Por Ileana Almeida
El valor histórico de los pueblos indígenas y su libertad política es un tema complejo que el Estado debe asumirlo como tema ineludible.
En las vísperas de las elecciones presidenciales, los dos candidatos buscan afanosamente el respaldo de sectores que aún podrían aumentar el caudal de los votos de alguno de ellos. Es el caso del sufragio indígena. Hasta antes del debate no se les adjudicaba importancia, ahora es el número de votantes lo que cuenta, pero se deja de lado la cuestión primordial: ¿Quiénes son los pueblos indígenas? ¿Cuál es su lucha específica? Sin entender estas cuestiones, es una falacia ofrecer cambios y mejoras. Tampoco los líderes tienen propuestas claras. Por supuesto, como ciudadanos del Estado, pueden tomar las decisiones políticas que a bien tengan, pero no está demás, recordar cuales han sido las consignas que guiaron al movimiento indígena a su notoriedad y renombre. Ellos a más de ciudadanos se pertenecen a pueblos que han mantenido, a pesar de todo, sus señas de identidad: lengua, cultura, territorio, memoria y anhelos colectivos. Acaso ¿se ha oído a Noboa hablar de las lenguas originarias? No. ¿Es correcto firmar un pacto como lo hace González, que habla de “pueblos negros, cholos y montuvios”? No. ¿Es ético olvidar como les insultó el expresidente Correa aludiendo a su pertenencia étnica? No. El valor histórico de los pueblos indígenas y su libertad política es un tema complejo que el Estado debe asumirlo como tema ineludible.