Por Jorge Basilago y Ela Zambrano*
Trazar un paralelo entre las izquierdas latinoamericanas de la llamada “Ola Rosa” (surgida a fines del siglo XX), y la aparente configuración actual de una “segunda ola” sobre la que aún no existe uniformidad de criterios, supone tomar en cuenta ciertos elementos comunes de ambos momentos históricos. Entre otros, los contextos nacionales y regionales que llevaron al poder a gobiernos de tendencia progresista, las razones de sus alianzas y las derechas a las cuales se enfrentan.
En esta conversación con Constanza Moreira, exsenadora en Uruguay por el Frente Amplio (2010-2019), licenciada en filosofía, magíster y doctora en ciencia política, nos adentramos en las particularidades de ambas etapas. Sobre todo, para determinar las condiciones de gobernabilidad que explicarían –en parte– los acuerdos, anuncios y medidas tomadas por los gobernantes de cada período.
Moreira, en 2009, escribió el libro Entre la protesta y el compromiso. La izquierda en el gobierno. Uruguay y América Latina. Fruto de esa comprensión previa y adelantada a los nuevos procesos, nos ayuda a aplicarle el izquierdómetro a los actuales presidentes de Colombia, Chile y a ensayar una explicación de los movimientos de Lula Da Silva en el tablero electoral brasileño.
La Línea de Fuego: ¿Cómo analizas desde Uruguay –cuyo gobierno está claramente alineado hacia la derecha- la emergencia de nuevos gobiernos de signo progresista en distintos países de América Latina, incluso en algunos donde antes no habían sido opción real de poder, como en Colombia y Chile? ¿Qué similitudes y diferencias encuentras entre los presidentes actuales con los de la “Ola Rosa”?
Constanza Moreira: La manifestación inicial del primer ciclo es el gobierno de Hugo Chávez (1998). Después llegan Lula Da Silva (2002), Néstor Kirchner (2003), Tabaré Vásquez (2004), Evo Morales (2006) y Rafael Correa (2007). Es un ciclo porque hay una secuencia de triunfos de partidos o coaliciones de izquierda (o situadas a la izquierda del espectro político) en muchos países de América Latina.
El período entre 1998-2003 se conoce como el de los gobiernos posneoliberales, porque es una marca de ese primer ciclo. Estos regímenes posneoliberales generaron una diplomacia de izquierda en América Latina y eso dio como resultado la creación de la UNASUR (Unión de Naciones Suramericanas), que ahora está desmantelada, pero tenía como objetivo una unidad programática, no solo política.
Si revisas los documentos de la Unasur, en la integración de infraestructura y energética, hay todo un proyecto de autonomía en relación con los Estados Unidos. Eso empieza con la oposición al ALCA (Área de Libre Comercio para las Américas) en el 2003, y un desarrollo regional propio fuera de la influencia norteamericana. Estados Unidos pierde mucho peso en esos años y China se transforma en el principal socio comercial de América Latina. Al mismo tiempo, Brasil cobra fuerza como país inversor en la región y asume el liderazgo de ese primer ciclo progresista junto con Argentina. En este sentido, los dos países “tiran del carro” de la unión sudamericana.
La característica del primer ciclo es la reacción contra el neoliberalismo, lo que supuso la recuperación de los activos públicos, las leyes laborales, la regulación y todo lo que va contra el Consenso de Washington, que estaba contenido en las cartas de intención del Fondo Monetario Internacional. Los gobiernos marcan una agenda contra el Consenso de Washington y heredan países desmantelados.
Pensemos en cómo llega Kirchner a la presidencia, tras la crisis y el “corralito”; la crisis de 2002 en Uruguay; la insubordinación de Chávez contra el gobierno. Brasil y Ecuador estaban desmantelados, antes de que Lula y de Correa asuman el poder. Por ejemplo, que en Ecuador se haya instalado la paridad con el dólar muestra la debilidad institucional y política que hasta el día de hoy les persigue. Esa política neoliberal no fue mandada de un día para el otro.
LDF: Actualmente no se aprecia, en los gobiernos progresistas, esa vocación de construcción regional y de aplicar políticas más “radicales” contra el neoliberalismo, ¿cuál es tu análisis al respecto?
