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martes, noviembre 5, 2024

Covid–19: Bioseguridad, biopolítica y derechos

Por Luis Ángel Saavedra Sáenz*

El huracán Katrina fue el decimosegundo ciclón que se formó en la temporada de huracanes del año 2005. Empezó a formarse al sudeste de las Bahamas, en el Caribe, a partir del 13 de agosto de ese año. El 24 de agosto se encendieron las alarmas, pues tomó una intensidad capaz de provocar inmensos daños en las zonas por donde se pronosticaba su desplazamiento y porque apuntaba hacia los Estados Unidos.

El huracán llegó a la isla de Cuba el 27 de agosto, aún con categoría 3 en la escala Saffir-Simpson; es decir, con vientos promedio de 90 km/h. Para la fecha, el gobierno cubano ya había ordenado la evacuación de varias poblaciones y playas en las que se preveía que el huracán causaría daños. Se movilizó al ejército y sacaron a la gente en camiones. Cuba registró un muerto a pesar de que el huracán provocó graves daños en varias poblaciones y playas de gran concentración turística.

El Katrina dejó Cuba y se enrumbó hacia Nueva Orleáns, en el Estado de Luisiana, al sur de los Estados Unidos, a donde llegó con categoría 5, con vientos de más de 280 km/h, según lo informó el Centro Nacional de Huracanes de Miami.

De acuerdo a investigaciones sobre el accionar gubernamental  estadounidense, se conoce que el Centro Nacional de Huracanes (CNH) emitió una alerta el 27 de agosto y el entonces presidente, George W. Bush, ese mismo día declaró el estado de emergencia en Luisiana, Alabama y Mississipi. El 28 de agosto, Bush habló con la gobernadora de Luisiana, Kathleen Blanco, para “recomendarle” la evacuación de Nueva Orleáns.

Al mismo tiempo, el Alcalde de Nueva Orleans, ciudad donde vivían 1,3 millones de personas, “ordenó” la evacuación y un 80% de la población dejó sus casas. Los que no las dejaron fueron las personas pobres, en su inmensa mayoría personas afro descendientes, que no tenían forma ni recursos para evacuar. El 29 de agosto llegó el huracán, rompió los diques que protegían la ciudad y la inundó. 1.577 personas murieron en Nueva Orleáns. En total, el Katrina provocó la muerte de 1.833 personas en las costas del sur de los Estados Unidos.

Se puede argumentar que no es comparable la situación de Cuba a la de Nueva Orleáns frente al Katrina, pues la densidad poblacional es distinta; sin embargo, vale anotar la diferencia de la semántica y la praxis en las dos poblaciones. ¿Cuál es la diferencia entre una orden dada por un gobierno que pone a disposición de la población los medios necesarios para el acatamiento de la orden, incluyendo políticas de represión a la desobediencia; con las mismas órdenes o recomendaciones dadas por un gobierno que deja a la población que las cumpla con sus propios recursos o en base a su propia voluntad?

“Se hace necesario y urgente un debate sobre bioseguridad y biopolítica, pues el covid-19 está haciendo tambalear algunas premisas que dábamos por incuestionables, especialmente en cuanto a las democracias representativas y nuestras percepciones sobre las libertades”.

Esto nos lleva a dos preguntas aún más cruciales: ¿Los Estados pueden imponer una orden y hacerla cumplir a rajatabla, incluyendo medidas de represión, cuando se trata de la sobrevivencia de una población? y ¿las democracias occidentales están en capacidad de garantizar la sobrevivencia de la especie humana? Esto hace necesario y urgente un debate sobre bioseguridad y biopolítica, pues el covid-19 está haciendo tambalear algunas premisas que dábamos por incuestionables, especialmente en cuanto a las democracias representativas y nuestras percepciones sobre las libertades.

La bioseguridad

De acuerdo a la información científica disponible, el covid-19 no es esencialmente peligroso o mortal, pues se mantiene por debajo del 3% de morbilidad; sin embargo, tiene altos vectores de contagio y vemos todo el revuelo que ha causado y es impactante el número de personas contagiadas y muertas, a más de toda la debacle económica. ¿Qué pasaría con un virus más mortal? ¿Cuál es el sistema político con mayor capacidad de enfrentarlo? ¿Esto es un problema de bioseguridad o de biopolítica?

Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), “la bioseguridad es un conjunto de normas y medidas para proteger la salud del personal, frente a riesgos biológicos, químicos y físicos a los que está expuesto en el desempeño de sus funciones, también a los pacientes y al medio ambiente”, y se asienta en cuatro directrices que dan origen a un conjunto de precauciones que deben tener los gobiernos, las instituciones, las empresas, etc., que son autocuidado, universalidad del riesgo, barreras de protección y medidas de eliminación.

De acuerdo con esto, la comunidad científica ha diseñado varios conjuntos de normas, medidas y protocolos para contrarrestar estos riesgos; pero no se ha profundizado en el concepto mismo de bioseguridad por lo que no existe una definición consensuada, oficial, institucional o legal. Lo que tenemos es un concepto aún abierto, encaminado a soluciones técnicas y, por más complejas y diversificadas que sean, no superan la fragmentación ni se universaliza al conjunto de las ciencias y menos a la política.

Debido a esto solo contamos con ámbitos de regulación en materia de bioseguridad y se han definido mecanismos para bioseguridad de laboratorios, bioseguridad genética, bioseguridad agropecuaria, bioseguridad farmacéutica, bioseguridad industrial, bioseguridad hospitalaria, bioseguridad medioambiental, etc. Esta línea de pensamiento no nos ayuda a definir el rol del Estado en una catástrofe como a la que nos está llevando el covid-19.

De igual manera, la Organización de Naciones Unidas (ONU) ha formulado una serie de protocolos en función de diversos grupos poblacionales, enfatizando especialmente a grupos en estado de vulnerabilidad, como mujeres, niños, niñas, personas de la tercera edad, refugiados, apátridas, entre otros. Al igual que las regulaciones técnicas, los protocolos de la ONU tampoco profundizan en la relación estado–sociedad cuando se trata de casos como el que estamos viviendo con el covid-19 y que involucran el ejercicio de derechos.

La biopolítica

Conocemos ya que el origen del covid-19 se localizó en la ciudad china de Wuhan. Los primeros brotes habrían sido identificados en noviembre del 2019 y se silenció al médico que lo detectó. En la última semana de diciembre se alertó al mundo sobre este nuevo virus; luego el gobierno chino pidió disculpas por el trato inicial dado a esta epidemia y censuró a la policía de Wuhan por haber sancionado al médico que había alertado sobre su inicio; pero esto no evitó que muera Li Wenliang, el médico que ahora es considerado héroe nacional por haber alertado a sus colegas sobre lo que sería una pandemia mundial.

Después de esto la historia es más conocida, pues ha sido cubierta día a día por los medios de comunicación y así pudimos ver como el gobierno chino aisló a millones de personas de manera drástica, y como la población china obedeció las directrices convirtiendo a las ciudades en fantasmas.

La Línea de Fuego
Wuhan, ciudad donde nació el covid-19, reportó hoy cero casos de contagio comunitario del virus.

Las medidas adoptadas por el gobierno chino dieron resultado y el índice de contagios empezó a bajar. A mediados de marzo, China anunció que la pandemia había sido controlada. El éxito se ha querido explicar con dos factores, por una parte el miedo de la población frente a un gobierno represor, lo que la llevó a obedecer sin cuestionamientos; y por otra, la identidad cultural basada en los principios filosófico–religiosos del confucionismo que priorizan el bienestar del otro. La mezcla de política, filosofía y religión habría configurado el escenario propicio para vencer al virus.

