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miércoles, diciembre 11, 2024

La Patria siendo la avenida Patria a lo Quito

Crónica sobre sus ciudadanos de a pie

La Línea de FuegoPor: Tatiana Sandoval Pizarro

Oswaldo Saquipay no parece quiteño, pero lo es. Me resulta más lojano. Él también cree que soy de Loja y no, ninguno de los dos somos de allá. El no parecer lo que se es tiene que ver con que sus padres son cuencanos y fue en Quito donde lo engendraron y se radicaron. En la Patria y Amazonas tiene el puesto de los helados con permiso municipal, pero sale a recorrer justo al mediodía y se estaciona afuera de la Unidad de Flagrancia, donde permanece cerca de 15 minutos y luego retorna a su puesto de trabajo. Cuando se cierra la Patria por algún suceso, no le queda más que desviarse, como el día anterior a nuestra charla, en el que no pudo pasar por el despliegue de la fuerza policial que trasladó a los supuestos responsables de los coches bomba a la Unidad de Flagrancia para la audiencia y posterior sentencia.

La Línea de Fuego
“Helados de paila al paso” de Oswaldo Saquipay. Foto: Tatiana Sandoval Pizarro

Sus padres, a quienes ayudó desde muy pequeño, le enseñaron a preparar los helados de paila y se quedó con la tradición. El logotipo de “Helados de paila al paso” fue creado por él mismo. Le gusta la Patria porque es muy transitada. Los oficinistas de los edificios públicos y privados de la zona siempre le compran un helado después del almuerzo, como “bajativo”. Los helados son de USD 0,75 y de a USD 1. No falta el que, al escuchar el precio, dice:

—¿No hay uno de a USD 0,50?, mucho está.

Aun así, no faltaron los compradores, entre ellos Mónica Tamayo, que vino corriendo del puesto de jengibre al ver que el carro no avanzó, porque entretuve a Oswaldo.

—La gente no valora el trabajo —expresa, agitado por el clima caliente y su propia labor de estar con la espátula de madera que mueve y mueve continuamente.

Él ofrece todos los días un sabor diferente. Ese viernes le tocó al maracuyá. Hace helados de mora, guanábana, coco y naranjilla. De estos sabores, el de naranjilla es el que gusta menos a sus clientes. Coco y mora son los que más se venden. El precio de los helados obedece a que él cuida la calidad del producto, debido al tipo de clientes que tiene en la avenida.

—El solcito en sí es lo que lo hace sudar a uno, y de ahí el trabajo en sí ya estoy acostumbrado, es parte de mi día a día —. Al final hay una pequeña risa en esta declaración.

Su motivación para salir con el carrito de helado es que esta es su fuente de ingresos con la que mantiene a sus tres hijos que están pequeños. Como un padre entusiasta, quiere que sus retoños salgan adelante. Él tiene 30 años.

—Aunque parezca de más o de menos, pero tengo 30 —sonríe otra vez.

Línea de Fuego

Al mediodía ustedes lo verán aquí, pero su labor inicia a las cinco de la mañana, cuando se va al Mercado de San Roque a comprar la fruta. Regresa a preparar el jugo, los conos; a alistar el coche; a traer la sal, el agua. A las ocho en punto sale a comprar el hielo. Del sitio se marcha en una camioneta que lo deja en el Colegio Simón Bolívar, donde prepara y baja recorriendo con el coche hasta llegar al puesto. Normalmente, su trabajo culmina a las cuatro y media de la tarde. Para no quedarse varado con el helado, acostumbra a hacerlo tomando en cuenta lo que va a vender, considerando el sol. Cuando Quito no da señales de que se va a calentar, ya no se arriesga a salir. Ese día descansa haciendo otras labores en casa. Mas los días calurosos en la ciudad son aprovechados al máximo por Oswaldo.

Cuando empieza a llover, con rapidez alza el puesto y trata de refugiarse por ahí, en algún garaje de un edificio. Le favorece que ya tiene amistades en el sector, que lo ayudan hasta que escampe. Una vez que deja de llover, busca la manera de irse, porque el día ya está perdido.

—Ya me llovió, hoy día perdí, pero mañana es otro día. Yo tengo esa mentalidad. Hoy día tal vez me fue mal, pero mañana es otro día y salgo con las mismas ganas, no me decaigo —. Es la mente positiva de Oswaldo sin ser coach. Él es su propio motivador.

La plática se detiene un poco, llega un señor coquetón a comprar un helado que le dice a Oswaldo:

—Por la muñeca me quedé —expresa, y me sonríe.