Moreira: Este ciclo no tiene tanta fuerza como el primero, no tiene un liderazgo claro y la regla es la moderación. Primero hay que decir que aquellos gobiernos de izquierda fueron duramente atacados por la judicialización-mediatización. Quizá el caso más claro es el de Dilma Rousseff, pero incluye a Correa en Ecuador, a Cristina, a Lula. Y en Bolivia dieron un golpe de Estado. Es decir, la estrategia de penalización mediática y de procesos legales opacos fue una característica de la reacción de la derecha, que a su vez armó partidos políticos, coaliciones y hasta movimientos sociales. Desde los estudios feministas es reconocible una línea de activismo social de derecha.
Muchos auguraron el fin de los ciclos progresistas cuando triunfó Mauricio Macri en Argentina en 2015, que tal vez fue la primera señal de una reversión del ciclo progresista. Empieza un proceso de desaceleración económica de América Latina y el país que paga los platos rotos sin duda es Venezuela; pero todos entran en crisis, especialmente Brasil. Esto es parte de las condiciones para que se produzca el golpe de Estado contra Dilma. Este primer ciclo económico progresivo fue fantástico: los países crecieron, hubo reducción de la pobreza y la desigualdad, por lo que realmente fue la década de oro, como dice (Álvaro) García Linera, o la década ganada, como suele señalar Cristina (Fernández).
LDF: Tampoco es semejante el contexto –histórico, social, político y económico- en el cual llegan al poder los gobiernos progresistas de hoy, ¿qué lectura podemos hacer de eso?
Moreira: No. No vemos un ciclo económico ascendente en América Latina. Por el contrario, en muchos de estos nuevos gobiernos empieza la crisis de la pandemia, y resultan liderazgos que están más emparentados con movimientos sociales, como en Chile y Colombia.
En Uruguay tenemos un activismo en las izquierdas sociales, una lucha sindical que después acompaña el Frente Amplio. Y, en el caso de Brasil es un movimiento contra Bolsonaro el que lleva el apoyo a Lula. Es un movimiento a favor del Partido de los Trabajadores (PT), el cual no salió indemne del proceso de judicialización política, quedó muy marcado.
LDF: En ese sentido, luego de tantas disputas entre el PT y los sectores de derecha, ¿cómo podemos entender la alianza de Lula con su candidato a vicepresidente, Geraldo Alckmin, el exgobernador conservador de San Pablo?
Moreira: El problema de los líderes es que tienden a repetir sus fórmulas exitosas, aunque no hay garantías de que funcione nuevamente algo que fue un éxito en el pasado. Lula quiere ganar las elecciones y en Brasil es impensable que un gobierno de izquierda triunfe por sí mismo, como sí sucede con el Frente Amplio en Uruguay o Boric en Chile.
En Brasil tienes que gobernar de alguna manera con la derecha, no puedes pensar en tener una mayoría propia porque es un sistema muy fraccionado. Es una democracia muy reciente en el país más esclavista y desigual de América Latina. Brasil tiene una democracia endeble, el sistema de partidos impide una mayoría y tienes que aliarte con la derecha o con el centrum (el Partido del Movimiento Democrático Brasileño, PMDB), que es mejor descrito como un partido fisiológico: siempre está en el poder, independientemente del signo político del gobierno. Ellos son los socios naturales, entonces Lula hace una coalición con el centrum cuando llega al gobierno con José Alencar, de la Federación de Industria de San Pablo. Después, Dilma se ve obligada a negociar con el PMDB. Es decir: Lula no hace nada que no haya hecho el PT antes y, por más que sea el favorito, tiene que gobernar con un congreso indomable: a Dilma la “mataron” el Congreso, el diputado Eduardo Cunha y la situación económica.
Lula apuesta a que con Alckmin va a tener el apoyo del PMDB. Sin embargo, este partido presentó su propia candidata, y debe haber pagado sus buenos costos internos por esa elección. Cualquier politólogo jamás recomendaría hacer un acuerdo con el PMDB, porque puedes terminar como Cristina y tener latente la posibilidad de una traición, como también sucedió con Michel Temer.
LDF: Volvamos a lo del ciclo…
Moreira: Primero, no se confirma la existencia de un ciclo de regresión conservadora, porque no dura tanto tiempo. Es cierto, tienes a (Jair) Bolsonaro, a (Sebastián) Piñera, a Luis Lacalle Pou (después de 15 años de gobierno del Frente Amplio, es decir, de un gobierno que ya venía desgastado), tienes el golpe de Estado contra Evo Morales y la rebelión de las clases medias ecuatorianas, bolivianas y brasileñas. Pero la regresión conservadora no dura tanto, porque nos olvidamos que está México. Yo creo que la izquierda no vio a (Andrés Manuel) López Obrador, que no nace de un día para el otro: hace mucho que está y que tiene una carrera política destacada.
