ECUAVOLEY: MEMORIA Y VIGENCIA DE UN JUEGO DE ASTUCIAS
Por Gustavo Abad. <www.rostroadusto.blogspot.com>
PARTE I: LOS ORÍGENES: UN ENFOQUE HISTÓRICO Y CULTURAL
Una singular complicidad
La pelota sube justo hasta la cuerda superior de la red y, por fracciones de segundo, queda suspendida en el aire. La respiración de trescientos espectadores tam-bién se detiene, la mirada fija en la pelota, nadie puede intuir el desenlace. Entonces… ¡tac!… El colocador la toca suavemente, con los dedos extendidos. Tan imperceptible es el movimiento de su muñeca, que nadie adivina su intención sino hasta que la pelota toca el piso al otro lado de la red. Los jugadores rivales se paran en seco y sus movimientos abortan antes de consumarse. Sorprendidos y avergonzados, solo atinan a mirarse las caras. El colocador, complacido por su habilidad, saluda en tono burlesco… “¡buenas tardes, señores!”…
El público suelta un griterío que libera todo el aire contenido. Unos aplauden, otros rechiflan, algunos se toman la cabeza simulando vergüenza ajena. “Los tres chiflados…”, comenta uno desde las gradas para recalcar la comicidad de la maniobra, que consiste en colocar la pelota en un punto equidistante entre los tres jugadores rivales, de modo que sus movimientos se neutralicen. Se la aplica por arrogancia, para disminuir sicológicamente al adversario, o por desesperación, para salvar una pelota mal servida. De cualquier manera, es sólo una de tantas expresiones lúdicas que ofrece el ecuavoley, el más popular de los deportes inventados en el Ecuador.
El ecuavoley permite una complicidad total entre jugadores y espectadores. Los primeros no cobran por jugar y los segundos no pagan por mirar; los jugadores se exponen voluntariamente a la ovación, pero también a la burla; los espectadores ejercen a placer el halago o la crítica. Y nadie se enoja por ello. Los primeros corren, saltan, se esfuerzan hasta el agotamiento; los segundos apuestan, comentan y se divierten a sus anchas. Los que juegan no pueden abandonar la cancha en cualquier momento porque sería un irrespeto al contendor; los que miran, en cambio, se levantan y se van cuando les place. En este deporte, jugadores y espectadores forman una dualidad inquebrantable, porque unos necesitan de otros para que haya juego.
Aunque no hay un solo modo de ser ecuatoriano, sino muchos y diversos, el ecuavoley es quizá el deporte que mejor refleja un modo de ser y estar en el mundo que podría llamarse ecuatoriano.
Cuerpos comunes con destrezas fuera de lo común
En su sentido elemental, el ecuavoley consiste en colocar una pelota (generalmente de cuero) en el campo contrario con la suficiente habilidad o fuerza para que toque el piso sin que pueda evitarlo el rival. Se juega entre dos equipos de tres jugadores (colocador, servidor y volador) y sólo se admite un máximo de tres toques por lado. En todos los casos, la pelota deberá pasar por sobre una red (generalmente de nylon) templada entre dos postes, por sobre la línea divisoria del campo.
No se permite patear, cabecear o tocar la pelota con otra parte del cuerpo que no sean las manos o los antebrazos. Se juega a tres sets pero, si un equipo gana los dos primeros, no es necesario jugar el tercero. Un set se gana con 15 o 12 puntos de acuerdo con la región y la costumbre. La máxima autoridad es el árbitro, quien dictamina si la pelota cayó dentro o fuera de la cancha así como la validez o no de las jugadas.
Se considera al ecuavoley una variante o adaptación del voleibol internacional pero, si nos detenemos en las características de uno y otro, podemos advertir grandes diferencias. Aunque comparten el mismo principio, sus elementos y proporciones son a la inversa.
El voleibol se juega entre equipos de seis jugadores, que generalmente sobrepasan el 1,80 m. de estatura; se usan una pelota de apenas 280 gramos y una red cuya banda superior no supera los 2,43 m. de altura. Predominan la fuerza, la estatura de los jugadores y los esquemas tácticos. El ecuavoley, en cambio, se juega entre equipos de tres jugadores, con estatura ecuatoriana promedio de 1,65 m. (excepto los ganchadores, que son un grupo selecto); se usan una pelota de 450 gramos y una red cuya cuerda superior alcanza los 2,85 m. de altura. Predominan la habilidad y la astucia para compensar las desventajas atléticas.
Al contrario del fútbol, el básquet, la natación y otros deportes cuyos practicantes exhiben una extraordinaria condición física, los cultores del ecuavoley hacen gala de una condición de lo más común. Ser bajito y barrigón no es impedimento para jugar bien; tampoco lo es tener un cuerpo flaco y desgarbado. La capacidad de ubicación, la rapidez de movimientos, la precisión en los coloques surgen de una sabiduría cultivada sólo con la práctica y con el contacto diario entre jugadores de todas las edades.
