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EL ARTE DE FERNANDO BOTERO Por Santiago Gamboa.

EL ARTE DE FERNANDO BOTERO

Por Santiago Gamboa. Prodavinci <www.prodavinci.com>

8 de Diciembre, 2011

Uno de los mejores libros de ensayo publicados recientemente es El arte de Fernando Botero, de Juan Carlos Botero, un libro que suma una cantidad enorme de virtudes empezando por la de ser uno de los más ricos e informados sobre la obra extraordinaria del maestro antioqueño, y, al mismo tiempo, ser un tratado sobre el arte en general, pues al hacer el estudio de las motivaciones y convicciones estéticas de su padre, Juan Carlos Botero reflexiona sobre los grandes temas del arte contemporáneo, las influencias artísticas, la relación con la tradición y con el presente, en un texto que rebasa lo puramente pictórico y se refiere a la Historia, la filosofía, la política y la literatura.

Al hacer el análisis temático de la obra, Juan Carlos Botero comienza por referirse a la presencia de América Latina, y nos hace ver, ejemplificando con bellísimos cuadros, cómo la América Latina pintada es en realidad una representación de Antioquia y de la juventud del maestro (similar a lo que le pasó a Faulkner con su región, dice), un mundo rural, de caseríos pequeños y palmeras, de frondosa vegetación, “de casas de máximo dos plantas de techos de teja cocida y paredes blancas”. A partir de ahí, pasa al estudio detallado y atento de otros temas centrales de esa extensa obra, caso de la religión y la política, el circo o la corrida, con una tradición en la que fulguran nombres como Goya, Picasso, Manet y Salvador Dalí, o el extraordinario tema del retrato, con cuadros memorables como el de Francisco Franco, Luis XVI y María Antonieta en visita a Medellín o Rubens y su esposa, y los muchos y diversos autorretratos, algunos de los cuales con personajes populares, como el barbero, y otros con grandes pintores del pasado, como es el caso del carboncillo Cena con Ingres y Piero della Francesca (de 1972).

Uno de los momentos más extraordinarios del libro tiene que ver con la serie de cuadros de Abu Ghraib, con la explicación de las motivaciones humanas y estéticas que, por un tiempo, llevaron al maestro a apartarse de los temas amables y de celebración de la vida tradicionales en su obra para dedicar su atención a la gran atrocidad perpetrada en Irak por el ejército de EE.UU., en la sórdida cárcel de Abu Ghraib, logrando el doble cometido de expresar su rabia al denunciar la barbarie y la maldad humanas, y al tiempo hacerlo de un modo matizado por la belleza, en una colección que, como dice Juan Carlos Botero, indigna sin ofender los sentidos, emparentándose con la mejor tradición artística del testimonio crítico y la denuncia, como en el Guernica de Picasso o El triunfo de la muerte de Brueghel. Es extraordinario y noble saber, por cierto, que esta colección de 80 cuadros no salió a la venta sino que fue donada a dos universidades, en California y Washington, “porque el artista considera inadmisible lucrarse de la miseria y el sufrimiento ajenos”.

No deja de extrañarme que este libro de prosa impecable y que hace una radiografía lúcida y muy amena del pintor más importante de la historia del país, no haya provocado comentarios en los medios artísticos o publicaciones especializadas, ¿por qué? La verdad es que de todos los silencios que he visto en nuestro mundillo cultural, este es uno de los más elocuentes.

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