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viernes, noviembre 22, 2024

LOS DELIRIOS DEL IMPERIALISMO COMO REALISMO POLÍTICO: PALESTINA. Por Carlos M. Ordóñez*

Lo de estos últimos meses en Palestina no termina de ser escalofriante. El Estado sionista de Israel continúa su masacre y represión contra los pueblos ocupados, esta vez ante el rechazo y las protestas de los palestinos a la instalación de la embajada de Estados Unidos en Jerusalén, con lo cual el imperialismo norteamericano toma una posición clara a favor de la ocupación y la desaparición del pueblo palestino.

Una posición que era ya muy evidente, pero que en el tema de Jerusalén se guardaron siempre reservas por temor a ocasionar una reacción incierta en el Medio Oriente. Si esta medida se hubiese impuesto hace 30 o 40 años atrás, seguramente se habría desatado una guerra de los países árabes contra Israel, pero hoy ante los débiles reclamos que se han hecho por esta imposición, se demuestra que el dominio y la jerarquía geopolítica del sionismo y Estados Unidos en la región está confirmada.

Así los medios de comunicación han reseñado dos hechos: el festejo diplomático y la masacre. Entre copas y brindis en la flamante embajada norteamericana se ha encendido nuevamente la indignación y las protestas de los palestinos, a pesar de la represión asesina y la impotencia, plantan resistencia a las luces y cocteles que sus verdugos han montado en Jerusalén.

Entrevista en CNN sobre Palestina

CNN realizó una entrevista en su programa Fuentes Confiables sobre estos acontecimientos. “¿Se le están cargando la mano a Donald Trump por haber dado el paso que no dieron sus antecesores? porque el reconocimiento de que la capital de Israel era Jerusalén fue hecho en 1995”, dice el entrevistador. Con esto, se ha impuesto la temática general que sugiere que no está en discusión la medida de Trump, es más se habían tardado; lo que se delimita como tema de conversación es si Trump está siendo mal juzgado por el mundo. Se lo intenta mostrar de antemano como un incomprendido.

La respuesta continúa con el guion, como es de esperarse. “A Trump nadie se le carga la mano”, dice el analista. Nuevamente, se refuerza el argumento central, las políticas norteamericanas y la “impetuosidad” con la que Trump las encarna, son dichas y hechas y a las que difícilmente puede un pueblo resistírselas.

Luego de unas risas, el programa continúa con un análisis de fuerzas. El analista Pablo Freyre duda si la medida haya sido sabia por parte del presidente, pero reconoce su acierto políticamente. Este acierto está dado por cumplir una promesa de campaña y por la capacidad de atar el apoyo de los grupos conservadores que aplaudieron esta medida, entre ellos el sionismo norteamericano y el evangelismo conservador, importantes fuerzas económicas e ideológicas de este país.

Esta respuesta deja entrever otro aspecto del argumento de la entrevista. En sí, un juego de dicotomías entre lo falso y lo cierto, y lo sabio y lo cierto, donde no necesariamente ser sabio implica tener un acierto. Puesto, que el criterio para definir lo cierto o lo “acertado” está dado por la utilidad política de una decisión que genera éxitos y ganancias, es decir, apoyos, posiciones fuertes, efectos de golpe, etc. Es en realidad un procedimiento racional económico basado en el examen de costo-beneficio, donde el beneficio es la obtención de mayor poder y en esa medida, lo sabio, es decir, no pasar la embajada a Jerusalén para evitar los enfrentamientos sangrientos de estos días, no sería precisamente lo acertado. En este sentido, para el discurso dominante de la política, sería en realidad algo falso o “desacertado” en términos del utilitarismo político. En definitiva, si nadie en la región se opone seriamente a esta medida geopolítica y si aquello le afirma la lealtad de los grupos conservadores locales, sería mejor evitar ser sabio, para ser racional, calculador y utilitarista.

En realidad, estas operaciones y maniobras geopolíticas siempre han sido resueltas en las altas cúpulas del poder a través de este procedimiento racional-utilitario. Sin embargo, el efecto  que produce cuando se lo enuncia desde un medio de comunicación es distinto, puesto que rompe en alguna medida con la función del discurso dominante en los medios, que es el de la grandilocuencia de la justificación de las medidas políticas opresivas o violentas en aras de un bien mayor, un valor de cualidades indefinidas y abstractas, pero a las cuales todos aspiramos y deseamos: la libertad, la democracia, la justicia, la defensa de la patria, etc. De hecho, esta función del discurso mediático ha sido parte importante de los medios norteamericanos en las últimas dos décadas, a través de lo cual se justificó la última oleada de invasiones imperialistas al Medio Oriente. Pero al parecer, se puede encontrar otra función del discurso mediático que tiene no tanto una función encubridora, sino sumamente realista.

