30 de enero 2016
Curiosamente, buena parte de la derecha votó a favor del sufragio femenino, mientras que la izquierda se dividió. Una parte de ella votó a favor, pero muchos de sus parlamentarios (incluido, por ejemplo, Indalecio Prieto, del PSOE) votaron en contra. Los argumentos de los izquierdistas contrarios al voto femenino giraban en torno al pragmatismo: consideraban que la mujer, manipulada por la Iglesia, votaría por los enemigos de la República. Margarita Nelken, también del PSOE, llegó a afirmar que “poner un voto en manos de la mujer es hoy, en España, realizar uno de los mayores anhelos del elemento reaccionario”. Naturalmente, decían, no estaban en contra del voto femenino, sino que pretendían “aplazarlo” dadas la gravedad del momento y la imperiosa necesidad de ganar las elecciones.
El público actual se sentirá, con razón, indignado ante este tipo de cálculos electoralistas. Sí: es lógico separar análisis de intervención, es necesario tener tácticas; ahora bien, en las cuestiones elementales, de principios, no hay “tráfico” ni “mercadeo” posibles. Ni siquiera cambia nada el hecho de que la derecha se hiciera, efectivamente, con el gobierno en las elecciones de 1933 (trascendentales históricamente y con mucho más en juego, estaremos de acuerdo, que cualquier comicio actual). Al fin y al cabo, si para ganar pasas a defender las ideas del otro, es el otro quien ha ganado.
Esto nos hace recordar la reciente afirmación de la dirigente de Podemos Carolina Bescansa, en el sentido de que defender el derecho al aborto “no es prioritario” porque “no genera potencia política” (o, dicho en román paladino, no da votos). También aquí, como pensaba Marx, el grado de emancipación de la mujer es índice del grado de emancipación general: ¿qué concluir, si no, de las consideraciones de Podemos en el sentido de que el debate entre monarquía y república o la ruptura con la OTAN no son objetivos a defender porque no te sitúan en la “centralidad del tablero”, es decir, donde se atrapan los votos?
Por incómodo que resulte a muchos que hoy justifican cualquier cosa “si viene de su partido”, la actitud de Podemos ante el aborto, la república o la OTAN (entre otros muchos asuntos) recuerda demasiado a la de Victoria Kent ante el voto femenino. Dicho voto era una cuestión de principios, no sujeta a los vaivenes del cálculo electoral. Claro está. Pero ¿no lo es acaso el rechazo de una monarquía impuesta por Franco y estrechamente ligada a la oligarquía de este país? ¿Tampoco la ruptura con una OTAN de cuyos crímenes y barbaridades el general Julio Rodríguez podría dar testimonio en primera persona?
Mucho nos tememos que Victoria Kent suscribiría sin problemas la máxima de Pablo Iglesias según la cual “no debemos ubicarnos donde nos quiere el adversario”. En consecuencia, quienes ahora defienden al general Julio Rodríguez, a Carolina Bescansa o a Íñigo Errejón, deberían, si desean ser coherentes, defender igualmente el pragmatismo sin límites de la diputada Kent.
Somos críticos implacables de quienes se escudan en supuestos principios para no desarrollar una intervención práctica, pero no por ello vamos a avalar a quienes sacrifican principios elementales en el altar de supuestas “tácticas retóricas” que, incluso en el mejor de los casos, están sembrando confusión con respecto a lo que necesitaremos para liberarnos de la tiranía del euro y la deuda.