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viernes, noviembre 15, 2024

LA COMUNICACIÓN AL SERVICIO DE LOS EJÉRCITOS. por Kintto Lucas

Revista Mediaciones. CIESPAL

<WWW.CIESPAL.NET/MEDIACIONES>

UNO

En noviembre de 2001, el presidente de CNN, Walter Isaacson, envió un memorándum a sus corresponsales en el exterior, pidiendo que redoblaran esfuerzos para “no dar la sensación de que CNN informaba sólo desde la perspectiva del Talibán”.

Las imágenes de la devastación de la población civil en las ciudades afganas deben “equilibrarse”, recordando que el régimen Talibán protege a terroristas asesinos, sostuvo Isaacson en el memorándum.

Hace pocos días el comunicólogo mexicano Gerardo Albarrán de Alba recordaba en un artículo publicado en la revista mexicana Proceso que el martes 11 de septiembre, cuando todavía no se asentaba la nube de escombros tras el derribo de las Torres Gemelas de Nueva York, a través de la televisión el mundo ya tenía un culpable: Osama bin Laden.

‘’Desde ese día, la televisión occidental ha repetido la acusación primero para convencer y después para justificar su nueva “guerra justa”, en una de las mayores operaciones de propaganda jamás vistas’’, asegura Albarrán.

Obedeciendo a las presiones del gobierno estadounidense, que desde finales de septiembre marcó las directrices para la cobertura del conflicto, los medios de Estados Unidos colaboraron en una guerra de propaganda en la que aceptaron la censura,  practicaron la autocensura y tergiversaron información, convirtiéndose en un engranaje más de la guerra contra Afganistán. De esa manera, aquella vieja frase utilizada para definir al periodismo anglosajón según la cual “los hechos son sagrados y las opiniones son libres”, fue una de las tantas víctimas de la guerra de Washington contra Afganistán.

DOS

La actitud asumida por la dirección de CNN provocó quejas en algunos periodistas consagrados de origen latinoamericano, como Jorge Gestoso y Patricia Geniot, quienes se quejaron de que la cadena no estaba cumpliendo con la obligación ética de dar la voz a las dos fuentes. Sin embargo, la estrategia de la cadena televisiva no se modificó.

Al comentar la actitud de CNN, Mathatha Tsedu, vicedirector de noticias de la cadena de televisión South African Broadcasting Corporation de televisión dijo que había provocado una “enorme decepción” que CNN decidiera, a pedido de Washington, no difundir los mensajes en vídeo de Osama bin Laden.

“Una guerra involucra a dos partes. Si el mundo puede oír lo que el presidente George W. Bush tiene que decir, ¿por qué no puede oír a Bin Laden? ¿Y por qué los anuncios del Pentágono son considerados como hechos?”, se preguntó Tsedu.La prensa aún debe cumplir un papel fundamental para ayudar a modificar la concepción, generalizada entre los ciudadanos comunes de Estados Unidos, de que cada musulmán es un terrorista potencial, estimó Tsedu.

Algo similar a lo que ocurría con CNN se producía con otras cadenas estadounidenses, que además ignoraban a los ciudadanos que se oponían a la guerra.

En una de las raras ocasiones en que los pacifistas aparecieron en la televisión, en el programa periodístico de Ted Koppel, que se emite en todo el país, la teleaudiencia recibió una advertencia previa del propio conductor del programa que decía: “A varios de ustedes, a muchos, no les agradará lo que van a escuchar esta noche. No están obligados a presenciarlo. Pero si lo hacen, deberían saber que el disenso adopta a veces formas extrañas”.

Las palabras de Koppel eran una muestra más de cómo los medios norteamericanos había asumido un papel bélico junto a sus fuerzas armadas.

‘’Los periodistas y presentadores de noticias estadounidenses se enfundan cada vez más en la bandera nacional, en una pública exhibición de abierto patriotismo’’, dijo Hafez al-Mirazi, director de la corresponsalía en Washington de la cadena Al-Jazeera, de Qatar.
Al-Mirazi relató el patético caso de Geraldo Rivera, conductor de debates televisados, enviado a Afganistán como corresponsal de guerra. Rivera admitió en público que recorría el devastado país con un arma, que llevaba como autodefensa, y no dudaría en abrir fuego contra Bin Laden si lo encontrara en “territorio enemigo”.

A las palabras de Rivera se suman las de Jonathan Alter, comentarista de la cadena de TV NBC y columnista de la revista Newsweek, quien en octubre se mostró preocupado porque la campaña en Afganistán no iba muy rápida y reivindicó que era ‘’hora de pensar en la tortura” de prisioneros para sacar información.

