El bicentenario del nacimiento de Karl Marx ha levantado revuelo en todas partes. En centros académicos, intelectuales y políticos se opina en pro y en contra de sus ideas.
Por un lado se resalta la validez de su método histórico de análisis social y, por otro, se le acusa de haber inspirado sistemas políticos defectuosos. En cualquier caso, el pensador, filósofo, economista, sociólogo, historiador, periodista y poeta inspira con renovada fuerza los conceptos actuales de las Ciencias Sociales, las cuales con sus aportes han cobrado alcances antes jamás logrados. Más allá de la polémica hay un tema de singular importancia, aunque es poco conocido, en la polifacética obra marxista: el de la comunidad andina originada en los antiguos ayllus incas.
Marx había estudiado las comunidades campesinas rusas y de otros pueblos eslavos, así como las de la India y Japón. De ahí sacó sus conclusiones sobre la “primera forma de propiedad de la tierra” como prototipo histórico de organización social basada en la propiedad colectiva de la tierra. Entre las lecturas de Marx estaba el libro del investigador norteamericano William Prescott La Historia de la Conquista del Perú, que le permitió al autor de El Capital analizar, en otros trabajos, la propiedad comunal en los Andes. No la incluyó como una forma de economía natural, tal como se daba en Asia, sino como “forma artificial de comunidad por haberse establecido por disposiciones del Inca”, dado que los productos de la tierra pertenecían en primer lugar al Sol, para los templos y las costosas ceremonias del culto; luego estaban las tierras del Inca que sostenían el esplendor de la dignidad real, la de sus allegados y el mantenimiento de los ejércitos; y, por último, las vastas extensiones de tierras cultivables que se repartían una y otra vez en partes iguales entre el resto de la población. El campesino no se enriquecía, pero tampoco se empobrecía.
El ayllu incásico, que despertó el interés de Marx, dejó una huella considerable en la comunidad campesina indígena actual (quechuas y aymaras). En el Ecuador todavía existen por miles; son una metáfora de existencia colectiva bajo las condiciones del mundo postmoderno e incluyen certezas económicas y espirituales invisibles para los gobiernos, que las abandonan a su suerte, promoviendo el drama de la migración a las ciudades. Sin embargo, cada comunidad conserva claros rasgos de su carácter campesino originario y de su conducta social y cultural independiente.
Su presencia en el país, garantizan el equilibrio ecológico y la soberanía alimentaria. Cada comunidad parece decir: “Necesito de la técnica y el mejoramiento del suelo, necesito un impulso económico para sobrevivir; soy un fenómeno histórico-cultural único que establece relaciones sutiles entre sus miembros y con la naturaleza, soy la esencia de un orden más justo cómo lo vio Karl Marx”.
* Filóloga