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domingo, diciembre 22, 2024

ECUADOR YA CAMBIÓ: prólogo al libro ‘Balance Crítico del gobierno de Rafael Correa’. Por Alberto Acosta

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“Si queremos que todo siga como está,
es necesario que todo cambie.
¿Y ahora qué sucederá? ¡Bah!
Tratativas pespunteadas de tiroteos inocuos,
y, después, todo será igual pese a que todo habrá cambiado.
…una de esas batallas que se libran para que todo siga como está”.
Giuseppe Tomasi di Lampedusa (1896-1957)

Estudiar lo que ha acontecido en estos últimos ocho años de gobierno, el de mayor duración de toda la historia republicana y que aún continua, es un reto. No solo porque estamos inmersos aún en un proceso inconcluso, sino porque de una u otra manera, unos más y otros menos, estamos atrapados por las urgencias del momento político. Estas limitaciones, sin embargo, no impiden la necesidad de disponer de investigaciones que permitan dar cuenta de lo que sucede en el país. Estas son indispensables.

Ese es, justamente, el empeño de este libro. Su objetivo expreso es tratar de “desentrañar la naturaleza y características del poder y la estructuración del estado, el patrón de reproducción y la orientación política y económica en la presente fase histórica, de especial trascendencia, del gobierno de Rafael Correa”. Y lo hace teniendo como referente histórico otros momentos de la vida nacional, sintetizados en épocas dominadas por caudillos mayores, como el Alfarismo, el Garcíamorenismo, o el Velasquismo. Desde esa perspectiva este libro propone un balance crítico sobre el Correísmo.

La aproximación investigativa se la hace desde la economía, la política y le economía política. Un esfuerzo sin duda complejo en la medida que resulta difícil establecer los posibles límites en estos tres campos, que, como bien sabemos, están profundamente imbricados. Sin embargo, siendo este un punto crítico, refleja a la vez uno de los aspectos potentes del libro. En realidad habría que hablar de tres investigaciones llevadas a cabo por un equipo de la Universidad Central, dirigida por Francisco Muñoz y por un equipo docente conformado por Santiago Garcia, Diego Carrión, Francisco Gachet y Mario Unda, a quienes se sumó un nutrido grupo de profesionales. Tarea que se enriqueció con sendas discusiones en talleres en donde se debatieron los avances del proyecto.

En suma, como un primer punto a resaltar de un libro que contribuye a conocer mejor el Ecuador de inicios del siglo XXI, tenemos una investigación amplia y profunda, con una gran cantidad de informaciones y de reflexiones hechas “sobre la marcha”, enriquecidas con una aproximación diversa y realizadas por personas con reconocida experiencia académica.

¿Cambió ya Ecuador?

La pregunta no es menor. Hay cambios, nadie lo duda. Tantos años de un gobierno que ha contado con los mayores ingresos fiscales de toda la historia republicana, y que está en el poder el mayor período registrado hasta ahora, respaldado con un amplio agrado político, no podían pasar desapercibidos. Algo o mucho ha cambiado, no hay duda.

Desde las filas del oficialismo, desde la lógica de su batería propagandística, se concluye, sin lugar a la duda, que el Ecuador ha cambiado. Para bien, según ellos. Las obras que enlistan, sobre todo de orden material, es larga. A esta conclusión positiva también llegan otras personas que, hay que decirlo con claridad, de manera simplona, hacen comparaciones con los gobiernos anteriores: no he visto otro presidente que haga lo que este presidente ha hecho en Ecuador, afirma alguien suelto de huesos.

Desde los diversos flancos de la oposición, con demasiada frecuencia, solo se lee lo sucedido en clave de continuismo neoliberal o inclusive de la construcción de un camino al comunismo, para mencionar los extremos de estas posiciones opositoras sustentadas desde las izquierdas y las derechas respetivamente.

Ninguna de estas aproximaciones es satisfactoria. La respuesta es más compleja. Y ella, hay que dejar claramente sentado, no está simplemente en el tan trillado término medio. No se puede negar lo realizado en un ejercicio de miope oposición y tampoco asegurar que el cambio es profundo y positivo en acto reflejo de apoyo al gobierno.

Si, el Ecuador ha cambiado. Lo que hay preguntar es en qué cambió, en beneficio de quién cambió, hacia dónde está cambiando… Esta investigación lo hace a partir del concepto de “patrón de acumulación” o “modalidad de acuulación” como elemento analítico para evaluar el gobierno de Rafael Correa. Desde allí se analiza lo sucedido.

