CONVERSACIÓN CON EL AGROECÓLOGO FRANCÉS MARC DUFUMIER
Redaccción La Línea de Fuego
24 Agosto de 2017.
Fueron las mujeres de de Madagascar, las malgaches, quienes me enseñaron”, dice Marc Dufumier, PhD en Geografía de la Universidad de la Sorbona, Profesor Emérito del Agro Paris Tech de Francia y uno de los más reconocidos proponentes de la agroecología a nivel mundial.
Relata que sucedió a finales de los años sesenta. Como todo joven agrónomo recién graduado en el Instituto Nacional de Agronomía de Paris, creía con firmeza en la revolución verde, en sus técnicas y semillas ‘mejoradas’.
Estuvo en la Isla de Madagascar – más tarde sería Venezuela y Laos – donde se propueso “ayudar” a las mujeres agricultoras, sosteniendo las ventajas que tendría sembrar el arroz en línea recta para facilitar el trabajo de desbroce de las malas hierbas. La técnica aparecía como un ahorro importante de esfuerzo para las agricultoras.
Las mujeres respondieron que era posible que la técnica conllevase menos esfuerzo, pero que llevaba más tiempo sembrar así y mientras ellas sembraban arroz, al mismo tiempo sus maridos cosechaban el café y eso no se podría hacer solo. Si ellas se quedaban en los campos, podrían perder una parte de la cosecha de café.
“Fue totalmente lógico, y me cambió la perspectiva. Empecé a ver que la agricultura era un sistema, una totalidad, y que una actividad se relacionaba con otra. Entendí lo que significaba el costo de oportunidad y empecé a ver las cosas de forma más sistémica. Comencé a enterarme de la complejidad de los ecosistemas y que el trabajo de los agricultores no es cuidar a cada aspecto por separado – la tierra, los animales, las plantas – porque cada técnica tiene un impacto en las demás.”
El cambio fue profundo, cuenta que le llevó diez años lograr comprender por completo que lo central no era ser agrónomo sino devenir agro ecólogo.
En la actualidad, varias décadas después de su conversión a la agroecología, el una vez proponente de la revolución verde, se refiere ahora con vehemencia respecto a la caducidad del actual sistema de agricultura industrial.
“Es el pasado.” dice enfáticamente. “No solo no sirve, sino hace mucho daño.” Del papel de los ingenieros agrónomos opina que “Su trabajo hoy no es aplicar recetas, sino estudiar y entender la complejidad de los agro sistemas. Los científicos necesitan una revolución cultural, necesitan entender que la agroecología es bien distante e la agronomía y sus normas.”
Las prácticas agro industriales modernas son del pasado
Estamos sentados en el sol fuera del Teatro Universitario de la Universidad Central del Ecuador donde Marc Dufumier es participante en el Foro Agrario de Agroecología.
No es la primera vez que este amable francés coronado por una mata de pelo blanco pasa por la ciudad capital. Con una sonrisa contagiosa y una apariencia de ser una persona bastante accesible pese a ser un hombre de estatura. No sabe exactamente cuántas veces ha participado en exposiciones en Ecuador, pero lleva cuenta de que son “bastantes”. Parece tener una afinidad con el país. Tampoco es la primera vez que le escucho, o me siento convencido por sus argumentos porque, como el mismo lo expone, parecen totalmente lógicos.
Hoy, como reconocido y muy respetado experto en agroecología está aquí una vez más para compartir su conocimiento y opiniones sobre el sistema agrícola imperante en el mundo, los graves problemas que conlleva, y las soluciones en las que podríamos trabajar para arreglarlos.
En una inversión de la lógica aceptada, declara que “Hay que abandonar las modernas prácticas agro industriales porque son muy dañinas, y en realidad del pasado. Lo que nos corresponde hoy en día es pensar en sistemas alternativos mucho más modernos, más adaptados al medio ambiente y menos contaminantes”
Cuenta que existen múltiples ejemplos de qué hacer y cómo hacerlo, muchos provenientes de la agricultura familiar campesina e indígena. Demuestra con cifras que estos sistemas son mucho más productivos por hectárea, más amigables al medio ambiente y más saludable para los mismos agricultor.
El corto paper que acompaña su presentación, ‘Investigaciones agrarias y agroecológicas para alimentar adecuadamente y de manera sostenible a toda la humanidad’, presenta los argumentos de manera bastante clara y precisa:
“Ya existen técnicas agrícolas inspiradas es en la agroecología que pueden aumentar significativamente el rendimiento por hectárea sin excesiva dependencia de los combustibles fósiles y agro tóxicos. Consisten principalmente en la asociación en el mismo campo de diferentes especies y variedades vegetales con distintos exigencias fisiológicas (Cereales, tubérculos, leguminosas, cucurbitáceas etc.), por lo que la energía solar puede ser interceptada mejor por el follaje y se transforma en calorías alimentarias mediante la fotosíntesis. Estas asociaciones de cultivos contribuyen a cubrir ampliamente la tierra cultivada durante el mayor tiempo posible con el efecto de protegerla de la erosión, reducir la propagación de agentes patógenos y de reducir al mínimo el riesgo de malos resultados como consecuencia de incidentes climáticos extremos. La integración de leguminosas (frijoles, habas, soja, trébol, alfalfa) en las asociaciones y rotaciones de cultivos ayuda a fijar el nitrógeno del aire para la síntesis de proteínas y la fertilización biológica de los suelos. El Uso de insectos beneficiosos para reducir las plagas ocasionadas por insectos depredadores y parasitoides y el manejo de hongos micorrizas para una mejorntercepciòn de elementos minerales ya presentes en la capa superficial del suelo nos permiten mantener relativamente altos rendimientos sin mayor riesgo de contaminación química.’
