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¿DEMOCRATIZAR LA CULTURA? por Sebastián Endara

27 junio 2014

Néstor García Canclini, en su texto Políticas culturales y crisis de desarrollo, establece la existencia de seis paradigmas en la implementación de las Políticas culturales:

1. El mecenazgo liberal que apoya, a través de la empresa privada, a la creación y distribución discrecional de la alta cultura apostando por el desarrollo de la “libre” creatividad “individual”;

2. El tradicionalismo patrimonialista, que busca aquellos espacios de identificación de “todas las clases” usando el patrimonio como núcleo folclórico de la identidad nacional;

3. El estatismo populista que apela a la distribución de los bienes culturales de la “élite” mientras reivindica la cultura popular, bajo el puro control del Estado, como elemento de legitimación del sistema;

4. La privatización neoconservadora, que se sintetiza en la transferencia al mercado simbólico privado de las acciones públicas para la cultura mediante la reorganización de las leyes y del mercado en juego del “consumo”;

5. La democratización cultural, que consiste en difundir y popularizar la “alta” cultura, bajo el discurso del acceso igualitario de todos los individuos y grupos al disfrute de los bienes culturales elitizados;

6. La democracia participativa que promueve la participación popular a través de la organización autogestiva de las actividades culturales y políticas generando con ello un desarrollo plural de “las” culturas y de los grupos en relación con sus propias necesidades.

Está claro que en la realidad estos diversos paradigmas o formas de ver la gestión cultural siguen vigentes en las prácticas de los actores y funcionarios culturales de toda índole y nivel. Sin embargo, una posición política lúcida y acorde a la máxima aspiración de la sociedad ecuatoriana, plasmada en el concepto del Sumak Kawsay, debería tener la claridad y la voluntad para acercarse al paradigma de la democracia participativa. Es un concepto que supera cualitativamente a el de la democratización cultural, que si bien ha hecho esfuerzos por promover los Derechos Culturales, erra en que al querer divulgar la alta cultura, implícitamente genera una definición elitista de aquello que hay que democratizar, mientras su “distribucionismo cultural” ataca los defectos de la desigualdad pero no sus raíces. Frente a esto, la gestión participativa y democrática de la cultura no apela a democratizar la cultura, sino a “pluralizar la democracia”, estimulando la acción y la creatividad colectiva que produce arte y cultura. Esto resuelve problemas propios y afianza identidades, y rescata aquello que no se alcanza a ver, y que es tan importante para construir la buena sociedad del futuro: las profundas implicaciones entre cultura y política.

 

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