Le dan el vuelto y finge decepción:

—Yo también quiero compañía —. Todos reímos.

El tema de la seguridad no se escapa. Oswaldo cree que hoy más que nunca Quito está inseguro:

—Quito siempre fue una ciudad compleja en temas de seguridad. Hubo tiempos en los que como jóvenes podíamos salir, disfrutábamos, comíamos afuera y regresábamos por la noche tranquilos. Hoy en día ya no tenemos esa dicha de salir tranquilos. Yo pienso que el tema de seguridad hay que trabajarlo muchísimo. La inseguridad está terrible en Quito y eso nos hace ver mal a todos… ya ni en los policías se puede confiar. Oritas uno tiene que estar a la defensiva de uno mismo, o sea, uno mismo tiene que buscar su seguridad.

Hablando de policías, hubo uno de ellos que merodeaba el coche y quería “parar la oreja” para saber de qué conversaba con Oswaldo. Primero se acercó a preguntar por el precio del helado. Por segunda ocasión volvió y le preguntó a Oswaldo si vendía el helado en vasito. Él le dijo que no, porque la gente más le compra en cono. Por tercera apareció con un vaso. Oswaldo le puso el helado y el policía le reclamó por la cuchara, de las que no dispone, porque no vende helado en vasito, sino en cono. Un poco molesto se fue el uniformado a conseguir una cuchara.

Es cierto, como pocas veces, hay varios policías en la Unidad de Flagrancia por los últimos acontecimientos que las autoridades del Ecuador han calificado como actos terroristas. Le compro un helado a Oswaldo, lo saboreo y a la vez cuestiono: ¿Por qué no se puede controlar la inseguridad en el Ecuador? De las cosas que uno se entera, el sabor cambia a amargo. Oswaldo continúa vendiendo más helados. Eso me alegra tanto. Más gente comienza a circular en la avenida, ya que es la hora del almuerzo. Me despido de él mientras sigue agitando la paleta con su sonrisa espontánea. Yo continúo con mis reflexiones y la búsqueda de historias.

Hay situaciones que uno ya se las huele, como dice mamá, o por lo menos las sospecha. Estás en la Patria, ¿qué podría pasar si aquí a lado está la policía que va y viene a cada rato en este día? No sé por qué, pero la tensión se torna más fuerte, es como si estuvieras en la “boca del lobo”.

En esta avenida son frecuentes los plantones a favor de las víctimas, cuyos procesos se demoran más de lo establecido en la ley. Hay familiares de los detenidos haciendo antesala. Hay madres con guaguas en sus brazos; rostros inundados de lágrimas, incertidumbre, desesperación. Hay personas que gritan, que se desmayan, que llaman por teléfono a uno y a otro. Hay abogados que explican a los familiares lo que ha pasado adentro con su defendido, y lo que procede luego. Hay gente que va y viene de los quioscos sacando copias. Entre todo esto hay algo más, hay corrupción en las instituciones del Estado que, se supone, deberían protegernos. Con conocimiento de esto, ¿cómo no tener más indignación que miedo?

En las ruedas de prensa de la Policía Nacional se habla de operativos exitosos y estados de excepción con resultados. ¿Qué más da esto si la realidad es otra a las cifras que se presentan? La seguridad se ha vuelto una falsa promesa del Gobierno Nacional y de todas sus instituciones garantes cuando su personal es cómplice de la inseguridad que vivimos.

¿Cómo negar lo antes dicho si hace poco encontraron armas, explosivos, droga y dinero en el Servicio Nacional de Atención Integral a Personas Adultas Privadas de la Libertad y a Adolescentes Infractores (SNAI)? La Fiscalía informó sobre esto el 4 de agosto de 2023, tras un operativo de la Policía y las Fuerzas Armadas. Esto provocó que la misma fiscal general, Diana Salazar, dijera que “la situación de las cárceles debe tratarse de manera integral, desde el mismo Estado y sus instituciones”. ¿Quién es quién? Ya no se sabe. Los actos delictivos no se pueden acabar si los funcionarios del Estado están corrompidos y han normalizado la corrupción en sus actividades.

Para quitarse este mal sabor de boca y cuando ya es más de la una de la tarde, olfateo a fritada. Son los olores de la Patria. La gente está haciendo cola. ¿Qué tan buena será y cuánto costará?

