El discurso crítico de Agustín Cueva
Hablar de Agustín Cueva significa indagar en una etapa del discurso crítico ecuatoriano atravesado por profundas reflexiones teóricas sobre el devenir político y cultural no sólo del Ecuador, sino de América Latina. Para Bolívar Echeverría el discurso:
…que tenemos los que nos involucramos en esta transformación del mundo es justamente el discurso crítico. Nuestra tarea es la destrucción, el desmontaje del discurso establecido de la época moderna burguesa. Discurrir, hacer filosofía, es hacer crítica como lo hacía Sócrates con su ironía […] este tipo de acción consiste en carcomer, destruir desde dentro el discurso establecido (Echeverría; 2011:100).
En este sentido el pensamiento de Cueva se encargó de desmontar los mitos sobre los cuales se había construido la idea de la nación ecuatoriana, revelando con ello la virtualidad de los imaginarios desde los cuales las élites nacionales-regionales- construyeron su proyecto de nación.
Agustín Cueva se inscribe dentro de un momento en el cual, el campo cultural de los años 60 está determinado por la búsqueda de un horizonte revolucionario y tal sería el objetivo de la obra de Cueva sin caer en la ortodoxia, más bien da un respiro y una renovación a la lectura que se había venido haciendo del marxismo. La obra de Cueva ha sido clasificada fuera del espacio nacional como fundamental para entender el proceso histórico de América Latina, pues sus reflexiones cruzaron la frontera impuesta por las disciplinas y se involucró no sólo desde la lectura del proceso cultural ecuatoriano, tomando como base la literatura, sus ensayos cruzaron también hacia la reflexión política y económica del continente.
Cueva en sus primeros escritos de los años 60 señala la importancia de una toma de posición política no sólo del productor de conocimiento sino de todo aquel que está relacionado con la actividad creativa del campo cultural, para ello se pregunta “¿es posible el compromiso artístico? Y, ¿es legítimo exigir que el novelista, se comprometa?” (Cueva; 1964:9) estas preguntas se deben al silencio que los intelectuales liberales (Benjamín Carrión) habían impuesto desde la institucionalidad cultural, el mismo Cueva responde a esta interrogante en los siguientes términos: “la respuesta al desafío de una realidad en extremo comprometedora sólo puede venir de un arte comprometido” (Cueva; 1964:9). Como se puede entender su respuesta es clara, la realidad no puede ser evadida y mucho menos cuando frente a nuestros ojos se siguen realizando una serie de masacres y atropellos contra las clases subalternas.
La invitación de la obra de Cueva en tanto es parte del discurso crítico es una interpelación a la acción transformadora y a la incidencia que el pensamiento puede tener en los procesos de transformación de la sociedad: “…eran los tiempos de la ‘literatura comprometida’, del engamement sartreano que nos evitó recaer teóricamente en el pantano denominado ‘realismo socialista’; y tiempos en que los vientos soplaban tan a la izquierda que ni Vargas Llosa osaba ser reaccionario” (Cueva; 1987:11). Para esta generación, llegar a ser un intelectual no significaba tener una serie de títulos apilados en la pared absorbiendo el polvo, sino que se constituía como ejercicio crítico de la escritura. Basado en esa premisa, Cueva fue parte del grupo de los Tzántzicos quienes intentaron rebasar las fronteras que hasta ese momento el campo intelectual se había auto-impuesto. Romper con el provincianismo cultural, llevar la poesía y el arte al pueblo estaba entre sus objetivos. La generación a la cual Cueva perteneció y a la cual también Sartre influenció, buscaba que el lenguaje no sea más un patrimonio del dominador, sino que una verdadera herramienta de transformación. Como plantea Ulises Estrella, compañero de generación de Cueva, “…el hablar parte de un querer de descubrimiento del otro, es desvelamiento mutuo de existencias hacia el mundo y las aspiraciones de los hombres. Por eso quien habla, esencialmente funda y desarrolla un universo. El hablar verídico es un poetizar” (Estrella; 1962:1).
La forma como transición de la historia
La literatura para Cueva no es un simple artefacto cultural ni un conjunto de palabras que articulan una obra, para él, existe una relación importante entre sociedad, literatura y proyecto histórico, pues ella se convierte en un campo de disputa ideológico donde las clases dominantes han ido estructurando sus subjetividades de manera especial en el siglo XIX y donde los grupos subalternos tienen un papel subordinado, y se esconden entre las líneas de la gran narrativa, al respecto Nelson Osorio señala:
El proceso literario (sin dejar de considerar la autonomía relativa de los fenómenos que la integran) no sigue un desarrollo independiente del conjunto de las otras formaciones que se dan en la vida social y cultural, y que, por lo tanto, la historia literaria al ser una (re)construcción de este proceso, al establecer una ordenación diacrónica de los fenómenos empíricos, debe también relacionarse con el marco histórico en que se encuentran[1].
