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Las mujeres muñeca han conseguido triunfar en la política, ungidas como herederas por sus cuestionados maridos o hermanos.
26 octubre 2013
Pocas son las ocasiones en que veo televisión nacional. Sin embargo, hace unos años, en una de esas escasas oportunidades, prendí el televisor a la hora en que abren los noticieros del medio día. Caí obviamente en la sección de entretenimiento, que en realidad es la carne que nos ofrecen los informativos desde que los canales decidieron no informar sino divertir, como los payasos.
En la pantalla había una niña de no mas de 12 años, de algún pueblo de la costa Caribe que estaba siendo entrevistada. ¿“Qué quieres ser cuando grande”?, le preguntó la periodista, una espigada y hermosa morena de esas que abundan en la televisión y que parecen más que periodistas, modelos de pasarela. “Reina de belleza”, respondió.
La respuesta me cogió por sorpresa y con el pasar del tiempo me indigna cada vez más. Una sociedad en la que las niñas de escasos recursos sueñan con ser reinas nos debería avergonzar. No tengo nada contra los reinados pero sí contra el imaginario que encarnan las reinas de belleza: una mujer que aprende a ser medida por el tamaño de su cintura y no por su preparación; una mujer objeto y no sujeto, una mujer hecha para adornar y no para ser protagonista de su propia vida.
Esa niña que quería ser reina de belleza no solo es una víctima de la pobreza y de la incapacidad histórica del Estado colombiano por crear instituciones en las regiones, sino que además es víctima de una sociedad patriarcal que no quiere reconocerle a la mujer sus derechos ni su liderazgo en la sociedad.
El problema se agrava aún más cuando uno ve que las mujeres que sí han tenido la posibilidad de acceder a la educación y de llegar a la universidad siguen siendo víctimas del machismo, como bien lo deja claro el informe especial de la revista SEMANA que plantea lo difícil que resulta para la mujer que la reconozcan y le abran espacio en la sociedad. En el informe se advierte un hecho triste que a pocos historiadores importa: que luego de importantes avances a comienzos y mediados del siglo XX, este siglo XXI ha sido para las mujeres una involución en sus derechos.
Aunque el número de mujeres que hoy asisten a las universidades representa una auténtica revolución educativa, los estudios de la ONU demuestran que en materia de participación política nos rajamos, y que a pesar de que son muchas las mujeres que trabajan como los hombres, estas reciben un sueldo inferior y no llegan a ocupar puestos de decisión. Es decir, que incluso en esos sitios donde ha habido avances se sigue prefiriendo a las mujeres reinas de belleza.
Ese ideal de mujer muñeca, ha conseguido triunfar en la política. Las pocas mujeres que han llegado al Congreso a quedarse en los últimos años no lo han hecho por sus propios méritos sino porque han sido impulsadas por sus cuestionados maridos o hermanos, quienes las han ungido como sus herederas.
Su liderazgo lo ejercen cumpliendo el papel de muñecas que son manejadas por un ventrílocuo. Ese es el caso de Dilian Francisca Toro, de La U, de Arlette Casado, del Partido Liberal, de Teresita García, o de la hermana de Óscar Suárez Mira. Para no hablar de casos como el de Liliana Rendón, quien ha hecho su carrera política en Antioquia como una de las más feroces opositoras al aborto y como una senadora que cree que las mujeres se merecen las golpizas que les propinan los hombres que viven con ellas.
Si uno ahonda en sus biografías, encuentra que varias de ellas han sido reinas de belleza o se comportan como tales. Quién quita que esa niña que apareció en la televisión diciendo que quería ser reina, pueda llegar a ser la Piedad Zuccardi del mañana.
En cambio las mujeres que han hecho su carrera de manera independiente, que se atreven a debatir en el Congreso y que no se comportan como muñequitas con ventrílocuo, los partidos las desechan. A Cecilia López le hicieron el cajón en el Partido Liberal hasta que la cansaron. Noemí Sanín fue condenada al ostracismo como si no tuviera qué proponer ni qué decir y Piedad Córdoba fue maltratada por el partido liberal antes de que el procurador la destituyera como senadora.
Solo se salva Clara López, candidata por el Polo Democrático, una mujer de izquierda altamente calificada y que muy seguramente va a tener que lidiar con el machismo de la izquierda que tampoco se salva de esa enfermedad.
El problema no es solo que el machismo exista. Lo grave es que no lo denunciemos y que nos estemos acostumbrando a dormir con él en la misma cama y a tolerarlo.
y lo que es peor, a auspiciarlo