06 de octubre 2014
El Foro de São Paulo, fundado por el Partido de los Trabajadores (PT) en Brasil, en 1990, inauguró la convergencia de propósitos entre un amplio espectro de partidos y movimientos de izquierda en América Latina. Sobre esa identidad, la semana pasada se realizó en Quito el “Primer Encuentro Latinoamericano Progresista. Las Revoluciones de la Patria Grande: retos y desafíos” (ELAP), que reunió a 37 organizaciones partidistas de una veintena de países de América Latina, algunos de Europa, y a 30 personalidades mundiales.
En el documento final titulado “Declaración Latinoamericana por la Segunda Emancipación” las organizaciones participantes resuelven apoyar las transformaciones que ocurren en América Latina, convocan a profundizar la democracia y los cambios, promueven la construcción de una “agenda propositiva y renovada de izquierda progresista” que fortalezca la integración regional y una nueva articulación de izquierda que responda a la actualidad, alertan del “peligro inminente que supone una contraofensiva de derecha o restauración conservadora”, denuncian los abusos del capital transnacional así como las agresiones imperialistas, y toman posiciones en apoyo a varias de las causas latinoamericanas sobre sus recursos, la paz, en contra del neocolonialismo, a favor de Cuba y las reivindicaciones anticoloniales en Puerto Rico y sobre las Malvinas.
Es importante para América Latina, que las fuerzas de izquierda cada vez articulen mejor sus proyectos y acciones, reconociéndose, al mismo tiempo, como diversas y plurales. También ha sido importante la denuncia del peligro que representaría para la región el retorno de las derechas tradicionales. En Ecuador ellas buscan desmontar el modelo económico vigente, acabar con el ordenamiento jurídico y con la nueva institucionalidad estatal, así como derrumbar la Constitución de 2008.
Pero el peligro de ese avance restaurador dependerá no solo de su capacidad para articularse, tener éxito político y triunfar electoralmente, sino también de los límites que los gobiernos de la Nueva Izquierda demuestren en cuanto a dar continuidad y profundidad a las transformaciones revolucionarias.
Aunque Ecuador puede exhibir logros verdaderamente históricos en lo referente a la cuestión social, es evidente que la ciudadanía demanda mayor profundización en los cambios democráticos, por lo cual no cabe minimizar la movilización de los trabajadores del 17 de septiembre en Ecuador y no advertir en ella un síntoma de presencia popular. Ha obrado negativamente contra el Estado ecuatoriano el drama por el inconcebible trato judicial que se ha dado a estudiantes de colegios quiteños, que a su vez han sido víctimas de la irresponsabilidad de quienes quisieron convertirlos en “combatientes populares”. Y la acumulación de críticas honestamente hechas, pero no atendidas, es posible que también actúen contra un proyecto político que, con el gobierno del Presidente Rafael Correa, abrió, sin duda, un nuevo y esperanzador ciclo histórico para Ecuador.