China estornuda y el mundo anuncia que hay riesgos de gripe mundial. A primera vista no es gran cosa que la tasa de crecimiento chino baje centésimas, de 7,7% en el primer trimestre a 7.5% en el segundo, apenas menos que en el 2012.
Pero sus efectos sociales internos y económicos de múltiples empresas parecen desastrosos a pesar que sigue creciendo el consumo interno, la producción industrial, las inversiones y las exportaciones, y la tasa de inflación sigue siendo envidiable, 2,7%. Aún más, el nuevo primer ministro, Li Keqiang, anuncia que la mini crisis no es negativa, el mercado tendría que jugar un rol mayor, habría que limpiar de su economía empresas irrealistas que han invertido en exceso pensando que el crecimiento económico es infinito (Le Monde). Eventualmente el tercio de las navieras deberían desaparecer, ya unas no pueden pagar a sus trabajadores desde meses, despiden miles de obreros, sin que tengan protección alguna. Los conflictos sociales crecen, incluida la impensable huelga en la China autoritaria, protestas contra bancos y acceso a la vivienda. Esto sí es un signo revelador que la realidad no es la pintada oficialmente.
La política sería estabilizar y reestructurar la economía para que no dependa de la construcción de infraestructura o de vivienda sino de un “consumo sostenido”. Estamos pues lejos de la idea de un plan para responder a necesidades y prioridades de las mayorías de la era comunista. La meta sería crecer y crecer de modo sostenido, desde luego, no de modo sustentable. Li Keqiang, anuncia gigantescas inversiones de infraestructura en puertos y aeropuertos, además de mayor libertad para la implantación de la banca extranjera, eliminación del control de salidas de capitales, liberación de la tasa de interés, libre juego para los intermediarios para la compra de materias primas y se indigna que haya entidades chinas que no acepten estas posiciones. Aún más, también se piensa privatizar la tierra (Herald Tribune).
Cómo no pensar al candidato Fujimori que proponía regulación y terminó de símbolo neoliberal, o de la Cuba actual que “profundiza” el socialismo saliendo de él, o de las medidas neoliberales de un Chávez moribundo mientas se ensalza la opción socialista, en un camino similar de Morales que pretende que el capitalismo ecológico indígena no sería lo mismo que otros capitalismos o de Correa que se dice socialista justo cuando proclama más apertura externa, mayor alianza con las empresas ya no estatales sino privadas o que se tiene como modelo a Corea del Sur
Algo indica todo esto que las izquierdas estatalistas están siguiendo lo que su discurso contradice. Hace años, los europeos del Este que padecieron, ellos sí, el totalitarismo que desvirtuaba discursos y conceptos para justificar el todo poder, decían que el “socialismo era el camino más largo para llegar al capitalismo”. Con que pasión se lanzaron en el capitalismo reinante al dejar el mundo de la planificación irreal y centralizada, con cero sociedad civil. Cuando se raspa, no mucho sino poco, los planes y programas de los gobiernos que se dicen de izquierda o “progresistas”, en relación a lo sustantivo de crear un nuevo sistema económico (no necesariamente en la distribución de la riqueza, generalmente hecha de modo no sustentable), poco tienen de nuevo o alternativo. En el mejor de los casos, como el ecuatoriano, se trata de una modernización hacia un capitalismo posyneoliberal, a la par regulador, que formaliza las relaciones económicas, reglamenta e incentiva con recursos su implantación, moderniza la gestión estatal y ahora se abre al mundo del capital externo
La sociedad requeriría que se asuma estas posturas por lo que son, sin legitimarlas en un pretendido discurso de izquierda, peor socialista, pues a la postre los cambios para ser duraderos requieren ser asumidos en transparencia y la población debe saber cómo definirse y optar.
El socialismo como proyecto socioeconómico no está más de moda en ningún gobierno, el uso a conveniencia del término es otra cosa. Es ahora un concepto en búsqueda de definiciones, no las circunstanciales a conveniencia. Las izquierdas no estatales, en cambio, se definen por una postura de oposición y rechazo no sólo a estas posturas sino al proceso de reorganización o renovación del mundo de la economía mundo y del capital financiero, pero hay un vacío sobre su sistema económico alternativo, pues la promoción ecológica no hace real alternativa ni menos la simple retórica contra el capital empresarial internacional. La reciente reivindicación de un Sumak Kausay, o de algún Buen Vivir, hasta ahora tiene más de un pasetismo que se pretende un equilibrio, cuasi religioso, entre naturaleza y humanos, a un punto que varios han desenterrado la muy religiosa visión de posiciones ontológicas para darle valor de proyecto de renovación histórica, sin que ello defina un proyecto socioeconómico. Sirven todos estos discursos, desde luego, de rechazo al orden actual. Pero no definen una ruta u orientación de acción para un proyecto. Rechazar o quererse la negación del presente, no hace proyecto de futuro. Lo que se ha perdido es el sentido de un sistema social y económico alternativo. Reconocer el hecho es más importante que persistir en la simple condena al capital, lo que emociona, sin definición de orientaciones para la acción.
Quito 15 de agosto 2013
Para Línea de FUEGO