En esta perspectiva, el análisis de fuerzas políticas que realiza Pablo Freyre se enmarca en una función realista del discurso; con lo cual se expresa el real funcionamiento, crudo y descarnado, de la política, para generar un efecto de aceptación de las situaciones “tal y como son”.

Este realismo político ha calado en diversos ámbitos del mundo mediático, quisiera referirme a las series televisivas de la temática de corrupción y narcotráfico, como House of Cards o El señor de los cielos. En ambos casos la intención de los productores es más o menos clara: mostrarte una realidad tal y como es. Los espectadores que acceden a este tipo de programas no atinan el efecto que les puede ocasionar: la indignación o la seducción de esa forma de vida. Al mismo tiempo que no se puede evitar que surja una confusión en los productores de las series sobre su intención: ¿se quiere denunciar un tipo de prácticas delictivas con un relato y una historia que termina exaltándolas?

Estas dicotomías y confusiones sobre el realismo político ocasionan, dicho de una forma preliminar, cierto efecto de perplejidad, sino de impotencia e inamovilidad ante una realidad que nos acecha. Un peligro o una situación de injusticia, a la que es mejor dejarla como está, sino por la resignación del “qué le vamos a hacer”, por un temor real a la violencia que pueden ocasionar.

Por otro lado, lo que resulta de este tipo de relatos que aspiran a representar la realidad con una pretensión de verdad, es que terminan idealizando a sus protagonistas. Así como en Trump y las novelescas historias de otros delincuentes, sus acciones y decisiones, por temerarias o “impetuosas”, como sugirió el analista de la CNN, no dejan de ser exaltadas y admiradas. Nuevamente, el criterio por el cual la decisión de Trump es acertada lo convierte en un político racional, estratégico y calculador, más allá de haber causado muertes y de representar lo más deplorable del imperialismo en Medio Oriente, el presidente es un triunfador, una persona que cosecha éxitos sobre los cadáveres de los niños palestinos.

Foto: Lon Angeles Time

Volviendo al contexto, Palestina. Qué lugar ocupan los palestinos en este relato frío y calculador sobre un acontecimiento sangriento y pomposo a la vez. La de los desubicados, los que no cuentan con medios para hacer validar su posición geopolítica ante un poder imperial al cual “nadie le carga la mano”. Sus medios no les alcanzan para  formar parte de un relato en el cual el cálculo político requiere de ostentosas armas de persuasión, legalidad y maniobras políticas. Son como los padres y madres de las niñas que un narco quiere comprar cual objeto, planean hacerle frente a un poder, que ya de antemano tiene la partida ganada, que sus decisiones no están en discusión; si su voluntad no se cumple, se desata la muerte. Al estar fuera de este juego de fuerzas en una posición inferior, su situación es por así decirlo, insignificante, sus muertes no son dignas de llorar, no merecen sino una mínima atención en los medios de comunicación, una crónica roja más de su sufrimiento. Se hace claro así el argumento central de estos relatos: los dramas de los poderosos son un espectáculo, mientras que las muertes de los dominados son daños colaterales del gran teatro de los que juegan la partida a ganar.

De ahí, que la masacre de estos días en Palestina sea doblemente dolorosa e indignante: por la impotencia que nos genera sentir como un pueblo es cada vez más encerrado y hostigado amenazándose su desaparición, mientras sus verdugos toman whisky y champagne  celebrando su victoria. Además, porque para el mundo no es legítimo llorar sus muertes, así como se llora las muertes de los ciudadanos de los países imperialistas. Podemos pensar esto con el giro crítico del cambio de las posiciones que está aplicando el feminismo: ¿Si los 55 muertos que hubo esta semana en Palestina fueran 55 muertos en Inglaterra o en Nueva York? Situación que nos invita a pensar sobre nuestra propia situación, puesto que América Latina ocupa un lugar similar en la estructura de dominación imperialista. Somos, dirían algunos estadunidenses, unas provincias más de lo que ellos consideran como “América”.

