Los aportes de Atilio Boron y de Álvaro García Linera, vicepresidente de Bolivia, al debate sobre la coyuntura política latinoamericana.
Por Silvia Arana
05 de Octubre 2015
Del 29 al 30 de septiembre tuvo lugar en Quito el Encuentro Latinoamericano Progresista (ELAP 2015). Bajo un sol ecuatorial ardiente y a 2800 metros de altura, rodeados de volcanes -uno de ellos el Cotopaxi activo desde hace algunos meses- los debates se desarrollan en una atmósfera serena y afable. Entre los líderes, funcionarios y académicos convocados quisiera destacar estas dos presentaciones (Atilio Boron y García Linera) por la manera directa con la que respondieron a un tema que se ha puesto de moda últimamente: El supuesto “fin de ciclo” de los gobiernos progresistas de América Latina. Que este tema haya sido el punto de partida de las presentaciones de dos de los más lúcidos intelectuales de los procesos progresistas de la región, subraya su importancia crucial hoy en día.
Atilio Boron hizo notar que los presagios de fin de ciclo son planteados desde una “posición de saber” (analistas que supuestamente saben qué es el socialismo). Estos auto-proclamados expertos le hicieron recordar las palabras de Fidel: “Entre los muchos errores que hemos cometido, el más importante error era creer que alguien sabía de socialismo, o de cómo se construye el socialismo”. Citó también a Salvador Allende, quien ante las críticas advirtió que el proceso chileno era una transición hacia el socialismo. De las reflexiones de ambos líderes, Boron saca la conclusión de que los pronosticadores del “fin de ciclo” cometen un error garrafal al acusar a los gobiernos progresistas de “modernización capitalista”. Señaló que modernización capitalista es lo que hace Rajoy en España, Cameron en Inglaterra o la troika en Grecia.
En América Latina los gobiernos progresistas han disminuido la pobreza y la desigualdad social. El capitalismo no se moderniza con reformas sociales como las realizadas por los gobiernos progresistas sino achicando el Estado, reduciendo el gasto público y privatizando. Recordó que existe una crisis económica profunda, calificada por algunos economistas como “la peor de la historia”, es una crisis financiera, ambiental, energética, del agua, y esta crisis también afecta a la región latinoamericana. Advirtió que “no se puede subestimar los avances en la conciencia política de América Latina” representados por la movilización de los pueblos originarios, los jóvenes, las mujeres. Remarcó que este cambio en la conciencia, no tiene punto de comparación con lo que sucedía en los años 90; es impresionante y no puede ser subestimado o negado. Alertó de que hay autores que se ensañan contra los gobiernos progresistas, que si bien cometieron errores, en algunos casos caen en desviaciones de tecnocratismo y burocracia, falta de planificación o errores políticos tácticos también han logrado muchos aciertos históricos como nacionalización de grandes empresas de recursos naturales, legislación social de avanzada y política exterior de defensa de la soberanía nacional. Agregó que hubo cambios positivos que son irreversibles y que si llegan a ganar elecciones gobiernos restauradores del neoliberalismo, estos deberán confrontar las demandas de un pueblo más conciente de sus derechos.
García Linera inició su presentación diciendo que si hace un balance de los últimos quince años de transformaciones, destacaría tantos los logros de los gobiernos progresistas como también las dificultades y las complejidades, propias de países en movimiento, en transición. Su respuesta a los agoreros del fin de ciclo es que están equivocados, que los gobiernos progresistas no están llegando a su fin sino todo lo contrario: tienen un futuro por delante, como pueblos en lucha que van transformando sus sociedades y elevando su nivel de conciencia.
Ambos conferencistas se refirieron a las críticas al “modelo extractivista”. Boron dijo que es una “irresponsabilidad gigantesca” exigirle a los gobiernos progresistas que no toquen los recursos naturales. Se preguntó de qué otra manera se puede alimentar a la población de países con gran crecimiento demográfico, como Ecuador y Bolivia. García Linera se refirió a la “tensión entre la generación de bienestar económico y la protección de la Madre Tierra”. Explicó que el extractivismo en Bolivia lleva casi 450 años, desde la explotación minera en Potosí (iniciada en 1570). Agregó que junto a esa herencia hay que resaltar la pobreza de la región, una de las más desiguales del planeta. Estos dos componentes, la condición extractivista y la extrema pobreza, no dejan otra salida que producir para reducir la pobreza pero hacerlo con respeto hacia los pueblos originarios y escuchando la sabiduría indígena de dialogar con la Naturaleza: “a la Naturaleza no se la mata porque es matarse a sí mismo”. Señaló su acuerdo con las palabras de Fidel: “Si solo nos dedicamos a producir hemos abandonado el futuro; solo habrá futuro ecológico…”
Volviendo a los críticos, distinguió dos tipos de ambientalistas: los ambientalistas revolucionarios y los ambientalistas coloniales, que les piden a los países del Sur que congelen sus condiciones de vida (colonial), mientras los países del Norte siguen con la “orgía consumista”. En muchos casos estas organizaciones son generosamente financiadas desde esos mismos países centrales (EE.UU. y Europa). Aseveró que el gobierno de Bolivia no caerá en la trampa de acabar en pocos años con el extractivismo que lleva 450 años pues hace falta un puente, un periodo de transición para poder satisfacer las necesidades de la gente a medida que se vaya creando la nueva sociedad del conocimiento y de la cultura. Se refirió a la necesidad del salir del extractivismo sin congelar la producción ni regresar a la edad de piedra sino utilizando temporalmente el extractivismo para crear las condiciones que permitan el salto a la economía del conocimiento.
