¿POR QUÉ HABLAR DE REFORMA AGRARIA HOY?
David Suárez[1]
Parte I
Los contenidos de las reformas agrarias en el siglo XX
A mediados del siglo XX la reforma agraria en América Latina parecía ser el punto convergente de un entramado de luchas sociales y políticas que pugnaban por la liquidación de los regímenes oligárquicos cuya perpetuación había sido lograda justamente a partir del usufructo arbitrario de la tierra heredado del régimen colonial. La revolución cubana parecía sintetizar el nuevo marco político a partir del cual la cuestión agraria se asociaba al problema de la liberación nacional, la liquidación del atraso y la dependencia, al tiempo que abría la posibilidad de pensar el desarrollo latinoamericano desde una matriz de relaciones sociales pos-capitalistas. El largo camino había sido iniciado por la revolución mexicana de 1910 y su tardía concreción en la reforma agraria de Lázaro Cárdenas, el proceso revolucionario del MNR en Bolivia y su emblemática estructura de “poder dual” en cuyo juego de fuerzas fue posible conquistar una reforma agraria que afectó el 84% de la superficie agropecuaria disponible, e incluso por la reforma agraria guatemalteca aplastada a sangre y fuego por los fusiles de Castillo Armas y los bombarderos norteamericanos cortesía de la United Fruit Company.
En este sentido, parecía que la protesta agraria latinoamericana terminaría desbordándose bajo el torrente revolucionario de no mediar un esfuerzo por atemperar las condiciones objetivas y subjetivas del agro a las nuevas mediaciones que imponía la lucha de clases en los diversos países del continente. Y la solución llegó bajo la fórmula de la Alianza Para el Progreso: reforma agraria para apaciguar el campo y modernizar las relaciones sociales de producción a fin de viabilizar el despegue del proceso de acumulación mediante la transferencia de los excedentes agrícolas (bienes agrícolas y flujos financieros) hacia la industria como medio para emplazar el “desarrollo tutelado”.
Pese a que en la mayoría de países latinoamericanos se ensayaron reformas agrarias más bien moderadas y de corte tecnocrático, la pertinaz resistencia de las clases terratenientes a las mismas terminó efectivamente bloqueando la formación de una “vía campesina” basada en una redistribución de la tierra y una capitalización de las economías campesinas como sucedería con relativo éxito en los países asiáticos. En su lugar, el remozamiento de los antiguos terratenientes y su conversión en “empresarios agrícolas” determinó con mayor o menor intensidad, según el país, el decantamiento del capitalismo agrario.
De allí que la reforma agraria desde el punto de vista de la modernización de las economías campesinas haya arrojado siempre un saldo negativo. En el caso ecuatoriano por ejemplo, apenas el 9,0% del total de la superficie agropecuaria disponible fue afectada, mientras el número de familias campesinas asentadas por el programa de reforma agraria no superó nunca el 12% del total de familias rurales. (Bretón 2007, 489). La resistencia terrateniente a la reforma agraria en Ecuador ha sido bien documentada en un trabajo de Liisa North, quien además de detallar el bloqueo institucional que produjo la coalición terrateniente y empresarial a la reforma agraria, aporta suficiente evidencia para cuestionar la existencia de ese animal mitológico llamado “burguesía nacional” supuestamente interesada en el desarrollo capitalista del agro para emplazar su proyecto de industrialización. (North:1985)
La deriva de la reforma: de la contención de la lucha de clases a la formación del régimen agroalimentario mundial.
Sin embargo, el proceso de reforma agraria en el orbe latinoamericano – y por ende en Ecuador – fue crucial para la integración de América Latina al nuevo régimen de producción agroalimentaria mundial, vigente desde finales de la segunda guerra mundial hasta finales de los años setenta. De este modo, mediante la adopción del patrón tecnológico de la revolución verde y el modelo de desarrollo agrícola norteamericano en el sector “reformado”, se impulsó la integración de los circuitos agrícolas nacionales a un sistema agroalimentario mundial. Sistema tutelado y dirigido bajo la hegemonía norteamericana, fortalecida gracias a la expansión de su complejo cerealero exportador y el subsecuente monopolio sobre el abastecimiento mundial de granos baratos. (McMichael: 2009)
El efecto de esta integración en la agricultura se produjo no solamente en el declive de la capacidad de autoabastecimiento de cereales básicos, sino sobre todo en la reestructuración del sector agrícola. Una reestructuración basada en la adscripción al modelo tecnológico norteamericano con sus cadenas de insumos y fertilizantes químicos provistos por las empresas del ramo.
