El brutal asesinato de una adolescente en Mar del Plata el pasado 19 de octubre, un documental que denuncia a la justicia norteamericana por encubridora, canciones y denuncias que parecen no tener eco son solo algunos de los signos de una enfermedad silenciosa y sistemática: el abuso y la violencia en contra de las mujeres.
Una niña de 15 años se emborracha en una fiesta. Sus amigas la llevan a uno de los cuartos de la casa para que pueda dormir y recuperarse un poco. Está inconsciente, noqueada por el alcohol. Un grupo de supuestos amigos entra al cuarto y decide pintarla con marcador indeleble. La desnudan, la penetran con diferentes objetos, le toman fotos que luego suben a redes sociales. Ocho días después de la fiesta, como consecuencia no solo del acoso sexual del que fue víctima sino del matoneo cibernético que comenzó después de la publicación de las fotos, Audrie Potts se suicida colgándose en su ducha. Así comienza el documental Audrie y Daisy producido por Netflix y dirigido por la pareja de cineastas Bonni Cohen y Jon Shenk.
AUDRIE Y DAISY, DE BONNI COHEN Y JOHN SHENK
La historia de Daisy se parece a la de Audrie, con la diferencia de que no tuvo éxito en sus intentos de suicidio por sobredosis. En su caso, fue el amigo de su hermano mayor el que las invitó a ella y a su mejor amiga a “ver películas”. Allí fue violada en un sótano, intoxicada hasta la inconsciencia por el alcohol, por tres muchachos que luego la dejaron tirada en el antejardín de su casa en pleno invierno. Su madre y sus hermanos la encontraron con hipotermia a la madrugada: llevaba poca ropa y el pelo congelado. Aunque interpusieron la denuncia de inmediato, a los pocos meses su caso se cayó y su familia fue acosada abiertamente por toda la comunidad. La violencia fue de tal magnitud que la madre de Daisy no solo perdió su empleo, sino que le incendiaron su casa y todos se vieron forzados a huir del pueblo.
En el transcurso del documental se puede ver la transformación de Daisy: de una niña dulce a una joven llena de tatuajes, piercings y mirada sombría. Es como si Alicia hubiera volado por la madriguera del conejo blanco en caída libre a las manos del siniestro Jabberwocky, sin posibilidad de salvación. Es solo cuando Delaney Henderson, otra sobreviviente de una violación y víctima de matoneo en redes sociales, se pone en contacto con ella y la invita a contar su historia junto a otras víctimas de casos similares que Daisy vuelve a encaminar su vida. Narrar la historia y ser oída por otros se convierte en su manera de salir adelante, de lanzar un salvavidas a tantas otras posibles Audries. La voz de Daisy se vuelve también la voz de Audrie y de otras niñas y mujeres violadas y luego tildadas de mentirosas, exageradas o zorras, a quienes la justicia les ha fallado y les ha dicho que lo que les ocurrió, al final, fue culpa de ellas. ¿Estaba borracha? ¿Fue a encontrarse con Fulanito y Sutanito? ¿Qué tenía puesto? ¿Por qué no se defendió?
Me and a gun
“Éramos yo y una pistola y un hombre sobre mi espalda. Y yo cantaba ‘santo, santo’ mientras se desabotonaba los pantalones. Puedes reír, es algo gracioso las cosas que piensas en momentos como este. Como que no he visto Barbados, así que tengo que salir de esta”, canta Tori Amos en Me and a gun. Esta canción a capela es la narración de la violación de la que fue víctima a los 21 años. En lugar de una pistola, su agresor tenía un cuchillo y amenazaba con mutilarla si ella dejaba de cantar himnos religiosos mientras él la penetraba a la fuerza una y otra vez. Tori nunca denunció su caso, pues durante años pensó que la culpa era suya. Ella, que cantaba en un piano bar, había accedido a subirse al carro del cliente que iba varias noches a la semana a verla cantar. Ella usaba vestidos vaporosos para lograr mejores propinas. Solo cuando comenzó a componer su primer disco como solista, Little Earthquakes, decidió liberar la carga de su ataque y convertirla en una narración desgarradora que además cantó en todos sus conciertos durante años.
La historia de Tori reunió entre sus seguidores a varias víctimas de abuso sexual a través de los años. Alguien por fin cantaba abiertamente y sin metáforas sobre una violación que vivió en carne propia, alentando a otros a hablar, a denunciar. Amos decidió entonces convertirse en portavoz de la Red Nacional de Violación, Abuso e Incesto (RAINN en inglés) y no dudó un segundo cuando Cohen y Shenk le pidieron componer la banda sonora para su documental. Flicker, la canción, busca enfatizar la importancia de hablar en la violencia ejercida en los cuerpos de las mujeres desde que son niñas y que la cantante asegura ya ni siquiera puede ser considerada una epidemia pues es endémica en el mundo entero.
Tori Amos no es la única artista que ha hablado abiertamente de este tema. Fiona Apple también ha hecho pública la historia de cómo fue violada a los 12 años cuando iba camino a casa. La escritora norteamericana Maya Angelou narró su historia en el libro autobiográfico Sé por qué canta el pájaro enjaulado, en donde cuenta cómo el novio de su madre abusó de ella cuando solo tenía 8 años y después de contar lo que había pasado sus tíos tomaron la justicia en sus manos y lo asesinaron, cosa que la llevó al mutismo por años. Lady Gaga es una de las más recientes famosas en salir a hablar sobre su violación y además compuso la canción Til it happens to you para el documental de 2015 The hunting ground que estuvo nominado al Óscar a mejor canción original. Durante los premios de la academia salió a cantar acompañada por 50 sobrevivientes de asaltos sexuales. En ese documental se cuestiona el manejo que han dado históricamente las universidades estadounidenses a los casos de violaciones que ocurren de forma rutinaria en los campus.