La imagen que tenemos de China es la de una dictadura, un país en donde la represión es la forma de gobierno y se conculcan todas las libertades; los acontecimientos de 1989 en la plaza de Tiananmén, que terminaron en una masacre, nos daría la razón, así como los recientes actos de represión a los grupos independentistas de Hong Kong, y el mantener bajo su poder a Taiwán, Macao y El Tíbet, a pesar que estas regiones se consideran países, reclaman su independencia y mantienen sistemas económicos distintos al chino: Taiwán es el paraíso de las maquilas instaladas por las transnacionales, Macao es el paraíso del juego con la legalización de casinos y todo tipo de apuestas, y el Tíbet no logra superar un sistema feudal basado en la religión y la sumisión a una casta de monjes. China, además, es el país con mayor número de cámaras de vigilancia instaladas, aún cuando los Estados Unidos es el país que más vigila a sus ciudadanos con un mayor número de cámaras per cápita.

El sistema económico chino también es cuestionado y los representantes de los empresarios liberales occidentales demonizan el régimen chino al que catalogan de adverso al desarrollo empresarial; sin embargo, varios economistas y políticos liberales empiezan a reconocer que, frente a una pandemia como el covid-19, el sistema chino resultó ser el mejor, sin contar con que China puede caminar hacia convertirse en nuevo eje económico del mundo. El Estado chino controló las transacciones financieras, mientras las bolsas de valores occidentales cayeron en picada, provocando grandes pérdidas a pequeños o grandes inversionistas, mientras los tiburones de los negocios habrían acumulado acciones de empresas rentables que no pudieron enfrentar el bajón del comercio; y entre estos tiburones estarían también empresarios chinos que aprovecharon la hecatombe de la economía occidental para hacer crecer las empresas chinas, vinculadas a la planificación centralizada que impone el gobierno, en manos del Partido Comunista.

En el otro lado, en el mundo de las libertades, Italia se convirtió en el peor ejemplo por su relajamiento inicial frente a las alertas, lo que produjo una expansión del virus y la imposibilidad de controlarlo luego. España también se mostró muy relajada frente a la expansión del virus, mientras que los líderes de los Estados Unidos y el Reino Unido prefirieron ignorar las advertencias de los científicos y expusieron innecesariamente a su población. Estados Unidos ahora es el país con mayor número de contagiados y será el que mayor número de muertos tenga al final de las cuentas que deje el covid-19.

En Italia se anunció la pandemia el 21 de febrero. Ya antes diversos sectores de científicos habían pedido que se suspendan las actividades del carnaval en los países en donde se lo celebra. El carnaval es un negocio difícil de frenar y Venecia ya lo tenía en marcha. La decisión de suspenderlo se dio el 23 de febrero, ya en pleno carnaval, y las directrices no fueron tan claras, ni muy obligatorias.

Todo se agravó porque las recomendaciones del gobierno italiano no fueron acatadas, pues Italia es un país en donde el concepto de libertad está relacionado con la conducta individual, la “dolce vita”, y difícilmente se podrá convencer a un italiano de que se encierre. Italia va camino a cuadriplicar la cantidad de muertos por covid-19 que se reportó en China. España también ya superó a China en muertes, y solo la ciudad estadounidense de Nueva York, epicentro de contagio en los Estados Unidos, también superará a China en número de desenlaces fatales.

Las democracias occidentales han desarrollado un estilo de vida que prioriza la libre iniciativa; se loa al emprendimiento individual y la iniciativa privada; incluso el cristianismo, especialmente en su versión protestante, relaciona las bendiciones con el crecimiento económico individual: las bendiciones se expresan en dinero. Si dios bendice con dinero, entonces hay que buscar dinero y priorizar los negocios ante cualquier alerta.

La primacía de la libertad individual se sobrepone al bienestar comunitario, de ahí incluso la confrontación del pensamiento liberal con la cosmovisión indígena. Sin embargo, si ahondamos un poco en la praxis de estas libertades podemos encontrar ciertas ataduras que nos obligan a actuar de determinada manera; por ejemplo, la generación de necesidades y adhesiones políticas a través del marketing, o el consumo de información que emana de un solo sector económico y político. Desde hace muchos años atrás sabemos que los medios de comunicación no son ni plurales, ni objetivos, sino que obedecen a los intereses de sus propietarios, ya sean estos grupos económicos, políticos o el propio Estado. Los medios de comunicación, el sistema educativo, el ejercicio político – partidista, la doctrina de los organismos armados, entre otros, son los dispositivos que los grupos dominantes de las democracias occidentales usan para vendernos la ilusión de libertad, aún cuando esta no tenga un real ejercicio en la praxis social.