Con López Obrador gana con una izquierda rara, porque si analizas desde una izquierda clásica de los años 60, no entiendes nada de lo que pasa ahora en América Latina. Gana hablando del amor, hace alianzas con los evangélicos y rompe el establishment, quiebra la vieja lógica de partidos y ahora es imparable, tiene una popularidad enorme y su partido es el más importante en el Congreso.
Por otro lado, está (Gustavo) Petro con una ruptura del establishment en Colombia; y, en Chile, ganan las izquierdas que no están contaminadas por pactos con la derecha.
LDF: Sin embargo, Boric tuvo que hacer alianzas para llegar al poder, y casi todos los nuevos gobiernos tienen frentes internos de ese tipo.
Moreira: Perdió el plebiscito constitucional porque la Concertación no lo está apoyando como debe. No sé de qué forma lo están apoyando las viejas izquierdas. El ciclo recién se está armando. De cualquier manera, desde un análisis de derecha, los conservadores están tan contentos o aliviados porque además los gobiernos progresistas no parecen tener un proyecto regional como en el primer ciclo. Mientras la izquierda estaba llorando sobre sus ruinas se alzó López Obrador; lo de Petro fue raro –más después del fracaso del proceso de paz– porque el suyo no es un gran partido y, además, hay una coalición de movimientos sociales que ya se habían involucrado en el proceso de paz, y que trabajan contra la derecha neoliberal y autoritaria. Luego, en Bolivia el Movimiento Al Socialismo (MAS) es un partido y un movimiento social al mismo tiempo, de izquierda clásica no tiene nada. Y Evo es el presidente de esa súper central en donde están todos los sindicatos. Los triunfos de las izquierdas en Colombia y México son ejemplares porque se trata de países que hace décadas eran gobernados por la derecha. Sin embargo, Petro, en su discurso de posesión, habló del capitalismo para tranquilizar un poco a sus detractores.
LDF: ¿Qué pasa en Argentina?
Moreira: En Argentina, como parte de la confirmación del retorno de la izquierda, gana Alberto Fernández con la línea más moderada que se podía imaginar. Sólo que ahí, directamente, Cristina le da la presidencia; pero Lula no se la va a dar a nadie. Sin embargo, en la negociación hay líneas diferentes, son un ala más moderada, y Alberto (Fernández) tiene sus problemas en el aspecto económico y con el aumento de la conflictividad social.
LDF: Hay cuestiones profundas, muy caras para aquel primer ciclo progresista del que veníamos hablando, que hoy parecen quedar a un lado. Por ejemplo la postura crítica ante los organismos multilaterales de crédito y la deuda externa: la renegociación del gobierno de Alberto Fernández ha sido muy cuestionada…
Moreira: En aquel primer ciclo progresista estaba todo perdido, empezabas de cero. No obstante, ahora es distinto: (Mauricio) Macri dejó una deuda impagable en cinco años. De ahí vino la necesidad de renegociar. Hay que decirlo: las izquierdas recuperan los gobiernos, para que luego la derecha triunfe sobre la base de los logros de las izquierdas. En ese sentido, hacen bien su tarea económica y por eso los empresarios les aguantan.
LDF: Tampoco son equivalentes las exigencias que recibe un gobierno de izquierda que uno de derecha, ¿por qué sucede esto?
Moreira: Los gobiernos de izquierda tienen muchos problemas que afrontar: reformas tributarias, procesos de paz, desprivatizar la salud y la educación. Tienen tareas enormes que los gobiernos de derecha nunca se plantean encarar, porque se mantienen en una línea de continuidad. Son los gobiernos de izquierda los que tienen esas tareas.