No son casos aislados
“El mayor problema de este fenómeno es que hay una percepción generalizada de que son fenómenos aislados. Historias terribles, pero aisladas. No se entiende el problema si se aborda como un tema estructural”, dice la abogada especializada en derechos humanos y reproductivos Mónica Roa. Al creer que son casos excepcionales, crece la mitología alrededor de las denuncias falsas de violación. Muchas personas aún creen que las mujeres gritan abuso para acabar con la reputación y el futuro de un hombre.
El sheriff que investiga el caso de Daisy está convencido de que ella no fue víctima de violación y que esa palabra se usa irresponsablemente en muchos casos. Además de aducir que la niña quería atención y por eso culpó a los muchachos, se atreve a asegurar que mientras los jóvenes han retomado sus vidas y quieren salir adelante, Daisy no quiere pasar la página. Las palabras de él caen como dagas, pues es lo que piensa el resto de la comunidad también, quienes creen que si algo pasó fue por culpa de ella. Fue por puta y así se lo hacen saber con todo tipo de ataques y amenazas. Porque al final esa palabra, y el peso de la misma, es la que se usa para explicar cualquier caso en el que hay una mujer víctima de violencia que se atreve a denunciar, así se trate de una niña de 14 años. “La revictimización, el cuestionamiento y la crítica son formas de confinar a las mujeres a estos roles de género y de enviar un mensaje a todas las demás mujeres: si denuncias la violencia, te va a ir mal”, analiza la periodista Catalina Ruiz Navarro.
En el reciente caso contra Brock Turner, el estudiante de Stanford que violó a una chica inconsciente al lado de un basurero y luego solo pagó tres meses de cárcel, se repite la historia. Él tenía un gran futuro, era un gran atleta, hasta su padre lo defendió ante el juez pidiendo que no le acabaran la vida a su hijo por 20 minutos de acción. ¿Y ella? Aunque no ha querido dar su nombre y se hace llamar Emily Doe, publicó una carta en la que narraba todo lo sucedido esa noche. Esto generó una ola de apoyo, pero aun así Turner no logró una pena más contundente.
El silencio legitima
Después de saber que 21 niñas entre los 10 y los 14 años son violadas a diario en Colombia, como indica el más reciente informe del Fondo de Población de Naciones Unidas, solo se puede dar la razón a Amos y a Roa en sus observaciones. En efecto, la violencia contra las niñas y mujeres parece tan natural que solo los casos más escabrosos que salen a la luz parecen generar algo de empatía.
“Lo más peligroso de callar, creo, es que legitima a los victimarios. Cuando una mujer se silencia frente a un tema de violencia, sobre todo en un tema de violencia sexual, se les está diciendo a los victimarios que pueden seguir haciéndolo con uno o con cualquier otra persona”, asegura la periodista Jineth Bedoya. Ella decidió hacer pública la historia de su violación en 2009 cuando Oxfam hizo el primer informe de violencia sexual en Colombia y hoy lidera la campaña “No es hora de callar”. Bedoya asegura que las víctimas que hacen visibles sus historias y cobran relevancia mediática ayudan a blindar sus casos ante la justicia. “Pese a que en Colombia la justicia es tan inoperante y tan mediocre. Pero eso ayuda a fortalecer a las víctimas”, dice. Tal parece que cuando se trata de violencia contra las mujeres la justicia es inoperante en todas partes.
“La poca respuesta de los sistemas de justicia lleva a que muchas veces los agresores se sientan con plena tranquilidad de publicar lo que hacen”, asegura Roa. Eso quedó claro este año con el caso de la violación colectiva de una menor en Brasil, en donde los victimarios no solo colgaron el video del hecho en redes sociales, sino que las autoridades trataron de inculpar a la víctima.
Al ver cómo se manejan los casos parece que el futuro de los agresores fuera el único que preocupara a la justicia. ¿Acaso no tenía también un futuro brillante Lucía Pérez, de 16 años, que murió empalada en Mar del Plata después de ser golpeada y abusada por dos hombres? El feminicidio de Lucía, que tanto nos recordó el crimen horrible contra Rosa Elvira Cely en Colombia en 2012, llevó a que el 19 de octubre fuera declarado el miércoles negro y en varios países de Latinoamérica las mujeres salieran a marchar bajo el grito de “Ni una menos”. Al ver las estádisticas de violencia contra las mujeres, a todo nivel, los números son escandalosos. Pareciera que hay un boom de violencia machista, pero la realidad es que siempre, desde que existe la humanidad y con ella el patriarcado, eso ha sido así. ¿Por qué parece todo más visible hoy? ¿Por qué parece que brotan casos por doquier? Pues porque cada día más mujeres están narrando sus historias y llevando a otras a reconocerse como víctimas y a denunciar. Esta bola de nieve no se puede parar, pues la violencia machista no puede seguir siendo la norma.
*Escritora y periodista.
Fuente: http://www.revistaarcadia.com/impresa/reportaje/articulo/audrie-y-daisy–de-bonni-cohen-y-john-shenk/60739