Un argumento similar había utilizado Tucker Carlson, comentarista de la CNN durante la guerra del Golfo Pérsico contra Irak, en 1991, cuando dijo: “La tortura es algo malo, pero en ciertas circunstancias puede ser un mal menor”, justificándola para sacar información a los prisioneros irakíes detenidos durante esa guerra

TRES

En la guerra del Golfo el ejército estadounidense ejerció el control total de la información. Gobierno y fuerzas armadas de Estados Unidos habían aprendido durante la guerra de Vietnam que si dejaban ver al mundo y a los estadounidenses las atrocidades que cometían, podían perder la guerra en la opinión pública mundial y nacional como había ocurrido en Vietnam. Algunas de las imágenes que el público estadounidense vio por televisión durante la guerra de Vietnam, llevó a las autoridades militares y a científicos sociales a culpar a las cadenas televisivas de dividir a las elites y a las masas estadounidenses. Algunos llegaron a decir que “el desarrollo del periodismo televisado contribuyó a minar la autoridad gubernamental”, e incluso el patriotismo, al punto de convertirse en agente de la derrota.

El escritor español Manuel Vázquez Montalbán recordaba en un artículo que la transmisión en directo de las imágenes de una niña vietnamita incendiada o el bombardeo con napalm de Vietnam del Norte o la estampa del general vietnamita asesinando de un tiro en la sien a un preso del Vietcong causaron tal repugnancia entre los receptores, que estuvieron en el origen de muchas manifestaciones pacifistas y actuaron como factor determinante en la consecución de la paz. También argumentaba que la decisión de las cadenas de TV de no mostrar los cadáveres respondía a una estrategia de manipulación para evitar que la carnicería se convierta en elemento de análisis y conlleve una reflexión distanciada de la tragedia.

En el caso de la guerra del Golfo o de la nunca declarada guerra de Yugoslavia se trataba de que el espectador no viera los efectos del empleo de las armas aliadas, ni tampoco las propias bajas. Así la guerra se transformaba en un espectáculo en el que no entraba la destrucción, la muerte. Sin embargo, en Kosovo había que mostrar repetidamente el drama de los refugiados para crear una opinión pública contraria a Serbia y justificar la guerra contra eses país.

Al referirse sobre el papel de los medios durante la Guerra del Golfo, el comunicólogo francés Armand Mattelart aseguró que  “La lógica de la guerra ha hecho florecer los pensamientos simplificadores, las intolerancias y las certezas ciegas en la representación mediática”.

Durante esa guerra contra Irak, se utilizaron nuevos métodos de control político-militar sobre el acceso de los periodistas a los escenarios de conflicto, y la prensa occidental sólo pudo acceder a los campos de batalla mediante grupos cuidadosamente seleccionados por el ejército estadounidense. Las acreditaciones fueron distribuidas sin reparo entre la gran prensa aliada, pero con serios obstáculos entre los medios progresistas o independientes, incluso estadounidenses. Lo que llevó a que algunos presentaran ante tribunales norteamericanos demandas por censura.

Esa modalidad, que convirtió los bombardeos contra Irak en una suerte de videojuego sin muertos ni heridos en las imágenes transmitidas por la cadena televisiva estadounidense CNN, se reprodujo en la cobertura de los medios estadounidenses de los ataques a Afganistán.

La cobertura de esta guerra mostró un conflicto aséptico, sin mutilados por las bombas que se lanzaban junto con alimentos sobre territorio afgano, sin muertos, sin desplazados. Sin embargo se pudo observar un contraste entre la cobertura de CNN, con enviados especiales que exaltaban el avance bélico de la Alianza del Norte opositora al régimen de Talibán, y de la Televisión Española, que puso énfasis en el drama humanitario de los refugiados en la frontera de Afganistán y Pakistán.

En la guerra de Irak y en la de Afganistán, los medios sirvieron de publicistas del gobierno norteamericano, difundiendo básicamente la versión oficial de las administraciones de Bush padre y Bush hijo. Así se transformaron en voceros gubernamentales, sin ningún contrapeso crítico, y omitieron voces discordantes, con lo que consiguieron el objetivo de obtener el respaldo de la mayoría del público estadounidense a la guerra.

La organización internacional francesa Reporteros sin Fronteras emitió un reporte sobre la censura y la autocensura practicada por los medios en Estados Unidos, que incluso se tradujo en el despido de periodistas y la cancelación de programas

El periodista estadounidense Paul Khlebnikov, explicó a Reporteros Sin Fronteras que la postura de la mayoría de sus colegas estadounidenses era que la guerra debía ser librada no sólo en los terrenos militar y económico, sino también en el psicológico, es decir, a través de los medios. Según Khlebnikov se estableció una especie de consenso en los medios norteamericanos de que ‘’asesinar a Bin Laden no sería suficiente’’ si no que debía ‘’ser eliminado simbólicamente”. Por eso las cadenas de televisión estadounidenses acataron la instrucción de no transmitir discursos de Osama bin Laden. 

