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viernes, noviembre 22, 2024

NINAKURO. por Sebastián Endara

La historia de las editoriales cartoneras, batalla permanentemente contra el olvido, puesto que su historia pretende subvertir el orden de lo real dominado por un ordenamiento simbólico que ante todo elimina y desconoce aquello que lo cuestiona y lo incomoda, aquello que pretende superarlo. Hoy más que nunca la rebelión habita el territorio móvil de la fantasía, en el que la poesía no es siempre la poesía del poder. Parafraseando un estupendo verso de Gabriela Espinoza diría que si “el éxtasis de la sumisión nos alumbra radiantes”, es tiempo de indagar sobre los ocultos vestigios de nuestra identidad destruida, de nuestra colectividad.

El colectivo NINAKURO, (Gusano de fuego, Cuenca 2013) surge en el corazón decadente de una modernidad contradictoria, y lo hace carcomiendo e incendiando con su nueva simbología, la identidad y el soporte de una escritura que poco a poco se ha ido alejando de la vida para proponernos de la manera más inteligente, recuperar la visión de aquello que siempre quisimos ser, “nictálopes hombres del espacio que escriben poemas que se desangran en la piel del universo” a decir de Jorge Torres. Pienso que la poesía de NINAKURO no quiere ser una poesía industrial que puede ser comprada, consumida y tirada como si nada, pues la verdad de su sentido está inscrita en su envoltura, su apariencia, su forma es el fondo mismo de una proclama que destruye lo hasta aquí propuesto y reclama de la manera más legítima, a punta de sueños y de creatividad, un espacio liberado de las invisibles taras del poder.

NINAKURO plantea un arte transparente, sin esencias rebuscadas; usando el cartón niegan el acartonamiento de aquella literatura muerta por una exquisitez que con su hedor nos excluye a todos y hace incluso, que las “ramas de olivo se sequen alrededor de las altas cumbres” como nos sugiere esa fina y salvaje ironía de Isabel Aguilar. La ruptura de los moldes en este colectivo es un placer pues no los rompen para que nada exista, sino para mostrar cómo es posible otra forma de comunicarnos que nos revele tal como somos, con nuestros miedos, nuestras carencias y nuestra profundidad que no es razón o norma sino afirmación de la vida, enseñanza aprendida en los preciables versos de Juan Salvador Venecela cuando nos dice queno hay gramática que valga si estamos tristes”. Nuestra mayor esperanza que en este proyecto renazca esa poesía que en palabras del poeta Mario Ramos nos haga ver lo infinito: si “fuimos hermanos, fuimos frontera, fuimos cariño ciego, fuimos papel manchado, fuimos candado roto, fuimos cintura de seda, fuimos puente. Fuimos gorrión y alero. Fuimos candil incendiado, hoy somos perpetuos”.

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