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domingo, diciembre 22, 2024

COMUNIDAD DE CONSTRUCTORES: La comunidad desde el Popol Vuh   Mario Unda

  1. Los relatos de la creación en el Popol Vuh

Las versiones usuales sobre la organización de la sociedad, sobre las relaciones interpersonales, sobre la relación entre gobernantes y gobernados, y sobre conducción y la dirección de espacios colectivos, están animadas por una suerte de “individualismo metodológico” espontáneo que surge de las formas de vida social generadas por el capitalismo y por el mercado capitalista. Entonces, ¿dónde buscar otras posibilidades? Debe ser en la comunidad; sin embargo, las comunidades actuales están ya cruzadas por siglos de penetración de visiones y de prácticas jerárquicas de relacionamiento. De allí que, para este ejercicio, preferimos recurrir a los mitos. De entre todos los mitos, escogemos los mitos de la creación. Y de los mitos de la creación, tomaremos los del Popol Vuh[1], de la cultura maya-quiché.

El Popol Vuh que conocemos está organizado de una manera especial. Los dioses Formadores, cuando todo estaba vacío y nada estaba junto, inician su labor. A la creación del universo y del mundo le sigue un primer intento de crear la humanidad; pero este fracasa y en seguida vendrán otros dos intentos. Tras el tercer fracaso, el relato se modifica: aparecen en escena las dos generaciones de gemelos que se enfrentan –y, tras una primera derrota y muerte, terminan por vencer– a los dioses del inframundo. Tras su victoria se retoma el hilo de la creación, el relato vuelve a los dioses Formadores y a la manera en que ellos dan finalmente con el grano de maíz para construir a la especie humana. Finalmente, se detalla la genealogía de las tribus.

Las narraciones sobre la formación del mundo y la creación de la humanidad tienen en el Popol Vuh algunas particularidades que nos interesan para esta reflexión[2]. A diferencia de la mayoría de narraciones equivalentes de las tradiciones en las que el pensamiento occidental reconoce sus orígenes, la entidad divina que crea el mundo y todo lo que en él habita, no se presenta en singular, sino en plural. Verdad es que entre los entendidos hay un debate respecto al número mismo: ¿eran “muchos”, quizás en número indeterminado, o la diversidad de nombres nombra no distintos sujetos sino distintas características y poderes? En todo caso, se acepta generalmente que se trataba al menos de dos: Tepeu y Gucumatz. Pero, más allá del número inicial de los Formadores y Constructores, lo que quisiéramos resaltar es cómo, en el tránsito de los procesos de creación, se van incrementando los personajes involucrados en ese crear.

Por otro lado, los dioses no son infalibles ni sus obras son inmediatamente perfectas. Hay tres intentos fallidos de crear la humanidad; el primero, la humanización de los animales; el segundo, el hombre de barro (o de tierra); el tercero, el hombre de madera. Recién en el cuarto intento dan con el maíz como materia prima para la carne del hombre. Justamente los intentos fallidos dan lugar a la ampliación de la comunidad creadora de los dioses; cada fracaso lleva a emprender un nuevo intento; y cada nuevo intento está acompañado por la expansión de la comunidad de Constructores.

Además, la narración de la creación contrasta fuertemente con las narraciones de los gemelos y con la genealogía de las tribus. El sujeto de la primera es la comunidad de los dioses formadores. Los sujetos de las otras dos narraciones son en cambio individualidades, aún si vienen de a pares, héroes astutos o guerreros; héroes sin comunidad, pero munidos de astucia para engañar a sus adversarios, o señores de la guerra para cuya gloria la comunidad juega el papel de telón de fondo.

  1. “Que se celebre, pues, consejo”

La creación: obra magna de los dioses, aquella que expresa lo que son. ¿Cómo se dirige este empeño?, ¿cómo se conducen los dioses en la realización de la creación?

La creación

La creación es la forma de acción que concentra en sí las mayores potencialidades humanas; encierra, por decirlo así, el sentido más alto de la acción humana: crear es hacer surgir lo nuevo, lo que no existía antes de nosotros; es volver real lo que existía sólo como virtualidad.