LDF: En un momento histórico que además les reclama ser “creativos” en la búsqueda de soluciones…
Moreira: Europa siempre fue nuestro referente en el pensamiento de izquierda, pero ahora se enfrenta a la deriva francesa, los procesos neonazis en los países nórdicos, el apoyo a Estados Unidos en la guerra Ucrania – Rusia. Ahora, los latinoamericanos no tienen dónde mirar, a diferencia de las izquierdas de los años 60. Ahora, las izquierdas latinoamericanas se están reinventando mediante la pachamama, el feminismo, el antiextractivismo y eso es maravilloso. Porque hacen lo que quieren, algo que deberían haber hecho desde hace años en vez de reflejarse –ahora sabemos que eso se llama colonialismo– en el espejo de la vieja Europa. Son procesos de invención política extraordinaria, con la diferencia de que en Europa los afecta el hecho de que son países ricos y no están dispuestos a ver ninguna limitación en sus modos de vida. En cambio, en América Latina la gente vive con hambre, por lo tanto no tienen muchos privilegios para defender; las que defienden son las clases medias, y se vuelven reaccionarias. Como el nivel de vida que tienes en América Latina no es el de Europa, hay otros márgenes de maniobra para hacer experimentos de izquierda, mientras las viejas izquierdas lloran sobre las categorías derramadas. Por ejemplo, lo de Petro no lo vi venir nunca y lo de Boric, menos. A Petro lo votaron también las mujeres que están hartas de la guerra.
LDF: Siguiendo tu afirmación, la discusión pasaría por determinar quiénes votan a cuáles candidatos. Desde antes de la pandemia hay una gran ebullición social en varios países de América Latina, y los electorados no son constantes: según un analista citado en el semanario uruguayo Búsqueda, en la región hubo nueve elecciones en los últimos dos años y medio, y en todas perdió el partido de gobierno, ¿qué puede decirnos eso?
Moreira: Leí lo mismo. Tendría que volver a mirar ese artículo porque es una interpretación de que triunfa el antiestablishment que no me convence. Esto es como decir: “Tomo siete países, hago una correlación y me da que ganan los partidos antigobierno”. En esa interpretación no hay izquierdas ni derechas.
LDF: Mi inquietud se refiere más al hecho de que no parece existir un apoyo irrestricto hacia un/a líder, para decirle “te creemos, te apoyamos, continuemos por esta línea”.
Moreira: Sí lo hay, tanto para la derecha como para la izquierda. Bolsonaro sigue teniendo el 30% del electorado; Lula y el Frente Amplio nunca han perdido el 40%. Cuando se postuló Luis Arce en Bolivia, no era el candidato más conocido, pero ganó. En cuanto a la izquierda, puede ser que los votantes ya no crean más en la Concertación, pero los votos que fueron para el Frente Amplio eran de la izquierda. López Obrador hace años que tiene votos. Cristina Fernández debe alcanzar con facilidad un 20% de apoyo y seguro que el uribismo, que hoy parece tan desarmado, tiene una base de apoyo grande. Las diferencias por las cuales gana la izquierda o la derecha son muy chiquitas. Es decir, el argumento de que la gente corre de un lado para el otro sería plausible si las diferencias fueran grandes, pero se está ganando y perdiendo por poca diferencia.
LDF: ¿Sobre qué elementos dirías que corresponde que tomen apuntes los actuales progresismos, en relación con el ciclo pasado, para no cometer los mismos errores?
Moreira: Esta es una mirada uruguaya o brasileña, pero creo que los gobiernos deberían entender que ganan cuando tienen un gran movimiento social atrás; la victoria nunca será sólo de ellos. Los partidos y los líderes tienden a interpretar las victorias como propias y no lo son. Estas se deben a los grandes movimientos que los llevan ahí, pero está presente la tendencia elitista de decir “el poder soy yo”. El liderazgo es importante pero ganar elecciones requiere de muchos votos; también se requieren pequeñas estructuras con convencimiento en cuestiones culturales, simbólicas y políticas. Entonces, que los líderes no manejen la chequera del Estado como si fuera propia, porque no es así.
El primer elemento a tomar en cuenta, sería tener un poco de humildad y entender que lo que te lleva al gobierno es algo más grande, porque después aparece el elitismo democrático, donde te cautivan la política profesional y el establishment, que es poderoso. Si te haces parte de él, la gente no va a votar más por ti. La gente necesita diferenciarte del adversario y eso no se puede hacer marketineramente, porque los pueblos tienen su historia y su memoria. Eso también es algo que se construye a lo largo de muchos años; no se hace, y nunca se hizo, de un día para el otro.
LDF: ¿Y qué papel juega la economía en esa construcción?
Moreira: El segundo elemento es el cuidado con la economía. Tienes que manejar variables económicas pero no puedes someter tu soberanía. Cada país ha resuelto esa ecuación de distinto modo, pero si América Latina compartiera recursos energéticos, infraestructura, mercado, etc., sería súper potente. Aunque habría que prestar atención al proceso de integración latinoamericano, algo que nadie está haciendo. Este es un punto de vista muy uruguayo, porque Uruguay no puede tener un proyecto de desarrollo propio sin la región; y me parece que Ecuador o Bolivia tampoco. Quizá para Brasil y México sea posible, pero la mayoría de los países de América Latina necesitamos una integración regional que tenga márgenes de autonomía e independencia con el capitalismo central.