Esta ilusión de libertad en occidente no se expresa cuestionando el poder que la ata ni la esencia de la dominación, sino que se expresa en mínimas conductas individuales, como el no acatar normas que, desde su propio criterio, pueden parecer exageradas. El Estado no nos va a decir cuando encerrarnos, pero si aceptamos cuando nos dice que el Estado no debe incrementar el gasto fiscal en aspectos que deben ser responsabilidad del individuo, como la salud pública. Es efectiva la propaganda oficial, secundada por los grupos que conforman sistemáticamente los gobiernos de turno.

El poder, con independencia de su ideología o su praxis político–económica, impone su verdad y disciplina a la ciudadanía acorde a estas verdades, construyendo relatos que no dejan de ser míticos; en apariencia no son nocivos para el ser humano, pero a la larga resultan ser solo unas cuantas cadenas que moldean nuestra conducta.

En occidente el relato construido desde el poder es sobre la libertad, anclado desde la hegemonía estadounidense basada en la propia Declaración de Independencia de 1776, en donde se afirma que “todos los hombres son creados iguales; que son dotados por su Creador de ciertos derechos inalienables; que entre estos están la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad”. La libertad, combinada con el pensamiento de que toda persona tiene derecho a labrar su propia felicidad constituye la base filosófica del liberalismo, de la fijación en la iniciativa individual como base de la prosperidad; esto se lo transformaría en pensamiento universal luego de la Revolución Francesa de 1789, identificando libertad como sinónimo de liberalismo económico; es decir, la base de la libre empresa y de la sensación individual de hacer lo que desee hacer.

“Las democracias occidentales han desarrollado un estilo de vida que prioriza la libre iniciativa; se loa al emprendimiento individual y la iniciativa privada; incluso el cristianismo, especialmente en su versión protestante, relaciona las bendiciones con el crecimiento económico individual: las bendiciones se expresan en dinero. Si dios bendice con dinero, entonces hay que buscar dinero y priorizar los negocios ante cualquier alerta”.

En Oriente, los relatos son distintos, incluso hay diferencias entre los diversos sectores del Asia. El relato hindú no es similar al chino ni al ruso, y esos son diferentes a los del oriente islámico y musulmán, o al de la India. Lo que tienen en común es que son relatos construidos desde el poder, sea político o religioso, o una combinación de los dos. En China el relato se base en creer que el gobierno es un padre que vela por el bienestar de los súbditos, y estos son hijos que deben confiar y obedecer al padre. Aquí está la explicación de por qué, frente a la pandemia del covid-19, en China se obedeció y en occidente se siguió actuando como en cualquier día de fiesta, superando el miedo a la represión que anunciaron los Estados.

Ya hace cuarenta años que se ha explicado esta forma de construir dispositivos sociales; fue el francés Michel Foucault (1926–1984) quien dio forma al concepto de biopoder, que es la forma como el poder impone su verdad y disciplina los cuerpos, es decir, disciplina a la ciudadanía. El lograr que los mandatos sean aceptados constituye la biopolítica.

Foucault plantea que en el capitalismo, ahora liderado por Estados Unidos y Europa, es la vida misma la que se desea regular y esa es la esencia de la lucha política en las diversas facciones; sin embargo, el hecho es que el reto del capitalismo es el mismo reto de otros sistemas, como el chino, el ruso, el de Irán, Siria o en cualquier otra parte del mundo.

Con la crisis económica mundial ya se venía transformando nuestras percepciones sobre la validez de las democracias capitalistas representativas y se está viviendo un proceso de cuestionamiento con varias propuestas de gobierno distintas y en distintos puntos del planeta, lo que implica una transformación de la relación política al interior de los pueblos y entre los pueblos. El riesgo de que la especie humana no pueda sobrevivir a futuro, especialmente por las catástrofes producidas por el cambio climático, empezaba a preocupar a grandes actores políticos y científicos y, por ende, se vislumbraba ya la necesidad de aceptar la vigencia de otros sistemas de gobierno, más acordes con sus propias historias y percepciones de la vida. Un estilo de gobierno debe tener legitimidad frente a sus gobernados y no frente a un ideal de democracia fallido esbozado por dispositivos ajenos. “El hecho es que, a través del mundo, los pueblos buscan hoy nuevas formas de gobierno, más acordes con sus historias y sus aspiraciones” afirma Thierry Meyssan, de la Red Voltaire.

