15 de Diciembre 2015
Cuando colapsó el socialismo real en la Unión Soviética y países del Este europeo, se culpó de todo al imperio. Pero Gorbachov desnudó la realidad de descomposición del sistema en su obra La Perestroika. El socialismo mal llevado hizo implosión. Claro está que la CIA y personajes como Wojtyla, el Papa Juan Pablo II, tuvieron papel activo en esa que fue una tragedia para los pueblos del mundo. (El propio Gorbachov, en un evidente acto de traición, en lugar de enrumbar el proceso a la rectificación, entregó el poder a la mafia capitalista). Y que el imperio estuvo listo a aprovechar los procesos de descomposición del sistema socialista. Lo hizo en Polonia, cuyo pueblo elevó a la presidencia a Lech Walesa, un obrero carente de formación ideológica (orgulloso de nunca haber leído un libro) y que cayó en manos de los Chicago Boys. Pero la causa fundamental estaba dentro: sindicatos y PCUS se habían convertido en una burocracia corrupta, cuyo único anhelo era el enriquecimiento. El modelo de vida de estos elementos era el modo norteamericano, occidental.
Acá y citando a Marx, ocurre algo parecido, sólo que como comedia. Marx dijo en El XVIII Brumario: “La historia se repite dos veces, primero como tragedia y después como farsa”. Nada hay más patético que escuchar los lamentos de los ideólogos de la “revolución ciudadana” respecto del triunfo de Macri en Argentina. Culpar al imperio es legítimo, en cuanto el enemigo está agazapado, siempre, en pos de aprovecharse del mínimo desliz. No lo es, desconocer los vicios en los procesos de los gobiernos llamados progresistas en América Latina y ver que es desde ese proceso degenerativo que un proyecto originalmente progresista deriva en virtual traición. Y es que, a riesgo de ser calificados de infantiles o extremistas, hemos de reiterar que estos procesos no conducen, para nada, al nacimiento de una sociedad pos capitalista. Y no lo hacen porque todo apunta al fortalecimiento del sistema capitalista, manejando –como en Ecuador- un lenguaje seudo revolucionario. Cantar al Ché y negarse a implementar una Reforma Agraria; criticar acremente la agresión de las corporaciones transnacionales a la Naturaleza, y entregarles enormes extensiones de tierra para la explotación minera; predicar la democracia participativa e imponer desde un discurso excluyente, medidas que contradicen sus prédicas. Perseguir, penalizar, apresar a hombres y mujeres contestatarios, a los pueblos que defienden su hábitat. Exhibir combate a la corrupción y aupar el enriquecimiento de funcionarios de un régimen que lleva 9 años en el poder. Finalmente y guardando las distancias, endiosar al líder en un repugnante culto a la personalidad de corte estalinista.
La corrupción es, a no dudarlo, el elemento más visible –pese a la dificultad de denunciarlo, bajo el peligro de ser enjuiciado y condenado por un poder ejecutivo que lo controla todo. Ha habido voces que minimizan su importancia, afirmando que ella es accidente en los procesos. La verdad: la corrupción es consustancial a la naturaleza del capitalismo. Más, cuando se gestan nuevas grupos hegemónicos, cuyo poder arranca del enriquecimiento ilícito. (Salvo los casos de grandes artistas, escritores de fama o deportistas, las fortunas tienen origen en el despojo solapado o evidente al presupuesto de los Estados, que va de la mano con la explotación del trabajo humano por la empresa voraz).
Cuando Noam Chomsky denuncia al gobierno de Maduro por corrupto, no está coludiéndose con el poder imperial, está mostrando una de las causas por las cuales la “restauración conservadora” camina. López, el líder derechista, ha sido uno de los responsables de crímenes en contra del pueblo venezolano, a través de las “guarimbas” y más actos de terror, pero hoy, la derecha lo eleva a la calidad de mártir, pues el pueblo sopesa más las quiebras de un gobierno que, lejos de radicalizar los procesos, naufraga en el oportunismo y la corrupción. Chomsky menciona la corrupción en Venezuela, en Brasil y en Argentina. Salvando a Bolivia y a Ecuador, señala sin embargo, que también tienen problemas. Triunfa abrumadoramente la derecha en las elecciones parlamentarias de Venezuela, aunque previamente, Maduro –líder de muy discretas cualidades- había insinuado que desconocería un triunfo de esa derecha. Hoy, paladinamente, habla de un “triunfo de la democracia en Venezuela”
En Ecuador, con toda la soberbia que caracteriza al gobernante y la obsecuencia de sus seguidores, se aprueban unas enmiendas anti populares, negando al pueblo su derecho a opinar, en rigor, reformas lesivas a la democracia y a los derechos laborales, que priva al pueblo su derecho a consultar sobre cualquier tema, mutila a la Contraloría su papel fiscalizador y sienta las bases para consolidar el TLC con la UE, pacto de naturaleza neocolonial. Y el líder, inflado su orgullo como el de un pavo tras su retorno triunfal de Europa (discurso excelente en la cumbre contra el calentamiento global), muy suelto de huesos, declara que enviará un nuevo paquete de “enmiendas” para que sus asambleístas las aprueben. ¿Esperan que el pueblo, cansado de tanta prepotencia, afectado por la crisis económica, con un encarecimiento evidente del costo de la vida, vote una vez más por la nueva partidocracia? Tras 18 triunfos electorales, el gobierno venezolano su primera aparatosa derrota. ¿Qué esperan Correa y sus áulicos?
Sólo una observación: la corrupción no es “connsustancial al capitalismo” como Ud. lo afirma sino cómo existió desde antes del capitalismo y cómo existió en el “socialismo real”. No señor, la corrupción es consustancial a la concentración del poder en cualquier sistema donde sea consustancial esta concentración. Por tanto hay que disolver el poder.