“Esta es la relación de cómo todo estaba en suspenso” (Recinos)

“No había nada reunido, junto. Todo era invisible, todo estaba inmóvil en el cielo”. “Nada existía […]. Solamente la inmovilidad, el silencio, en las tinieblas, en la noche” (Raynaud).

Todo estaba en suspenso, no había nada reunido. Todo estaba inmóvil. La creación es poner en acción un mecanismo: el movimiento; y, para que el movimiento pueda ser, la articulación.

La articulación, es decir: la comunidad

Ahora bien: la articulación no es solamente reunir las partículas de materialidad que estaban sueltas y que, aisladas, no podían dar lugar a las nuevas formas. Es también reunir las partículas de sociedad que estaban dispersas. Pero, como se sabe, hay formas diferentes en que estas partículas sociales pueden juntarse, y el resultado es diferente. Estos relatos de la creación en el Popol Vuh nos hablan de la articulación social en forma de comunidad.

¿Qué quiere decir, aquí, comunidad?

Antes que nada, significa que el acto de la creación no puede ser realizado por uno solo, ni por una colectividad que esté organizada y que actúe como si fuera uno solo. La comunidad es, siempre, una pluralidad. Una pluralidad de sujetos:

“Llegó aquí entonces la palabra, vinieron juntos Tepeu y Gucumatz en la oscuridad, en la noche” (Recinos).

Pero también una pluralidad de nombres de los sujetos, que probablemente estén expresando una pluralidad de posiciones y de actividades características de los sujetos:

“Aquí recogemos la declaración, la manifestación, la aclaración de lo que estaba escondido, de lo que fue iluminado por los Constructores, los Formadores, los Procreadores, los Engendradores; sus nombres: Maestro Mago del Alba, Maestro Mago del Día, Gran Tapir del Alba, Dominadores, Poderosos del Cielo, Espíritus de los Lagos, Espíritus del mar, los de la Verde jadeíta, los de la Verde Copa […]” (Raynaud).

Y, entonces, una pluralidad de acciones que se realiza con los sujetos:

“[…] así decíase. Rogábase con ellos, invocábase con ellos, a los llamados Abuela, Abuelo, Antiguo Secreto, Antigua Ocultadora, Guarda Secreto, Ocultadora, Abuela [que forma parte] de la Pareja, Abuelo de la [misma] Pareja” (Raynaud).

La comunidad, como vemos pluralidad en acto conjunto, es el sujeto que ilumina, que aclara, que declara, que manifiesta, pero también es el sujeto cuya actividad concertada permite que se manifieste “lo que estaba escondido”. Dicho de otro modo, la comunidad, ella misma, ella entera, es la que nombra, la que convoca, la que reúne, la que crea: la que orienta y guía, la que actúa.

Esto significa, simplemente, que el momento de orientar y el momento de seguir la orientación no están separados, por el contrario: son parte de un mismo movimiento. Pero tampoco están separados los sujetos que los realizan: la comunidad dirige y orienta; la comunidad realiza y ejecuta lo que ella misma guía y orienta.

Pero, ¿qué es lo propio de la comunidad, qué es lo que la caracteriza?, ¿cómo se construye, cómo opera?, ¿cómo se mantiene y se reproduce?

La comunidad como creación de sí misma

¿Cómo de la pluralidad resulta la comunidad? Acá la respuesta es doble, y sólo aparentemente contradictoria. Por un lado, la comunidad ya está dada, pues no podemos ser solos. Por otro lado, la comunidad debe ser siempre recreada, siempre construida, y por lo tanto, siempre es nueva: es una constante creación de sí misma. La forma es lo común, lo común es construido en conjunto, la construcción no es estática, no es igual. Estar dada y estar construyéndose siempre resulta en que la comunidad es una creación de sí misma: esto antes que nada.

Mas, ¿cómo se construye a sí misma? Puede sonar como una verdad de Perogrullo, pero, en primer lugar, reuniéndose. Impulsados por un cometido, por una misión, por un objetivo –que es crear–, los formadores se llaman, se buscan, se congregan, pues la creación es un empeño colectivo.

Se congregaron, llegaron, vinieron a celebrar consejo en las tinieblas, en la noche (Raynaud).

