Detrás de la pelea entre Lenín Moreno y Rafael Correa, matizada por insultos y calificativos como traidor y corrupto –que no dejan de ser cierto en los dos casos–, se esconden muchos aspectos que evidencian que su semejanza y cercanía política es mayor que sus desavenencias.
Correa, agazapado en Bélgica, intenta articular un discurso de oposición al gobierno desde supuestas posiciones de izquierda, aprovechando que Moreno en el plano económico adopta medidas que favorecen a los grandes empresarios y a los capitales internacionales, como se establece en la Ley de Fomento Productivo y afectan a los hogares ecuatorianos, como con la anunciada elevación de los combustibles que, a más del golpe que esa sola medida provoca, trae consigo un gran efecto inflacionario.
Eso y los acercamientos con el Fondo Monetario Internacional, con el gobierno de los Estados Unidos, los esfuerzos por avanzar en negociaciones de tratados de libre comercio (iniciadas por su antecesor, Rafael Correa), la desesperada búsqueda de préstamos e inversiones extranjeras, los anuncios de privatizaciones de empresas estatales, la presencia en su gabinete ministerial de personajes directamente vinculados con poderosos grupos económicos ha motivado –y con sobra de razones– las críticas de distintos sectores que identifican en su gestión el reverdecimiento del neoliberalismo.
A Moreno le incomoda esa etiqueta y en su reciente visita a España optó por autocalificarse como “progresista moderno”. Busca ubicarse en una tercera posición, distanciado de los gobiernos tipo Mauricio Macri, Michel Temer o Sebastián Piñera, pero también de los llamados “progresistas” Nicolás Maduro o Evo Morales.
Hace algunos meses, para que no quede duda de la naturaleza de su pensamiento económico y político, en una reunión –también con empresarios– habló de la “cuadratura del socialismo del siglo pasado”, uniéndose así a la campaña que en todo momento y en todo lado las fuerzas del capital lanzan en contra del socialismo marxista. Exactamente, Moreno llamó a “abandonar la cuadratura del socialismo del siglo pasado y emprender un nuevo socialismo, moderno, incluyente”.
El “progresismo moderno” que lo acaba de inaugurar, según su definición, contiene como ejes fundamentales la política a favor de los más necesitados, la transparencia, la lucha contra la corrupción y la apertura económica. En la reciente convención de Alianza País (AP) también se establecieron esos parámetros para su definición ideológico-política.
No es posible encontrar diferencia de fondo entre esos ejes planteados por Moreno con el contenido de las propuestas levantadas por cualquier gobierno liberal, neoliberal, de derecha. Rafael Correa y AP hablaban el mismo lenguaje respecto de lo que era la denominada “Revolución Ciudadana”, claro que Moreno va más atrás porque se atreve a plantear el objetivo de la “apertura económica”, que si bien no formó parte fundamental del discurso de Correa, sin embargo la ejecutó muy bien, particularmente en relación a las inversiones chinas y en los ámbitos minero, petrolero, eléctrico, servicios.
La desfiguración conceptual que Moreno y Correa realizan del socialismo es absoluta y tiene como propósito desnaturalizar la esencia de lo que éste es en realidad; pero más graves son los daños que la ejecución de su política provoca, porque sus resultados están sirviendo como insumo en el discurso de la derecha para demostrar un supuesto “fracaso del socialismo” y, más aún, han provocado también confusión en los sectores populares y hasta un rechazo a lo que consideran ha sido una experiencia socialista que ha dejado como secuela una época de escandalosa corrupción, restricción de las libertades democráticas, centenares de luchadores y activistas sociales enjuiciados y encarcelados, una burguesía más fortalecida, un país en crisis y con niveles más altos de dependencia externa.
Una revolución para el capital
Lo estratégico –por las proyecciones económicas, políticas y sociales- que cumplió la “Revolución Ciudadana” del ex presidente Correa fue: el fortalecimiento de la institucionalidad burguesa, que implica también el fortalecimiento de los mecanismos e instrumentos coercitivos del Estado capitalista; la implementación de políticas que permitieron, en cierto sentido, la modernización capitalista del país y, sobre todo, garantizar niveles más altos de extracción de plusvalía y de utilidades a los grandes empresarios y banqueros.
La contraparte del discurso de la “Revolución Ciudadana” respecto de los “avances en equidad social” está en la realidad del país. Hace poco más de un año, se publicó una investigación que lleva por título Los grupos monopólicos en el Ecuador, realizada por Carlos Pástor Pazmiño. Allí se sostiene que el período 2007–2014 coincide con el mayor crecimiento económico registrado desde los años setenta de las empresas más grandes del país, mismas que son parte de grupos económicos que se han ido formando desde hace ya varias décadas.
Las estadísticas del Sistema de Rentas Internas (SRI) muestran que los grupos económicos en Ecuador presentan un crecimiento exponencial, según un artículo publicado en octubre del año pasado en la Revista Líderes. La información obtenida hasta el 2017 habla de 215 grupos económicos (el año 2006 operaban 62), y uno de los elementos que permitió su desarrollo fue el incremento del gasto público estatal, lo que confirma la utilización que la burguesía hace del Estado para la acumulación capitalista, aun cuando demanda menor gasto público. Lenín Moreno ahora tiene planteado alimentar a esos mismos sectores a través de la privatización de las empresas estatales que las considera ineficientes.
