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06 febrero 2013
Una interesante disputa ha emergido entre la ONG Survival International y el intelectual norteamericano Jared Diamond, en torno a algunas aseveraciones del académico en su último libro. La ONG, dedicada a la protección de los “pueblos tribales”, está horrorizada con la afirmación del autor de que la guerra en “sociedades tradicionales” tiende a ser crónica, y que “el porcentaje de la población que enfrenta una muerte violenta año tras año, y promediado sobre un período largo de alternancia entre períodos de guerra y paz, es, significativamente más alto en sociedades tribales que en sociedades con Estados”, donde la misma presencia del Estado permite la creación de instituciones dedicadas a la guerra, pero también a la paz.
La discusión es fascinante, sobre todo porque Diamond, quizás criticable en varios aspectos, no suele ser percibido como un enemigo de los pueblos “tribales”. De hecho, su último libro rescata las prácticas de varios pueblos como ejemplos a seguir para evitar que nuestra especie cometa errores que le puedan llevar al fracaso biológico.
Diamond, en realidad, se demarca de los que consideran a los pueblos tribales como “bárbaros brutales y primitivos”, y los que los adulan como “buenos salvajes (…) que viven en armonía con la naturaleza, y admirables comparados con nosotros, quienes somos las verdaderas bestias”.
El pensamiento neo-rousseauniano de Survival International, y de tantas otras ONG, es evidentemente una compensación –producto de un histórico sentimiento de culpa occidental– por la gran depredación de las sociedades industrializadas. Pero, para quienes nos consideramos ecologistas, resulta muy importante no caer en aquella romantización de los pueblos “tribales”, mediante miradas paternalistas e infantilizantes.
No olvidemos que todo el raciocinio colonial del imperio británico, a inicios de siglo XX, se basó en la protección del nativo de las dolorosas decisiones de la humanidad. El criminal sistema de Apartheid en Sudáfrica también recurrió al discurso de la conservación de la inocencia aborigen. Sus ideólogos hablaban de no contaminar el candor de los africanos, por lo que los negros debían ser relegados a guetos famélicos llamados “bantustanis”.
El oenegeísmo fundamentalista, revuelto con indigenismo esencialista, tiene sus raíces en los muchos abusos de la modernidad. Pero aquella reacción ultra-relativista suele acabar negando la misma noción de los derechos universales y romantizar la miseria y la supervivencia, y en algunos contextos puede cobijar prácticas sobre las cuales nuestra especie debe reflexionar: el infanticidio, la dominación de mujeres y niñas, la heteronomía total del ser humano frente al colectivo; todas preocupaciones que no tienen por qué ser exclusivamente eurocéntricas (contrariamente a lo que se repite cansinamente hasta la saciedad).
Los paradigmas valiosos de los pueblos deben ser impulsados y hegemonizados a nivel global; y no mantenidos como piezas de museo y en contraposición a un nebuloso “occidente” perverso, que siempre ha tenido corrientes críticas de la modernidad y sus desdichas.
Y todo para justificar el extractivismo depredador del gobierno. Interesante el rol de estos PhDs asalariados del correísmo (a quienes también hay que des esencializar como “inteligentes”).
El proteccionismo y paternalismo del colonialismo inglés y del apartheid tenían un contexto: el de la ocupación de territorios indígenas para la extracción de recursos. Lo que deberíamos preguntarnos es por qué estamos ahora en la disyuntiva entre 1) incorporar a estos pueblos o 2) mantenerlos en reservaciones. Había una tercera opción para los colonialistas: respetar sus territorios. Claro, para eso era necesario renunciar a las exigencias expansivas del capitalismo, lo que no estaban dispuestos a hacer. Al parecer nosotros tampoco.
Por otro lado, Jarred Diamond es conocido como uno de los deterministas más extremos; para él no hay historia y ni matices. sociedad tribal=guerra endémica
Un buen antídoto que les deberían obligar a leer a todos aquellos que osan pontificar sobre el destino de los huaroanis sin conocer más de ellos que el que ocupan un territorio sobre el petróleo que requieren para sus esquemas desarrollistas, es el libro Trekking through history, Laura Rival. Ella ha estudiado, a fondo, la cultura huaorani, incluyendo la guerra endémica. De su argumento se desprende que la guerra endémica no es una condición esencial de las “sociedades tradicionales”, y que en el caso de los huaoranis es producto de la presión sobre su territorio desde, al menos, el periodo colonial.
No sé si Guillaume conozca la historia de la Amazonía con algún detalle. Dentro de lo que él, al parecer siguiendo a Diamond llama “sociedades tradicionales” ha habido una heterogeneidad solo comparable con el de los ecosistemas de esa región. Muchas de esas sociedades se han caracterizado por una organización social signada por la paz y la cooperación. En muchas otras de esas “sociedades tradicionales” de la Amazonía existe, en efecto, la guerra endémica, pero no es una condición esencial y responde a sobredeterminaciones históricas diferentes en cada caso. Ya hace mucho la antropología amazónica dejó ese determinismo cuyos argumentos el artículo de Guillaume invoca.
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