Los resultados están a la vista. En estos años se registra la consolidación de ciertos ejes de acumulación del capital concentrados en los sectores propios de una economía extractivista remozada, que caracteriza las diversas esferas de la producción y la circulación de una modalidad de acumulación primario exportadora. El análisis no pierde de vista el entorno internacional y el proceso histórico nacional, en el que se consolidan las diversas estructuras de poder.

Las conclusiones de este trabajo que impulsa la Universidad Central son precisas. Resumiendo, de lo realizado no se puede desprender un cambio revolucionario. Más allá de los discursos grandilocuentes y de los ofrecimientos de cambios radicales, no hay una transformación de la modalidad de acumulación, se mantiene la esencia extractivista y no se quiere afectar la concentración de la riqueza. Este esfuerzo representa, en realidad, como diría el gran pensador ecuatoriano Agustín Cueva, una modernización periférica del capitalismo ecuatoriano, luego de que falló el intento modernizador neoliberal, cuando los sectores dominantes en disputa -demostrado en esta investigación- no tuvieron la capacidad para dirigir política e ideológicamente al conjunto de la sociedad.

En realidad se registran cambios en estos ocho años, para que nada de lo de fondo cambie. El propio presidente Correa lo reconoce. Al cumplir 5 años de su gestión, en entrevista al diario gobiernista El Telégrafo, el 15 de enero del 2012, lo dijo: “Básicamente estamos haciendo mejor las cosas con el mismo modelo de acumulación, antes que cambiarlo, porque no es nuestro deseo perjudicar a los ricos, pero sí es nuestra intención tener una sociedad más justa y equitativa.” Lo dicho es claro. El caudillo no cree en esas redistribuciones, que son ejes básicos de la Constitución del 2008. El lo ha repetido en varias oportunidades en relación a la redistribución de la tierra, para mencionar un ejemplo: “la pequeña propiedad rural va en contra de la eficiencia productiva y de la reducción de la pobreza… repartir una propiedad grande en muchas pequeñas es repartir pobreza”. (1 de octubre del 2011)

La reducción de la pobreza es uno de los puntos destacables de este proceso. Un paso positivo que se explica por la existencia de cuantiosos recursos fiscales obtenidos sobre todo por la bonanza petrolera y no por la redistribución de la riqueza. Por eso no es aventurado afirmar que a los pobres les va menos mal y a los ricos mucho mejor.

Podríamos concluir, entonces, que las agujas de la brújula gubernamental que, el año 2007, apuntaban hacia una transformación estructural y radical, cuyos principios se plasmaron en la Constitución de Montecristi, hoy apuntan hacia un cambio gatopardista.

Si hubo pecado de utopismo o si la ilusión liberal en los debates constituyentes de los años 2007 y 2008 es un tema a ser debatido. Los autores de esta con seguridad histórica investigación al menos lo dejan planteado. Más allá de esa situación, lo cierto es que en esa Asamblea Constituyente, un espacio de amplia participación democrática, se sentaron las bases para una gran transformación del Ecuador, que no se agote en algunos cambios que no representan revolución alguna.

Así las cosas, Ecuador ya cambió y sigue cambiando para conservar el todo sin que nada cambie realmente; en buen romance no está planteada la superación del capitalismo, sino simplemente la modernización del Estado capitalista. Superar el capitalismo debería ser la meta indispensable si realmente se quiere impulsar el Buen Vivir o sumak kawsay; tema que se intenta abordar en la parte final de este libro.

En complemento con lo anterior, en la investigación, en el ámbito de lo político, se analizan los cambios en el bloque en el poder. Bloque que sintetiza, la forma de gobierno y los conflictos gubernamentales de carácter político, en donde confluyen las alianzas y las ideologías de los actores y las alianzas diversas alianzas, que en estos ya largos ocho años han consolidado a los grupos tradicionales de poder en vinculación con grupos emergentes. Estos grupos burgueses emergentes, que escalan posiciones desde la crisis de 1999, terminaron por encontrar en Rafael Correa el caudillo que les abre camino dentro del aparato de Estado, antes enquistado por la vieja oligarquía.