Los 62 grupos económicos tuvieron $17.083 millones por ventas en el 2010, equivalente al 36,5% del Producto Interno Bruto (PIB); en el 2015, los 200 grupos económicos ya existentes alcanzaron ingresos por $57.475 millones, que representan el 57,4% del PIB. El año 2016 su carga tributaria promedio fue del 2,29%, según el SRI, mientras la presión fiscal del Ecuador, en el 2015, alcanzó el 21,7%, es decir, lo correspondiente al pago de tributos que pagan todos los habitantes en relación al PIB.
Todo esto muestra que el nivel de concentración y centralización del capital en el país es mayor a épocas anteriores, en otras palabras, se ha producido un fortalecimiento del poder de la gran burguesía, intermediaria de capitales extranjeros.
El grupo de Álvaro Noboa Pontón –al que supuestamente combatió Correa– mantiene la posición más alta, con 72 empresas (2015). Le siguen los grupos: Pichincha, Eljuri (mimado del correísmo), Nobis (que tuvo su propia representante en el gabinete de Correa), Wrigth, Czarninsky, Pronaca.
La misma investigación de Pástor establece el aparecimiento de nuevos grupos, como Holcim (Suiza) que opera en el Ecuador desde 2004, pero a partir del 2007 su crecimiento es notable. “En el 2011 llegó a ocupar el puesto número 13 en el ranking de las empresas más grandes del país. En el 2013 llegó al puesto seis y desde el 2014 hasta hoy se mantiene como la cuarta empresa de mayores utilidades en el país”.
La información al respecto ahora ya es relativamente abundante y recomendamos su lectura, para entender cómo la denominada “Revolución Ciudadana” no fue más que un proyecto al servicio de la gran burguesía, que en el plano político permitió a ésta superar el bache de la ingobernabilidad y en lo económico afirmar su dominación de clase y obtener utilidades superiores a las logradas en los precedentes gobiernos neoliberales, como demuestran las cifras oficiales del gobierno pasado y lo sostuvo el mismo Rafael Correa.
Estos poderosos grupos económicos continúan beneficiándose de la política gubernamental. El programa económico de Moreno contempla medidas como la reducción y exoneración de tributos a los grandes empresarios y al capital extranjero en determinadas condiciones y el perdón (remisión le denominan) de una parte de las deudas de la burguesía morosa. Según el SRI, más de cuatro mil seiscientos millones de dólares adeudan al Estado 495 empresas, fenómeno que viene desde años atrás.
Se podría hablar de temas como endeudamiento externo, búsqueda de acuerdos de libre comercio, emisión de bonos del Estado y encontraremos similitudes entre Moreno y Correa. Hay matices por supuesto, que no pueden perderse de vista, y también aspectos en los que Moreno ha marcado diferencias, sobre todo obligado por las circunstancias políticas del país, en las que la mejor carta de presentación es mostrarse en el bando contrario de Correa quien, ahora, carga con cerca del 80% de rechazo en la población.
Revolución Ciudadana, socialismo del siglo XXI, nuevo socialismo democrático, progresismo moderno son malabarismos verbales con los que uno y otro intentan continuar jugando en el andarivel político de la izquierda, aunque sus definiciones ideológico-políticas están fuera de ella y sus realizaciones se hallan al servicio del gran capital.
No son nuevos esos esfuerzos que buscan posicionarse como alternativa “intermedia” frente a corrientes económico-políticas que aparecen como polos opuestos. Eso intenta Moreno con su “progresismo moderno”: una tercera vía entre el neoliberalismo y los denominados gobiernos “progresistas”. Así operaron las propuestas del socialismo del siglo XXI, del bolivarianismo, del socialismo andino cuando irrumpieron como opción ante el neoliberalismo y el socialismo marxista; así actuó la socialdemocracia para mostrarse como el punto intermedio entre el liberalismo y el socialismo marxista leninista que ganaba adhesión mundial por los éxitos alcanzados en la ex URSS (Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas) durante las primeras décadas de revolución. La historia nos muestra que todas esas propuestas de “tercera vía” tienen algo en común: su oposición al socialismo marxista y su nacimiento en los mismos cenáculos de los círculos de poder.
Esas corrientes supuestamente de “izquierda”, “progresistas”, “innovadoras” hacen un grave daño al movimiento popular y a las fuerzas de izquierda –por la confusión política que provocan en el movimiento popular– y benefician exclusivamente a los grupos de poder. Correa y Moreno cumplen esa labor diversionista en tanto expresión política de una u otra facción burguesa. Cuando se plantea la confrontación a esos sectores, sea en el terreno de la lucha política o del debate de sus ideas, se expresa el combate a propuestas políticas de contenido burgués y no se trata de discrepancias al interior de la izquierda, como aparentemente puede aparecer y muchos quieren mostrarlo.
La contradicción económico-política no se encuentra entre los puntos referenciales sugeridos por quienes juegan a la “tercera vía”. La contradicción real y definitoria está entre las fuerzas económico-políticas que, con sus respectivas variantes, defienden y procurar mantener la dominación capitalista; y, quienes pugnan por poner fin a este sistema con una auténtica revolución social. La contradicción es capitalismo o socialismo.