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domingo, noviembre 24, 2024

PARO CAFETERO: ONCE DÍAS QUE CONMOCIONARON A COLOMBIA. por Equipo Desdeabajo

<www.desdeabajo.info>

Edición 189 Marzo 20 – Abril 20

“Lo que se debe entender es que el levantamiento del paro no es más que una tregua,…”

Desde el pasado 25 de febrero, y hasta el 8 de marzo, el país vivió en conmoción. No fue para menos: campesinos caficultores y cacaoteros, transportistas y trabajadores del carbón, uno a uno, empezando por estos últimos, como granos del mismo costal, se declararon en protesta. En el caso de los primeros tres sectores, tomaron la calle, cerraron vías, amenazaron con marchar sobre Bogotá, se enfrentaron con la policía que pretendió impedir su libre derecho a la protesta, en fin, rompieron con voz y dignidad la parsimoniosa conformidad que parece vivir una sociedad en extremo sumisa a pesar de los escandalosos indicadores de desigualdad y pobreza que la marcan.

 La ola ascendente de inconformidad se encrestó con el paro y movilización de los campesinos caficultores, a los que se sumaron casi de inmediato los cacaoteros. Los caficultores exigían al gobierno nacional solución para su crisis económica producto, en apariencia de la revaluación del peso, pero acumulada desde hace años, poco a poco, por la ruptura del Pacto Internacional que regulaba el comercio internacional del café, por la diversidad de plagas que ahora atacan el grano –y la obligación derivada que traen para los campesinos de intoxicar sus plantas con variedad de químicos –, además de la renovación de cultivos a que los obliga la Federación Nacional de Cafeteros.

 Por once días sus pasos y voces rompieron la rutina nacional. Desde las más distantes veredas y corregimientos de docenas de municipios, por miles, como nunca se había visto, pequeños y medianos agricultores, acompañados de trabajadores agrícolas, se volcaron sobre las principales vías de diversidad de departamentos, entre ellos, los del eje cafetero, Antioquia, Valle del Cauca, Tolima, Cauca, Huila, Nariño. Su decisión, organización y consistencia organizativa era notable. En uno y otro punto instalaron carpas, levantaron fogones, distribuyeron funciones, dispuestos a una lucha de muchos días. Y levantaron la voz: “no regresaremos a nuestras fincas hasta que el Gobierno negocie y reajuste el subsidio que entrega por carga de café”. Con esta capacidad organizativa resolvieron, al mismo tiempo, las amenazas oficiales de judicialización de la protesta, sus distorsiones informativas y en general la guerra sicológica desplegada por el Gobierno, manipulación en la cual el establecimiento no desfalleció ni un día.

 Sus voces de protesta e inconformidad se escucharon por todo el país, incluso entre indígenas, constituidos en la novedad de esta protesta, lo que indica que el cultivo del grano se extendió a regiones que antes no se consideraban cafeteras, y que ahora el grano también está sembrado en espacios de estricto minifundio. Pero indicando, asimismo, que el problema del café lo es también de la tierra, de su propiedad, de los estímulos que se tienen para quienes la cuidan y siembran, de si se busca o no soberanía alimentaria, entre otras problemáticas por resolver. Por eso, esta movilización, al vincular esa inmensidad de campesinos, evidencia la quiebra total de la supuesta representatividad que decía portar la Federación de Cafeteros. En verdad, esta no representa ese inmenso arco iris de gente mestiza, color de tierra, quemada por el sol, más los blancos, negros, en fin, toda esa variedad de la pobrecía colombiana que ha tenido que colonizar, tierra adentro, a fuerza de ser violentados.

 La fuerza de la protesta fue notoria. Tal vez por la dilación a que fueron sometidos por el gobierno por espacio de dos años –en los cuales realizaron plantones, presentaron pliegos, realizaron marchas y concentraciones puntuales, todo ello en pro de diálogo y concertación–, o tal vez porque los pobres han aprendido que si no es con acciones directas el gobierno central no atiende ningún reclamo. Como ciclón, en todos los departamentos, a cada concentración se fueron sumando con los días cientos, miles de campesinos inconformes, y en la medida que crecían en número las vías se cerraban como con puerta de acero. En especial la llamada Panamericana, que permaneció cerrada en extensos kilómetros, sometida a rígido control campesino e indígena, rota por numerosas barricadas. ¿Se ligaba en una sola mano la protesta histórica de estos sectores con una demanda puntual?

