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domingo, diciembre 22, 2024

COLOMBIA: AL GARETE, PERO OPTIMISTAS Equipo Desdeabajo.

ECONOMÍA NACIONAL

Desdeabajo  No. 191  Mayo-Junio 2013  <www.desdeabajo.info>

 

Con exceso de optimismo calificó el presidente Juan Manuel Santos el desempeño de la economía nacional el pasado 15 de abril, al presentar el Plan de Impulso para la Productividad y el Empleo (PIPE). Según sus palabras, aunque en los últimos años la industria arroja indicadores por debajo de los que produce el conjunto de la economía nacional, hasta caer en el 2012 al 0,7% (a pesar que en el 2011 registró un 3,9%), el resultado no es para alarmas. En su declaración el Presidente enfatiza: “No hay ningún tipo de crisis, no hay algún tipo de emergencia”. Su opinión no se sabe si es una decisión oficial de no causar alarma o producto de un análisis realista. En todo caso, los indicadores señalan con insistencia, que por lo menos están haciendo propaganda.

 No es para menos. Como se sabe, la economía nacional cerró en el 2012 con un 4%, luego de registrar en el 2011 un notorio 6.6%. Y su decrecimiento no se detiene. El 2013 –enero– abrió con una caída del 1,1% en las exportaciones, reflejo directo de la baja del 19,7% en la facturación a los Estados Unidos, resultado parcial que no pudo evitar ni el mismo Tratado de Libre Comercio tan defendido por los gobiernos de turno, y con efectos perversos en su primer año de implementación para sectores que incluso defendieron su aprobación. Al mismo tiempo, las importaciones, según un comparativo interanual, crecieron el 19%.

 Resultado nada positivo para el país pues al comparar importaciones – exportaciones se obtiene un déficit en la balanza comercial en este primer mes del año de 213.3 millones de dólares. Resultado aún más negativo si lo comparamos con el obtenido un año atrás, cuando se había logrado un superávit en dólares de 623,4 millones.

 Pero estos indicadores pueden tener otras lecturas, como la que nos reconfirma con toda claridad la reprimarización de la economía nacional, lo cual se deduce, como es público, de la producción y de las exportaciones, el 70,8% ahora depende de los hidrocarburos, y el 8 por ciento de la minería. Por su parte el PIB indica que la industria manufacturera ahora representa el 12% de las ventas totales al exterior y el sector agropecuario el 7%. Las consecuencias de este fenómeno, negado por el optimismo que reina en la casa de Nariño, es la vulnerabilidad de la economía criolla y el retroceso evidente que ha vivido el país en su intento por ser autosuficiente en diversos y variados segmentos de la economía, lo cual la blindaría en su necesaria soberanía alimentaria, económica y política, garantizándole un puesto de honor en la región.

 Un nubarrón que se extiende

 Pero el descenso acelerado no se detiene aquí. En febrero de este mismo año las exportaciones cayeron un 6,6%, al tiempo que aquellos productos que tienen por destino EE.UU., sufrieron una recaída del 13,9% en comparación con igual periodo de 2012.

 

Al tomar de manera conjunta enero-febrero del año en curso, los resultados de la producción industrial indican una reducción del 4,5% con respecto al mismo período del 2012, y la producción manufacturera que en el 2012 había registrado un 3,48% ahora arroja un 3,1%.

 Estos magros resultados se ven con mayores nubarrones grises cuando se toma en cuenta que el Dane informó que de los 48 ramos de la industria que considera de manera individual para sus estadísticas, 30 arrojaron cifras negativas, producto de lo cual el empleo fabril registra una caída del 2,5%. Indicador que no se puede perder de vista, ya que el Presidente y su ministro de Trabajo dicen y repiten que se está creando, de manera constante, empleo estable y con todas las garantías laborales.

 La industria cae y para acabar de sellar su destino, es claro que el tratado de libre comercio que se adelanta con Corea amenaza con convertirse en el último clavo en el ataúd de la magra industria nacional. Los autopartistas lo saben, y con ellos la industria metalmecánica criolla, que igual que en el caso del sector agropecuario, entiende que no puede competir con economías de desarrollos tecnológicos mucho más elevados, o de jugosos subsidios a la producción. Extraña sí, que dadas esas circunstancias, no se escuchen voces más fuertes y firmes contra la continuidad de la entrega del mercado interno. Con la excepción de las voces, desafortunadamente marginales de la izquierda, desde la academia y el periodismo tan sólo se escuchan los lugares comunes de un dogma que hace agua incluso en los países del centro capitalista.

