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martes, noviembre 5, 2024

ESPECIAL| Gestión cultural: abrir la puerta al arte en tiempos de confinamiento

Por Jorge Basilago*

El Festival de Poesía en Paralelo Cero debió comenzar el 22 de marzo pasado; apenas seis días antes, el avance incontenible de la covid-19 llevó al gobierno ecuatoriano a declarar el estado de excepción y confinamiento en todo el territorio nacional. Cuatro meses después, el tradicional encuentro literario quiteño –al igual que más de sesenta poetas del país y del mundo que ya habían confirmado su presencia- aun espera por el visto bueno del Ministerio de Cultura y Patrimonio, para lanzar su convocatoria online. 

Pero la imagen individual puede ser engañosa. Todos los eventos artísticos y culturales de cierta relevancia han sufrido las consecuencias de la pandemia: algunos fueron postergados sin fecha definida, otros se reprogramaron en modo virtual y unos pocos enfrentaron la difícil decisión de cancelar la cita. La pandemia, al igual que otras actividades, solo desnudó las enormes dificultades del sector y el frágil entramado que “abre la puerta” del arte y la cultura para la sociedad ecuatoriana. 

“Siempre trabajamos ‘contra’ algo: contra el tiempo, contra los recursos, contra casi todo…”, explica Pía Zurita, presidenta de la Fundación Arte Nativo y directora del Festival de Cine Ecuatoriano Kunturñawi y del Festival de Cine Infantil-Juvenil Wawas al Cine. “Hay cosas básicas que todos los artistas y gestores culturales necesitamos: un espacio donde mostrar quiénes somos y qué hacemos, y otro donde se nos reconozca un pago justo por ese trabajo; el problema es que no siempre todo eso funciona al mismo tiempo”, coincide Patricio Recalde, músico, productor y organizador del Festival Internacional Quito Blues.

De lo real a lo virtual o viceversa

La Línea de Fuego
El Galápagos International Poetry Festival es una actividad cultural en el que la virtualidad ayudó para que sus exponentes se encontraron a un clic de distancia. Fotografía: Paola Zambrano.

A pesar de las complicaciones logísticas y económicas derivadas del confinamiento, fueron muy pocos los eventos locales cancelados: el Festival Latinoamericano de Cine de Quito (FLACQ), previsto para mediados de junio, y el Festival Internacional de Artes Vivas de Loja –no a causa de la pandemia sino por desmanejos de sus responsables, que entre otras cosas todavía deben dinero a los artistas participantes en 2019-, para noviembre, fueron los casos más notorios en este sentido. Pero en general, la mayor parte de los organizadores prefirió reprogramar las fechas cuando fue necesario,  mutar hacia un formato digital o híbrido según las posibilidades.

También hubo casos de convocatorias nacidas en modalidad online, como la primera edición del “Galápagos International Poetry Festival”, realizado en junio por iniciativa de la poeta y gestora Paola Zambrano, quien encabeza el colectivo artístico-cultural Galápagos Contra Corriente. “Hacer un evento de esta magnitud hubiese sido imposible de manera presencial: solo habría podido traer a uno o dos poetas internacionales y convocar a los nacionales también me habría costado más”, asegura Zambrano. 

El encuentro abarcó tres jornadas, con la participación de 36 poetas de Ecuador, Chile, Venezuela, México, Estados Unidos y España. Todo sin más recursos que el empeño de Zambrano, sus contactos y el apoyo de amigos e instituciones galapagueñas: “Al principio teníamos previstas actividades para dos días, pero fue increíble el impacto que generó el nombre del festival, porque Galápagos es una marca; el objetivo es instalarnos como el evento de poesía que represente al Ecuador a nivel internacional”, se ilusiona la poeta.

De este lado del Pacífico, en mayo, la tradicional Maratón del Cuento agregó a su nombre la advertencia “En Casa”, para transmitir sus charlas, lecturas y conferencias académicas a través de Internet. Esta decisión derivó en un aumento de la inversión económica prevista, pero también en la amplificación del alcance del evento: “Nos escucharon en todas las provincias del país, incluso en parroquias muy pequeñas, y además en distintos puntos de Colombia, Perú, México, República Dominicana, España y Argentina”, revela admirada la escritora Leonor Bravo, presidenta de la asociación sin fines de lucro Girándula, que organiza la Maratón.

Así fue la invitación para la Maratón del Cuento, desde casa.

“El desafío para el año próximo, cuando podamos volver a lo presencial, es mantener en simultáneo la transmisión virtual”, anticipa Bravo. Fomentado por la coyuntura, otro logro de la principal reunión literaria infantil del país en este 2020, fue dejar registro audiovisual de autoras y autores que jamás se habían grabado leyendo sus obras. “En esta emergencia, quienes hacemos arte y cultura hemos demostrado que somos la argamasa que une el edificio social: ¿qué hubiese sido de nosotros en este encierro sin libros, sin música, sin películas? Nos hubiésemos vuelto locos”, remata Bravo.