Hay que reunirse y encontrar los medios para que el hombre que formemos, el hombre que vamos a crear nos sostenga y alimente, nos invoque y se acuerde de nosotros (Recinos).

Pero la comunidad no es un dato ya dado ni un cuerpo cerrado. Para cumplir su razón de ser, para dar con los materiales que se necesitan para dar cima a la creación, la comunidad de formadores puede requerir ampliarse: si las capacidades internas no son suficientes, otras capacidades deben ser integradas a la comunidad creadora. Ampliando la reunión, ampliando la comunidad, ampliando entonces el consejo, integrando nuevos pensamientos, nuevos sentires.

Primero, con los tres Espíritus del Cielo, al crear el universo:

Entonces los Dominadores, los Poderosos del Cielo se reunieron con los tres Espíritus del Cielo, Maestro Gigante Relámpago, Huella del Relámpago y Esplendor del Relámpago (Raynaud).

Después, con los adivinadores, en los primeros intentos de creación de la humanidad:

Y viendo esto los Creadores, lo deshicieron y consultaron a los viejos adivinos Ixpiyacoc e Ixmucané cómo había de hacerse al hombre (Saravia).

Celebrando consejo de nuevo dijeron entonces «Digamos a Antiguo Secreto, Antigua Ocultadora, Maestro Mago del Alba, Maestro Mago del Día: ‘Probad de nuevo la suerte, su formación’». (Recinos).

Y, en seguida, con los animales mágicos para la creación de los hombres de maíz:

En Casas sobre Pirámides, en Mansión de los Peces, así llamadas, nacían las mazorcas amarillas, las mazorcas blancas. He aquí los nombres de los animales que trajeron el alimento: Zorro, Coyote, Cotorra, Cuervo, los cuatro animales anunciadores de la noticia de las mazorcas amarillas, de las mazorcas blancas nacidas en Casas sobre Pirámides, y del camino de Casas sobre Pirámides (Raynaud).

Así la comunidad crece: incorpora nuevas capacidades incorporando otros sujetos; la colectividad al mismo tiempo se mantiene y se modifica, y es eso lo que le permite reafirmar su razón de ser, en tanto comunidad creadora.

“Consultando y teniendo consejo entre sí”

El cometido de la comunidad es crear, pero su forma es la deliberación conjunta y la toma colectiva de decisiones: celebrar consejo. El consejo es la comunidad ora actuando, ora preparándose para actuar. Esto es así desde el inicio, desde la primera construcción, la creación del mundo:

[…] y, confiriendo, consultado y teniendo consejo entre sí en medio de aquella oscuridad, se crearon todas las criaturas (Saravia).

“Entonces vino la Palabra; vino aquí de los Dominadores, de los Poderosos del Cielo, en las tinieblas, en la noche; […] hablaron: entonces celebraron consejo […]” (Raynaud)

El consejo es también el espacio y el momento de existencia de la comunidad y de reafirmación de su existencia como entidad creadora. En consejo la comunidad encuentra las maneras de hacer existir procesos nuevos allí donde “no había nada reunido”, donde por lo tanto “nada existía”. Es tarea colectiva encontrar las vías y los instrumentos para suspender la inmovilidad (es decir, para crear algo nuevo en el universo de las relaciones sociales).

[…] decidieron [construir] al hombre, mientras celebraban consejo sobre la producción, la existencia, de los árboles, de los bejucos, la producción de la vida, de la existencia […] (Raynaud).

Los dioses constructores (es decir, la comunidad) “consultando y teniendo consejo entre sí”. Según lo que hemos visto, podemos decir que la comunidad es despliegue de acción creadora, y la acción creadora resulta del consejo, de ese particular acto de compartir para generar pensamientos, sentires, esperanzas, proyectos comunes. Así que la comunidad existe en tanto se continúa “teniendo consejo entre sí”.

Pero, ¿qué cosa es este tener consejo entre sí? La comunidad, igual que su capacidad de producir lo nuevo, igual que su capacidad para decidir y orientar esa producción de lo nuevo, se forma cuando los Formadores se llaman, cuando se convocan, cuando se reúnen; nadie los llama, nadie convoca a los demás: es autoconvocatoria, entre varios se buscan y se llaman, y esos varios acuden.