 Estos son indicadores, todos, nada halagüeños, pese a lo cual el Presidente afirma que no hay crisis ni motivo para aprobar un plan de choque para la economía nacional. Pero sus aliados del sector industrial asociados en la Andi, por el contrario, ven un panorama muy sombrío, y vaticinan como diagnóstico la caída de la producción, bajo crecimiento de las ventas, menor uso de la capacidad instalada y un clima de negocios en deterioro. E indican que hay varios sectores que sufren con mayor impacto esta situación, entre ellos: “las cadenas textil-confecciones, siderúrgica y metalmecánica, fertilizantes y agroquímicos, cuero y calzado, electrodomésticos, algunos subsectores alimenticios enfrentan fuertes presiones y una situación crítica”.

 Opinión que comparte Javier Días, presidente de Analdex, cuando enfatiza: la tendencia de la economía es decreciente y preocupa el desempeño industrial negativo, con el riesgo de profundizarse.

 Cuadro negativo que llevó a la Andi a proponer el pasado 3 de abril, como estrategia para contener la caída de la industria, una agenda para el salto en competitividad. La propuesta, resumida en 9 ítems urgentes, llama al Gobierno nacional a que apruebe medidas para garantizar: 1. Costos de energía competitivos internacionalmente, 2. La evaluación y monitoreo de medidas cambiarias, 3. Costos competitivos de materias primas, 4. Fomento a la inversión en bienes de capital para modernizar las plantas y ganar competitividad, 5. Reglamentar la reforma tributaria para la rápida aplicación de las medidas, 6. Una economía más expuesta a la competitividad con medidas de defensa comercial que se estudien con rigor y prontitud, 7. Una aduana capaz y competente, 8. Generar una política de compras nacionales de competitividad, 9. Medidas urgentes y de corto plazo en logística, transporte e infraestructura.

 Es decir, aquí está la evidencia que los ricos también lloran. A pesar de haber presionado por más de 30 años por más privatización y libertad de mercados –lo que lograron, beneficiándose de ello, con lo que se hicieron más ricos y ampliaron la brecha de desigualdad que caracteriza al país–, ahora que sufren los embates de su propio invento, cuando ven reducidas sus ganancias, chillan, piden regulación, además de prontitud en el desmonte de los parafiscales (a eso aluden cuando piden en el punto 5 de su agenda, reglamentar la reforma tributaria).

 Estos son los mediocres industriales nacionales, que siempre critican cuando se subsidia, en algún aspecto, a los pobres, pero ahora, agobiados por los magros resultados de la industria, apabullados por la crisis sistémica que ahoga a Europa y los Estados Unidos, a la par que por las ventajas en política nacional logradas por otros sectores de la economía, piden un Estado que los favorezca. Piden más subsidios, pues siempre los han tenido. Y el Estado no dudó en responder. El mismo Estado que el presupuesto nacional del 2013 ya había destinado 43 billones de pesos en inversión para estimular a esa misma industria, bien a través de la construcción de las 100 mil viviendas, bien a través de la inversión en autopistas, ampliación de puertos, etcétera.

 Porque así funciona el neoliberalismo criollo: desmonta el Estado a nivel de las magras políticas sociales dirigidas para los más pobres, pero siempre se ocupa de garantizar el flujo constante de moneda, a través de variedad de obras públicas, las cuales ejecuta el sector privado. Es decir, el Estado aprueba y garantiza la inversión de miles de millones de pesos, que siempre van a parar a los bolsillos de la llamada empresa privada, de esta manera ese mismo Estado que ellos llaman a reducir es la garantía de la existencia y crecimiento del capital privado, a costa del ahorro del conjunto nacional.

 Y el Estado, a través del Gobierno de turno, escucha. Es así como de manera pronta, apenas una semana después de los 9 reclamos del empresariado, el pasado 15 de abril, el presidente Santos los tranquilizó al presentar ante ellos la estrategia para contener la crisis en ascenso, más conocida como Plan de Impulso para la Productividad y el Empleo (PIPE).

 En ella, sin disimulos ni apariencias, se sale a salvar a los más ricos, al aprobarles medidas económicas que en su conjunto suman un punto del Producto Interno Bruto –PIB–, es decir, más de cinco billones de pesos.