Para dar cuenta de esto Cueva aplica el materialismo histórico en relación a la periodización de la literatura ecuatoriana, y propone entender la sociedad como una totalidad articulada y una estructura jerarquizada, dinámica, en perpetuo movimiento por una serie de contradicciones.
Será en sus libros Entre la ira y la esperanza (1967) y Lecturas y Rupturas (1986) en los cuales Cueva se dedica a analizar el proceso histórico y la constitución de la llamada cultura nacional desde las elites, tomando como base la literatura. El predominio en cada momento histórico determina la forma de escritura y devela las contradicciones existentes en el seno de la sociedad. En la etapa colonial, la poesía y la retórica sagrada serán las formas narrativas fundamentadas en la negación por parte del colonizador de cualquier rasgo de humanidad en el indio; la poesía le sirve para escapar y dar la espalda a la cruenta realidad de la colonia “…si el indio y ‘lo indio’ aparecen en las Historias, es porque ellas comprendían también ‘lo natural’, no aparece en cambio en la literatura ni en el arte, terrenos reservados a lo humano y, en rigor, a lo natural sublimado[…] a medida que el descubridor devenía colonizador deshumanizaba con sus actos al indígena, para conservar buena conciencia no le quedaba más remedio que deshumanizarlo también en la teoría” (Cueva; 1987:27). Este acto de deshumanización anula cualquier representación posible para el indio en el discurso literario, es por eso que la poesía se convierte en ese deseo sublimado del colonizador de evadir la realidad, y en el caso de la oratoria sagrada solamente tomaba como referencia la figura de Dios y de los reyes como los únicos posibles de representar.
Con la independencia de España la forma varía y será la épica quien construya la gran narrativa de la patria y los héroes, Cueva cita dos ejemplos: las figuras de Bolívar y Flores en la poesía épica de José Joaquín de Olmedo. “Una vez conseguida la victoria, la nueva clase dominadora tiene, como aquella que le precedió, razones de estado para convertir la actividad literaria en instrumento de consolidación del poder. Consciente de su misión, Olmedo irá hasta cantar en el mismo registro poético a Bolívar y al militarzuelo Flores […] si la poesía de la Colonia parte de temas ‘sublimes’ irreales, la épica posindependentista se elabora en cambio a partir de hechos reales sublimados” (Cueva; 1987:27).
Este devenir de la historia oficial para Cueva encontrará su máximo punto en lo que él denomina como los tres momentos de la conciencia feudal: 1) Gonzalo Zaldumbide; 2) Juan León Mera y 3) La generación decapitada. En los tres momentos estaría presente la carga de la feudalidad narrativa, de manera más marcada en los dos primeros y a manera de nostalgia en la poesía de los decapitados con excepción de Medardo Ángel Silva. La inclusión de estos últimos ha generado toda una polémica en relación a su obra, si bien ellos fueron los denominados modernistas ecuatorianos, su subjetividad estaría atravesada, según Cueva, por el hundimiento de la aristocracia costeña por acción de la Revolución Liberal.
De esta manera se construye en esta primera etapa comprendida entre el siglo XIX e inicios del XX la construcción de un proyecto nacional que se afirma y toma como base por parte de las élites lo europeo pues en palabras de Zaldumbide ‘lo americano no es más que indios con plumas’, es aquí donde se puede determinar el nivel de influencia y la importancia de la construcción ideológica de las élites dentro de la literatura. Sin embargo, será con la generación del 30 y sobre todo a través del cuento y la novela, que los grupos subalternos se integran dentro de la narrativa nacional, se rescata la figura del campesino montubio, del indio serrano, del obrero urbano en las zonas de Guayaquil. Será en este momento cuando Cueva opte por afirmar la narrativa de Icaza y hacer de menos la de Pablo Palacio, pues la afirmación y proyecto nacional que estaba buscando Cueva se encontraba en el hecho de lo indoamericano representado en la figura de mamá Domitila en la novela Huasipungo (1930). Esta será quizá una de las razones fundamentales para condenar a Cueva pues como lo afirma Moreano, las generaciones e incluso algunos de los contemporáneos de Cueva no hicieron parricidio sino matricidio, “…el Edipo ecuatoriano había tratado de huir de sus orígenes –del ‘Huasipungo’, de los indios, de la Mama Pacha, de mamá Domitila-. Celebra esa muerte en la dolarización del lenguaje. Fallecido Layo y Yocasta, sale a buscar un nuevo padre, sea en el río de la Plata o en Europa” (Moreano; 2008:107), esto se explica de la siguiente manera, mientras los Tzántzicos ejercían el parricidio matando lo europeo y reconociendo en lo indio uno de los fundamentos para articular un verdadero discurso nacional-popular, las élites y en este caso también los escritores optaron por Palacio quien les permitía remitirse y buscar su referente en Onetti, Borges o Cortázar mientras se anulaba cualquier posibilidad de acercamiento a la integración de los elementos populares en la narrativa, de ahí quizá que el último fenómeno literario de importancia e impacto en el campo cultural haya sido la emergencia del tzantzismo como conciencia crítica de la cultura y la sociedad ecuatoriana.
