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DESPUÉS DE UN SIGLO ¿Para qué sirvió la Revolución Rusa? Por Modesto E. Guerrero, Lorena López G. y Nicolás A. Herrera*

Abril 06 de 2017

Este año se conmemoran 100 años del triunfo de la Revolución Rusa, por este motivo a partir de esta semana compartiremos, mediante cuatro entregas, la reflexión realizada por los autores de este artículo acerca de lo que significó la Revolución Rusa para el desarrollo de las transformaciones sociales del siglo XX así como los efectos que tuvo en la Latinoamérica y sus movimientos sociales. 

La Revolución Rusa (RR) fue el síntoma de una época abierta por la Primera Guerra Mundial que afectó todos los órdenes de la vida social humana. Esta época fue caracterizada por Gabriel Torrella (2005) como “un cataclismo de grandes proporciones, cuyos ecos y reverberaciones se iban a prolongar durante décadas, no sólo en Europa sino en todo el mundo” (p. 233). El triunfo bolchevique inauguró un siglo soviético (Lewin, 2006) que desapareció con la estrepitosa caída del muro de Berlín, la Perestroika y la vuelta al capitalismo.

De acuerdo con E. H. Carr (1985), la Revolución Rusa (RR) fue la primera revolución que se proyectó y llevó a la práctica de manera consciente, lo que le otorga un “lugar único en la historia moderna” (pp. 34-35) y resulta suficiente para valorar su alcance, profundidad y novedades. De su grado de conciencia dependieron varias lecciones incomparables para la historia social de las revoluciones.

La revoluciones inglesas (1642 y 1689), norteamericana (1776), francesa (1789), haitiana (1804) y la gigantesca gesta anticolonial sobre nuestro continente suramericano (1810-1824) no tuvieron esta característica pues, sus protagonistas no buscaron hacer una revolución y, en cierta medida, todas ellas buscaron recuperar antiguas libertades suprimidas o restaurar monarquías benévolas o ancestrales. De hecho, todas recibieron el apelativo ‘Revolución’ años después por historiadores y periodistas. La Francesa, por ejemplo, recién en 1837 fue caracterizada como revolución en un escrito de Carlyle, y el proceso inglés fue llamado ‘revolución’ “no por los políticos que la hicieron, sino por los intelectuales que teorizaron sobre ella” (Carr, 1985, p. 34).

La RR fue la única que preparó sus herramientas teóricas, sus métodos e instrumentos, sus dirigentes y aparato político de manera consciente y con proyección al futuro. Michael Sayes y Albert E. Kahn (1949) dan cuenta de este despertar consciente de la revolución y los revolucionarios rusos. Enviados a Rusia en 1917 como agentes encubiertos de la inteligencia norteamericana señalan que, en aquel año, toda Rusia era una sociedad turbulenta de debates: “Después de siglos de silencio forzoso, al fin el pueblo había recobrado su voz. En todas partes se celebraban mítines y en todo el mundo se manifestaba su opinión” (p. 14-15). Que el pueblo ‘recobrara’ su voz tenía un precedente en Europa: la comuna de París (que nadie llamó ‘revolución’); sin embargo, los soviets lograron estabilizarse y sobrevivir, abrevando 69 años de experiencias.

Además, acumuló una biblioteca entera de debates y libros de investigación sobre cómo y para qué hacer la revolución y, antes de finalizar la primera década del triunfo, algunos de sus protagonistas escribieron ensayos, folletos y materiales analíticos sobre ella: su historia y su método. Los textos de Lenin, Trotsky y Bujarin son sintomáticos de esta disposición. Esto no ocurrió ni siquiera con libros tan anticipadores como La Carta de Jamaica (1816), de Simón Bolívar, donde la genial descripción geopolítica y antropológica no alcanzó a conclusiones de similar definición. Un caso evocador es La Historia me absolverá (F. Castro, 1956), pero se produce 39 años después, como una inspiración sintomática de la puesta en acto de conciencia de la marcha de la revolución, en nuestro continente. ‘Revolución’ e ‘Internacionalismo’, principios rectores del socialismo científico, esbozados por Marx y Engels en el Manifiesto Comunista como proyecto de una lucha global y una revolución mundial, se instalaron en la vida política y su literatura con el triunfo bolchevique.