 En la estrategia se toman medidas para contener la revaluación del peso frente al dólar, según lo requerido por los industriales, pero también se les responde frente a inversión para infraestructura, se crean líneas de crédito para que modernicen sus equipos, además de suavizarles créditos y garantizar otras dádivas reclamadas, y, como si fuera poco, se eliminan impuestos que los afectan de manera directa, como el representado por los aranceles para la importación de materias primas y bienes de capital que no se producen en el país, lo que les ahorrará 1,2 billones de pesos.

 

Pero al mismo tiempo se trata de neutralizar los efectos negativos que proyecta la crisis económica de Venezuela, al aprobarles a los empresarios asentados en Norte de Santander un salvavidas por 100 mil millones de pesos, a través de préstamos muertos de cinco años.

 Como si fuera poco, a la par, el Primero de Mayo se puso en práctica el desmonte de parte de los parafiscales que tenían que pagar, dinero destinado para el sostenimiento del Sena y del Instituto Colombiano de Bienestar Familiar, lo que le ahorra al empresariado un 5 por ciento en sus costos laborales. Y todo esto sin necesidad de paro, bloqueo de vías, acampadas a la intemperie, huelgas de hambre.

Otras medidas de las solicitadas por la Andi entraron en estudio, y con seguridad en la pugna que hay en el alto gobierno entre el sector financiero, los importadores y los exportadores, algún acuerdo logran. Mientras tanto la pugna se expresa en contradicciones políticas entre uribistas y santistas.

 El PIPE, según el Presidente, “No es un Plan de choque [ya que…] No hay ningún tipo de crisis, no hay algún tipo de emergencia…”. Palabras que ocultan una realidad sustancial: la crisis internacional que extiende ya sus efectos sobre la economía de la región, con resultados preocupantes en Brasil, Argentina, Venezuela y Colombia.

 Y es que en un mundo cada vez más interdependiente, nadie está exento de las consecuencias de políticas y realidades tomadas y vividas en cualquier rincón del mundo, más aún si en ese rincón están representados los mayores socios comerciales del país, para este caso, Estados Unidos y Europa, además de Venezuela, mercado venido a menos por la confrontación vivida de manera pública durante el gobierno de los 8 años. Consecuencia que ahora también se extenderá a mercado menos importantes para el país como el chino o el de otros países de Asia.

 De esta manera, con las mayores economías del planeta en franca recesión, no será posible que los industriales nacionales levanten cabeza, a no ser que el gobierno les compre toda la producción, y los subsidie en todos los campos. Pero hasta allá no se podrá llegar, por lo cual se puede vaticinar que los próximos años serán de estancamiento, adentrándose la economía criolla a un desempeño con menores tasas de crecimiento.

 El campo y la principal locomotora santista

 Pero también está el campo, otrora el principal renglón de nuestra economía. Sobre este sector parece todo dicho, pues el ataque sistemático a la producción nacional ya lleva más de veinte años. Sin embargo, parece que las cosas tendieran a empeorar aún más: hoy, de las 4 millones de toneladas anuales de maíz que se consumen en Colombia, el 85% se importan y, según Rafael Hernández (gerente de la Federación Nacional de Arroceros, Fedearroz) luego de firmado el TLC con los Estados Unidos han entrado al país 132 mil toneladas de este grano procedentes del país del norte, lo que ha significado una caída de los precios al productor cercana al 30%. Es decir, al estrangulamiento de la industria debe sumarse la práctica extinción de los cultivos transitorios

 De otro lado, Andrés Moncada, presidente de la Federación Nacional de Avicultores de Colombia, Fenavi, manifiesta su preocupación por las importaciones de pechugas estadounidenses, pues éstas quedaron sin protección arancelaria en los acuerdos del TLC. Lo curiosos del caso es que el ingreso de esa parte del pollo, que es la preferida de los norteamericanos, se ha visto favorecida por la reducción de su demanda en ese país por el descenso de los ingresos de sus asalariados, lo que ha intensificado su exportación. Para rematar, el gerente de la Federación Colombiana de Productores de Papa, Fedepapa, Juan Daniel Pérez, se queja de que la entrada de papa precocida norteamericana está afectando de forma importante a los productores nacionales.