¿A qué acuden?

Hablaron: entonces celebraron consejo, entonces pensaron, se comprendieron, unieron sus palabras, sus sabidurías. Entonces se mostraron, meditaron en el momento del alba; decidieron [construir] al hombre […] (Raynaud).

[…] vinieron juntos Tepeu y Gucumatz en la oscuridad, en la noche, y hablaron entre sí Tepeu y Gucumatz. Hablaron, pues, consultando entre sí y meditando se pusieron de acuerdo, juntaron sus palabras y su pensamiento […] (Recinos).

Del mismo modo, tras uno de los intentos fallidos de construir la humanidad, los dioses Formadores hablan entre ellos:

“Mientras más se trabaja, menos puede él andar y engendrar”. “Que se celebre pues consejo sobre eso” (Raynaud).

Entonces se manifestó con claridad, mientras meditaban, que cuando amaneciera debía aparecer el hombre (Recinos).

Varios autores han señalado una particularidad en el estilo narrativo del Popol Vuh: la reiteración, que es énfasis y al mismo tiempo explicación; reafirmación y ampliación. Celebrar consejo es pensar en conjunto, es comprenderse –lo que sólo puede lograrse escuchando las palabras de los otros y no sólo las propias, dando validez a esas otras palabras, aceptarlas tan legítimas como las de uno; y penetrando en su lógica, abandonando, por lo tanto, la pretensión de que únicamente “mis” propuestas son las válidas, las lógicas. Celebrar consejo es “juntar sus palabras y su pensamiento”, “unir sus palabras, sus sabidurías”; pero, por lo dicho antes, las palabras unidas están unidas sabiamente: no anulan las singularidades, no discriminan.

Celebrar consejo es mostrarse, asumirse como sujetos de una creación por emprender. Es meditar “en el momento del alba”, porque aquello discutido y decidido conviene meditarlo una vez más en el instante previo, pero meditar en conjunto, pues el meditar colectivo puede siempre traer más luces, puede hacer que la solución “se manifiest[e] con claridad”.

En otro episodio esta idea se presenta igualmente nítida. Tras el fracaso del hombre de barro, los dioses Constructores consultan entre ellos y hablan con los adivinos:

Hay que reunirse y encontrar los medios para que el hombre que formemos, el hombre que vamos a crear nos sostenga y alimente, nos invoque y se acuerde de nosotros. Entrad, pues, en consulta, abuela, abuelo, nuestra abuela, nuestro abuelo (Recinos).

Y lo propio cuando ya están en vísperas de dar con el maíz para formar por fin la humanidad que buscaban:

Así dijeron. Se juntaron, llegaron y celebraron consejo en la oscuridad y en la noche; luego buscaron y discutieron, y aquí reflexionaron y pensaron. De esta manera salieron a luz claramente sus decisiones y encontraron y descubrieron lo que debía entrar en la carne del hombre (Recinos).

Celebrar consejo es enfrentar los problemas surgidos al no poder alcanzar la meta propuesta. Es animarse unos a otros a continuar: “Probemos, pues”, “Que se pruebe todavía”. Celebrar consejo es decidir. ¿Se necesita más claridad?: la decisión es el resultado de un pensamiento, de un sentir y de una acción que son porque son compartidos. La decisión, es decir, la orientación, la guía, el señalamiento del camino, se produce de manera colectiva. Las líneas maestras de la acción, y luego la acción misma como práctica, se encuentran en la elaboración colectiva.

El Consejo, aún después de la comunidad

La comunidad como consejo; el consejo como comunidad. Ese es el hilo rojo de las narraciones sobre la creación, y ese hilo rojo tiene la capacidad de aparecer aún después. Ese comportamiento es reproducido primero por los gemelos:

“Hunahpú e Ixbalanqué consultaron entre sí sobre lo que debían hacer y resolvieron ir a consultar a dos viejos muy ancianos” (Saravia);

Y más tarde por los hombres de maíz:

“Cuando los pueblos comenzaron a dudar acerca de las huellas, se juntaron a consultar sobre esto y dijeron: «¿Qué querrá ser esto de las muertes del pueblo, que de uno en uno nos van matando?»” (Saravia).

