Por Hugo el búho
Cuentan por ahí que el objetivo de un caricaturista es hacernos oír una música diferente, tender puentes entre la ficción y la realidad, cuestionar a cualquier tipo de poder, generar una perspectiva distinta de la política, de las relaciones humanas y la vida cotidiana. Puede ser mucho más, pero hasta ahí para no hacernos los profundos.
En el Ecuador siempre han existido buenos caricaturistas políticos. Toda la vida. Sin embargo, no todos han sido críticos con el poder; algunas veces, se han alineado a los gobiernos de turno, dejando de lado su razón de ser. Aunque hay de los otros, que, con su inteligencia y su arte, nos permiten reír y pensar. Para que algo sea cómico, nos dice Henri Bergson, en aquel famoso ensayo sobre La risa, se necesita de una anestesia que duerma al corazón. Y a lo mejor, muchos buscamos eso. Ya me volví a hacer el profundo. No volverá a pasar. Creo.
Me quiero tomar unos minutos -juro no extenderme mucho, porque sé de los tiempos y urgencias del mundo actual- para opinar sobre el caricaturista Bonil. Es un muy buen caricaturista a mi juicio. Siempre he seguido sus viñetas. En la época de Correa me arrancaba carcajadas con sus ocurrencias; y, sobre todo, porque le sacaba de quicio al expresidente y a su can de ocasión, un tal Ochoa. Hasta juicio le siguieron, lo que fue una soberana tontería, que él supo administrar con humor.
Pero algo le pasó a Bonil. Algo horrible. De un momento a otro se volvió funcional al poder. Ya no era el que con una imagen nos hacía reír y cuestionar a las figuras políticas. Ya no. Al parecer, se le incubó la bacteria invisible del anticorreísmo; y a partir de ese momento se transformó. No quiere decir que quienes se dedican al humor dejen de cuestionar a Correa y a sus cercanos. Son parte influyente de la vida política del país. Y claro que hay que cuestionarlos y reírse de ellos. Siempre.
A partir del régimen del inútil de Moreno, y hasta la fecha, como que su lápiz perdió el brillo, se le perdió el sacapuntas, las minas se le rompían en cada trazo. A todas luces, el Ruedas, era un ser para ser caricaturizado de fu a fa o de Mo a reno. Pero no. Era preferible seguir con el run run de Correa, así el presidente bobo y su Romo destruyan al país. Y no solo eso. Se ensañó con el movimiento indígena y su figura principal, Leonidas Iza. En un ataque de racismo insospechado en él, se dedicó a dibujarlos como el poder quería: terroristas, vándalos, quemaciudades. Imperdonable en un caricaturista, que se supone que tiene otra visión de la vida y que además es Sociólogo. No existen temas sagrados, desde luego; sin embargo, uno debería medir los tiempos, el contexto, la cultura.
Uno pensaba que era algún extravío pasajero, producto del odio a Correa. Pero no. Se convirtió, prácticamente, en el publicista gráfico de su amigo, Guillermo Lasso. Otro inútil, y además con cercanías con la mafia albanesa. Pero Bonil prefirió mirar para otro lado, la vieja confiable: la culpa es de Correa. De vez en cuando sacaba alguna caricatura en contra, pero eran más tibias que paños de abuela. El caricaturista seguía desinflándose.
Y llegó otro: Daniel Noboa. El triple de inútil que sus antecesores y que se merecería una caricatura diaria por todo el desastre en el que ha sumido al país. Pero no, igual dibujitos con crítica nada mordaz, con menos chispa que un fósforo mojado. Pero con los correístas no se contiene, usa todo su arsenal. Así debería ser con todos.
El caricaturista Bonil se convirtió en su propia caricatura.
Y para rematar, parece que no le cae nada bien que otra caricaturista se encargue de generar opinión y miles de seguidores en las redes sociales, donde tiene amplia acogida, no solo por su inteligencia en plasmar todo tipo de temas, sino por su trazo e irreverente humor. De forma indirecta, Bonil, la tilda de caricaturista del correísmo -la vieja y mediocre confiable de nuevo-. Que ese es su nicho, cuando todos sabemos que se ha burlado del correísmo desde siempre, y le sigue diciendo sus verdades cada que tiene oportunidad. Ella no se casa con nadie, por eso no tiene empacho en reírse de periodistas, influencers, sacerdotes, empresarios, etc. Bonil no soporta, al parecer, que alguien ose reírsele con sus mismas armas. A él y otros los ha tildado de caricaturistas del club de Tobi. Es que muchos se creen intocables por su nombre y porque son vacas sagradas de los medios de comunicación. Un punto importante de Vilmatraca es que ella ha dicho que siempre está con los más débiles. Interprete amable lector. En cambio, a otros, el poder y pasarse la vida entera reviviendo a Correa, les seduce.

También dice el amigo Bonil que a él le gusta el jazz y que a otros les gusta el reguetón, pretendiendo, de una manera tan básica, desacreditar a Vilmatraca, subiéndose a los altares de una superioridad moral e intelectual que ya da más pena que risa. Incluso ha dicho que las redes sociales deberían “moderarse”, porque hay caricaturistas que dibujan cualquier cosa. ¿A quién se habrá referido?
No hay duda que Bonil, el caricaturista, se ha convertido, él mismo en caricatura. Perdonarán por la extensión del texto. Ojalá no digan que también es un reguetón, porque yo sí soy “hasta abajo”. Punto y aparte.
Imagen de portada tomada de la web
Imagen en texto tomada del muro de la autora: Vilmatraca