Los derechos

Si ya el cambio climático está forzando a pensar en formas de gobierno y sistemas económicos diferentes a las democracias occidentales, el covid-19 nos ha enfrentado a la amenaza real de una catástrofe humana en donde los gobiernos deban apelar a formas de control extremas y a la aceptación de un rol estatal decisivo en la dinámica individual. Asistimos a una confrontación de derechos

Es ahora donde se hace necesario debatir sobre biopolítica, más allá del solo hecho de implementar procedimientos de bioseguridad; es necesario debatir este concepto como un campo de batalla estratégico en la definición de las relaciones entre la disciplina y los cuerpos, y todo esto en nombre de la sobrevivencia de la especie humana. El covid-19 ha confrontado los relatos y no podemos negar el hecho de que los relatos de occidente han puesto en mayor riesgo a sus poblaciones. Los relatos de oriente han mostrado que están en mejores condiciones para enfrentar una pandemia, y no solo China, sino también Corea del Sur, con una vertiente religiosa cercana a China aún cuando no en lo político; y en la India, en donde hay otro esquema de relato social que le ha permitido no entrar en la lista de los veinte países más contagiados, a pesar de lo caótico de su sociedad y de ser el segundo país más poblado del planeta. De los diez países con mayor número de contagios y muertes, solo Irán y China responden a relatos distintos a los de la democracia occidental.

Mapa del coronavirus: propagación global

La Línea de Fuego
Datos de la Universidad Johns Hopkins al 1 de abril de 2020.
Total de casos confirmados : 882.621
Número total de muertes : 44.133

La construcción de la biopolítica es un espacio de poderes y contrapoderes, en donde los discursos masificados cuentan en tanto puedan insertarse en el imaginario social y validarse con la praxis social. El covid-19 enfrenta por lo pronto a dos relatos, y los dos se aprestan a enfrentarse en una guerra de información. China apuesta a la legitimización a través de sus misiones humanitarias y la ayuda que llegó incluso a los Estados Unidos con mascarillas e insumos médicos; en tanto que occidente se apresta a poner en duda las aseveraciones chinas sobre el control de la pandemia. Las agencias de noticias occidentales dan cuenta de que en Wuhan los muertos superarían los 40.000 y los crematorios aún siguen humeando. En los próximos meses y años, el accionar de la publicidad va a ser determinante en la construcción de un nuevo relato luego de la pandemia del covid-19.

Hasta ahora  la construcción de la biopolítica era reservada a las clases dominantes y los países hegemónicos, pero ahora debe ampliarse hacia consensos más amplios y la construcción de un pacto social distinto, en donde deberemos analizar no solo los paradigmas económicos confrontados, sino un nuevo concepto de bioeconomía; de igual forma, en el campo del derecho, deberemos preguntarnos cuáles serán unos nuevos bioderechos, y cuál es el rol del Estado en su regulación, pues si algo ya está claro con el covid-19, es que la institucionalidad del Estado debe mantenerse y fortalecerse. Los agoreros de las privatizaciones deben ser los máximos perdedores de esta pandemia.

“Las agencias de noticias occidentales dan cuenta de que en Wuhan los muertos superarían los 40.000 y los crematorios aún siguen humeando. En los próximos meses y años, el accionar de la publicidad va a ser determinante en la construcción de un nuevo relato luego de la pandemia del covid-19”.