Mote o choclo papito, mami

Josefina Chisaguano

Línea de Fuego
“Las Fritadas de la Tía” Josefina Chisaguano. Foto: Tatiana Sandoval Pizarro

Acabo de comer en “Las Fritadas de la Tía”, que están más arriba de la Unidad de Flagrancia. Los platos van de USD 1,50 a USD 2 y pueden ser sólo con mote, choclo o mixto. Preferí el plato de a dos dólares y mixto. Estaba con el hambre descontrolada. Quedé más que satisfecha y la mente se me aclaró para continuar. El ayudante del negocio bromeó diciendo:

—Se comió todo, sí que ha estado con hambre.

Aquí entre nos, comí bien lento, ya que las personas no dejaban de hacer fila y no podía interrumpir la venta, donde las manos faltaban para sacar los platos. Personal de limpieza de los edificios, del Oki Doki, ciclistas, de todos lados, llegaba la gente a pedir su fritada.

—A ver, mami, a ver, papito —es la voz de madre con la que atiende Josefina Chisaguano a sus clientes.

La fila a ratos se confundía, ya no se sabía quién iba después. El ciclista reclama. Doña Josefina lo calma y le dice:

—Ya le voy a dar su plato, ya llora —. Todos morimos de risa en coro, hasta el mismo ciclista.

Con desconfianza, Josefina me empieza a contar que vende fritada desde que tenía 15 años. Es una tradición familiar:

—Toda la familia vende esto.

Ella migró de Salcedo, provincia de Cotopaxi. Con su carrito en la Patria ya lleva unos cinco años. Antes tenía su negocio en la Caja del Seguro del IESS, pero ahí no vendía, así que no le quedó de otra que devolver el local. Tiene cuatro hijos y su esposo es un policía jubilado.

Llega un cliente de Guayaquil que le dice a doña Josefina que allá la fritada se come diferente, con arroz. En cambio, acá en la Sierra, uno se ‘papea’ con mote, choclo, papa, maduro o arvejita.

—Ya, papito, ajicito ahí tiene —le indica Josefina a su cliente de la Costa.

Antes llegaron unas chicas que pidieron las fritadas bien puestas:

—¿No ve cómo estamos? Usted nos tiene que engordar —, bromean.

Hay clientes que le piden un plato de a USD 1,50, pero que parezca de a USD 2. Todos piden su plato bien puestito. Josefina les hace notar que ella les sirve con corazón de madre. Hay estudiantes que solicitan que se les acomode un plato de a USD 1 y ellos no se niegan. Hay quienes dan más y piden plato de a USD 2,50.

Con la pandemia por COVID-19 se perdió la clientela y recién la están recuperando.

—Aquí comían los doctores, los de la Fiscalía, toditos ellos… Venían también a llevar del Hospital Baca Ortiz, de 15 a 20 platos —cuenta su colaborador.

A las ocho y treinta de la mañana llegan a la Patria. A las nueve arranca la venta. La fritada se acaba, porque se acaba. Los últimos platos son los más yapeados. Josefina se encarga de que no sobre nada. Al verme con los “ojitos mieleros” por los cueritos, me regala dos de ellos.

La fritada estaba llegando a su final. Una señora que ha organizado una comida familiar para el fin de semana se acerca sólo a comprar mapahuira y carne, pero ya no sobra nada. Josefina le manifiesta que:

—Compre, pues, en otro lado —.

La señora le contesta.

—No es que yo ya sé cómo hace usted —.

Y aunque no pudo llevar lo que quería, expresa:

—Pero qué bueno que sí se le haya vendido.

Es que esa fritada es recontrabuena y no es que le haga promoción, solo que “al César lo que es del César”.La Línea de Fuego

Las veces en que no pudieron vender en el mismo sitio por el cierre de la Patria, se fueron más arriba, pero sí vendieron. Ellos se levantan a las tres y media de la madrugada para cocinar la fritada. Cuarto para las seis la carne ya sale. En el puesto la carne sólo se va a dorar.

—Es dura la preparación —ya entra en más amistad Josefina.

Me pide que le adivine la edad, le digo 60. Ella contesta 62. Fallé un poco. Los dejo para que almuercen lo que pidieron. A veces comen su propia fritada, pero ya el olor los llena, por eso deciden pedir otra comida.

Ahora toca regresar a conocer uno de los quioscos donde vi discos de acetato, muchas cosas antiguas y leí que se cargan celulares y se sacan copias. Ese es el rostro multifacético que hace de la Patria un lugar de todo y para todos.

