*Enviado especial
Los creadores de la regulación que obliga todo automovilista francés a disponer de un chaleco reflectivo amarillo en su vehículo, para mejorar su seguridad en caso de una avería, nunca imaginaron que le estaban regalando un uniforme a la insurrección popular que viene cuestionando el régimen del presidente Emmanuel Macron.
Desde hace varias semanas, miles de ciudadanos desafían al gobierno, bloqueando carreteras y manifestando en las ciudades con sus famosos chalecos amarillos en protesta por el anuncio de un nuevo impuesto que hubiera incrementado el precio de los combustibles. La diferencia con las manifestaciones habituales, convocadas por sindicatos o por organizaciones sociales, es que esta vez se trata de un movimiento casi espontáneo que surge y se propaga a partir de algunas publicaciones iniciales en redes sociales.
De pronto, ciudadanos que nunca han manifestado y algunas veces nunca han votado salen a las calles y carreteras identificados con su “chaleco amarillo” a reclamarle al gobierno. Los fines de semana, cuando las acciones recrudecen, han sido más de 100 000 personas manifestando en diferentes partes del país, lo que explica las imágenes de movilización masiva que se pueden ver circulando en redes sociales…y la atención que ha generado este fenómeno no sólo en Francia, sino a nivel internacional. El mismísimo Donald Trump ha opinado en su Twitter sobre el fenómeno declarando, sin la menor vergüenza, que los manifestantes quieren a Trump.
El gobierno de Macron que creyó que una represión un poco fuerte iba a calmar los ardores de los neófitos manifestantes debe estar ahora lamentando su ingenuidad, pese a que ya anunció la postergación de la medida, los manifestantes mantienen la presión y de hecho tienen más demandas como la revalorización del salario mínimo o el restablecimiento del Impuesto sobre las Grandes Fortunas, cuya anulación fue percibida como una prueba más de que éste el un “gobierno de los ricos”. Centenares de personas han sido detenidas, hay decenas de heridos e inclusive algunos muertos, cuando algunos automovilistas entraron en pánico y quisieron forzar los bloqueos.
En París, ciudad con un cargado pasado insurreccional que vio pasar las jornadas de la Revolución Francesa, sin hablar del famoso Mayo de 1968, se han vivido situaciones de caos los fines de semana con vehículos incendiados y tiendas saqueadas, las estaciones de metro, tiendas y museos cerrados, y cientos de personas caminando apresurados por las calles , intentando regresar a sus casas, mientras que grupos compactos de policías antidisturbios equipados al estilo robocop bloqueaban las calles estratégicas.
La difusión de las imágenes chocantes de escenas de enfrentamientos ultra violentos entre las fuerzas antidisturbios y los manifestantes lo único que ha logrado es asentar la convicción pacifista de muchos de los manifestantes, aunque también ha dado argumentos a aquellos que aseguran que si no hubiera habido violencia, el gobierno tal vez no hubiera retrocedido tan rápido.
Lo que el gobierno de Macron no ha podido o querido entender es que este movimiento no se da solamente por un incremento de los precios de los combustibles, sino que esa medida es la gota que desbordó el vaso de una situación en la cual una gran parte de la población francesa siente que los políticos profesionales que la gobiernan no responden a sus preocupaciones y sus problemas. Pertenecen a un país que se declara quinta potencia mundial pero en el cual existen 9 millones de pobres, y gente que tiene dificultades de llegar a fin de mes, especialmente en las áreas rurales o en periferia de las grandes ciudades. En un contexto también en el que las políticas de los gobiernos sucesivos han venido disminuyendo voluntariamente funcionarios y desmantelando el servicio público que es una de las marcas distintivas del gobierno francés, tanto en educación y salud como en servicios de transporte, etc, los ciudadano dejan de creer que sus impuestos sirven para mantener este servicio público.
Finalmente, fue creciendo rápidamente un sentimiento de rabia con algunas actitudes de un presidente que llegó al poder como una especie de chico maravilla de la política francesa, apoyado intensamente por las grandes medios en manos de una oligarquía financiera, pero que fue poco a poco asentando una imagen de tecnócrata privilegiado sin empatía con el sufrimiento del pueblo, aconsejándole por ejemplo a un desempleado que bastaba “cruzar la calle” para encontrar trabajo.
El problema político que se presenta ahora es que el movimiento no tiene portavoces representativos para explicar sus demandas al gobierno; algunos voceros autodesignados han sido rápidamente deslegitimados públicamente. Los representantes del pueblo que son los diputados en un régimen democrático no parecen ser parte de la ecuación, aunque pareciera que algunas de las reivindicaciones del movimiento son inspiradas de los análisis de la extrema izquierda o de la extrema derecha.
En un momento en el que algunos manifestantes demandan simplemente la salida del presidente Macron, éste deberá entablar un proceso de diálogo que desemboque en medidas reales, ya que el truco, habitual en estos casos, de lanzar diálogos nacionales que se eternizan, sin medidas concretas al final, no funcionará en la Francia insurrecta de fines del 2018.
Gracias Michel por estas aclaraciones.
Agregaría que 1) el Estado, el sector público (salud, educación, transporte, …) es la última frontera para el capitalismo. 2) el ajuste estructural que golpeó América latina en la décadas de los 80 y de los 90 está siendo aplicado en Europa, lo cual se traduce por el empobrecimiento de la clase media; una parte de los gilets jaunes manifiestan contra ese “desclasamiento” lento pero inexorable. 3) Los tratados europeos y en particular el de Maastricht (que instaura la moneda única) son de índole ordoliberal, autoritarios, anti-democráticos, logran bloquear cualquier alternativa y favorecen a los accionistas, jubilados y rentistas del norte de Europa.