Con la representación de la batalla de Tisaleo, que se cumple en el actual cantón de ese nombre, en la provincia de Tungurahua, se recuerda cada año un episodio histórico que se remonta a 1534, cuando las comunidades panzaleas enfrentaron a las tropas de Sebastián de Benalcázar.
En la puesta en escena, en plazas y calles, se ve a los hispanos con sus uniformes, armas y caballos, y a los indígenas con sus insignias y blasones. La obra, por su simbología, parafernalia y personajes adquiere carácter de epopeya oral y tiene rasgos comparables al Cantar del Príncipe Ígor y a la canción de los Nibelungos, por ejemplo.
El investigador Carlos Novoa Sánchez afirma que, hasta hace poco, los ancianos de la comunidad recordaban el relato, narrado en quichua, que se atribuye originalmente a un joven vigía encargado de otear el campo enemigo desde la cima de la montaña.
La descripción de los hechos comienza cuando Rumiñahui, que se había medido sin fortuna con Benalcázar en la explanada de Tiocajas, ya vencido, pero sin renunciar a la ideas de libertad y soberanía, envía un mensaje de auxilio a Ticallo, curaca de Tisaleo, pidiéndole cerrar el paso a los conquistadores.
Como lo hicieran Rumiñahui y Quizquiz, lugartenientes de Atahuallpa, también Ticallo debió maldecir a los príncipes incas Waskar y Atahuallpa, que con sus disputas dividieron y desconcertaron a sus coterráneos indígenas.
Sin embargo, como se recuerda en los Andes ecuatorianos, estos se mantuvieron fieles a la memoria del Inca Wayna Qapaq y de su esposa preferida, la Tupa Palla (señora resplandeciente, en quechua).
La Palla aparece como heroína positiva y principio lírico de la epopeya, un personaje imprescindible en las gestas heroicas. La Tupa Palla transfigurada en Santa Lucía (la que lleva luz) por los evangelizadores cristianos, sigue recibiendo homenajes y pedidos hasta ahora.
En épocas de la conquista, los ayllus panzaleos ya eran territorio incásicos, se había construido una fortaleza y un templo, y los habitantes se reconocían como súbditos de los incas.
Es sabido que la simbología solar está presente en las sagas de varias culturas, y que la victoria o la capitulación de uno de los bandos se crea que está determinada por el comportamiento de la naturaleza. En el caso de los panzaleos, el descalabro militar coincidió con la erupción del Cotopaxi, premonición inequívoca de derrota.
En la representación de Tisaleo, los indígenas portan en pequeñas literas a niños de corta edad hasta el templo. En la Canción de Rolando los niños, simbólicamente se convierten en pequeños soles que “animan” la naturaleza.
La epopeya de Tisaleo expresa aspectos ocultos de la cultura espiritual quichua y es equiparable en muchos sentidos a las de otros pueblos. Es una forma mítico-teatral que sublima ideales patrióticos con rasgos poéticos originales, digna por tanto de ser incluida en el tesoro mundial del género épico.
* Filóloga. Profesora universitaria, investigadora, periodista. Nacida en Ambato, Ecuador. Es autora de varios libros, ensayos y artículos de su especialización. Algunos de sus trabajos han sido publicados en México, Perú, Estonia, España, Alemania.