“Los pueblos se juntaron y consultaron sobre lo que habían de hacer para vencer a los sacrificadores […]” (Saravia).

“Los Ahaub, los Señores, se juntaron a consultar otra vez sobre lo que harían […]” (Saravia).

Y esto a pesar de que para entonces ya no rige la epistemología de la comunidad (del co-operar), sino del héroe (de los conflictos, las guerras y las conquistas); cuando, por lo tanto, ya no se trata de crear la comunidad, sino de “sujetar a los pueblos”; cuando, a raíz de este cambio, “Muchos fueron los que cayeron en la esclavitud y en la servidumbre” (Saravia).

La palabra

La palabra es omnipresente. Está en todos los momentos de la creación: en la creación del mundo y del universo, en todas las tentativas de creación de la comunidad, como hemos visto. Aquí, la palabra no está “en el principio”, jugando el papel de la acción creadora. Es, más bien, un instrumento de la creación. Pero es instrumento en tanto mediación social. Es el vehículo de las relaciones sociales. Es el vehículo de la construcción de los espacios y de los sentidos comunes y, por lo tanto, de los encuentros entre las personas (los personajes), de sus posibilidades de interacción. Es, así, el vehículo de la autoconstrucción de la comunidad, de la constitución de los particulares en partes integrantes de la comunidad de creación.

La palabra es la mediación necesaria en la construcción y en la práctica de la comunidad, en la toma colectiva de las decisiones: “hablaron: entonces celebraron consejo”. Porque es una palabra que sirve, no para ordenar a otros, sino para ordenarse (organizarse) en la acción creadora; no para dirigir a otros, sino para dirigirse en la acción. No es una palabra para engañar ni para someter, sino para construir la comunidad y para hacer caminos conjuntamente. Sirve, entonces, para dialogar, para (re)conocerse, para consultarse: nadie tiene la verdad por sí mismo, la verdad es una construcción colectiva.

  1. La falsa palabra y el ensoberbecimiento de los falsos dioses. Intentos de reemplazar la comunidad por los jefes

Como indicamos antes, en su muy interesante trabajo sobre los Popol Vuj, Carlos López cree reconocer en ellos dos epistemologías diferentes: la epistemología de la comunidad y la epistemología del héroe[3]. Pero justo antes de que se complete ese tránsito (entre el fracaso del hombre de madera y las aventuras de los gemelos) aparece la curiosa historia de Principal Guacamayo, que “se enorgullecía”. Decía:

“Yo soy, pues, grande por encima del hombre construido, del hombre formado. Yo soy el sol, yo soy la luz, yo la luna. […] Por mí andan, caminan los hombres”.

“Mis ojos resplandecen, mis dientes brillan, mi nariz resplandece” “La faz de la tierra resplandece cuando yo avanzo”, “a lo lejos penetra mi esplendor”. “Pero en verdad […] su esplendor desaparecía allá donde él se sentaba”. “Él quería sobreponerse en grandeza” (Raynaud).

En Principal Guacamayo se personifican las tendencias disolventes de la comunidad: la diferenciación simbólica y material (“se ensoberbeció por las riquezas que poseía”, traduce Saravia), la búsqueda de “sobreponerse”, la pretensión de acumular poder. Tampoco aquí estamos ante un fenómeno individual: sus hijos tienen las mismas pretensiones.

La verdadera palabra construye comunidad, la falsa palabra busca disolverla y crear una casta que la domine. La verdadera palabra nombra a la comunidad como un encuentro de diversos, la falsa palabra encuentra en la diversidad una excusa para la dominación.

No es que estén reñidas la comunidad y la individualidad, sino la individualidad que busca destruir la comunidad, que pretende apropiarse de sus capacidades divinas, es decir de sus capacidades de crear, los líderes que pretenden encumbrarse sobre las comunidades y expropiarles su poder.

  1. Una comunidad creadora

La comunidad de los Formadores nos muestra la relevancia y la potencia de la autoconstrucción, de la autorepresentación, en fin: del autogobierno. La comunidad es la que toma su destino en sus propias manos, sin intermediación de jefes ni caudillos. La acción colectiva sólo es realmente colectiva si la dirección de esa acción también compete a todos; hasta tanto, será colectiva de un modo incompleto. Esto tiene implicaciones políticas, que son evidentes, pero también implicaciones éticas que igualmente deberían serlo.