La vieja hegemonía algo ha cambiado en su superficie, por la vía de la metamorfosis, sin mayores rupturas, como tantas otras veces en la historia republicana. A modo de ejemplo, la banca, que ha sufrido severos ataques discursivos y a la que le ha obligado a aceptar algunas reglas para su racionalización, es uno de los grupos que mayores beneficios ha acumulado en el período analizado, algo que también se da en otros segmentos de la economía, cuyas estructuras e inclusive prácticas oligopólicos o aún monopólicas siguen intactas. Y a la postre lo que se construye con el Correísmo es una nueva modalidad de dominación burguesa, que ha sabido presentarse como revolucionaria, sin serlo.

Esta nueva estruc­tura de poder –siempre en ciernes- está apuntalada en un clientelismo efectivo, sostenido por cuantiosas inversiones sociales, que perversamente, en varios casos, han contribuido a enriquecer aún más a poderos grupos económicos, como sucede en el sector de la salud, para mencionar un caso. Otro de sus puntales radica en una retórica antiimperialista avalada por un entrama­do regional e internacional favorable, que han permitido sostener una imagen internacional progresista del caudillo modernizador del capitalismo en el interior del país. El tutelaje estatal y de sometimiento de la sociedad civil se realiza a través de múltiples vías, como lo es transformar la comunicación en un simple servicio público.

En lo económico destaca la búsqueda de patrones de eficacia y rendimiento abiertamente capitalistas, mediante la modernización tecnológica de la administración pública. Todo esto de la mano de la monopolización y transnacionalización del proceso de acumulación, que en su versión neoextractivista demanda cada vez más capitales extranjeros, teniendo a China en la primera línea, ya no a los capitales estadounidenses o europeos; este es otro cambio a señalar.

Una mención especial merece el desmantelamiento de toda forma de organización social autónoma. El Correísmo, en un ejercicio propio del totalitarismo, ha conseguido ya subyugar las diversas funciones del Estado y avanza en la dominación de las organizaciones sociales, que fueron las que construyeron el escenario para el triunfo electoral de Rafael Correa y fueron, al inicio de este proceso, las portadoras de las ideas y propuestas revolucionarias, plasmadas en la Constitución de Montecristi. Como bien se anota en estas páginas, el movimiento popular expresa momentos significativos en los que las luchas sociales logran articularse entre sí, pero sin constituir un proyecto y rumbo político compartido, por lo que luego, como sucedió en este caso, no consiguen cambiar las estructuras hegemónicas de dominación capitalista. Su dispersión y debiltamiento, explicables por razones endógenas y errores históricos, hoy encuentran otra severa amenaza en la modernización capitalista que impulsa el Correísmo.

Como se lee en estas páginas, Rafael Correa se presentó primero como aliado de los movimientos y organizaciones sociales, e inclusive de la izquierda partidista, buscando posteriormente cooptar -vía propaganda y clientelismo- su base social con cierta conciencia anti-oligárquica forjada a lo largo de mucho tiempo de lucha social, para luego debilitarlo seriamente y desplazarlo de la escena. En el libro se desentraña la política de cooptación y coacción cruzadas del Correísmo, encaminada a resquebrajar, desarticular, funcionalizar y hasta dividir al movimiento social y particularmente al movimiento indígena, especialmente a la CONAIE.

Como una gran traición histórica, ahora, el Correísmo criminaliza la protesta popular, persigue y denigra a los dirigentes sociales, desarma a la izquierda organizada y pretende subordinar a los movimientos y organizaciones sociales. Luego de debilitarlos, desmantelarlos o dividirlos, avanza en la cooptación o inclusive en la construcción de organizaciones sociales propias, como se ha visto con los estudiantes, los maestros, los indígenas, los trabajadores. Todo inmerso en la lógica de un Estado total. El paralelismo con las lecciones totalitarias, por ejemplo hitlerianas, es evidente: Adolfo Hitler, en Mi Lucha (Mein Kampf) ya reflexionó sobre este tema y llegó a la conclusión de que, en la búsqueda del poder total, hay que construir una institución sindical propia, para no hacerse cargo de -lo que él consideraba- como experimentos fracasados; institución creada para combatir el sindicalismo marxista, en tanto este sindicalismo reconocía la existencia de la lucha de clases, no aceptada por Hitler /2. 

El caudillismo del siglo XXI

La figura carismática de Rafael Correa, en una suerte de encarnación de un bonapartismo o cesarismo, propio de otras épocas de la historia ecuatoriana y latinoamericana, constituye uno de los rasgos que definen su actuación política, nos dicen los investigadores mencionados. Pero definitivamente no lo explican todo.

