La justicia social no es viable sin la justicia ecológica y viceversa; y lo mismo sucede con los derechos humanos y ecológicos.
La sentencia del Tribunal Internacional de Derechos de la Naturaleza, que rechaza la construcción de una controvertida carretera en el corazón del TIPNIS (Territorio Indígena Parque Nacional IsiboroSécure) ha provocado diferentes reacciones de las autoridades del Estado boliviano.
Mientras el presidente de la Cámara de Diputados, miembro del partido gobernante MAS, dijo que “tomará debida atención de las recomendaciones emergidas por este tribunal para que se pueda dar aplicabilidad a sus resoluciones”, en un artículo de prensa la viceministra de Medio Ambiente arremetió en contra “del fallo de un supuesto Tribunal Internacional autonombrado” (fake-tribunal en sus palabras), afirmando que la sentencia “establece que la naturaleza estará intocada y que condenaremos a las comunidades y poblaciones que viven en los bosques a no acceder a los derechos a un desarrollo digno y sustentable”.
Tal declaración coincide con la simplona apreciación del Vicepresidente boliviano quien, al hablar de la intangibilidad del TIPNIS, llegó a afirmar “que usted no puede sacar una hoja. Eso es intangibilidad. Que usted no puede levantar una rama. Que usted no puede tocar nada. Es decir, no puede hacer una escuela. No puede perforar para agua potable. Eso es intangibilidad”. A más de torpemente querer confundir a la sociedad boliviana, estos pronunciamientos reflejan un dilema falaz: ¿naturaleza o “desarrollo”?
Vamos por partes. Sobre la viceministra, cabe indicar que sus palabras delatan la incomprensión de un tribunal de la sociedad civil global que no pertenece a Naciones Unidas, no es una ONG ni proviene de ningún acuerdo entre Estados u agrupaciones políticas. Su aparecimiento es consecuencia de la Conferencia Mundial de los Pueblos sobre el Cambio Climático y los Derechos de la Madre Tierra, paradójicamente convocada por el presidente Evo Morales en abril de 2010.
Sus miembros participan a título individual: son personas de prestigio, de todos los continentes, motivadas solo por su conciencia y deseo de defender los Derechos de la Madre Tierra (y, por tanto, el derecho a la vida de sus hijas e hijos). Y es justo ese hecho de nacer desde abajo –pero con grandes objetivos– lo que fortalece y distingue a este tribunal de cualquier entidad “formal”.
Para entender la relevancia de este tipo de tribunales basta recordar al Tribunal Russell-Sartre, creado desde la sociedad civil para enfrentar los crímenes de guerra del imperialismo yanqui en Indochina.
¿Se atrevería alguien a tildar de “fake” a un tribunal presidido por pensadores de gran ética que buscaban juzgar los crímenes cometidos por Estados Unidos en Vietnam? Y, por cierto, de ahí nacería luego el Tribunal Permanente de los Pueblos, otro espacio de indudable fuerza ética.
Es claro que estos tribunales de la sociedad civil buscan precisamente incomodar al poder –político, económico y demás– cuando ha atropellado derechos (una de las especialidades de quienes ejercen el poder).
Respecto a las palabras del Vicepresidente boliviano, recalquemos el principio de que la justicia social no es viable sin la justicia ecológica, y viceversa (lo mismo sucede con los derechos humanos y ecológicos), lo cual se debe a que seres humanos y naturaleza formamos una sola gran unidad: somos la vida misma de este mundo.
Semejante principio choca con la política de muchos gobiernos latinoamericanos –como el boliviano– que falazmente hablan de superar los extractivismos profundizándolos (incluso con megainfraestructuras).
En realidad, a más de violar a la Madre Tierra y a los Derechos Humanos, en particular de los pueblos indígenas, los extractivismos ahondan los conflictos, las violencias y hasta la dependencia de los países al capital transnacional.
Duele que se siga vendiendo esa falacia de que se debe sacrificara la naturaleza para invocar al “desarrollo”: un verdadero fantasma, responsable hasta del propio “subdesarrollo”.
Así mismo, entristece que la incomprensión de que el Vivir Bien, establecido en la Constitución del Estado Plurinacional de Bolivia, no es una alternativa de “desarrollo” –sustentable o no–, sino una alternativa al “desarrollo”. El Vivir Bien es una forma muy diferente de entender la vida, propiciando la armonía entre los seres humanos y de éstos, en tanto comunidades e individuos, con la Pachamama.
Así, la idea de que la atención gubernamental a las poblaciones indígenas y no indígenas del TIPNIS no será posible por cumplir con los Derechos de la Madre Tierra es aberrante. Aberración sostenida desde una falsa dicotomía –naturaleza o “desarrollo”– que urge superar si queremos evitar que la vida termine subsumida por el poder.
*Economista ecuatoriano. Exministro de Energía y Minas. Expresidente de la Asamblea Constituyente. Artículo publicado originalmente en Página 7