Todo lo anterior no excluye la polémica sobre la “inconveniente” o “prematura” toma del poder en Rusia. En eso han coincido desde Kautsky y Plejanov en 1917 hasta los autores de la Escuela del Marxismo Analítico. Compartiendo esta postura, Ernesto Laclau (2005) propone una suerte de post-marxismo a la medida de post-revoluciones para clases post más anuladas que explotadas, al estilo Negri. Sin embargo, autores como Daniel Bensaid (2003) han ridiculizado estas posturas señalando que toda revolución es esencialmente una “imprudencia creadora”, “intempestiva y, en cierta medida, siempre prematura”, pues, de acuerdo con la teoría marxista de la historia, no existen sentidos pre-establecidos; “inactuales, intempestivas, descontemporáneas, las revoluciones no se integran a los esquemas preestablecidos de la ‘suprahistoria’ o a los pálidos modelos supratemporales” (p. 95).

Las revoluciones sociales no tienen horario. Son producto de necesidades históricas que sólo pueden ser proyectadas por la racionalidad de la teoría política y sus organismos, y, adquieren autonomía histórica y consciencia, cuando subordinan la necesidad a la libertad y las fuerzas económicas ciegas al dominio de la razón; no sólo la hegeliana “astucia de la razón”, sino la razón sistematizada en cuadros políticos sólidos, militantes formados con alta conciencia, dirigentes con capacidad de adaptación y flexibles a la determinación colectiva (Ni dioses, ni reyes, ni elegidos, ni figuras predestinadas, ni comandantes eternos, ni secretarios generales intocables), pero tampoco programas o formas organizativas irreformables o inmutables. En este punto nacen sus aportes más invaluables, sin los cuales se desdibujarían y convertirían en inútiles los esfuerzos de su realización y preservación.

La RR produjo un impacto mundial en las conciencias de oprimidos y oprimidas. Su gesta, logros y protagonistas se erigieron en ejemplo y modelo de los movimientos y partidos revolucionarios que intentaron adelantar la revolución en sus respectivos países. El triunfo bolchevique carburó las luchas e indicó la preparación de revoluciones como norma histórica, aportando nuevas prácticas de lucha y nuevas categorías teóricas. Tres generaciones de revolucionarios se formaron a la sombra soviética, bebiendo la cultura conceptual y la práctica política a través de la Internacional Comunista (IC), que mundializó las luces y las sombras de este proyecto urbi et orbi.

Por ello, la pregunta de nuestro título sigue siendo pertinente, por las novedades provocadas o creadas a partir de ella, por el tiempo transcurrido y por el triste final que tuvo. No son suficientes las respuestas superficiales extremas: ‘no sirvió para nada’ o ‘sirvió para todo’.  Es necesario ir más allá, aun cuando los debates que se hagan a lo largo del año dejen la sensación “de que es imposible un consenso sobre si la Revolución rusa fue un éxito o un fracaso”, como lo advierte Boaventura de Sousa Santos (2017).

En el Centenario del triunfo bolchevique, este trabajo pretende aportar elementos para una discusión de largo aliento. Mientras muchas voces se alzarán contemplativas y muchos corifeos cantarán las loas a sus santos soviéticos, nosotros preferimos plantearnos preguntas incómodas: ¿qué luces sigue aportando la revolución rusa?, ¿qué conceptos de marxismo y revolución educaron a tres generaciones de revolucionarios latinoamericanos para que la revolución no fuese?, ¿cómo impactó todo aquello en experiencias concretas de nuestro continente?

}Este trabajo tendrá cuatro apartados. En el primero, caracterizaremos los elementos centrales que convirtieron a la RR en faro mundial. En el segundo, desarrollaremos la relación URSS-pueblos latinoamericanos a través de la IC. En el tercero, plantearemos –a manera de hipótesis- el legado de la IC en términos ideológicos, organizativos, místicos y de la táctica y la estrategia. Finalmente, analizaremos el caso colombiano, en el que se vivió el impacto de la revolución rusa y se padeció la intervención cominteriana. Como toda caracterización, la siguiente puede tener visos de simplificación; sin embargo, asumimos el riesgo en aras de un desarrollo didáctico (y polémico) de la cuestión.

