16 de mayo 2016
Berta Cáceres decía que podía hablar con el río Gualcarque, escuchar lo que el río le decía; sabía lo difícil que sería emprender y sostener la lucha por la defensa de los bienes comunes de la naturaleza y los derechos humanos de su pueblo Lenca, ancestrales custodios de las aguas de sus ríos y bosques sagrados.
Esa comunicación de Berta con los ríos, sus sonidos y sus historias, forman parte de una cosmovisión ancestral que nos reconoce como hijos e hijas de la tierra y que desde hace más de 500 años, fue castigada y condenada como idolatría y pecado en la época colonial, mientras que en la actual era del mercado global extractivo y especulativo es vista desde el paradigma del crecimiento como obstáculo para el progreso.
La riqueza natural de América Latina nos ha convertido en escenario de disputa entre los grandes capitales -nacionales y extranjeros- y las comunidades, pueblos originarios y campesinos asentados en esta geografía, cuya cosmovisión es contraria al imaginario del progreso económico y la mercantilización de la vida, que se acompaña de una sistemática violación de los derechos humanos. La larga historia de opresión y resistencia del pueblo hondureño es una muestra de aquello.
Honduras es uno de los países más violentos y con mayores niveles de pobreza y desigualdad del mundo, sin embargo fue en ese escenario hostil donde floreció la lucha del pueblo Lenca, que junto al extraordinario liderazgo de Berta, su lucidez, compromiso y valentía, lograron detener la construcción de la represa Agua Zarca en el cauce del río Gualcarque; un ambicioso proyecto impulsado por la constructora de hidroeléctricas más grande del mundo, la compañía china Synohidro.
Las amenazas e intimidaciones nunca detuvieron a Berta ni a los integrantes del COPINH, porque sabían que defender el río Gualcarque era defender su propia existencia, ya que su seguridad alimentaria y su identidad cultural guardan una estrecha relación con éste. “En nuestras cosmovisiones somos seres surgidos de la tierra, el agua y el maíz. De los ríos somos custodios ancestrales el pueblo Lenca. Resguardados además por los espíritus de las niñas, que nos enseñan que dar la vida de múltiples formas por la defensa de los ríos es dar la vida para el bien de la humanidad y de este planeta”.
La lucha de Berta en Honduras, la de Chico Méndez en Brasil, la de Máxima Acuña en Perú, la del pueblo indígena Ngäbe en Panamá, la de José Tendetza en Ecuador y tantos otros pueblos a lo largo de América Latina, son atemporales y a pesar de ser originarias de distintas geografías, desembocan en un contundente llamado a transformar los valores corrosivos que amenazan el futuro de nuestro planeta.
Somos seres humanos esencialmente contradictorios y muestra de ello es la sociedad que construimos, que cosifica lo humano y naturaliza los objetos. Vivimos atravesados por diversas tensiones sociales, relaciones de dominación y desigualdad, enajenación del trabajo y de la tecnología, que generan una especie de retraimiento colectivo de los sentidos, permaneciendo las sensaciones y la comprensión somnolientas en la vorágine de lo cotidiano, la productividad y el ruido del mundo exterior y eventualmente, cuando las voces del mundo natural se expresan de manera impetuosa, reconocemos lo vulnerables que somos y nos llama al despertar de la conciencia. Como decía Berta “Despertemos humanidad, ya no hay tiempo”.
La recientemente estrenada obra Crónicas del Agua I, cantata performática de Javier Andrade Córdoba –dramaturgo cuencano- fue una ofensiva sonora y escénica contra el ruido urbano, una abierta invitación al reencuentro con nuestros sentidos, al despertar desde una propuesta estética que nos devuelve a los sonidos originales, apartados de la perturbadora bulla para escuchar las voces del agua que todavía nos dicen que somos hijos de la tierra y que la madre no se vende. Esa naturaleza que vive dentro y fuera de nosotros, reconociendo en su música la sabiduría, tal como pensaba el inca Pachacútec según la leyenda quichua El agua no es enemiga del agua.
Crónicas del Agua, además de ser una puesta en escena única que transforma el escenario en una vertiente de sonidos, pasiones, fertilidad, amor y lucha, permite al espectador vivir una experiencia de presencia plena tanto en el imaginario individual y colectivo como en la propia realidad y significó además un homenaje para las mujeres guardianas del agua y defensoras de sus pueblos, a lo sublime de sus gritos de resistencia y de esperanza y al legado de lucha contra la violencia extractivista que hoy se multiplica y reaviva el compromiso y la convicción política de hacer, sentir y pensar un mundo diferente. Berta murió luchando y hoy su voz se desborda, se multiplica y se levanta con más fuerza: “Vamos a ganar esta lucha… me lo dijo el río”.