A pesar de que las comunidades quichuas de los Andes ecuatorianos, herederas del Tahuantinsuyo, a lo largo de la historia han sido víctimas del saqueo y el olvido, en sus pequeños territorios el sentido de pertenencia a lo runa se mantiene. Aunque se las tilda de retardatarias, sobreviven, y constituyen una innegable realidad en nuestro país. Se calcula que en el Ecuador hay más de 3.000 comunidades indígenas.
Los comuneros viven de manera sencilla, respetan su entorno natural, confían en sus dirigentes, hablan quichua, controlan su vida social, se curan con sus yachak, educan a los niños en los valores ancestrales, se relacionan con lo sagrado a través del quichi (arco iris), el árbol quishuar, el chuza lungu (personaje mitológico) y sus raymis (fiestas) cíclicos. Para la Administración,las comunidades son remanentes del pasado que no están a la altura del Estado. De los ocho candidatos presidenciales, solo uno, Alberto Acosta, ha visitado varias comunidades runas, tendiendo así un puente entre la tradición y la reivindicación política.
Históricamente las pequeñas organizaciones comunales han sobrevivido a las estructuras económicas y políticas de los estados. Primero a las del Estado español, imperial y cristiano, que diferenció muy bien entre conquistadores y conquistados; luego a las del Estado nacional, daltónico frente a los derechos de las naciones originarias. Colonialismo y exclusión nacional no se han superado, y ahora las comunidades tienen que vérselas con un Estado liberal cuyos mercado y progreso exigen cada vez más recursos naturales, al tiempo que privilegia a las grandes empresas en la producción de alimentos, impone leyes, reprime la protesta social, fomenta el racismo, reemplaza la identidad con la ciudadanía. Los runas deben abandonar sus chacras y migrar a las ciudades.
En esta época de elecciones, la TV somete a los candidatos a interrogatorios “de actualidad”, que ya se presentaban en los años 70 y 80 en los Estados Unidos: aborto y homosexualidad, seguridad y reducción de impuestos. Los entrevistados responden con rapidez y concisión. Serían capaces de responder con similar presteza a preguntas como: ¿por qué no se consideran actores de los cambios políticos y sociales a los indígenas, los dueños originales de estas tierras?, ¿por qué los comuneros dejan sus llactas y migran a medios hostiles y ajenos?, ¿quién se encarga de reparar y recuperar los campos comunales?, ¿en qué condiciones viven los migrantes en los barrios periféricos?, ¿existe alguna institución que les ayude a conseguir trabajo?, ¿hay centros especializados para preservar las lenguas y culturas?, ¿con qué medios de salubridad se cuenta?, ¿cómo afecta el racismo a los indígenas que llegan a las urbes? Son preguntas a las que no dan respuesta los estribillos de “revolución ciudadana”, “socialismo del siglo XXI”, “la patria ya es de todos” y, peor aún, “con infinito amor”.