LECCIONES, EFECTOS E IMPACTOS

Sin las reacciones, lecciones, efectos e impactos que produjo la RR en la clase oprimida y la clase opresora serían inexplicables los sucesos revolucionarios posteriores.

La primera lección es la idea misma de ‘revolución’ como categoría independiente y autónoma, construcción conceptual y experiencia histórica, pues fue la primera que pudo mantenerse y preservarse, a pesar de la parábola de su proceso, que llevó incluso a algunos de sus forjadores y a ideólogos del Partido Bolchevique a preguntarse a comienzos de la década de 1920, ¿qué había sido del sueño socialista? (en Howard & Louis, 1999, p. 203). La RR fue la primera que se defendió a sí misma, triunfó sobre catorce ejércitos conjuntos de medio planeta y dejó un modelo de ejército opuesto a los conocidos, por lo menos, desde un milenio antes. Erich Wollenberg señala que, a partir de un decreto del 12 de enero de 1918, el ejército socialista debía servir de base para la Revolución Socialista europea y formarse de manera democrática: desde abajo, con elecciones de oficiales y bajo los criterios de respeto y disciplina.

En segundo lugar, desarrolló la utopía de forma racionalizada –‘electricidad más soviets’, al decir de Lenin-, superando las ideologías abstractas de felicidad de las experiencias previas que buscaban un retorno a un pasado de ‘Edades de Oro’. Esta lección no se pierde por los desarrollos posteriores que anularon al sujeto y desarrollaron la Modernidad a partir de una mirada fetichista de la economía y una perversión interpretativa del marxismo que la acercaron al capitalismo.

Como tercer término, (de)mostró con su ejemplo que sí era posible hacer la ‘revolución’; abriendo una época de rebeliones, revueltas, alzamientos, levantamientos y revoluciones, como no ocurría desde los años posteriores de la Revolución Francesa, con las debidas proporciones históricas; esto es evidente en el derrotado proceso revolucionario centro-europeo (Hungría, Alemania, Bulgaria e Italia) y las rebeliones y revoluciones anti-coloniales en Oriente (China, principalmente). La fuerza epocal del proceso abierto se expresó en rebeliones sucesivas durante todo el siglo XX a excepción del período de derrotas físicas que comenzaron con China y concluyeron con el inicio del poder nazi sobre Europa (1925-1939). Además, abrió un nuevo camino ideológico y programático para los pueblos rurales y urbanos de América Latina, India y Australia e instaló la idea de ‘rebelión social’ en Estados Unidos.

En cuarto lugar, ayudó a superar el ‘nacionalismo burgués’, la más fuerte y extendida corriente ideológica reaccionaria del mundo, que atravesó el siglo XIX, condujo a la Primera Guerra Mundial y desembocó en el Sionismo y el Fascismo. Lamentablemente, su superación fue contradictoria, pues el ‘modelo estatal soviético’ ocupó ese lugar en las luchas mundiales a partir de la simbiosis fatal entre Partido y Estado.

La quinta lección, fue el desarrollo de la categoría teórico-práctica ‘militancia’ durante tres generaciones, extendida por todo el planeta mediante millares de partidos y movimientos. Esta militancia mundial abrazó el criterio rector del ‘internacionalismo’ como método, programa y objetivo, dando continuidad al planteamiento de Marx y Engels: una cosmovisión o concepción del mundo (Weltanschauung) para un movimiento internacional que busca apoyarse en una clase explotada al servicio de una revolución social ilimitada, como el capital mismo. El militante es un nuevo tipo humano de sedicioso y conspirador histórico con una mística profunda, que se constituye en la superación histórica de los valientes salvadores individuales, de los ‘rebeldes primitivos’ de Hobsbawm, dada su organicidad y programa político consciente. El Che lo definió como hombre nuevo. Lamentablemente, esta multitudinaria militancia, lentamente se fue dispersando y enfrentando entre grupos y partidos hasta convertirse en una suerte de diáspora ideológica y ética, que condujo a la crisis paralizadora que vivimos los revolucionarios del mundo hasta hoy. ‘Los mil y un marxismos’ a los que se refiere Bensaid (2003), la ‘extensa serie de marxismos’ a los que alude Mazzeo (2016).