De esta investigación se desprenden varios aspectos que nos permiten caracterizar el Correísmo como un régimen caudillista. Por un lado está la subordinación de todos los poderes al ejecutivo encarnado en la figura de un líder carismático como el representante de toda la nación y como árbitro imparcial frente a intereses contrapuestos de las clases sociales en conflicto.

La base social de sustento de este bonapartismo del siglo XXI está dada por el apoyo -sobre todo forzado- de diversos sectores sociales: campesinos y lumpen-proletariado; así como también de sectores medios y de cada vez más fracciones de la clase dominante, cuyos intereses son representados por el caudillo. La política social está destinada a satisfacer las demandas de amplios grupos sociales, y al mismo tiempo es el justificativo para seguir ampliando el extractivismo. Su legitimación, hasta el año 2011, se vio reforzada por la vía plebiscitaria.

Más allá de la discusión sobre la mayor o menor autonomía relativa del Estado en relación a los grupos de poder nacionales y transnacionales, lo que cuenta en el Correísmo es poner en marcha una máquina burocrática legalizada y eficien­te, dócil y activa. Hay que normalizar, disciplinar y ordenar la sociedad, para eso sirve el nuevo código penal con claros rasgos represivos, perseguir el humor de los caricaturistas, inclusive la pro­hibición de vender cerveza los domingos.

Este régimen disci­plinario se sostiene con un masivo ejercicio de propaganda: el marketing con el que el Correísmo, en ocasiones, consi­gue montar hasta un mundo ficticio, acomodado a los intereses del poder. Conceptos clave, como izquierda, revolución, Sumak Kawsay o Derechos de la Naturale­za, forman parte de un nuevo glosario, que se ajusta a las conveniencias del momento.

Engaño y autoengaño, afincados en el consumismo, apuntalan el respaldo popular del que goza el Correísmo. Todo en función de un espectáculo con­tinuado, con un protagonista principal: Rafael Correa (y solo él), quien se asume como el portador de la vo­luntad política colectiva, el gran condotiero, diríamos en palabras de Antonio Gramsci. Un líder carismático, que se siente en capacidad de fijar una dirección a la sociedad en su conjunto, y superar con su simple personalidad, los problemas que se presentan, sea en cuestiones de fondo así como frente a nimiedades, como es el caso de las crecientes burlas de que es objeto el presidente del Ecuador en las redes sociales.

No hay un proyecto partidista, ni grupal al margen de las estructuras de dominación burguesa, mucho menos aún comunitario contestario al verdadero poder. Se trata de un caudillo empeñado en construir un Estado y un régimen político que actúa como mediador, árbitro e inclusive salvador de la nación. Correa constituye la representación cesarista del poder a través del carisma de la personalidad heroica; en este escenario cobra fuerza la “gesta heroica” del 30-S, aquella revuelta policial elevada a la categoría de golpe de Estado, en el que el gran líder asumió el papel de mártir y héroe.

Definitivamente Rafael Correa no está para alter­nativas revolucionarias. Al asumir su misión modernizadora del Estado, ratifica su adhesión a la eficacia tecnocrática, a la provisión de in­fraestructura e inclusive al fomento del consumismo. La recuperación del Estado, sin superar sus cimientos coloniales y patriarcales, en desme­dro del fortalecimiento de la sociedad, está en línea con ejercicios modernizadores que han pretendido ace­lerar el proceso y de ser necesario quemar etapas en la modernización del capitalismo. Y para lograrlo, igual que otros líderes modernizadores, Correa no oculta su forma de entender la democracia, como un simple ejercicio electoral que determi­na quien debe tomar las decisiones. Ejercicio electoral cada vez más amañado por el control de las otras funciones del Estado, detrás de las que se camufla su creciente temor a la respuesta popular sobre temas de interés nacional, como fue el caso de la consulta impulsada por el Colectivo Yasunidos o los cambios a la Constitución, que consideran, en otros temas, la reelección indefinida, prevista para perennizar la caudillo en el poder.

En esta etapa (¿pos-neoliberal o de segunda generación del neoliberalismo?), pero de todas formas de transformismo y modernización tecnocrático-capitalista del Estado se consolida un régimen de excepción con un fuerte rasgo intervencionista y un presidencialismo cada vez más reforzado.