Por su parte, los miembros del comité organizador del Festival Kunturñawi optaron por un formato híbrido para su cita de noviembre próximo. En Riobamba, su sede principal, las transmisiones serán virtuales; pero también desarrollarán eventos presenciales, con todos los protocolos de bioseguridad necesarios, en distintos puntos de las provincias de Chimborazo y Bolívar, donde el acceso a Internet es dificultoso. “El trabajo que hacemos es decisivo para las comunidades pequeñas: allí hemos visto cómo la población ha ido valorando su identidad, por medio de toda la simbología y la subjetividad desarrollados a través del cine nacional”, relata Pía Zurita, para remarcar que el Kunturñawi es la “única posibilidad” anual de ver cine que tienen los pobladores de sitios semejantes.

Si bien admite que el confinamiento les ocasionó “problemas complejos” a nivel presupuestario, Zurita destaca que la tecnología proporciona una compensación parcial: “Nos estamos capacitando gracias a otros festivales de nivel mundial, hemos participado en charlas magistrales, hicimos simulacros con el equipo técnico para el manejo web y de redes sociales… Creo que adaptarnos será la mejor arma para enfrentar los nuevos tiempos”, analiza. 

“En esta emergencia, quienes hacemos arte y cultura hemos demostrado que somos la argamasa que une el edificio social: ¿qué hubiese sido de nosotros en este encierro sin libros, sin música, sin películas? Nos hubiésemos vuelto locos”.

— Leonor Bravo, presidenta de Girándula

“Yo soy bastante escéptico del tema tecnológico… Aplaudo a quienes hacen cosas online porque es muy difícil, pero personalmente creo que un proyecto como el Quito Blues tiene que ser en vivo”, argumenta Patricio Recalde. Luego de valorar la opinión del público, el músico accedió a realizar en agosto una programación reducida para redes sociales, a fin de mantener la presencia del evento y difundir la obra de las bandas y solistas –nacionales e internacionales- participantes. Asimismo, se mantendrán muchas de las actividades complementarias como danza, pintura y poesía blues.

Con otros tres “capítulos” latinoamericanos ya en marcha (Colombia, México y Brasil), y un cuarto en proyecto (Miami), el encuentro organizado por Recalde se ha consolidado como el festival de blues más importante de la región. “Siento una gran responsabilidad de representar internacionalmente al Ecuador, mostrando algo que se está haciendo bien”, explica Recalde. Pero, al igual que las otras entrevistadas, reconoce que su capacidad de gestión necesita de otras voluntades –no siempre disponibles- para concretar los proyectos: “En América Latina la cultura muchas veces no es tratada como debe ser, no se la considera una prioridad”, lamenta.

Caminos de encuentro y confusión

En la mitad del mundo, la figura del gestor cultural surgió a mediados de los años ochenta del siglo pasado, pero cobró mayor importancia casi una década después, como respuesta a las políticas neoliberales. Mientras los Estados buscaban desentenderse de muchas de sus responsabilidades, fueron manos privadas –de forma individual o agrupadas en organizaciones sin fines de lucro- las que asumieron la tarea de “dirigir a los sujetos y a los proyectos culturales hacia caminos de encuentro e inclusivos posibles”, según sostienen las investigadoras Ahtziri Molina y Marcela País.

Por obvias y múltiples razones, el contexto político citado en el párrafo anterior impulsó a numerosos artistas –entre ellos, tres de los entrevistados en este artículo: Zambrano, Bravo y Recalde- a ejercer además como gestores de sus propias ideas. Con vocación y resultados dispares, esa inquietud dual dio lugar a la confusión entre ambas dimensiones, y por ello los concursos oficiales hoy contemplan su participación indistinta en las mismas categorías.

La Línea de Fuego
La fuerza de las circunstancias obliga a los organizadores a realizar un Festival Quito Blues por redes sociales y plataformas virtuales. FOTO: Facebook Quito Blues.

Sin embargo, las incumbencias y objetivos de ambos son muy diferentes. Mientras el artista es capaz de crear universos o nuevas visiones de la realidad a partir de su trabajo, el gestor cultural se enfoca en la puesta en valor de esas obras ante la mirada social. “En la labor de promoción lectora y en la valoración de la literatura infantil y juvenil en el Ecuador, hay un antes y un después de Girándula y de la Maratón del Cuento”, señala Leonor Bravo.

Pese a ello, la escritora siente que todos los años debe “legitimar” nuevamente la actividad y sus objetivos, para obtener el apoyo financiero o logístico de la institucionalidad política. “Tenemos que volver a contarle a los funcionarios que cumplimos una misión importante, como si nadie supiera que sin lectura no hay apropiación del conocimiento ni podemos realizar aprendizajes académicos”, afirma. 

