¿El Gobierno esperaba este golpe?
Sí y no. Sí porque siempre se agitó el fantasma de un golpe. Incluso desde antes de que Lugo ganara las elecciones ya se hablaba del juicio político. Y desde el primer día Federico Franco [vicepresidente liberal con Lugo y ahora presidente golpista de Paraguay] decía que en pocos meses iba a ser presidente. Pero en la praxis no lo esperábamos, porque nunca preparamos un plan para este escenario. Ha sido tan rápido que no tuvimos capacidad de respuesta. De hecho, hay más movilizaciones ahora que el día del golpe.
¿Se puede hablar de golpe de estado?
La burguesía latinoamericana ha utilizado en los últimos años para romper los procesos democráticos la legalidad que ella misma ha instalado década tras década, en lugar de la fuerza militar. Pero incluso bajo los parámetros de esta legalidad ha sido un golpe. En un régimen presidencialista como el paraguayo, la legitimidad del presidente tiene su origen en el voto popular. La gente vota a un presidente, no a un parlamento para que de éste se derive un gobierno, como ocurre en los regímenes parlamentaristas. La constitución de Paraguay es clara en este sentido. Lugo fue elegido por el voto del pueblo. Por otra parte, el juicio político [el mecanismo utilizado para defenestrar a Lugo] se utiliza cuando se comprueba el mal desempeño en las funciones, pero teniendo en cuenta que nuestro ordenamiento jurídico establece como principio rector la presunción de inocencia y la garantía del debido proceso. Aquí simplemente se votó para destituir al presidente, violando el orden constitucional. El nuevo gobierno no llega por medios constitucionales, si contemplamos de forma íntegra la Constitución, sino que toman algunos aspectos de ésta para revertir la legalidad, lo que constituye un golpe de estado.
¿Quiénes están detrás del golpe?
Los principales actores son Horacio Cartes, el candidato más fuerte del Partido Colorado [partido de derechas que siempre gobernó en Paraguay hasta la llegada de Lugo], la triple alianza entre Federico Franco [el presidente golpista], Blas Llano [presidente del Partido Liberal] y Jorge Lino Oviedo [general golpista vinculado a la dictadura de Stroessner], y un tercer actor que son los intereses de las corporaciones, entre ellas la más visible es la multinacional canadiense Río Tinto Alcan, una empresa del aluminio y la minería que quería instalarse en Paraguay para extraer la electricidad que aquí se produce sin revertir nada para el país. Lugo les puso innumerables trabas con el objetivo de que parte de sus ganancias repercutieran en Paraguay. El principal lobbysta de Río Tinto, Diego Zavala, es ahora viceministro de Industria, Federico Franco ya ha dicho que dará vía libre al proyecto y Canadá fue uno de los primeros países en reconocer al gobierno golpista. Después hay otros actores menores como el Vaticano, que nunca perdonó a Lugo que se rebelara contra la jerarquía católica, y muchos que operaron por oportunismo político pero sin un proyecto político a largo plazo.
¿Qué se ha roto con el golpe?
La principal conquista del triunfo de Lugo en 2008 ni siquiera estuvo en el campo social, ya que tan sólo se tomaron medidas mínimas en este sentido. Tampoco se hizo la reforma agraria. La gran conquista fue que por primera vez desde la independencia en 1811 la alternancia política se llevó a cabo por vías democráticas y pacíficas. Nunca antes había ocurrido esto. Cuando había un cambio siempre era violento. La sociedad paraguaya había logrado en el siglo XXI una conquista democrática que en el resto del mundo ya era algo del siglo XX. Ahora retrocedemos al escenario en el que no existía la posibilidad de un cambio si no era por la ruptura institucional. Inevitablemente, esto va a producir un trauma en la sociedad paraguaya.
Honduras, Paraguay… ¿Se extenderá este tipo de golpes a otros países?
Esa es su estrategia ahora. Se concentrarán en la acción parlamentaria con el apoyo corporativo de los medios de comunicación para llevar a cabo un golpe exprés. Este tipo de golpes son mejores que los cuartelazos. Las fuerzas armadas no son las de los años 80, no tienen ya vigencia política; además, su utilización traería demasiada reacción interna y externa. Es más fácil comprar parlamentarios que atropellar con la fuerza. Por eso Mercosur y Unasur fueron tan firmes calificando lo ocurrido como una ruptura institucional; los presidentes progresistas de la región saben que si se legitima internacionalmente lo ocurrido, se dará vía libre a los sectores reaccionarios de sus países para utilizar este mecanismo.
¿Se puede revertir la situación a corto plazo?
No tenemos una correlación de fuerzas favorables. La gente está indignada por lo ocurrido, pero no hay una resistencia más activa porque desde el principio Lugo cometió muchos errores: no se creó una plataforma política, no se convocó una asamblea constituyente, nunca se tuvo claro si era un gobierno de coalición, no se tomaron medidas de carácter popular para que los sectores populares sintieran al gobierno como algo propio… Además, los movimientos se fueron desmovilizando, abandonaron la calle y cayeron en el viejo clientelismo de conseguir las cosas a través del ministro, pidiendo audiencias al presidente… Para revertir esto necesitaríamos de un levantamiento popular organizado que no se está produciendo. Pero no soy tajante. A una semana del golpe hay más movilizaciones que el propio día en el que se llevó a cabo. Además, la gente pronto empezará a pedir cuentas al gobierno de Franco, cuyas contradicciones internas son tan ácidas que acabarán en un clima de ingobernabilidad. Al escenario de no reconocimiento internacional se sumará que la situación económica no va a mejorar.
¿Es más realista el escenario de las elecciones de 2013?
Sí y tenemos que apostar por él de forma decisiva. Hay una acumulación de fuerzas de izquierda populares muy importante. También hay sectores democráticos no de izquierdas ni del campo popular, pero que no van a apoyar estas medidas facciosas que no les cuadran con su esquema de modernidad. Con estos sectores tenemos que hacer un frente amplio y plural pero aprendiendo de los errores cometidos. Hay que liderar un programa político claro y definido hacia los sectores populares, en el que la reforma agraria no sea retórica sino una política concreta. Existen todas las condiciones para volver a ganar, pero con una definición política más clara.
Alejandro Fierro es periodista