 Casi que sobra señalar que de esos productos no ha entrado, procedente de Colombia, un solo gramo a los Estados Unidos. De allí que la reacción del campesinado se haga sentir, es el caso de los pequeños cultivadores de papa que a principios de mayo llevaron a cabo un paro en el que hubo incluso enfrentamientos con los armados del Estado. Sin duda, este tipo de levantamientos e inconformismo es apenas el comienzo de una reacción que se extenderá, la misma que había comenzado con el importante paro de los caficultores.

 De esta manera, estamos ante la práctica extinción de la industria y de los cultivos de ciclo corto, lo cual seca dos de las principales fuentes de trabajo en nuestro país, y refuerza las condiciones que sostienen un desempleo estructural de dos dígitos.

 Y, para remate, el crecimiento del petróleo y el carbón, convertido en los principales generadores de divisas se desacelera a un gran ritmo. Mientras que en el 2011 su crecimiento fue de 17,5 y 15,3 % respectivamente, en 2012 la tasa de variación se redujo a poco más del 6%. Indicadores que deben conservar esta constante, pues si miramos los volúmenes de nuestras reservas probadas es claro que no somos un país minero ni petrolero, por lo que no debe extrañar que este sector, que hoy se ha convertido en el motor de la economía nacional, rápidamente languidezca; pero ese hecho no parece preocupar a nuestros “planificadores”. Para ajustar, los precios de productos como el carbón amenazan con desplomarse, por lo menos en el corto plazo, ante una mayor autosuficiencia de USA, que con la explotación del llamado gas de esquisto ha logrado reducir su factura de importaciones de hidrocarburos, todo lo cual coloca al país en un riesgo mayúsculo, que no quieren mirar y menos aceptar quienes siempre han detentado el poder.

 Son hechos tozudos, pese a los cuales el Gobierno nacional proyecta un crecimiento del 4,8% al finalizar el 2013; para la Andi variará entre el 3,5% y el 4%; el Banco de la República lo sitúa en el 4%; el FMI apuesta por el 4,1% y Fedesarrollo por el 3,8%, es decir, un mar de optimismo.

 Claro, para recuperar sus ganancias y obtener estos porcentajes de crecimiento, los industriales no ocultan las otras medidas que es necesario tomar por parte del gobierno, las que resume en una palabra: “…continuar ahondando la agenda de reformas”, y los trabajadores y pobres del país, saben sin duda de que se trata: más flexibilización laboral, mayor reducción de costos laborales, es decir, que la crisis la paguen los de siempre pues los ricos tienen Estado y gobierno que protege sus intereses y bolsillos.

 


 

Recuadro

 

Un embajador que ordena

 

El pasado 21 de febrero el embajador de los Estados Unidos, como en los buenos tiempos del imperio, sorprendió al país nacional al exigirle al Dane que corrigiera sus datos sobre exportaciones de Colombia a Estados Unidos, las cuales, según el funcionario imperial, crecieron un 7 por ciento, es decir, se han visto favorecidas por el TLC.

 El Dane, sumiso ante la existencia, respondió con prontitud. Pero más allá de quien cargue con la razón, la verdad de la economía nacional y sus relaciones con su mayor socio comercial, es que en comparación con los resultados obtenidos en el 2012, el año en curso arrancó en picada: en enero se facturó un 19,7% menos a los Estados Unidos, y en febrero la reducción en la facturación fue del 13,9%,

 Mientras tanto, al cumplirse un año del TLC entre los dos países, ministros y otros personajes tratan de endulzar la realidad al decir, por parte del Ministerio de Industria y Comercio que más de 18 departamentos se dispusieron a vender bienes de diversa índole al país del norte, enfatizando que 775 empresas hicieron este ejercicio comercial por primera vez.

 Pero cuando se detalla tan ‘importante’ avance, Hernando José Gómez, Jefe de la Oficina de aprovechamiento del TLC, indica que las ventas realizadas por estas empresas, entre mayo y febrero, variaron así: 321 productos superaron los 1.000 dólares, 156 superaron los 10.000 dólares y 40 los 100.000 dólares.

 Un resultado que deja muchas dudas, más aún cuando se revisan los datos arrojados por el intercambio comercial durante el primer trimestre del 2013, cuando las ventas totales de Colombia a este país suman 4.944 millones dólares, muy por debajo de los 5.944 millones alcanzados en el mismo periodo del 2012.

 Claro, como consuelo de tontos, ahora los funcionarios oficiales dicen que en cinco años se verán los positivos resultados de este TLC. Con la soga al cuello los industriales exigen oxígeno, que tal vez no les alcance para esperar cinco años.

 

lalineadefuego
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