En el Ecuador nos sorprendemos, algunos incluso aplauden el éxito chino en el control del covid-19 y piden que la cuarentena se cumpla como allá se cumplió; pero también hay quienes cuestionan la represión de la llamada dictadura china, porque se ha devenido en llamar dictadura a todo sistema que no es democracia occidental, pero aplauden las agresiones de policías y militares dadas a los indisciplinados que no se quedan en sus casas y cuestionan la vigilancia y denuncias de la sociedad civil sobre las violaciones a los derechos. En Ecuador es curioso comprobar que el mayor número de las llamadas indisciplinas se dan en la región que es bastión del pensamiento neoliberal y es allí mismo donde se registraron los mayores actos de represión policial y militar.

Quienes apoyan las tesis liberales, ahora caen en cuenta que el Estado y sus sistemas de salud y control son necesarios; asimismo, el rol estatal en la satisfacción de derechos, tesis que manejan las supuestas dictaduras socialistas, ahora es una tesis legítima para los líderes liberales. Estas dicotomías son las que hay que resolver y el marco del debate lo pone la biopolítica y no las tesis político-partidarias, pues si se define a la política como el arte de gobernar, es la biopolítica la que puede proporcionar los mecanismos necesarios para que la relación de poder genere nuevas formas de vida y cogobierno, cumpliendo a cabalidad los conceptos de política y democracia que, hoy por hoy, no pasan de ser enunciados románticos.

La construcción de la nueva biopolítica implica también la construcción de nuevos relatos que validen una nueva disciplina de los cuerpos; pero estos nuevos relatos también, y fundamentalmente, deben partir de los conglomerados sociales sin derechos, pues hasta el momento la disciplina es para ellos en exclusiva. Un ejemplo tétrico de esta elección del sujeto a disciplinar lo acabamos de ver en Guayaquil: militares y policías castigando a individuos indisciplinados que deambulaban por las calles de barrios populares, en tanto un grupo de jóvenes si podía reunirse a jugar golf en Samborondón, enclave de la oligarquía porteña, a pesar de que éste es el segundo cantón más golpeado por el covid-19.

En este mismo sentido, también es curioso comprobar cómo en la construcción de la biopolítica, los mismos elementos pueden ser leídos de distinta manera a fin de legitimar a las instituciones del poder; por ejemplo, las reacciones distintas frente a las denuncias sobre abusos policiales y militares en el control del toque de queda en Guayaquil, en comparación con las denuncias de excesos similares durante las manifestaciones de octubre del 2019.

Ante los videos que circulan en redes sociales que muestran abusos de la policía y las fuerzas armadas durante el presente toque de queda, las máximas autoridades policiales y militares, así como la Fiscalía General de Estado (FGE), anunciaron investigar estos hechos. Los organismos armados estatales necesitan legitimidad y esto lo pueden obtener mostrando que actúan en el marco de la legalidad, por eso el anuncio de las autoridades y la FGE buscaban dar legitimidad a las acciones de control para que la ciudadanía acepte la necesidad de este control, pero con límites que, supuestamente, serán vigilados por la institucionalidad del poder. Esta es la esencia de la biopolítica. Pero nos preguntamos, ¿por qué las autoridades militares y policiales, y la misma FGE, no hicieron los mismos anuncios ante los videos que mostraban el desproporcionado uso de la fuerza durante las manifestaciones de octubre? Al contrario, el poder configuró la idea de que estas eran noticias falsas y culpó a varias organizaciones de producir lo que se llama “fake news”, negando así al esencia punitiva del poder y deslegitimando a organizaciones de la sociedad civil. Así es como se construye la biopolítica.

En definitiva, es necesario abordar una nueva pregunta: ¿cuándo y cómo puede ser legítima la disciplina de los cuerpos?

Nuevas formas de vida implican un replanteo de los derechos, con una visión que, a la vez que protege los cuerpos, proteja la vida comunitaria y, en función de ella, nos aseguremos estar preparados para el embate de una nueva pandemia o de cualquier amenaza contra la sobrevivencia de la especie humana, y no solo en políticas de salud, sino en lo más necesario: la bioeconomía.


*Poeta, periodista y analista en geopolítica; activista de derechos humanos, de los pueblos y la naturaleza. Actualmente es coordinador ejecutivo de Inredh y corresponsal de varias revistas internacionales especializada en derechos y geopolítica.


La Línea de FuegoFotografías: Imágenes referenciales de Pixabay.

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