En sexto lugar, sirvió de laboratorio teórico –‘incubadora conceptual’- del desarrollo del marxismo y del pensamiento crítico, a pesar de sus deformaciones. Allí aparecieron las pistas de lo que se conoció en Latinoamérica como ‘teoría de la dependencia’ en la trotskista Ley del desarrollo desigual y combinado (1906) y en los leninistas Manuscritos sobre el imperialismo (1916), aunque no los reconocieran los teóricos suramericanos. También, se implantó la idea de ‘Justicia Social’ como categoría autónoma y derecho consagrado, superando los postulados normativos expresados en las revoluciones inglesa y francesa. Esto se evidencia en el derecho laboral y civil contemporáneo.

Finalmente, inauguró los conceptos de ‘tiempo’ y ‘transición’ en la teoría política, un asunto dejado en el camino por Marx y sus contemporáneos. Marx pudo pensar la sociedad comunista como un ‘gran banquete’, como lo hicieron los utópicos y los profetas religiosos, pero no pudo plantear los caminos y procesos; esto requería un movimiento real entre el modo de producción capitalista y el socialista; también, asoció pasado con futuro mediante el internacionalismo militante anti-capitalista como la única manera de resistir al avance del Capital desde la Primera Guerra Mundial, no en una mirada nostálgica del pasado (‘Renacimiento’, ‘Edad de Oro’…) ni en clave religiosa (‘Vuelta al Edén’).

Efectos e impactos entre los oprimidos y los explotadores

La RR se erigió en el modelo para la revolución socialista mundial atrayendo a millones de cuadros y militantes, impactando de manera determinante la vida social contemporánea de su tiempo y los ecos de sus realizaciones los escuchamos aún. Los efectos e impactos generados desarmaron el mundo del siglo XIX y determinaron el andamiaje de todo lo que vino como ‘siglo corto’, el más intenso de los siglos si lo medimos en términos políticos de militancia, guerras, revoluciones y transformaciones tecnológicas y sociales. Sin embargo, su camino sufrió un dramático giro: de herramienta mundial liberadora a estructura religiosa, una iglesia que profesaba su fe en “los mil y un marxismos”.

Hobsbawm (2010) pinta el cuadro de los impactos en el campo de los oprimidos y oprimidas a escala mundial:

Hasta los trabajadores de las plantaciones de tabaco en Cuba, muy pocos de los cuales sabían dónde estaba Rusia, formaron ‘soviets’. En España, al período 1917-1919 se le dio el nombre de ‘bienio bolchevique’, aunque la izquierda española era profundamente anarquista, que es como decir que se hallaba en las antípodas de Lenin. Sendos movimientos estudiantiles revolucionarios estallaron en Pekín (Beijing) en 1919 y en Córdoba (Argentina) en 1918, y de este último lugar se difundieron por América Latina generando líderes y partidos marxistas revolucionarios locales.

El militante nacionalista indio M.N. Roy se sintió inmediatamente hechizado por el marxismo en México, donde la revolución local, que inició su fase más radical en 1917, reconocía su afinidad con la Rusia revolucionaria: Marx y Lenin se convirtieron en sus ídolos, junto con Moctezuma, Emiliano Zapata y los trabajadores indígenas (p. 73).

Aunque difiramos de Hobsbawm en su apreciación sobre el significado de 1917 para la revolución mexicana, el cuadro resulta esclarecedor. A nivel nacional, este trabajo lo harán autores como Renán Vega Cantor (2002) para Colombia o Paco Ignacio Taibo II (2008) para México.

En 2008, el periodista argentino Julio Rudman, de origen judío, contó la historia de su abuelo Simón, quien al enterarse en noviembre de 1917 que el gobierno de los soviets declaró como delito el antisemitismo, en una de sus primeras medidas políticas, pidió en la Sinagoga que Dios cuidara a los nuevos gobernantes. Afuera del templo, sus amigos lo increparon:

– ¿Sabés lo que hiciste, Simón?

– ¡Sí, claro! Es la primera vez en la vida que en vez de perseguirnos, nos cuidan.

– Pero, ¡son comunistas!

– No sé lo que es eso.

Entonces, comenzaron a burlarse de él y lo llamaron ‘Simón, el idiota’. Luego, Simón se hizo comunista y ayudó a fundar el Partido Comunista en Mendoza (Argentina).