Los ecuavolistas, como les gusta denominarse, aprenden los fundamentos en la cancha, observando a los experimentados, pues no existen escuelas ni instructores que hayan sistematizado una pedagogía para este deporte. Los conocimientos se pasan de generación en generación, como parte de una memoria colectiva, de unos saberes intuitivos, que sólo se hacen visibles en el juego.
La manera de parar un gancho, por ejemplo, es algo que no se explica, se sabe. La ocasión para cambiar de puestos no está escrita, se intuye simplemente. El ecuavoley se practica entre personas comunes, con cuerpos comunes, pero dotados con destrezas fuera de lo común.
Un origen ligado a los cuarteles
Muchas veces, las cosas no son como ocurrieron sino como las recordamos o como las imaginamos. Ese parece ser el caso del ecuavoley, cuya génesis resulta esquiva incluso para quienes han investigado los juegos en la cultura popular. No hay un dato preciso, pero la mayoría de relatos coincide en que debió nacer en un cuartel militar, policial o de bomberos. La hipótesis más generalizada asocia su nacimiento con la necesidad de matar esas largas horas de aburrimiento que acechan a todo grupo masculino, uniformado y disciplinado, cuyos miembros tienen que canalizar físicamente su energía para no volverse locos en sus literas.
Desde la altura de sus 86 años y su amplia bibliografía sobre historia y cultura popular, el antropólogo Alfredo Costales mira con admiración el desarrollo de este deporte. El ecuavoley, según este investigador chimboracense, pertenece a una extensa familia de juegos populares, como los trompos, los cabes, la pelota nacional, la perinola, los cocos, la bomba, el boliche y otros. El rasgo que los une, dice Costales, es que nacen de la imaginación popular y cumplen la función de “una ventana abierta para el alma de la gente desocupada”.
A diferencia de muchos juegos populares de raigambre indígena, el ecuavoley proviene más del ámbito mestizo, urbano y de bien entrado el siglo XX. Costales también se inclina por la tesis de que surgió como un remedio contra el aburrimiento en los cuarteles.
En el documento “Ecuavoley, deporte ecuatoriano por tradición” constan imágenes provenientes del Archivo Histórico del Banco Central. En una foto, que data de 1930, en algún lugar de Loja, se puede ver a varias personas vestidas de blanco, algunas con pantalones cortos, jugando con una pelota y una red. Entre los espectadores se distinguen hombres de traje y sombrero, algunas damas de faldas largas, y no pocos uniformados, que bien podrían ser militares o policías.
Aunque son datos escuetos, esas imágenes más la tradición de buenos jugadores lojanos, sugieren que esa provincia fue uno de los primeros escenarios de este deporte en el país. Hay otras fotos que también apuntan a la zona austral: niños y niñas junto a una red y una pelota en una escuela (Loja, 1935); un grupo de militares junto a una cancha (Loja, 1935); un partido en el Parque del Ejército de Cuenca y, como espectadores, militares con sable al costado (Cuenca, 1930), entre otras.
Una revisión de esas fotos viejas sugiere también que, entre los eventos antiguos más documentados en imágenes están las Primeras Olimpíadas Militares realizadas en Quito, en el Batallón Vencedores (1949), lo cual refuerza la teoría de su origen cuartelero. No en vano, en una foto que testimonia el Primer Campeonato de Ecuavoley del Celegio Nacional Mejía, aparece un militar presidiendo un equipo (1949)
¿Por qué este deporte logró anidar más que otros en el gusto de la gente? Alfredo Costales lo atribuye a su sencillez, no solo en el sentido del juego, sino en que todos sus implementos se encuentran al alcance de la mano. En todo lugar del mundo hay un rectángulo plano, un par de postes, una cuerda y una pelota, aunque sea de trapo. Lo único que se necesita son las ganas y tres personas por lado, aunque en casos extremos también puede jugarse uno contra uno. Es un deporte a escala humana, porque no necesita de gran infraestructura, como ocurre con otros.
Otro aspecto a su favor, dice Costales, ha sido su sentido incluyente, superior a otros deportes ecuatorianos. La pelota nacional, por ejemplo, dejaba fuera a niños y adolescentes, quienes no tenían la fuerza de brazo suficiente para manejar una tabla tan pesada, que además era costosa y requería invertir ciertos ahorros. En cambio el ecuavoley no exigía ni gran fuerza ni dinero. Por eso todos volvieron sus ojos a este juego, que por mucho tiempo se jugó con pelota de bleris , antes de adoptar la actual número cinco, expropiada al fútbol por su peso, tamaño y dureza ideales.
Continúa…