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viernes, noviembre 22, 2024

LA CRISIS DE LA INTERNACIONAL SOCIALISTA. por Pablo Stefanoni

Página 7 <www.paginasiete.bo>

Las demoledoras críticas de la líder juvenil Beatriz Talegón en el último cónclave de la Internacional Socialista no fueron un rayo en cielo sereno. No es casual que sea una española -país sumergido en una terrible crisis política, económica y social- la que les exigiera a los viejos líderes socialdemócratas que “de una vez por todas la Internacional tenga sentido”, dejar de hacer política desde lujosos hoteles de cinco estrellas y que no hagan que “los jóvenes socialistas nos avergoncemos” de ella. Y tampoco es casual que muchos hayan pensado que su rebeldía no fue más que una pose oportunista.

Parte de los problemas de la IS es su extensión indiscriminada, en paralelo a la propia crisis de la idea socialdemócrata. Si en los 70 la IS fue un paraguas de partidos de izquierda de todo el mundo, en contexto de dictaduras (hasta Firmenich pidió el ingreso de Montoneros a la IS) hoy sus contornos se difuminaron por completo. Que los partidos de los dictadores de Túnez y Egipto fueran parte del socialismo democrático internacional hasta el día después de la primavera árabe es solo un extremo. La situación al respecto se volvió tan indigerible que el partido socialdemócrata alemán se ha ido alejando de la IS. El propio líder del SPD, Sigmar Gabriel, escribió que “la Internacional Socialista ya no es la voz de la libertad” y pidió dejar de convivir con los déspotas. En América Latina forman parte de la IS, entre otros, el PRI mexicano, el orteguismo nicaragüense (convertido al catolicismo y al antiabortismo radical), la UCR argentina y el APRA peruano, alejado hace años de sus orígenes nacionalistas populares.

Varios hechos convergieron: la tercera vía de Tony Blair borró las fronteras con el social-liberalismo más vulgar, los nuevos líderes están a años luz de Willy Brandt u Olof Palme, muchos, como Felipe González se volvieron lobbystas de grandes intereses empresariales… Aunque un caso extremo, no es un detalle menor que Dominique Strauss-Kahn -ex director del FMI y centro de todo tipo de escándalos sexuales- llegara a la cúspide del socialismo francés. No se trata solamente de la pérdida de identidad ideológica sino de cambios sociopolíticos de mayor envergadura. En su libro La bella y la bestia, la amante de DSK, Marcela Iacub, una académica argentina conocida por sus análisis provocadores, no solo cuenta detalles escabrosos. Pese a su innegable narcisismo, la autora describe también con agudez el tufillo a Ancien Régime y la arrogancia aristocrática que caracteriza la visión del mundo que Strauss Kahn y su aun esposa legal, la millonaria Anne Sinclair, predican en privado: para ellos, hay personas hechas para mandar y conquistar el poder y la gloria, mientras el resto de la humanidad, los de abajo, está para servirlas desde el anonimato. Sin embargo, eso no le impidió estar a punto de llegar a la presidencia de Francia como seguro candidato del Partido Socialista. Los socialistas franceses deberían prenderle varias velas a la mucama africana del Sofitel que lo denunció y truncó su carrera hacia el Eliseo.

Con todo, las socialdemocracias -sobre todo en Europa- tienen un papel que jugar. La crisis no ha favorecido grandes avances de las izquierdas radicales, con la excepción relativa de Grecia y Portugal, y espacios del 10% para fuerzas como el Frente de Izquierda en Francia o el Partido de Izquierda en Alemania. Fuerzas “antisistémicas” como los partidos piratas en Suecia o Alemania pueden encarnar el voto protesta ante el transformismo de los antiguos partidos verdes pero carecen de proyectos societales más amplios. Los indignados contribuyen a cambios en el sentido común desde las calles pero parece difícil que puedan o quieran dar el salto a lo político/institucional.

En ese marco, representa un verdadero desafío repensar qué significa hoy estado de bienestar y socialismo democrático en el capitalismo actual, no solo como un conjunto de programas defensivos -en el mejor de los casos- sino como base para una renovación ideológica creativa y profunda crítica mundo actual, a la luz de los cambios en los procesos de trabajo y en las sociedades del siglo XXI. En caso contrario, sólo queda el reformismo sin reformas (o con reformas regresivas “de mercado”) con el que la socialdemocracia gobernó en los últimos años. El desafío es muy grande y, aunque la crisis reclama a gritos nuevas ideas, son muchas las fuerzas que impiden una reinvención de ese tipo.

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