El evento de esta historia mínima, nos remite al sur del planeta en un año en que la información llegaba con varios días o semanas de retraso. La novedad no es la medida del tiempo y el ritmo de su impacto en la mente de millones de oprimidos; en realidad, lo sorprendente es que aquel impacto puede ser visto casi como un solo hecho, a 100 años de distancia.

La fuerza material y moral de las lecciones de la RR generó un impacto complementario en la clase dominante mundial que vive del trabajo ajeno. Por primera vez en la historia sintió que le había llegado su hora final. No tuvo tal sensación ni siquiera cuando Napoleón campeaba por la atormentada Europa monárquica, o cuando Simón Bolívar llegaba hasta Ayacucho para echar lo que restaba de la Monarquía.

Sayes y Kanh (1949) recuerdan que cuando el Consejo de Obreros y Soldados de Petrogrado nombró en el Gabinete a Lenin como ‘Premier’, a Trotsky como Ministro de Asuntos Extranjeros y a Aleksandra Kolotái como Ministra de Educación, el Embajador norteamericano reaccionó espantado: “¡Repugnante! Más espero que se haga el debido esfuerzo porque mientras más ridícula sea la situación venga más pronto el remedio” (p. 23). El remedio no tardó en llegar y ocho meses después, la cultura dominante mundial, atacó al gobierno de los Soviets en catorce frentes con ejércitos de todas las potencias capitalistas del planeta.

Zbigniew Brzezinski (1989), uno de los más brillantes asesores del Departamento de Estado norteamericano en el siglo XX, al lado de Henry Kissinger, señala que el efecto acumulativo del éxito soviético, convirtió al siglo XX “en una era dominada por el ascenso y el atractivo del comunismo. (…) La extensión del comunismo a Europa Central y China fue lo que dominó el discurso intelectual y lo que pareció representar el augurio de la historia” (p. 23-24).

Los postulados de Brzezinski no eran nuevos en la intelligentsia burguesa. Décadas antes ya se habían encendido las alarmas tempranamente en Europa. Pierre Daye, un periodista y escritor belga de ultraderecha devenido en argentino por la fuerza de la derrota en la guerra, resume las opiniones de autores sobre este temor de auto-extinción de clase. La más conocida es la de Oswald Spengler quien, desde una consideración sociológica, señala que la civilización occidental (léase: la burguesía) puede morir y está “a punto de hacerlo” para dar origen a otra cultura totalmente nueva que, “podría nacer en algún pueblo de energías primitivas” como el ruso. Esto reduce a Huntington a un vulgar parafraseador con su tardío choque de civilizaciones.

Por su parte, el católico alemán Walter Shubart, en una tesis cercana a la de Spengler, señaló que “después de la crisis materialista y bolchevique actual [desatada por la revolución rusa, y los procesos chino e indio, existieran] posibilidades de reemplazar la civilización europea, caída por la falta de su propio nacionalismo” (Daye, 1952, pp. 51-52). Y concluía que “hasta los más poderosos, tienen miedo” (Daye, 1952, p. 72). Incluso, no es un abuso afirmar que, el ‘temor de los poderosos’, condujo a algunos al suicidio en las Bolsas de Valores de Berlín y Nueva York en 1929, por un lado, y al surgimiento de un brillante intelectual ‘salvador’ como John Keynes, por el otro.

El socialismo, como movimiento y programa, nunca tuvo mejor oportunidad política y nunca fue tan dramáticamente desaprovechada, despreciada o traicionada. El internacionalismo, razón de ser del marxismo desde su origen, sirvió para fortalecer desde 1925 al Estado Soviético, no para extender la revolución internacional. La política defensiva de ‘preservación’ terminó siendo uno de los factores de su debacle posterior.

*Modesto Guerrero, periodista y escritor venezolano. Biógrafo de Hugo Chávez y analista político. Correo: meguerrero00@gmail.com; Lorena López Guzmán, historiadora e investigadora colombiana. Correo: lorenalpezg@gmail.com; Nicolás A. Herrera F., psicólogo e investigador social colombiano. Correo: nherreraf@gmail.com. Lorena y Nicolás pertenecen al Colectivo Frente Unido-Investigación Independiente que indaga sobre el sacerdote revolucionario colombiano Camilo Torres Restrepo.

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