Lunes, 29 de Julio de 2013 06:30
por Sonia Santoro. Página12 <www.pagina12.com.ar>
Sondra Hale es una entusiasta de los movimientos sociales e insurrecciones que se están dando en distintos puntos del planeta. “Aun cuando estos movimientos fracasaran o pareciera que fracasan, no lo hacen; al contrario, tienen éxito porque despiertan la conciencia de la gente y del pueblo”, dice. Rescata en ellos el intento de desarrollar nuevas estructuras, algo que las “viejas” organizaciones tienen como límite: “Que la estructura de las ONG sea convencional hace que no tengan el mismo potencial para la transformación”. También se entusiasma por la participación de las mujeres en esos movimientos. Sin embargo, sabe que para el pleno acceso de las mujeres a los derechos en el mundo falta dar un paso importante: “Hay que convencer a los hombres de que esta opresión a las mujeres no es algo bueno y que si oprimen a las mujeres se oprimen a ellos mismos. Que también los hombres tienen que ganar su propia liberación. Es difícil ¿no?”
–¿Cómo llegó al feminismo?
–Es un cliché decir lo siguiente: probablemente nací feminista. Mi mamá me dio siempre mensajes un poco mixtos, pero muy importantes. Provengo de una familia muy pero muy pobre. Mi mamá no finalizó los estudios secundarios. Pero sin embargo desde que era chiquita, mi mamá me decía “Sondra, te tenés que hacer cargo de tu vida”. El mensaje era “sé fuerte e independiente, pero no se lo hagas saber a los hombres”. “Hacete independiente económicamente”, eso siempre me lo repetía. “Nunca dependas de un marido.”
–¿Dónde vivía?
–Esto pasaba en Des Moines, Iowa, una comunidad muy pequeña con una visión muy estrecha de la vida. Mi mamá era una mujer muy progresista y siempre se planteaba cuestiones. En un entorno altamente racista, mi mamá me obligaba a jugar con chicos de color. Entonces en una etapa muy temprana pude hacer una intersección entre raza y género. Y llegué desde muy temprana edad a ponerme en contacto con lo que yo denomino un feminismo nativo, virgen. Y el segundo aspecto de por qué llegué al feminismo, créanlo o no, es el siguiente: en 1961 visité Sudán, tenía solo 23 años. Allí encontré a las mujeres más fuertes, más independientes, más brillantes que había conocido. Entonces, cuando volví de cuatro visitas a Sudán, ya en 1975, a Los Angeles, fui testigo de esta segunda gran ola de feminismo que se estaba produciendo en los Estados Unidos, y me tiré de cabeza en los grupos feministas llevando las ideas sudanesas.
–También en ese viaje comenzó su acercamiento a los países de Oriente.
–Sí, por supuesto. Pero hay algo más, en otro nivel. Mi experiencia en la izquierda en los Estados Unidos. El rol subordinado que las mujeres desempeñan en las organizaciones de izquierda. Las mujeres nunca son presidentas, nunca tienen puestos de importancia, siempre son la secretaria. Se ocupan del catering o de conseguir guarderías para cuidar a los niños en una reunión. Lo que me impidió el desarrollo como feminista justamente fue mi marxismo. Los amigos marxistas me decían “Sondra, pero el feminismo te va a distraer del marxismo”.
–Después lo superó.
(Risas) –Sí, claro. Entonces muchas mujeres de la izquierda se unieron cuando me transformé en una socialista de izquierda, feminista.
–En su charla dijo, justamente, que los partidos políticos tradicionales llevan a las mujeres a migrar su participación a organizaciones sociales, ¿cómo ve en la actualidad la participación de las mujeres en las organizaciones (ONG) y cómo es la relación con las mujeres que sí están ocupando espacios políticos?