Tal vez sí, tal vez no. Pero más allá de esto hay que resaltar que allí emergió por espacio de una semana larga un poder social que indica que en el campo colombiano descansa un potencial social dispuesto a lo que sea. Si bien la motivación más notoria era la económica, al pliego de exigencias se sumaron demandas contra la gran minería, por la protección del medio ambiente, por condiciones de trabajo, por una política agraria integral. En saber relacionar estos reclamos con otras agendas sociales, y en garantizar su demanda y concreción en el mediano plazo, de eso depende la cualificación de las luchas agrarias, en especial la de estos campesinos, que no son ajenas a las de otras familias dedicadas al campo, confiando su economía a la demanda y precio de otros sembrados, pues lo que está en crisis es el agro, el modelo de desarrollo implementado por los sectores dominantes. Cualificación que también depende de la capacidad y disposición del Movimiento Dignidad Cafetera para acoger en su seno –de manera federada– al conjunto social movilizado, hasta ahora no relacionado con esta organización. Una verdadera Constituyente cafetera puede ser la salida para este relacionamiento y para la elaboración de una propuesta agraria integral y colectiva.

 Se está ante un gran reto. Lo que se debe entender es que el levantamiento del paro no es más que una tregua, pues la “solución” del subsidio no es sólo coyuntural sino volátil y vulnerable. Los campesinos cafeteros tienen claro que las cartas se deben barajar de nuevo y que los cambios en las lógicas de la producción, en la estructura gremial y en los fines y gestión de los fondos solidarios de los productores, pasa por un reencuentro con el verdadero hermanamiento y el rescate de la identidad de grupo. Queda latente, entonces, el próximo paso, que a la par de la mentada Constituyente cafetera no puede ser otra que la creación de una verdadera Federación democrática de los productores, en la que la planeación y conquista del futuro surja de acuerdos reflexivos en los que el fin último no es cosa distinta al bienestar del colectivo social. Si los cafeteros, con ayuda del resto de la sociedad, logran darle esa lección al país no sólo se salva el café sino que se abre una puerta de esperanza para un futuro mejor para todos.

 A la sombra de esta protesta emergió, y se protegió, la de los cacaoteros, con asiento fundamental en el Magdalena Medio. Su reivindicación, en lo fundamental económica, tenía poca proyección, por lo cual el Gobierno logró neutralizarla con un pequeño subsidio. Se desmontaron de la jornada de lucha tan rápido como ingresaron; esto es preocupante, pero tras de ello queda la lección de que, incluso, en regiones sometidas a un fuerte y pertinaz control paramilitar, donde fueron asesinados o expulsados miles de campesinos, aún allí, vuelve a encender la llama de la inconformidad.

 De manera similar sucedió con los transportadores de carga, que sometidos desde hace varios años al incremento del galón de la gasolina y del Acpm, así como de peajes y al costo de las autopartes, se quejan por la reducción de sus ganancias. En realidad, su mayor problema es el exceso de oferta, pero tratan de encontrar un alivio a su problemática, aunque parcial, concentrando su reclamación en el tema del precio del combustible. Su congelamiento por varios meses los desmovilizó, si bien un sector de ellos –sin fuerza para imponerse en las autopistas– quedó inconforme con lo acordado.

 Por su parte, los trabajadores del carbón aprueban un paro que se extiende por espacio de 30 días, tras el cual logran algunas reivindicaciones, todas ellas laborales: salarios, estabilidad, salud, incorporación por contrato fijo de 600 trabajadores que laboraban por contrato temporal (de 7.000 que están bajo esa modalidad contractual). Lo crítico de este pliego –y del acuerdo logrado– es que está reducido a una reivindicación sin ninguna extensión solidaria. Entonces, es un triunfo de los trabajadores sindicalizados, pero con sabor amargo por su gremialismo.

 Pese a estas circunstancias, a la desconexión en su proyección política de estos cuatro conflictos que coincidieron en el tiempo, lo cierto es que durante los once días que duró el paro cafetero, acompañado de las otras protestas, el país estuvo sumido en un tiempo especial: el de la conmoción. La solución parcial que se le dio a los conflictos agrarios y al de los transportistas, indica que en poco tiempo estallaran de nuevo. Sin duda, para que en próximas jornadas salgan airosos, los movimientos sociales deben proyectarlos con sentido de tiempo.

 Las lecciones que deja la jornada son para todos y entre todos hay que extraerlas.

 

 

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