LDF: ¿De qué forma convendría gestionar esa negociación permanente entre los gobiernos progresistas, los movimientos que los apoyaron y una agenda que se contrapone con intereses reaccionarios –económicos y políticos– muy fuertes?
Moreira: En Uruguay, la izquierda se vio obligada a hacer ciertas cosas porque somos altamente dependientes del sistema financiero mundial. Por ejemplo, no se nos permitió usar el sistema financiero para la venta legal de marihuana porque Estados Unidos no quiso. Cuando pasan estas cosas, le tienes que explicar a la gente lo que sucede, hablarles con la verdad. Los gobiernos toman decisiones muy difíciles y, en lugar de escapar, es mejor aprender a conversar con los movimientos sociales. Creo que tiene que haber un esquema de trabajo conjunto entre los movimientos sociales y la izquierda, porque si no se los “apropian” otros.
LDF: No puedes perder de vista el contexto…
Moreira: No. Además, la izquierda gana porque la gente se vuelve más progresista. Por ejemplo, las mujeres de hoy no creen que deban llegar vírgenes al matrimonio, pero sí lo creían antes. Para que eso cambie pasaron muchas cosas. Lo mismo sucede con el pensamiento de izquierda: es una batalla cultural que se da desde muchos lados, no precisamente desde el poder. Viene desde abajo.
Los gobiernos de izquierda tienen muchos problemas que afrontar: reformas tributarias, procesos de paz, desprivatizar la salud y la educación. Tienen tareas enormes que los gobiernos de derecha nunca se plantean encarar, porque se mantienen en una línea de continuidad. Son los gobiernos de izquierda los que tienen esas tareas.
*Ela Zambrano, comunicadora y periodista-feminista (en construcción). Ha trabajado en los diarios Hoy, El Universo, El Telégrafo y el Quincenario Tintají. Actual colaboradora de La Línea de Fuego.
*Jorge Basilago, periodista y escritor. Ha publicado en varios medios del Ecuador y la región. Coautor de los libros “A la orilla del silencio (Vida y obra de Osiris Rodríguez Castillos-2015)” y “Grillo constante (Historia y vigencia de la poesía musicalizada de Mario Benedetti-2018)”.
Edición: Paula Aguilar/Ela Zambrano
Fotografía: Archivo personal Constanza Moreira
La entrevistada dice: “Brasil y Ecuador estaban desmantelados, antes de que Lula y de Correa asuman el poder. Por ejemplo, que en Ecuador se haya instalado la paridad con el dólar muestra la debilidad institucional y política que hasta el día de hoy les persigue.”
Respecto a Brasil no conozco mucho pero de Ecuador si, los gobiernos anteriores a Correa que la autora los califica de “neoliberales” y no lo fueron (cuando mas fueron fondomonetaristas como algunos gobiernos que los sucedieron) no dejaron el pais “desmantelado”. Fue Correa quien desmantelo el pais con una corrupcion increible y sobre-endeudamiento del estado y persecucion a los movimientos sociales y periodistas y activistas de todo el espectro ideologico.
En cuanto al dolar, fue una herramienta que ha impedido cargar al pueblo con el peor de los impuestos la inflacion como lo ha hecho el gobierno de Fernandez-Kitchner en Argentina y el de Chavez-Maduro en Venezuela.
Despues habla de “aquellos gobiernos de izquierda fueron duramente atacados por la judicialización-mediatización” y se olvida de la inmensa corrupcion de esos gobiernos. Porque para la derecha la corrupcion es una enfermedad cronica, para la “izquierda-progresista” es una estrategia, persiguen crear nuevas oligarquias para quedarse en el poder para siempre. Y de esa manera lo han logrado en Nicaragua y en Venezuela (el caso de Cuba es muy especial y no me voy a referir por ahora).
Respecto a lo del pendulo tiene razon la entevistada. En la mayoria de paises la gente esta en el centro y no le gusta, la violencia, la corrupcion ni la mentira y tarde o temprano los lideres de los gobiernos de cualquier signo caen en alguno de estos pecados y su popularidad se va al suelo, aunque algunas veces el pueblo les perdona despues de algunos años (o su adversario politico es mucho peor) y se cae en elecciones pendulares a traves de los años.