–Me temo que se están acercando mucho un grupo y otro. Que aun cuando estuvieran las mujeres liderando esas organizaciones, las ong están adoptando las miradas de los gobiernos, vale decir, las burocracias. Entonces creo que parte de las ideas revolucionarias que podrían haberse propuesto y aparecido se están perdiendo. Y me preocupa que aun en el área propia de mis investigaciones, que es Sudán, donde las mujeres están desempeñando cargos de gran prominencia, las organizaciones en sí mismas se volvieron mucho menos radicales de lo que fueron en los principios. Quizá mi opinión está un poco sesgada por la experiencia en Sudán porque es un gobierno militar de corte islámico. Y por supuesto el gobierno las discrimina y les impide toda participación. Entonces, por ejemplo, hay razzias en sus oficinas, se llevan las computadoras. O las obligan a inscribirse en calidad de tales y cuando van a presentar la solicitud se la rechazan. Sin duda alguna la situación es muy distinta en Argentina pero justamente el hecho de que las estructuras de las ONG sea una estructura convencional hace que no tengan el mismo potencial para la transformación.
–¿Por eso usted valora y está poniendo el foco en los movimientos de insurrección en distintas partes del mundo?
–Sí, claro. Estos nuevos movimientos están tratando de desarrollar nuevas estructuras. Y como dije al final de mi charla, aun cuando estos movimientos fracasaran o pareciera que fracasan, no lo hacen; al contrario, tienen éxito porque despiertan la conciencia de la gente y del pueblo. Les hace tomar conciencia de lo que se puede hacer. Durante la Segunda Guerra Mundial, en los Estados Unidos, las mujeres –dado que todos los hombres habían ido a la guerra– respondieron al llamamiento de incorporarse a la fuerza industrial. Mujeres que hubieran sido mozas o mucamas fueron contratadas como mano de obra calificada por la industria militar. Justamente haciendo el trabajo que, entre comillas, hubiera correspondido a los hombres. Por primera vez en la vida ganaron un buen salario. El icono de esta época se llamó RosietheRiveter, Rosita la remachadora, una mujer que trabajaba duro y hacía el trabajo industrial; una obrera. Pero cuando los hombres regresaron de la guerra, a las mujeres se las sacó de escena y ellos tomaron el trabajo. Hay un documental que se llama RosietheRiveter, diciendo que todo esto es una historia muy triste. Pero una de mis amigas, historiadora feminista de la clase trabajadora, odia ese documental porque dice que estas mujeres fueron cambiadas para siempre. Ella siempre dice que son las mujeres las que deben criar a sus hijas de una manera diferente. Y eso es lo que también siento acerca de la participación de la mujer en todos los movimientos. Cuando empecé a observar el movimiento de Madres (de Plaza de Mayo) pensé que eran madres de familia que iban a manifestar a la plaza en su carácter de parientes de los desaparecidos. Pero ya ahora sé que no es así por todas las razones que acabo de mencionar. Entonces, las Madres no solo se cambiaron ellas a sí mismas sino que cambiaron a la gente.
–Usted habla de un patrón de insurrección mundial. ¿Puede definirlo y explicar cómo juegan los feminismos en ese patrón?
–El patrón es el siguiente. Primero, son movimientos juveniles. Segundo, la mayor parte de esos jóvenes son mujeres. Están todos en contra del Estado, en contra de las jerarquías. Principalmente trabajan en contra de toda estructura establecida, gobierno, burocracia, partidos políticos, organizaciones tradicionales. El rol de las mujeres es muy importante. En la plaza Taksim (Turquía) las mujeres asumieron el liderazgo del movimiento. Inclusive cuando los manifestantes hombres habían escrito insultos muy ofensivos contra la madre del primer ministro, fueron las mujeres manifestantes las que estuvieron en contra de esto y en muchos casos lo impidieron. En el movimiento de insurrección de Sudán Estamos Hartos, hay más mujeres que hombres. Si bien es mucho más peligroso para las mujeres porque el gobierno trata de humillarlas sexualmente; cosa que también vemos en Egipto. La mujer es mucho más susceptible de ser atacada por la policía, las desnudan, en fin, y muchas otras cosas. Y sin embargo las mujeres continúan con su activismo.
–Que sean más mujeres no necesariamente implica que tengan reivindicaciones feministas
–Sí, claro, tienen que llevar el estandarte de las ideas feministas.
–¿Pero los llevan?
–Sí en Turquía. En Sudán, no. Para los sudaneses, feminista es sinónimo de lesbiana y le dan al término una muy mala connotación.