La falta de visión a largo plazo de las autoridades luego se traslada a la sociedad, que así adquiere una perspectiva muy limitada acerca de la actividad artística y cultural. “La mayoría de la gente ve un escenario, ve luces, ve a los músicos… pero no tiene idea de todo lo que hay detrás”, observa Recalde. “Tenemos una gran desventaja respecto de los países desarrollados, como los europeos, donde los artistas reciben subsidios o un pago mensual”, agrega.

Estas distorsiones se acentúan en un sitio como Galápagos, cuya Ley Orgánica de Régimen Especial (Loreg) ni siquiera tiene un capítulo cultural. Sin el sustento de una normativa precisa, la posibilidad de estimular la actividad del sector –hoy por completo paralizada en las islas- es poco menos que una utopía: “Se estima que el 5% de los ingresos del Parque Nacional debería dirigirse al área de cultura local, pero no hay ninguna herramienta legal que establezca con claridad el destino de esos fondos”, indica Paola Zambrano, para quien “no se puede hablar de desarrollo sostenible sin incluir a la cultura”.

No obstante, para la actual administración nacional, la emergencia sanitaria anula cualquier otro tipo de conceptualización, dejando vacíos enormes en el resto de los sectores productivos. “Parte de los fondos que ya teníamos acordados para el festival se han ratificado, pero por montos menores; y en otros casos todavía no sabemos qué va a pasar. Contamos con algunos ahorros de años anteriores, pero si no recibimos apoyo del ICCA, donde también presentamos el proyecto, este año todo el equipo trabajará ad-honorem”, apunta Zurita.

“La mayoría de la gente ve un escenario, ve luces, ve a los músicos… pero no tiene idea de todo lo que hay detrás”.

 — Patricio Recalde, Quito Blues

Hay por supuesto excepciones, tan notables como escasas, en el camino que une a la gestión cultural con los organismos del Estado que deben acompañar su desarrollo. Pero son apenas gestos de nobleza que no responden a una política estructural, transparente o sostenida en el tiempo: “Eso es lo que está faltando, definir porqué se invierte en ciertos sectores del quehacer cultural y no en otros, y entender que los artistas somos personas como el resto, con las mismas necesidades”, reclama Bravo.

Modelo político (para armar)

“Una tarea a cortísimo plazo sería lavar el rostro de nuestras políticas públicas y precisar a qué le llamamos cultura, gestión cultural y arte, porque hoy todo está metido en el mismo costal”, propone Patricio Vallejo, del grupo teatral Contraelviento. Pero esta definición implica otra aun mayor y más delicada: determinar y sostener primero el modelo de política cultural que tendrá el país, para luego diferenciar los detalles y roles específicos al interior de ese marco de referencia.

A lo largo de su experiencia en esta materia, los sucesivos gobiernos ecuatorianos no se han caracterizado por pensar de forma integral. Para comprobarlo basta con reparar en las reiteradas e intempestivas sustituciones de ministros y lineamientos del área, o en el hecho de que la primera Ley Orgánica de Cultura en la historia nacional –aprobada apenas en 2016- acaba de ser reformada mediante un discutido decreto ejecutivo. “El Sistema Nacional de Cultura, que es una parte medular de la ley, jamás se puso en funcionamiento; no hay mediciones ni se tiene noción del Ecuador en su diversidad”, ejemplifica Zurita. Y enfatiza la necesidad de “entender en qué país estamos, para no diseñar políticas públicas a ciegas como hasta ahora”.

En tanto, Bravo considera que sería un acierto “comprometer además a la empresa privada” en el apoyo al arte y la cultura. Con esa clase de gestión mixta, el peso de la obtención y administración de recursos no recaería exclusivamente en el Estado. “Es importante ser parte de la construcción de políticas que nos afectan a todos”, anota la escritora, aunque al igual que los otros entrevistados, opina que el régimen morenista carece de margen, interés e interlocutores válidos para cooperar con los artistas y gestores en un proceso de debate semejante.

“Una tarea a cortísimo plazo sería lavar el rostro de nuestras políticas públicas y precisar a qué le llamamos cultura, gestión cultural y arte, porque hoy todo está metido en el mismo costal”.

— Patricio Vallejo, grupo teatral Contraelviento

*Jorge Basilago, periodista y escritor. Ha publicado en varios medios del Ecuador y la región. Coautor de los libros “A la orilla del silencio (Vida y obra de Osiris Rodríguez Castillos-2015)” y “Grillo constante (Historia y vigencia de la poesía musicalizada de Mario Benedetti-2018)”.


La Línea de FuegoFoto principal: Festival Kunturñawi (Yaku Heredia)

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