Cueva y la afirmación del marxismo
Para Cueva el marxismo y el materialismo histórico se convertirían en lugar teórico desde el cual articula su discurso crítico, “Diría que mí proceso de adhesión al marxismo obedeció, en proporciones probablemente equiparables, tanto a una opción ético-política como a la fascinación por la única ciencia social (el materialismo histórico) que jamás pierde de vista la totalidad del hombre y de su historia, que aspira siempre a reconstruir” (Cueva; 1987:11, énfasis del autor). En este caso la base del análisis es tomar una posición como intelectual para mirar y actuar en la sociedad, pues el marxismo como bien lo plantea no es sólo la asunción de una serie de principios de vida enfocados a la construcción de una ética que rompa con la individualidad, sino más bien juntar la forma de pensar con el actuar político cotidiano de las personas.
En términos metodológicos esto significó no perder de vista la categoría de totalidad para dar cuenta del fenómeno analizado, dando vida con ello al análisis estructural que “apunta a un modo de acercamiento al objeto teórico orientado a la descripción y explicación de las condiciones económicas, sociales y políticas, desde el punto de vista de la totalidad, en una formación social dada. Este tipo de análisis incluye, por lo general, una aproximación a los fenómenos bajos la consideración de la perspectiva histórica” (Beigel; 1995:29).
Esta forma de abordar la realidad se contrapone a la “moda” actual de des-historización de la realidad y de olvido selectivo de aquello que no se quiere recordar o se deja en los rincones de la memoria oficial. Además cuando cae el muro de Berlín el campo intelectual deja de pensar desde la totalidad y de hecho los libros que hablaban del marxismo se convierten en mercancías vendidas al peso en las calles de Quito. El desencanto fue tal que hubo una negación radical del mismo como opción ética y política, el campo intelectual (o su mayor parte) sufrieron un viraje hacia el culturalismo en búsqueda de otro horizonte teórico; sin embargo Cueva se siguió afirmando desde la visión de la clase y posicionando el hecho de la emergencia de los nuevos movimientos sociales desde el marxismo, de hecho en plena ‘crisis’ del marxismo Cueva publica su libro La teoría marxista en el año de 1987, dando con ella cuenta de su afirmación política e ideológica y de la coherencia de su pensamiento.
A Cueva se le debe además el hecho de reivindicar a Antonio Gramsci como un marxista crítico y militante, y desmarcarse de la lectura socialdemócrata que se intentó hacer de él en América Latina, pues de pronto como bien lo ha señalado Alejandro Moreano, Gramsci se convirtió en la muletilla para aquellos que querían hablar desde el marxismo sin la necesidad del compromiso, de pronto se olvidaron de su accionar revolucionario, de su papel en el Partido Comunista italiano, su debate estratégico en el momento de la crisis del partidio y de sus largos años de permanecer en la cárcel por ser revolucionario, en su íntima vinculación con los obreros. Mientras eso sucede Cueva en su artículo Notas para el desarrollo de la sociología en el Ecuador (1976) hace una invitación
La mayor parte de los sociólogos de mí generación se propusieron la tarea de revisar y ‘superar’ el marxismo tradicional, con resultados que hasta hoy se revelan por lo menos cuestionables; si tuviera que sacar la lección de esta experiencia y comunicársela a las nuevas generaciones, les diría que se propongan una tarea más modesta pero más fructífera: la de aprender el marxismo y aplicarlo consecuentemente al estudio concreto de la realidad concreta. Para el desarrollo de una ciencia social comprometida y progresista no veo otro camino (Cueva; 1976:32).
Quizá esta opción de Cueva fue la que lo condenó al olvido durante muchos años en la academia, e incluso a su negación como aporte fundamental en las ciencias sociales especialmente ecuatorianas, de ahí que se desprenda la herejía de pensar y afirmar un discurso crítico que busca la transformación de la sociedad en un contexto en el cual hablar del marxismo era ser un dinosaurio y no estar dentro de la moda intelectual. Como conclusión puedo afirmar citando a Fernanda Beiguel que “en la era del ‘desencanto’, Agustín nos entrega la ira…, durante el ‘fin de las utopías’ y los grandes relatos, nos regala la esperanza” (Beigel; 1995:21).
[1] Nelson Osorio, “Prólogo”, en Manifiestos, proclamas y polémicas de la vanguardia literaria hispanoamericana, Caracas, Biblioteca Ayacucho, 1988, p. IX.
Qué artículo tan iracundamente esperanzador… me alegro que todavía queden sueños y pensadores que despierten en nosotros la necesidad de mantener vivas las utopías…