–Acá también es un término muy criticado. Muchas mujeres dicen “yo no soy feminista, pero”…
–Eso me suena muy conocido. Claro, tratan de presentar las mismas ideas sin usar el término feminista. Pero quieren algo más que la mera igualdad. Los hombres, por ejemplo, tampoco están liberados. Entonces, cuando demandan igualdad, hay que preguntarse igualdad de qué o ante qué. Entonces, también cuando en estos movimientos se usa el término igualdad hay que definirlo. Ellos, como movimiento, quieren alterar completamente… infiltrar este modo de pensar, sin utilizar rótulos o etiquetas, con su presencia, estando allí. No es una presencia cualquiera, es una presencia valiente, con coraje. Les dicen “no se sientan privilegiadas porque son mujeres”, nada de privilegios, no quieran tampoco después que el hombre esté cerca para que les abra la puerta del auto. Esto es mucho más difícil de hacer que de decir. Pero como no están trabajando estos movimientos dentro de las viejas estructuras, tienen mucho más potencial.
–Esto tiene que ver con la necesidad de la praxis de la que usted habla.
–Sí. Y le voy a decir también que los sudaneses rechazan el feminismo porque es un concepto de la sociedad occidental. Cuando di clases allá, les dije que el feminismo era realmente un concepto autóctono de Sudán también. Lo que pasa es que ellos pensaban que lo que estaban haciendo no era feminismo. Por eso les dije “olvídense de las palabras y sigan adelante con los hechos”.
–Usted habló durante la charla de “feminismo transnacional”, ¿lo puede definir?
–A mí me gusta fijar las cosas en definir… Es el transporte de las ideas más allá de las fronteras. Corresponde al aspecto liminal que tiene este concepto.
–¿Cuál es estado de situación hoy para las mujeres en el mundo en el acceso a derechos y qué es lo que falta?
–Lo que falta es llevar a los hombres con ellas. Yo estoy casada, 52 años de matrimonio. Cuando me casé con este señor, era un muy buen hombre, pero no estaba educado en el feminismo. En aquel momento tenía una cátedra en forma temporaria, no era titular, en la universidad; el contrato me lo renovaban todos los años. Mi marido ya era titular. Entonces él decía: “Si te renuevan el contrato el año que viene, podemos usar tu sueldo para irnos de vacaciones”. Yo le decía: “No, yo creo que lo tenemos que usar para pagar el alquiler y comprar la comida”. Y él decía: “¿Cómo?”. Pero él era muy inteligente y entendió de qué se trataba. Sin embargo, le llevó muchos años en realidad y también inclusive ahora él sigue sintiendo este peso de mantenimiento de la familia, que es el proveedor principal, pese a que durante los últimos 12 años gané más dinero que él. De alguna manera hay que convencer a los hombres. Hay que llevarlos, arrastrarlos para que entiendan que esta opresión a las mujeres no es algo bueno y que si oprimen a las mujeres se oprimen a ellos mismos. Que también los hombres tienen que ganar su propia liberación. Es difícil, ¿no?
–¿Y esa batalla dónde se da? ¿En el ámbito privado, en el público?
–Más en el ámbito privado. Ahí está lo difícil. Las cuestiones de sexualidad han comenzado a cambiar mucho. La gente todavía piensa que cuando uno habla de cuestiones de sexualidad está hablando de gays y lesbianas. Pero de lo que uno está hablando realmente es de las relaciones de poder en base a la sexualidad y al sexo dentro de las familias. Política de sexo en realidad.
–¿Qué es lo que hemos conseguido?
–Lo positivo: lo que vemos en estas insurrecciones tiene que ver, de muchas maneras, con que estamos encontrando el clímax de lo que buscaban las feministas, algo muy novedoso, todo es nuevo y hay un futuro ilimitado. Tengo 75 años y sigo teniendo esperanzas y trabajando en pro de estos objetivos. Y no me voy a detener porque me llena de alegría, de júbilo.
* ANTROPOLOGA Y FEMINISTA, INVESTIGADORA DE LOS NUEVOS MOVIMIENTOS SOCIALES