pluralidad y como parte del campo popular ecuatoriano y la inminente lucha de clases? La potencialidad del movimiento de mujeres en Ecuador recae en esa simultaneidad de luchas, pero como Audre Lorde decía, debemos encontrar las formas en donde la diversidad nos fortalezca y no nos debilite.

Aún requerimos como movimiento un trabajo de masificar la lucha, dar cabida a todas las voces, debatir y ampliar el sujeto del feminismo, articular con y desde la plurinacionalidad. Estos retos al interno, nos llevan a preguntarnos: ¿a dónde estamos apuntando como movimiento?  ¿Cómo construimos principios políticos para circular el poder? Con pluralidad no nos referimos a representación o política de la identidad, sino a un análisis profundo de la complejidad de la matriz de opresión y de todas las formas otras de vivir, sentipensar, construir, ver el mundo. Los mil y un mundos fuera de los márgenes de la modernidad colonial, heteropatriarcal y capitalista. Así, desde la experiencia situada y la lectura encarnada, nosotras que nos encontramos apostamos hacer política de otra forma, fuera de las lógicas masculinizantes.

Apostamos a construir un nosotras político-sensible que teja puentes con compañeras en los distintos territorios en los que habitamos, con otros movimientos sociales, con la pachamama. Solo si el movimiento feminista se vuelve pueblo y despliega su potencia radical, podrá hacerle frente a estos sombríos momentos en donde las derechas mundiales colocan el odio, la muerte y la injusticia como centralidad política y sentido común.

 

* Kruskaya Hidalgo Cordero. Investigadora y activista feminista con un máster en Estudios de Género de la Central European University. Sus temas de investigación y docencia se centran en la violencia de género, derechos sexuales y reproductivos, migración transnacional, teorías feministas y metodologías decoloniales.

Milita en Ruda Colectiva Feminista y la Coalición Interuniversitaria contra el Acoso Sexual.

Alejandra Santillana Ortiz. Feminista de izquierda, forma parte de Ruda Colectiva Feminista, la Coalición Interuniversitaria contra el Acoso Sexual, el Foro Feminista contra el G20 y la Asamblea Feminista Autónoma e Independiente de la Ciudad de México. Es investigadora del Instituto de Estudios Ecuatorianos y del Observatorio de Cambio Rural y realiza su doctorado en Estudios Latinoamericanos en la UNAM.

Bibliografía

[1]Propone Verónica Gago en su texto La potencia feminista o el deseo de cambiarlo todo, 2019, Buenos Aires: Tinta Limón, que una lectura desde adentro de la dinámica organizativa implica un “pensar situado” (Ibid. 11).

[2]Laura Masson 2007. Feministas en todas partes. Una etnografía de espacios y narrativas feministas en Argentina. Buenos Aires: Prometeo.

[3]Rodríguez Velázquez, Katsí Yarí 2011. “Entre la negación y la explotación: políticas de sexualidad sobre los cuerpos de las mujeres negras”. En Bidaseca, Karina, y Vásquez Laba Vanesa (comp). Feminismos y poscolonialidad. Descolonizando el feminismo desde y en América latina. Buenos Aires: Godot, pp. 154-161.

[4]Si bien este término da cuenta de las tradiciones filosóficas previas a los conceptos modernos de feminismos, podríamos pensar en en determinados momentos de la historia, muchas mujeres no se identificaron como feministas, y sin embargo sus apuestas políticas dan cuenta de una lucha por sus derechos y de una construcción propia en contextos patriarcales..

[5]Este segundo abordaje implica que tanto en la memoria larga del movimiento como en nuestras reflexiones sobre los tres contextos, se integran luchas de mujeres en donde no necesariamente se autoidentifican como feministas pero que bajo nuestra perspectiva, forman parte de una trayectoria colectiva de la lucha feminista en el país.

[6]Palmeira, Moacir 1996. “Antropologia, facções e voto” en Antropologia, voto e representaçõ politica·.Rio de Janeiro: Contra Capa.

[7]En el año 2012, el Instituto de Estudios Ecuatorianos publica el ensayo “El movimiento de mujeres y feministas del Ecuador”, escrito por Alejandra Santillana Ortiz y Margarita Aguinaga.

[8]Gracias al cabildeo, lobby, y militancia feminista por parte de mujeres dentro y fuera de las instituciones gubernamentales, se logró crear y aprobar la Ley Orga?nica Integral Para La Prevencio?n Y Erradicacio?n De La Violencia De Ge?nero Contra Las Mujeres en 2018 donde se posicionan siete tipos de violencia de género, asi como las responsabilidades de 22 instituciones del Estado para prevenir y erradicar la violencia de género contra las mujeres en el país.

[9]Rodas Morales Raquel, “100 años de Feminismo en el Ecuador”, Revista Renovación, Cuenca Ecuador, Mayojunio 2005, No.7

[10]Un proceso que acuerpó y acuerpa a mujeres mestizas, indígenas, afroecuatorianas, mujeres trans y a cuerpas de la diversidad sexo-genérica. En el siguiente artículo se presenta un diálogo entre mujeres diversas. Vanessa Bonilla, Nua Fuentes, Gabriela Gomez, Kruskaya Hidalgo, Alejandra Ramirez, Sara Rojas, Alejandra Santillana. “Diálogo en siete voces sobre la lucha por el aborto libre en Ecuador” Revista Amazonas, diciembre 2018, disponible en: https://bit.ly/2Dhg4aS

[11]El 17 de septiembre de 2019, la asamblea nacional del Ecuador volvió a votar en contra de la despenalización del aborto en caso de violación. Sin embargo, los movimientos feministas y de mujeres se articularon para seguir la lucha y llevar el caso a la Corte Constitucional. Mientras se espera respuesta de la Corte, las mujeres dentro de organizaciones mixtas están posicionando el tema y las mujeres indígenas han logrado que sus organizaciones se posicionen a favor de la despenalización en caso de violación. Para seguir el tema de la negativa legislativa, ver: Kruskaya Hidalgo, 2019. “¡Están en deuda con nosotras! De la negativa legislativa para despenalizar el aborto en caso de violación”, disponible en: https://bit.ly/2DqVLYF y Alejandra Santillana, 2019. “La lucha por la despenalización del aborto o como nosotras organizamos la esperanza”, disponible en: https://bit.ly/2s8BjZV

 

[12]María Lugones, 1991. “On The Logic of Pluralist Feminism”, en Feminist Ethics, ed. Claudia Card, Kansas: University of Kansas Press.

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