La “Patria” de los coleccionistas

A mi papá lo conoce mucha gente

Ítalo Acosta

La Línea de FuegoEn este quiosco atiende un joven, que es Ítalo Acosta. Alcanzo a ver una nota de un periódico que está enmarcada: “Juan Acosta oferta billetes y monedas en un quiosco”. Le pregunto a Ítalo por él, me dice que es su padre y que ya falleció. Es él quien ahora pasa en el negocio que heredó de su padre, a quien acompañó desde que era un niño, cuando todavía no funcionaba en la Patria la Unidad de Flagrancia, sino la Universidad Técnica Equinoccial (UTE) que en la actualidad se encuentra en la Avenida Occidental. Era otro ambiente, universitario, más tranquilo.

Ítalo narra que su papá es considerado uno de los primeros coleccionistas del Ecuador. Él inclusive ayudó a hacer catálogos, libros… Fue además uno de los primeros comerciantes de ese lado de la Patria y el que gestionó para que les dieran las casetitas. Un hombre tan activo como él también creó en la Costa la “Fundación Chirijos”, una organización sin ánimo de lucro que ayuda a las organizaciones productivas y que lleva el nombre de una de las parroquias del cantón Milagro.

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En el quiosco se encuentran casi todos los artículos que se pueden coleccionar, como santos antiguos, monedas que a la gente le atraen. El álbum de las monedas que se observa es un recuento que llega hasta la dolarización en Ecuador. En el local también se venden discos de vinilo de los músicos de la vieja guardia como Parchís, Leonardo Favio (“La rubia del cabaré, / qué lindo fue, caramba, qué lindo fue”), Eydie Gorme y Los Panchos. En definitiva, es un lugar para coleccionistas.

Además de eso, a Ítalo se le ocurrió ofrecer el servicio de carga de celulares por la necesidad que evidenció en los abogados y familiares de los detenidos. Él les pone a cargar los teléfonos y, si no tienen el cargador, se los facilita.

—Hay que tener visión —puntualiza. También tiene a la mano papel y esferográficos que muchos buscan con urgencia.

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Entre foto y foto veo unas tarjetas de presentación en las que está su nombre. Me cuenta que antes de estudiar empezó a trabajar con un abogado como asesor jurídico en el bufete Law Strategy. Ahí le dijeron que estudie porque es “pilas”. Entonces se matriculó en la Universidad Técnica Particular de Loja para seguir Derecho a distancia. Su objetivo es especializarse en Derecho Penal. Todo lo que palpa cerquita de la Unidad de Flagrancia le ha incentivado a esto.

Ítalo confirma que la Fiscalía, después de la balacera, ha hecho un pedido para que se muevan los negocios que se sitúan frente a la Unidad de Flagrancia.

—Ya no quieren ningún puesto allí. No nos queda más que hacer caso para seguir trabajando —relata resignado.

Todos los comerciantes de ese espacio que serán removidos, ya han hablado con el Municipio de Quito, donde les han manifestado que los reubicarán a la altura de los Almacenes Estuardo Sánchez, a unos veinte pasos. Esperan que esto se cumpla de esa manera.

La Administración Zonal La Mariscal, que se ubica en la Ignacio de Veintimilla y Leonidas Plaza Gutiérrez, es la que tiene la competencia en este sector de la Patria. Me acerqué a las oficinas para consultar más datos sobre el proceso de reubicación. Gabriela Vacacela me atendió, pero indica que dar declaraciones en las instituciones públicas es complicado, que debe pedir una autorización al equipo de Comunicación de la Municipalidad de Quito. Intercambiamos números telefónicos, le escribí en varias ocasiones, pero nunca confirmó una entrevista. Lo cierto es que en 2024 los negocios fueron reubicados, tal como lo comentaron los comerciantes del sector.

En esta ala de la Patria el movimiento es de lunes a viernes. Los fines de semana ya no es igual, a diferencia del otro lado, donde se encuentra el parque “El Ejido”, que el fin de semana es otro cantar. “El Ejido” es donde la historia nos cuenta que una turba quiteña enardecida terminó de arrastrar a cinco presos políticos, —el general Eloy Alfaro (expresidente del Ecuador), Medardo y Flavio Alfaro, Ulpiano Páez y Manuel Serrano —junto con el periodista Luciano Coral, para luego incinerarlos. A los artistas de “El Ejido los veo el sábado”. Esto no se ha terminado.

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La cuarta y última parte de esta crónica se publicará el próximo domingo.

La Línea de FuegoIlustración portada: Tatiana Sandoval Pizarro

La Línea de FuegoFotografías: Tatiana Sandoval Pizarro

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