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17 octubre 2013
La esquizofrenia política se instaló en los predios del oficialismo. Es el corolario inevitable de un proyecto que siempre se ha movido en la más resbalosa ambigüedad. La habilidad del correísmo radica en su capacidad para juntar discursos disímiles y contradictorios alrededor de una agenda pragmática. Pero en los últimos tiempos esta estrategia comienza a hacer aguas.
El primer episodio fue la decisión de explotar el petróleo del Yasuní. Asambleístas de Alianza País con un inocultable pasado ecologista aprobaron y defendieron una propuesta sistemáticamente cuestionada desde sus antiguas trincheras. Ni siquiera reclamaron el derecho al pataleo. De la noche a la mañana lo negro se volvió blanco. La política fue sustituida por la magia. La permanencia en el paraíso exigió, como contrapartida, el archivo vergonzoso de principios ideológicos y de trayectorias personales.
El siguiente episodio ha sido el tema de la despenalización del aborto. En este punto las incongruencias son patéticas: por ejemplo, cuando una asambleísta del oficialismo apela a la objeción de conciencia para escabullirse de las órdenes superiores. Sin darse cuenta, pone en evidencia el carácter retrógrado del régimen. La objeción de conciencia –por si la asambleísta no lo sabe– nació justamente para objetar, desde la sociedad civil, la obligación de la conscripción militar y el reclutamiento para la guerra aplicados por distintos Estados. Se trata de un recurso de libertad que reivindica el derecho a oponerse a imposiciones políticas contrarias a determinados valores humanos. Sin darse cuenta –repito–, esta asambleísta ha colocado en un mismo costal la decisión de Correa de impedir que una mujer violada interrumpa voluntariamente su embarazo, con la decisión de Nixon de enviar a los jóvenes a la guerra de Vietnam.
Aun más absurdo fue el señalamiento hecho por la asambleísta Pabón al momento de retirar su moción para votar en forma separada el artículo sobre la penalización del aborto. Le dijo al “compañero Presidente” que esta vez estaba equivocado. Quien en realidad está equivocada es ella. Equivocada cuando pretendió aplicar una iniciativa de avanzada a un mandatario en esencia conservador y moralista. Equivocada por proponer la moción sin antes contar con la anuencia del Secretario Jurídico de la Presidencia, auténtico mentalizador de la política jurídica del régimen. Equivocada cuando imaginó que una legítima demanda de las mujeres podía estar por encima de la lógica patriarcal que impera en las altas esferas de gobierno.
Tanta ambivalencia colocó a un grupo de asambleístas de AP en medio de graves acusaciones de traición. De lado y lado: tanto desde el Ejecutivo como desde grupos de feministas decepcionadas por la monumental reculada.
Octubre 15, 2013