La demoledora (columna de opinión de Catalina Ruiz)
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26 noviembre 2013
De la manera más escandalosa, Miley Cyrus acuñó el término “twerk” cuando en su presentación en los premios Mtv le puso el culo en los genitales al cantante Robin Thicke, que a su vez sacó uno de los éxitos más sexistas del verano, Blurred Lines, cuya pegajosa letra parece escrita por un violador. El gesto de la joven cantante pop fue chocante y las imágenes se regaron por las redes sociales como pólvora. Al poco tiempo, la cantante lanzó su video Wrecking Ball en el que monta desnuda una bola demoledora de hierro, sin temor de Dios ni de las infecciones vaginales.
Así fue como Miley Cyrus puso a hablar al pop de feminismo.
Cyrus dijo que su controversial video había sido inspirado por la cantante noventera Sinead O’Connor, que le contestó con una carta abierta que era más bien un regaño con todo y calvazo. O’Connor le dice a Cyrus que es una marioneta de una industria musical machista y patriarcal que va a masticarla y escupirla, y que terminaría en rehabilitación como resultado de dejarse prostituir. Le dice que andar lamiendo martillos de hierro desnuda no la empodera ni a ella ni a las chicas que la ven, a quienes les manda el mensaje de que serán valoradas más por su ‘sex-appeal’ que por su talento. “He estado suficiente tiempo en la industria para saber que los hombres sacan mucho más dinero de tu desnudez que tú” le dice, e insiste en que Cyrus es una niña que debe ser protegida, una “joven y preciada señorita” que debe cuidarse de un mundo peligroso “no animamos a nuestras hijas a andar desnudas porque las vuelve presas para animales y menos que animales, muchos de los cuales trabajan en la industria de la música.”
Entonces, la cantante Amanda Palmer entró a la discusión con una carta abierta a Sinead O’Connor en la que después de varias reverencias le dice que su carta a Miley Cyrus es igual de condescendiente y patriarcal que cualquier cosa que pueda hacer la industria. Palmer cuenta que ella misma, cuando tenía la edad de Cyrus, usaba ropa mínima y exhibicionista como una manera de apoderarse de su cuerpo y de su sexualidad y de rebelarse contra su madre que cada vez que salía de la casa le decía que parecía una stripper. Señala también que en la industria a las mujeres las critican por ser demasiado sexys, pero las critican igual por no seguir el juego, y que muchas veces estas críticas despiadadas vienen de otras mujeres. Para Palmer, Cyrus no es una víctima de la industria sino una mujer que deliberadamente usa el sexo para llamar la atención y que tiene derecho a experimentar con la hipersexualización de su imagen. El punto de Palmer es que el feminismo busca que cada mujer pueda tomar sus propias decisiones, incluso si estas la llevan a reducirse a un objeto. El aporte de Palmer a la discusión termina con un ‘mash-up’ a capella de Nothing Compares to You y Wrecking Ball.
Al final, tanto O’Connor como Palmer tienen razón. O’Connor acierta al decir que la industria musical es patriarcal y capitalista y que explota sin remilgos a jóvenes cantantes de pop, como Cyrus, para lucrarse económicamente. Esto es una verdad evidente que no necesita mucha argumentación. Más que un machismo endémico, lo que tiene la industria es un afán por sacar el mayor provecho de cualquier artista, “hacer lo que vende”, y si el sexismo, que es cultural, vende, las consideraciones de género se hacen a un lado sin pensarlo dos veces. El problema, claro, es el tonito de O’Connor, que trata a Cyrus como una chica que no es capaz de tomar sus propias decisiones, la infantiliza, la descarta como interlocutor, de la misma manera que hacen los hombres con las mujeres.
Palmer, desde la utópica tercera ola del feminismo, parte de un punto de vista individualista: cualquier elección de una mujer debe considerarse válida. O’Connor está hablando del sistema, el de la industria musical, el de la sociedad, un sistema machista, poderoso y determinante. Tal vez Palmer tiene razón al decir que Cyrus sí está tomando sus propias decisiones, o al menos, en que hay que darle el beneficio de la duda. Pero Cyrus toma estas decisiones dentro de un sistema que recompensa los comportamientos sexistas. Como señala la socióloga Lisa Wade, lo de Cyrus, en sentido estricto, no es libertad, es estrategia; trata de sacarle el mayor provecho posible al sistema, acepta que su cuerpo hipersexuado sea visto como un objeto a cambio de dinero, fama y poder. Moralmente no podemos reprochárselo, todas las mujeres, en menor o mayor escala, hacemos tratos con el sistema patriarcal. A todas nos enseñaron a vernos bonitas y a ser complacientes.
¿Es Cyrus un títere de la industria? Probablemente no. ¿Puede decirse que sus elecciones ayudan a avanzar los derechos de las mujeres? No, definitivamente. Luchar contra el sistema requiere grandes sacrificios que no tenemos por qué exigirle a Cyrus, que tal vez teme ser reemplazada por otra artista que esté dispuesta a lamer cuanta cosa le pongan en frente. Aceptar las reglas del sistema le trae ganancias individuales a Cyrus, pero refuerza la idea de que las mujeres valemos en tanto que juguetes sexuales. Sin embargo, es ocioso atacar ad hominem a Cyrus por tomar este tipo de decisiones; esas exigencias morales presumen que el entretenimiento tiene la misión de educarnos, cuando para educarnos, está la educación. Si bien Cyrus y su disquera se enriquecen promocionando el sexismo, también ponen sobre la mesa, y en boca de todos, las preguntas que se hace el feminismo contemporáneo y han provocado una discusión intergeneracional sobre las mujeres, su lugar y sus derechos. No podemos saber si la bola demoledora de Miley Cyrus acabe o no con su carrera, pero en lo que se refiere a los derechos de las mujeres el resultado no es del todo malo: deja escombros, sí, pero también deja la provocación para pensarlos.
@Catalinapordios
Columnista de El Espectador y El Heraldo y reportera independiente. También es directora y fundadora de Hoja Blanca revista-ONG (HojaBlanca.net) y dicta la cátedra de Periodismo Digital en la Universidad Jorge Tadeo Lozano. Ha trabajado como Oficial de Comunicaciones en Women’s Link Worldwide, como Jefe de Prensa de el Instituto Caro y Cuervo y la Feria Internacional del Libro de Bogotá y como catedrática de Periodismo de Opinión en la Facultad de Comunicación de la Universidad Javeriana. Maestra en Artes Visuales con énfasis en Artes Plásticas y Filósofa de la Univesidad Javeriana. Tiene una Maestría en Literatura de la Universidad de Los Andes. Barranquillera.