En estos elementos se afinca la estructura de dominación vertical y autoritaria del Correísmo. Eso explica el establecimiento de un Estado de derecho como tiranía, en tanto todas las funciones del Estado declinan sus funciones en las decisiones presidenciales y a la Constitución se la va readecuado para estar ajustada a las demandas del caudillismo necesario par agiornar el capitalismo ecuatoriano,

De allí se derivan sus prácticas autoritarias, que son las que se emplean para continuar con la moderniza­ción tecnocrática del capitalismo y para profundizar el extractivis­mo. Modalidad de acumulación en esencia autoritaria y depredadora. Por eso es preciso resaltar una de las conclusiones de este libro, relacionadas al carácter del Correísmo en términos amplios y profundos, más que enfatizar únicamente en el autoritarismo represivo y subrayar la personalidad del caudillo. Cabe develar los motivos objetivos –cubiertos o encubiertos- de las clases dominantes y de sus aliados o patrones transnacionales, que requieren un caudillo para procesar sus contradicciones, con capacidad de direccionar ideológica y culturalmente a las clases subalternas. Es decir, para consolidar el régimen de acumulación capitalista en su versión extractivista, que es el que se extiende por América Latina, sea con gobiernos neoliberales o “progresistas”.

Bien se señala en el libro que no caben dudas en torno a que el proyecto extractivista fue impuesto desde las necesidades del nuevo patrón de acumulación global, en cuyo marco América Latina y el Ecuador han sido asignados como países proveedores de bienes primarios, en el contexto de una renovada forma de dependencia principalmente liderada por China. Esta forma de dependencia mantiene intactas sus raíces coloniales, cabría anotar. Inclusive la propuesta de matriz productiva del gobierno se afinca en esas raíces y constituye una suerte de propuesta para una modernización inviable sin el masivo concurso del capital transnacional, y que, además, no deja de ser pasadista: avanzar para seguir siendo un país suministrador de materias primas.

Adicionalmente, pensado más en quienes sostie­nen el correísmo, especialmente en quienes creían que con la “revolución ciudadana” se impulsaba una verdadera transformación, todo se justifica por “el proceso revolucionario”. A nadie dentro de “el proce­so” le importa si se traicionó los principios originales, plasmados inicialmente en el Plan de Gobierno del Movimiento País, elaborados colectivamente en el año 2006, y luego ratificados en la Constitución de Monte­cristi.

Para cumplir las órdenes del caudillo, es decir para ejecutar “el proceso”, no importa si hay que subirse a un cerro de verdades o de mentiras, pero hay que cumplirlas. Todo o casi todo se justifica por “el proceso”, aunque este no sea para nada revolucionario. Desde esta vertiente del análisis político se puede apreciar otro punto inocultable en la lógica del gatopardismo dominante: la vieja partidocracia del siglo XX devino en la partidocracia del XXI, encabezada por la gelatinosa agrupación político-electoral, mimetizada en el gobierno, llamada Alianza País. Cuyas prácticas -no cansamos de sorprendernos- superan cada vez más las acciones de los viejos partidos políticos.

En este proceso, en la práctica, se exagera la autonomía relativa del Estado y de la política institucional para presentarlos como herramien­tas de cambio social. El discurso de cambio revolucionario no puede ocultar la realidad del Estado en tanto forma de relación social que encarna elementos básicos de dominación de las relaciones sociales capitalistas. Esta realidad deja en el desamparo a los intelectuales del Correísmo que se asumen como tecnócratas autóno­mos de dichas relaciones capitalistas.

Como se escribe en este trabajo, dirigido por Francisco Muñoz, estamos frente una nueva capa de tecnócratas, algunos con elevada formación académica, que ha tomado lugares y funciones importantes en lugares privilegiados del Estado en transición. Este grupo humano es la nueva imagen del intelectual orgánico al servicio del Estado bonapartista/cesarista del Correísmo.

Es petulante creer que la intervención del Estado, a través de la tecno-burocracia, promueve un cambio estructural. Esta tecno-burocracia no logrará convencer de la necesidad de un nuevo patrón de acumulación del capital simplemente mediante la gestión de un Estado intervencionista que, más allá de los discursos, resulta sirviente de los intereses estratégicos de clase, que -modernizado- sigue reproduciendo sus prácticas oligárquicas y coloniales.

Quedan muchas interrogantes en la investigación planteada. Esa es otra de sus potencialidades: abrir puertas a nuevas investigaciones y dar lugar a nuevos interrogantes. Nos preguntamos, por ejemplo, si será cierto que las diversas fracciones burguesas emergentes y aún las tradicionales, que han lucrado como nunca antes en la historia del Ecuador, se verán representadas por el neo-desarrollismo aplicado. Será que la confianza de los empresarios ha aumentado y el caudillo ha logrado que las diferentes fracciones dominantes confluyan en el marco de su proyecto económico para adecuar el capitalismo ecuatoriano a las exigencias transnacionales. O será simplemente que estos grupos de poder han tenido que aceptar al Correísmo como un período de transición, que les es muy útil, pero que no le consideran como su hijo legítimo.

