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viernes, noviembre 22, 2024

EL MOVIMIENTO INDIGENA EN EL ECUADOR. por Luis Macas

Construyendo desde la historia

EL MOVIMIENTO INDÍGENA EN EL ECUADOR

Luis Macas

Ojarasca.  Suplemento La Jornada <www.jornada.unam.mx>

En la realidad diversa del Ecuador, el reconocimiento entre nosotros fue un proceso, sin duda, complejo y sembrado de nuevos sentidos. Parecería incluso anecdótica la reconstrucción de tantos momentos de encuentro entre kichwas de la Sierra con compañeros y compañeras de las nacionalidades de la Costa, por ejemplo. Reconocer al otro desde nuestra propia alteridad, en el camino de estructurar una coordinación nacional de todos los indígenas, fue de las recompensas que encontramos.

Los hermanos shuar y kichwa de la Amazonía se hallaban ya en proceso de fortalecer sus organizaciones. En la región andina, décadas de lucha por la tierra habían amasado organizaciones fuertes, con una noción sólida de sí como campesinos. Del Sur veníamos con un reconocimiento de indígenas, cargando una forma propia de percibir la organización, aún nuestras comunas se sostenían en los mayorazgos y el sistema decenal. Ir encontrándonos en los años 70, todos más jóvenes, fue una experiencia intercultural o quizás intracultural e intercultural. Desde la apariencia exterior de nuestra vestimenta, la posibilidad de encontrar parecidos y diferencias entre nuestros pueblos, ir contándonos las múltiples luchas y batallas que diariamente librábamos contra la mentalidad colonial que no nos reconocía y no nos reconoce.

De esta manera, se fue caminando varios años. Sin duda, una minga de conocer nuestras identidades e ir encontrando los sentidos más profundos hacia la constitución de nuestra Conaie (Confederación de Nacionalidades Indígenas del Ecuador).

Un hecho que marcó fue la constante presencia de la primera organización indígena, la “mamá FEI” como la llaman hasta hoy los mayores del norte de la serranía. Quisimos hacer justicia, partir de las luchas heroicas de nuestros líderes, surgir a la sombra protectora de la mamá Dolores Cacuango, aliada en innumerables luchas con una izquierda ecuatoriana que se esforzaba por entender la realidad indígena.

En los años 80 la conjunción de esfuerzos y voces estaba por prender en una sola organización nacional. En 1984, nuestro primer gran Congreso fue impedido con una violencia irracional desde el ejército enviado por el gobierno. Sin embargo, la hermandad de los shuar, en Sucúa, nos volvió a abrir las puertas, sin temores al sistema abusador. En 1986, fueron varios días de convivir entre distintos a los que nos hermanaba un desconocimiento colonial, entre pueblos que como única razón habíamos hallado la de la violencia a nuestra propia identidad. Sin duda como pueblos los más desposeídos, pues durante siglos nos han tratado, y aún tratan de desconocernos en lo que somos.

En ese Congreso se formalizó la alianza que hoy en día es la Conaie. Allí desde un espacio común de conducción integramos la Coordinadora de Nacionalidades Indígenas del Ecuador (Conacnie).

Desde el inicio la insurgencia de un pensamiento se fue rebelando. Encuentro que las voces sobre una identificación como nacionalidades, la demanda de romper el Estado liberal, constituyendo en gran minga la opción plurinacional, fue parte del parto de la unidad de nuestras voces.

Somos pueblos con idioma, territorio, una espiritualidad propia. Tenemos miles de años y, por lo tanto, somos nacionalidades. Nosotros pensamos, actuamos bajo el concepto de la dualidad. No es sólo lo material, sino también lo espiritual. Pero nadie ha entendido la espiritualidad de los indígenas; nos decían paganos, aunque decían que ellos eran ateos. Hablaban en contra de la brujería. Esos mitos hay que ir rompiendo.