Por estos efectos tan sentidamente reales y crueles es que no me animo a descalificar el relato del realismo político como falso, iluso o exagerado. Tampoco me atrevo a decir que es una perspectiva sobre la historia, un punto de vista sesgado, una mirada del poderoso en una realidad más compleja que no ven. Me parece que el realismo político a la vez que nos deja un relato, nos produce una realidad capaz de moldear la sociedad conforme a su despiadada utopía de un poder indiscutible e irresistible de la jerarquía de los pueblos dominantes y dominados. Los palestinos hoy sienten el peso enorme de un relato convertido en historia. Es por eso que el relato del realismo político guarda ese perverso cinismo de narrar la muerte con una sonrisa y en el siguiente acto ejecutarla.

El festejo diplomático es parte de esa sonrisa, el análisis periodístico confirma la sentencia de una decisión impetuosa, acertada e indiscutible. Pablo Benegas sentencia de la siguiente manera su perspectiva sobre los palestinos: “he visto análisis en el sentido de decir que las decisiones de Trump nos ponen peligro de violencia. Y hay una trampa que se puede caer que es la legitimación de la violencia. Porque es lo mismo que decir: no persigamos a los ladrones porque nos pueden contestar con fuego. Y eso me parece que es poner en un plano de igualdad dos cosas. Esta medida de Trump, lo primero que hay que recalcar es que no justifica ninguna violencia”.

En este punto, me parece que el análisis del relato se vuelve complicado. En primer lugar por los desvaríos y devaneos de esta afirmación: compara a los palestinos con los ladrones cuando la situación es totalmente opuesta. Israel es un Estado en ocupación de territorios palestinos, violando tratados internacionales y acuerdos. Luego, porque vuelve a poner como sobrentendida y obvia el hecho de que las decisiones de Estados Unidos no deben ser discutidas. Juega con la supuesta obviedad y previamente con un delirio, una añoranza de que las cosas fueran distintas a como realmente son: que ellos fueran los ladrones y nosotros los que cuidamos nuestra propiedad, cuando en realidad es al revés. En ese sentido, el delirio no deja de estar en el plano de una obviedad para el pensamiento dominante: los palestinos son los dominados y para dominarlos nuestros espectadores deben aceptar y conocer como obvio que esos pueblos son ladrones y violentos.

Este plano confuso del discurso pretende más que encontrar una validez sobre lo dicho, utilizar una posición privilegiada para una operación colonizadora e imperialista. Para Edward Said, los periódicos o medios de comunicación del imperialismo, así como otros instrumentos de la cultura refuerzan y reafirman la estructura jerárquica de dominación, por medio de la cual se conoce y se acepta las posiciones que se ocupan dentro del poder imperial: los ladrones de un lado, y los propietarios del otro. Se genera una violencia simbólica, basada en el poder que significa hablar desde un medio de comunicación para designar a un grupo como ladrón y violento, en este caso un pueblo dominado como los palestinos, y así reafirmar en la población y en los funcionarios imperiales como la diplomacia, ejército, burocracia la legitimidad de la ocupación.

En este sentido, la designación de ladrones y violentos se vuelve un espejismo: los espectadores deben ver en el otro dominado (los palestinos), aquello que son ellos mismos como Imperio (invasores, usurpadores de tierras, represores, asesinos). Esta idea es la base para fundamentar la legitimidad de la dominación imperialista, puesto que, como bien lo anotaba

Said, el hecho de la conquista y la violencia no tiene sentido para la población de un país imperialista, sino está justificado en una idea. Esta idea debe expresar todas las veces una situación de superioridad frente al dominado y estigmatizado, esta vez a la manera de un espejo, y con ello los dominantes tendrían el derecho de poner orden y dominar a aquellos que son moralmente inferiores.

Para concluir no quisiera dejar de hacer una última aclaración y manifestación. Cuando las cosas no dejan de ser injustas, las palabras cultas y correctas pueden resultar hipócritas e indolentes. Por eso es necesario decir y hablar con las palabras de la indignación. En este sentido debo decir todo esto de un modo más justo: estos de la CNN se creen que por que salen en la tele, pueden venir a tratar de violentos y ladrones a un pueblo valeroso y luchador. Los bárbaros y asesinos en este planeta siempre se han vestido de corbata y frac, y han ejecutado sus masacres desde la comodidad de sus oficinas y guaridas. Mejor dicho, si hubiera justicia, el sionismo israelí hace rato hubiese sido juzgado como una organización criminal y los palestinos serían tenidos en el lugar de un heroico pueblo que luchó y venció a la dominación imperialista. Lo que en el fondo es real, para millones de seres humanos Palestina es símbolo de dignidad y resistencia.

*Maestrante de Comunicación y Cultura de la UBA.

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