Por eso, parafraseando la cita de Agustín Cueva, incluida en este libro, cuando analiza al Velasquismo, eso si sin pretender llegar a comparaciones lineales de estos dos procesos, podemos decir que el Correísmo representa “una visión histórica de conjunto, (…) no puede aparecer sino como lo que objetivamente es: un elemento de conservación del orden burgués, altamente ‘funcional’ por haber permitido al sistema absorber sus contradicciones más visibles y superar al menor costo sus peores crisis políticas, manteniendo una fachada ‘democrática’, o por lo menos civil… ha sido la solución más rentable para las clases dominantes”. Y en su “complejidad aparece como una forma no ortodoxa, casi bastarda de dominación”.

A la postre, lo que hay que rescatar es que el Correísmo transitó en contravía de la propuesta revolucionaria de sus inicios 3/ , hasta convertirse en el portador de las tesis y en el ejecutor de las acciones de un proyecto de restauración conservadora económica, política y cultural. Bastaría con recordar el retorno al redil del FMI y del Banco Mundial, la firma de un TLC con la Unión Europea o sus prácticas curuchupas en relación a temas de libertad sexual.

En este empeño los autores desenmascaran al Correísmo. Se trata de un régimen bonapartista y populista, con profundos rasgos moralizantes, que consolida nuevas formas de dominación. En el Correísmo se condensa la nueva forma de dominio de clase por la cual el líder carismático-Correa, el caudillo del siglo XXI- intenta convencer y dirigir ideológicamente a la sociedad de la necesidad del proceso de modernización en marcha. Al mismo tiempo, para lograr dicho cometido, debe reprimir y mantener el orden y la estabilidad social. Más aún, cuando se trata de defender la actividad productiva extractivista en beneficio de la acumulación capitalista y para sustento del presupuesto del Estado, que, a su vez, es, según el caudillo más proextractivista de la historia republicana, la vía para conseguir los recursos que permitirán disminuir la pobreza y modernizar el país. Realmente una pobreza de argumentación.

En este contexto, siguiendo a los autores, se combinan factores como la estructuración hegemónica, el despliegue de una conducción ideológico-cultural, la modificación jurídica e institucional con fuerte contenido burocrático y centralización del Estado, y finalmente la modificación de la representación y organización partidaria, en función de las demandas modernizantes o no propias de la acumulación del capital.

Este libro hará historia. Será un referente para el análisis del Correísmo. Y sus conclusiones solo podrán ser ratificadas o desechadas por la historia misma. Ella nos dirá si el Correísmo terminará por marcar una época o si será simplemente un período de transición, como lo fueron los gobiernos de Ignacio de Veintimilla o León Fébres Cordero, prototipos de caudillo, funcionales en su tiempo al sistema, pero que no pasaron de figuras secundarias en la Historia del Ecuador.-

 

 

 

Nota: el presente texto incorpora un par de ajustes formales en relación a la versión publicada.

El autor es economista ecuatoriano.

2/ El presidente Rafael Correa, curiosamente, coincide en que el socialismo en el siglo XXI, que él dice impulsar, no tiene nada que ver con la lucha de clases… Ver en http://www.youtube.com/watch?v=7LlY1tyqY3E

3/ El ya mencionado Plan de Gobierno 2007-2011 de Alianza País; elaborado en 2006.

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PENSAMIENTO CRÍTICO
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1 COMENTARIO

  1. Se equivoca Acosta cuando dice que “la Asamblea Constituyente, un espacio de amplia participación democrática, se sentaron las bases para una gran transformación del Ecuador, que no se agote en algunos cambios que no representan revolución alguna”. La mentada Asamblea lo que hizo es permitir un modelo concentrador del poder que no permite revolución ni cambios significativos como ha comprobado la historia. Por lo demás, la personalidad de Correa y sus políticas han estado en consonancia con aquella constitución en la cual la participación ciudadana fue mínima, por dar un ejemplo, no hubo asambleas barriales, ni de ciudades, ni aún provinciales y se mantuvo la partidocracia, es decir, el oligopolio de los partidos políticos para presentar candidatos que luego se transformó en un casi monopolio de Alianza País.

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