CUATRO

Los atentados del 11 de septiembre de 2001 quedaron registrados como una operación comunicacional, con millones de telespectadores en todo el mundo que vieron “en vivo y en directo” al avión que se estrelló contra la segunda torre gemela en Nueva York, cuando aún no se aclaraba si el impacto contra la primera torre había sido o no un accidente. Tal vez ese fue el elemento que impulso con más fuerza la estrategia periodística de guerra que asumió el gobierno de Bush hijo, y que deja como una de las víctimas de 2001 a las libertades de información y expresión.

Pero la necesidad estadounidense de controlar la prensa no es de ahora. A finales del siglo XIX, una campaña orquestada en los periódicos sensacionalistas de William Randolph Hearst, encabezados por el New York Journal, obligó a la invasión militar de Cuba en 1898. Hearst había enviado un reportero y un dibujante a La Habana para cubrir la guerra. El dibujante, Frederic Remington, telegrafió a su jefe pidiéndole autorización para regresar, pues no había ninguna guerra. “Todo en calma. No habrá guerra”, le explicó a Hearst. La respuesta del empresario periodístico fue célebre: “Le ruego que se quede. Proporcione ilustraciones, yo proporcionaré la guerra”.

La relación entre prensa y ejército en Estados Unidos se estrechó en la Primera Guerra Mundial con la creación del Comité de Información Pública, dependiente directo de la Casa Blanca, en el que participaban los entonces secretarios de Guerra, de Marina y de Estado y el periodista George Creel. Su función básica fue “vender” la guerra al público estadounidense y la principal herramienta fue el cine. Este organismo, también conocido como el Comité Creel, fue la primera oficina gubernamental de propaganda estadounidense, pero también la primera oficina de censura gubernamental, misión que cumplió celosamente a lo largo de la primera gran guerra.

Al entrar a la Segunda Guerra Mundial, en 1941, Estados Unidos creó la Oficina de Información de Guerra y la Oficina de Servicios Estratégicos. En 1947, la Oficina de Servicios Estratégicos se convirtió en la Agencia Central de Inteligencia (CIA).

En 1976, el senador, Frank Church, hizo comparecer a los responsables del trabajo sucio de la CIA y del Pentágono, y les cuestionó la campaña de prensa iniciada por la CIA en 1970, contra el entonces candidato a la presidencia de Chile, Salvador Allende, profusamente difundida en las páginas del New York Times y del Washington Post. Allende ganó las elecciones pero murió en 1973 durante el golpe de Estado encabezado por el general Augusto Pinochet, con el apoyo estadounidense.

Los métodos se repiten en la campaña mediática contra el gobierno de Hugo Chávez en Venezuela y a favor de la intervención en el conflicto colombiano.

En Irak, Yugoslavia, Afganistán, Chile, Venezuela y Colombia la comunicación ha servido para hacer la guerra, y en los tres casos los medios de comunicación se pusieron al servicio de los ejércitos, ‘’los pensamientos simplificadores, las intolerancias y las certezas ciegas’’, como dice Mattelart.

 

Bibliografía:

Artículos sobre la Guerra del Golfo, Revista Proceso, México, 1990.

Artículos sobre la Guerra de Vietnam, Semanario Marcha, Montevideo, 1968.

Lucas Kintto, ¿Justicia infinita contra quién?, IPS, Quito, 2000.

Mattelart Armand, La mundialización de la comunicación, Paidós, Barcelona 1998,

Varios Autores, Estados Unidos en Guerra I, IPS- Abya Yala, Quito, 2000.

Varios Autores, Estados Unidos en Guerra II, IPS-Abya Yala, Quito, 2000.

 

* Artículo del libro El arca de la realidad – De la cultura del silencio a Wikileaks-, CIESPAL, Quito, 2013.

* Foto: Una foto de la Guerra de Vietnam que recorrió el mundo.

 

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PENSAMIENTO CRÍTICO
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1 COMENTARIO

  1. Todo lo relatado seguramente es muy cierto, pero, ¿por qué no se ve la viga en el ojo propio, también? ¿Acaso la prensa de los países latinoamericanos es químicamente pura? ¿No es verdad que Venezuela está en la bancarrota? ¿No es verdad que el experimento cubano no pasa de ser un espantoso fracaso? ¿Hace falta la manipulación de la prensa norteamericana para poner en evidencia esas realidades? ¿No es verdad que en el Ecuador, país en el que el articulista fue ViceCanciller del actual gobierno, la prensa oficial es esencialmente manipuladora, y la prensa no oficial ha sido siempre obsecuente servidora de los explotadores? También es un pensamiento simplificador el ver como el único malo de la película al gringo (que sin duda es el más malo) y negar las propias limitaciones.

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