García Linera fustigó a “esa izquierda de cafetín, perfumada y bien remunerada, que se siente incómoda ante el estruendo de la batalla pero que sin embargo denuncia a los gobiernos progresistas por no haber instaurado inmediatamente y por decreto el Buen Vivir”. Concluyó que estos “radicales de la palabra y timoratos de espíritu” que han devenido “profetas del fracaso de los gobiernos progresistas” son en los hechos “mediocres fariseos de la ofensiva reaccionaria”, puesto que al ser incapaces de movilizar a las masas solo sirven como colaboradores de la restauración neoliberal.
Las dos presentaciones se realizaron ante salas colmadas. En ambos casos, el sostenido entusiasmo del público alcanzaba picos cuando los conferencistas se referían a la necesidad de corregir las tendencias burocráticas y a ampliar la participación del pueblo al igual que cuando fustigaban a los “profetas del fin de ciclo de los gobiernos progresistas”.
El debate sigue abierto… Esperamos que de este debate surjan nuevas propuestas transformadoras que engloben las visiones de los trabajadores, de los movimientos sociales -pueblos originarios, defensores del medio ambiente, mujeres- y todos los sectores que persiguen una sociedad más justa y participativa en cada país de la Patria Grande que sigue en la lucha por la soberanía nacional y contra la injerencia imperialista.
nsulafragmentaria.com/2015/10/06/neoliberalismo-2-0-o-la-teoria-cinica-de-la-esquizofrenia-politica-de-izquierda/
Neoliberalismo 2.0 o la Teoría cínica de la esquizofrenia política de izquierda.
Mateo Martínez Abarca / 4 horas ago
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Margaret Thatcher y su conocido lema neoliberal: “No hay alternativa”
Si fuese posible traducir a términos geométricos la historia política del Ecuador desde los años setenta del siglo pasado, con las deriva actual de la “revolución ciudadana” podríamos observar que se parece a una especie de círculo. En términos simples, acabamos de pasar un periodo similar al boom petrolero y altos precios de las commodities en el mercado mundial, que ha dotado al gobierno de Rafael Correa de la mayor disponibilidad de ingresos en toda la historia republicana. Al igual que en tiempos del populismo nacionalista de Guillermo Rodríguez Lara en los años setenta, Correa abrazó la fantasía de que la bonanza duraría para siempre, razón por la cual no tuvo ningún problema en endeudar al país en niveles astronómicos, particularmente con empréstitos chinos.
A finales de los años setenta el despilfarro y sobreendeudamiento basados en correlato de la dependencia hacia las rentas petroleras, generaron condiciones suficientes para la crisis. El Ecuador estaba en un momento de fragilidad institucional en plena transición de la dictadura militar; y los nuevos gobiernos democráticos no vieron otra alternativa que aplicar programas de ajuste estructural, bajo presión de los organismos financieros internacionales. Es así que la dependencia a las rentas provenientes de la extracción petrolera pavimentaron el camino para lo que Correa no se ha cansado de denominar como la “larga noche neoliberal”.
El momento actual reviste muchas similitudes: con la caída de los precios internacionales del petróleo y otras commodities, el modelo rentista-dependiente parece haber alcanzado otra vez su derrotero. El problema es que en esta ocasión el gobierno sabía muy bien que era necesaria una transición hacia un modelo post-petrolero, dada la fragilidad estructural que ha venido arrastrando la economía primario exportadora. Tras ocho años con condiciones inmejorables para realizar dicha transición, la profunda crisis actual revela no solamente el rotundo fracaso de los tibios esfuerzos del gobierno para romper la dependencia extractiva, sino también una irresponsabilidad de proporciones históricas.
De esto dan cuenta las recientes declaraciones del Ministro de Industrias Eduardo Egas, quien dijo: “Tengo la impresión de que el actual modelo de desarrollo se agotó”. Y lo dijo no en cualquier parte, sino en una conferencia ante las poderosas élites industriales guayaquileñas, que son supuestamente parte de la conspiración de derecha para desestabilizar al régimen. Pero no fue solamente el Ministro Egas quien rindió banderas ante el enemigo: desde hace tiempo la ministra Nathalie Cely -la pieza que representa y negocia los intereses de los grupos de poder económico al interior del gobierno-, venía trabajando silenciosamente una “alianza público-privada” con dichos sectores.