Hacerse en el hacer conjunto, decidido conjuntamente; hacerse ampliándose, incluyendo a otros y a otras en el trabajo de creación de lo nuevo (incluyéndolos, no asimilándolos); respetar el carácter colectivo del actuar, de sus invenciones y de sus decisiones; no ensoberbecerse, no reclamar para sí unas virtudes y una atribuciones que son únicamente de la comunidad; reunir el pensar y el actuar (la división del trabajo no tiene por qué traducirse en establecimiento y cosificación de jerarquías y desigualdades); no separar el momento social del momento político: volver a reunirlos.

Mantenimiento y potenciación de las individualidades, pero no tratar de sacar provechos individuales de lo que es un esfuerzo colectivo y sólo puede realizarse como realización colectiva; construir y engrandecer la comunidad, y ponerla como el valor supremo, pero sin por ello disolver las individualidades.

La verdad y los saberes provienen de la praxis comunitaria, de los intentos; y los resultados no están asegurados. El error, que es no haber alcanzado lo propuesto, no es una falta ni un demérito: es un momento del camino emprendido, que incluye los ensayos y las pruebas. El ensayo, y por lo tanto, la posibilidad del error, están en el corazón del movimiento con sólo identificarlo y buscarle salidas colectiva y creativamente. Por lo tanto, no debe utilizarse como pretexto para sobresalir sobre los demás o para menoscabar a otros.

La comunidad se construye en el intercambio de pensamientos y de sentires, en el descubrimiento conjunto de metas y de caminos comunes. Por eso el consejo se vuelve cotidiano: no es sobre todo una concreción institucional sino, por el contrario, la permanencia de la reflexión colectiva, del intercambio de esperanzas y de temores, de la práctica común y de una nueva ética de convivencia.

Pero, ¿no es todo esto mera prédica abstracta? En modo alguno: puede convertirse en realidad actuante si se convierte en normativa de las prácticas de convivencia y de toma de decisiones.

NOTAS

[1]Hemos consultado tres versiones del libro sagrado de los maya quichés: la de Georges Raynaud, con traducción de Miguel Ángel Asturias y J. M. González de Mendoza, Editorial Losada, Buenos Aires, 1965 (en: http://www.samaelgnosis.net/sagrados/pdf/popol_vuh.pdf); la de Adrián Recinos, Fondo de Cultura Económica, México, 1960; y la de Albertina Saravia- Editorial Porrúa, México, 1979. Véase también la edición facsimilar en http://library.osu.edu/projects/popolwuj/folio_zoom/150AyerMS1515pvfl_1_v.html. Buscando hacer más fácil la lectura, las citaremos según los autores de cada una de estas versiones.

[2] Anónimo: Popol Vuh, primera y tercera partes. Hay innumerables estudios que se han dedicado a discutir el tema; ver, entre otros: Albertina Saravia, op. cit.; Milton Hernán Betancor: “DIOS, dioses y diositos. Una lectura de la primera parte del Popol Vuh en comparación con los primeros capítulos del Génesis”; en Enfoques, vol. 24, no. 1, enero-julio de 2012 (también disponible en: http://www.scielo.org.ar/scielo.php?pid=S1669-27212012000100002&script=sci_arttext); José Ignacio González Faus: “La creación en el Popol Vuh”; en Revista Latinoamericana de Teología, no. 33, diciembre de 1994, pp. 245-265 (consultado en: http://servicioskoinonia.org/relat/140.htm); Carlos M. López: Los Popol Vuj y sus epistemologías, Abya Yala, Quito, 1999.

[3] Carlos M. López: Los Popol Vuj y sus epistemologías, op. cit.

 

Fuente: Revista R

lalineadefuego
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PENSAMIENTO CRÍTICO
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1 COMENTARIO

  1. Artículo interesante sobre el significado de la comunidad que conlleva replanteamiento de las prácticas que hoy en día se vive en nuestro convivir. La comunidad es una construcción colectiva que orienta y que somos coresponsables todos los miembro de la misma.

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