No vamos a poder
sobrevivir en el sistema si
no nos ayudamos,
colectivamente, indígenas
y no indígenas, a romper
con el sistema.
Es entonces un pedido
desde la misma tierra que
nos compone a todos,
construir la
plurinacionalidad

Por todo esto, el concepto que defendemos no es el de ciudadanía. Pensar que no somos indígenas, sino ciudadanos, es individualizar a las comunidades, a los pueblos, pasando por alto los conceptos de reciprocidad, solidaridad y complementariedad, haciendo caso omiso a los derechos internos de cada pueblo. En nuestras comunidades resolvemos cosas colectivamente y es lo que debemos continuar haciendo. La ciudadanía es la relación del Estado con el individuo, pero no considera a las nacionalidades ni a los pueblos, ni a las futuras generaciones. Esta relación viene profundizando el individualismo.

¿Cuál puede ser el punto de encuentro con la sociedad no indígena? Mal que bien tenemos nuestra organización, tenemos puntos de encuentro entre nosotros pero, ¿dónde debe estar el encuentro con la sociedad nacional?, ¿cómo nos entendemos?, ¿qué puentes debemos utilizar?, ¿quién debe tener esos puentes?

No podemos tener un proyecto político sólo para los indios. Para cambiar el país se requiere tener relación con la otra sociedad, es necesario tener un mecanismo de encuentro, una identidad política con la otra sociedad. Ese punto puede ser la interculturalidad, pero es también la lucha social, como decía la lucha de clases, el reconocimiento entre explotados de esa tierra, el reconstruir la solidaridad entre los distintos, los pobres, los empobrecidos, los negados.

Esa pobreza no es sólo un problema de los indígenas, aunque nos afecta mayoritariamente, podemos construir alianzas contra la pobreza. Estamos dentro de una clase pobre, la lucha política existe, nunca podríamos aliarnos con la oligarquía. Es muy difícil que salgamos solos de este marasmo. El país no puede liberarse si no establecemos este tipo de alianzas. Recordemos que estas alianzas entre los pueblos, estos diálogos entre distintos, este recorrer hermanándonos para proseguir es parte, también, de una herencia milenaria.

Cuando salimos a otro país, Canadá o España, nos damos cuenta de que allí no ven la distinción. Todos somos iguales para ellos. Los mestizos son iguales, recién entonces muchos se ven en el espejo. Estamos condenados a vivir juntos. No es que unos tienen que irse y otros que quedarse. Aquí vivimos los indios, los mestizos, los negros. No podemos vivir todo el tiempo torciendo los ojos sin llegar a un entendimiento.

Las alianzas deben ir en el sentido de ir construyendo juntos, con otros. No es una reflexión sólo de los pueblos indígenas. Hay otros que también piensan como nosotros: los campesinos, los obreros, las mujeres, los ecologistas. También debemos tener en cuenta que no hay fronteras, que cuando hablamos de pueblos indígenas no nos encerramos en fronteras geográficas nacionales. La nación Quechua va desde Colombia hasta el norte de Argentina. Los hermanos Surra están en Perú, lo mismo los Agua están en el norte del Ecuador y sur de Colombia. Somos una América de Indios.

No vamos a poder sobrevivir en el sistema si no nos ayudamos, colectivamente, indígenas y no indígenas, a romper con el sistema. Es entonces un pedido desde la misma tierra que nos compone a todos, construir la plurinacionalidad, hacer de la diferencia la suma de un inmenso colectivo, dialogar respetando y reconociendo al otro y a uno mismo.

Luis Macas, líder histórico del movimiento indígena en su país, ha sido presidente de la Conaie, ministro de gobierno y candidato presidencial. Dirige el Instituto Científico de Culturas Indígenas. Este texto forma parte del ensayo que, con el mismo título, aparece en el volumen Plurinacionalidad. Democracia en la diversidad, compilado por Alberto Acosta y Esperanza Martínez, Ediciones Abya-Yala, Quito, 2009.

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3 COMENTARIOS

  1. […] El cabello recogido con una fachalina, de esas que usan las mujeres cotacacheñas, deja al descubierto su rostro. Blanca es una mujer de buen carácter. La vida le regaló un espíritu de lucha forjado al calor de momentos decisivos desde la juventud. Sencilla, tranquila y de mirada resplandeciente, es una destacada dirigente indígena que salió del pueblo y se formó en él, entregándose por entero al sostenimiento de procesos organizativos de base, ligados al Movimiento Indígena del Ecuador. […]

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