Para entender las prioridades del gobierno, un ejemplo: la ley de tierras por la que presionan sectores campesinos desde hace ocho años sigue en discusión en la Asamblea, pero el marco legal de esta alianza público-privada ha sido remitido con el carácter de “urgente”. No hay que ser especialista para observar las similitudes que existen entre las intenciones de este nuevo proyecto y aquellos promovidos por la “aplanadora” encabezada por el Partido Social Cristiano y la Democracia Popular en los noventa. La alianza público-privada de aquel entonces recibió los nombres eufemistas de “Leyes Trole I y II”, estableciendo el marco jurídico para un agresivo proceso de privatizaciones de inspiración neoliberal. Veremos que termina aprobando la aplanadora de Alianza País y con qué eufemismo será bautizado el proyecto.
Curiosamente, esos mismos días se realizaba en Quito el “Encuentro Latinoamericano Progresista” o ELAP, donde la izquierdita liliputiense, des-empoderada y cada vez con menor influencia dentro del gobierno, celebraba con retórica rocambolesca como si fuera el triunfo de la Revolución de Octubre, de espaldas -por supuesto- a lo que está aconteciendo realmente en el país. Estaba el vicepresidente boliviano Álvaro García Linera haciendo las delicias de Jorge Glas, Doris Solis y Guillaume Long al ensalzar los logros de “nuestro presidente Rafael”, al mismo tiempo que en Tundayme la Policía Nacional y guardias de la minera Ecuacorriente desalojaban a 13 familias campesinas para dar derecho de servidumbre minera a la empresa. Inclusive en plena crisis el extractivismo sigue operando de manera violenta.
García Linera se refirió en su discurso a la “izquierda deslactosada y de cafetín que le hace el juego a la derecha”, pero nada dijo de Tundayme; de la arremetida privatizadora de Correa -que luego anunciaría el incremento de los precios de la gasolina y la venta de las lucrativas gasolineras de Petroecuador-; ni de la ratificación en la comisión de comercio del parlamento europeo del Tratado de Libre Comercio con la Unión Europea al cual no quiso adherirse Bolivia pero sí Ecuador. Habló, eso sí, del juego a la derecha que hace la izquierda por no entender ni aceptar que “los procesos revolucionarios son paradojales”, es decir, que pueden como en el caso ecuatoriano derivar claramente hacia el neoliberalismo, sin dejar de declararse -al menos en sus discursos- de “izquierda”.
Podría denominarse entonces a la teoría revolucionaria de García Linera como “Teoría cínica de la esquizofrenia política de izquierda”. Aplauso a rabiar entre la multitud progresista latinoamericana y posterior entonación de Quilapayún o trova cubana, diatribas contra el imperialismo yanqui -el chino no-, el pérfido neoliberalismo y la malvada restauración conservadora. Todo mientras al mismo tiempo y en otro escenario -donde se está decidiendo realmente la orientación y futuro del proyecto de la “revolución ciudadana”-, la gran teórica progresista y militante radical de izquierda Nathalie Cely, anunciaba enormes beneficios para el sector privado, añadiendo que los empresarios podrían intervenir en gestión de puertos, infraestructura, desarrollo urbano y sectores estratégicos. Roberto Aspiazu del Comité Empresarial Ecuatoriano y Patricio Alarcón presidente de la Cámara de Comercio de Quito (hasta entonces exponentes de la derecha oligárquica desestabilizadora), declararon al proyecto como “excelente”. Como en toda crisis, empiezan a aparecer así los primeros beneficiarios.
El retorno a las políticas neoliberales es una deriva que va acentuándose con claridad en la revolución ciudadana. Al igual que los setenta e inicios de los ochenta, la dependencia a las rentas provenientes de la extracción de petróleo, el despilfarro y sobreendeudamiento, así como la ausencia de un proyecto claro de transición hacia una economía post petrolera, han pavimentado otra vez y en gran medida el camino hacia una de las peores crisis económicas de la historia reciente. Antes como tragedia y hoy como farsa, se cierra de nuevo el círculo: el proyecto original de la revolución ciudadana está formalmente liquidado. De las promesas del populismo desarrollista y autoritario de Correa, transitamos hacia las de uno de raigambre neoliberal probablemente aún más autoritario y antidemocrático. O quizá uno híbrido-esquizoide entre ambos, -paradojal, como diría García Linera-, que de todas formas seguirá cumpliendo fielmente los designios e intereses relativos al proceso de acumulación de Capital, antes que intentar transformar las profundas relaciones de desigualdad imperantes en la sociedad ecuatoriana.