El problema le sugiero es que si bien existen muchos ejemplos de los éxitos y logros de la agroecología, estos son el mejor de los casos, pequeñas luces en medio de la oscuridad.
La agricultura intensiva, como sistema no constituye una novedad. La permacultura por ejemplo existe desde los años ochenta y, como el mismo señala, está el repertorio de prácticas ancestrales campesinas e indígenas. A pesar de este acervo y el hecho de que él mismo, junto a otros expertos, han venido predicando durante un buen tiempo y con toda la lucidez del mundo, las ventajas de la agroecología, aún no hemos logrado implementar a gran escala estas prácticas sanas para la tierra y para la gente. ¿Por qué?
Uno de los principales problemas, responde Marc, son los intereses creados. “Las grandes empresas quieren vender sus productos – semillas, fertilizantes sintéticos, plaguicidas, herbicidas, etc.: es decir cosas que matan – y ejercen una notable influencia económica y política. De hecho, los lobbys empresariales influyen directamente en las políticas públicas para promover la agroindustria y a través de ella la dependencia de los campesinos y pequeños agricultores.”
“La agroindustria exige productos altamente homogenizados, estandarizados, entonces piden a los agricultores, trabajar sobre grandes extensiones de tierras, con ecosistemas homogenizados para también bajar costos y subir su rendimiento. El daño que se puede hacer al medio ambiente es irrelevante, lo importante para estas empresas es amortizar su inversión.”
Y esto es claramente el meollo del asunto, ¿cómo superar la influencia de estas empresas que están haciendo tanto daño?
Para Marc estamos en un combate, un combate que es necesario ganar por el bien del planeta y de la humanidad. Pero, dice enfáticamente, no lo vamos a hacer sin unirnos. Los pequeños agricultores, los ecologistas, y también, enfatiza, los consumidores de los productos de la agro industria deberían hacerlo. Sugiere que unidos tal vez los gobiernos escucharían un poco mejor.
La economía es también clave le sugiero. Los costos reales de los alimentos producidos por la agroindustria no reflejan el daño que provocan en la salud ni en el medio ambiente, tampoco el costo de la remediación que tendría que asumir el estado, es decir la población. Si podríamos incluir estas ‘externalidades’ – como los economistas las llaman – quizás sería factible producir cambios.
Es una pelea similar a las batallas ecologistas para incluir los externalidades en los costos de las materias primas como el cobre la madera, el aluminio, el petróleo. ¿Si para el tabaco fue posible ganar la batalla, por lo menos en el mundo ‘desarrollado’ contra la oposición de los intereses por qué no podría ser posible hacerse lo mismo con los alimentos?
La comparación con el tabaco a Marc le parece interesante. “Los agro-tóxicos son también una suerte de adicción” sugiere, “y si los gobiernos determinasen medidas para subir el costo de estos insumos, doblar el precio de las plaguicidas por ejemplo, muchos agricultores buscarían alternativas más sanas”
Lo que nos lleva otra vez a las preguntas sobre el ¿cómo? El campo se está despoblando, hay cada vez menos capacidad de movilización de los campesinos e indígenas, y en el caso específico del Ecuador tenemos una economía dolarizada que hace casi inevitable que la política agraria se enfoque en las exportaciones con el fin de traer divisas. Parece complicado. ¿Cómo evitar que la agricultura familiar desaparezca debido al alto nivel de pobreza en el campo, cuando al mismo tiempo son precisamente los pequeños agricultores los que protegen al medio ambiente, los suelos, la biodiversidad – una biodiversidad de la que hasta las empresas transnacionales dependen – ¿Debemos subsidiar a los pequeños agricultores, a los campesinos e indígenas?
“No creo que el asunto es subsidiar sino pagar un precio justo por producir productos sanos, y al mismo tiempo convencer a la población, los compradores, que así estamos protegiendo no solo su salud sino la de los ecosistemas de los que dependen la producción de estos alimentos. Creo que dentro de los pueblos existe un creciente reconocimiento de la necesidad de un cambio profundo en el paradigma agrícola.”
La pregunta del millón es si sería posible pagar un precio justo a los pequeños agricultores cuando la política alimentaria ha sido durante mucho tiempo precisamente lo contrario: mantener los precios en un nivel bastante bajo, casi irreal, por motivos políticos.
¿No será que para los políticos la gente del campo importa poco, mientras en la ciudad donde la capacidad de movilización es masiva el precio de los alimentos es un punto crucial para mantener la paz social? Sin mencionar que los alimentos baratos constituyen un subsidio empresarial para mantener los precios de los salarios bajos. ¿Qué país se atreve a implementar una política de precios justos a sus agricultores sin subsidiar la producción? ¿Existen ejemplos?
Dice Marc Dufumier que los subsidios no son necesariamente la mejor idea, la experiencia de Europa no ha sido del todo positivo. Quizás debemos tomar en cuenta que los gobiernos de Japón, Corea del Sur y de Taiwán han protegido y siguen protegiendo sus productores de arroz con aranceles altos. Además opina que existen otras formas de ayudar. “Se puede ayudar a los pequeños productores a organizarse en cooperativas de producción y comercialización para los mismo productos, porque no estamos hablando de monocultivos.” “Otra medida” explica Dufumier, “es privilegiar los circuitos cortos, es decir reduciendo distancias entre productores y entre ellos y los consumidores. Así se puede hacer más eficiente la transportación y el acopio y de esta manera reducir costos.
Marc Dufumier explica su concepto de agroecología: https://www.youtube.com/watch?v=8KtBqa4VJKE