Además, la adopción de patrones de consumo alineados con la transición agroalimentaria europea y norteamericana (enlatados, bebidas, compotas y demás productos de consumo perdurable, el elevado consumo de carne de res y pollo etc.) y sobre todo en una mayor convergencia entre agricultura y agroindustria en virtud de la tendencia general a una producción alimentaria cada vez más estandarizada y serializada para facilitar la conversión de los productos agrícolas en commodities.
Las implicaciones de la adopción de este modelo en un país pequeño como Ecuador supuso la conformación de un nuevo tipo de “dualismo funcional” en la producción agropecuaria: los pequeños campesinos del sector reformado se dedicaban bajo condiciones cada vez menos rentables a la producción de alimentos básicos para el mercado interno, mientras los terratenientes que lograron reconvertirse a la agricultura empresarial disputaban ingentes líneas de crédito e inversión estatal en infraestructura para lograr su articulación a mercados extranjeros – en el caso de los agroexportadores – y hacia los nuevos segmentos de demanda del mercado interno para el caso de los agroindustriales.
El resto de la historia es harto conocido: como resultado del reordenamiento global del sistema capitalista a raíz de la crisis de la deuda, la globalización se ha convertido en el terreno en el que las fuerzas productivas convergen en torno a un único modelo de desarrollo apalancado por el dominio general del mercado mundial sobre la producción. En virtud de ello, el sistema agroalimentario ha logrado una medida transnacional nueva división del trabajo agrícola que favorece un esquema de re-primarización excluyente de la agricultura; las exportaciones “no tradicionales” son alentadas entre el empresariado agrícola y las agroindustrias tradicionales se encadenan con las corporaciones transnacionales proveedoras de los insumos agrícolas y propietarias de las nuevas tecnologías de control capitalista sobre el proceso de trabajo agrícola.
El contenido de esta nueva fase de articulación al sistema agroalimentario mundial está determinado por el proceso de autonomización de la agricultura respecto de su base nacional y su inscripción en el marco de los complejos agro-alimentarios transnacionales basados en corporaciones como Monsanto, Cargill, Syngenta, que redondean el control capitalista sobre la agricultura y han añadido una nueva forma de renta sobre los cansados hombros de los agricultores del mundo: la renta tecnológica.[2]
La reforma agraria en los tiempos del agrobusiness
A diferencia de los años sesenta, no existe para el capital en su conjunto la necesidad objetiva de una reforma que involucre una redistribución de la tierra en la medida en que las actuales relaciones sociales en el agro y sus formas de propiedad no representan en absoluto una barrera para los actuales procesos de acumulación rural; tampoco se presenta ya como necesaria la transferencia de excedentes agrícolas para dinamizar la acumulación en otros sectores en virtud de la existencia tanto de la renta petrolera como de una mayor disponibilidad de fuentes de financiación externa para el conjunto de los capitales concurrentes en la economía regional y nacional. Las visiones del Banco Mundial sobre el contenido de una política de tierras para países con altos índices de concentración de la propiedad sigue un mismo libreto con relación a las políticas gubernamentales anunciadas para el tema de la tierra: legalización de la propiedad (con énfasis en la propiedad individual) y estímulos a la dinamización del mercado de tierras como mecanismo para transferir propiedad.
En este contexto, los únicos verdaderamente interesados en una redistribución efectiva de la propiedad sobre la tierra serían los movimientos campesinos y particularmente aquellos que tienen por base a las nuevas generaciones de agricultores aquejados por la escasa o nula dotación de tierra agrícola suficiente en extensión y calidad como para amoldarse al complejo panorama productivo que ha sido reseñado.
Sin embargo, al interior del propio campesinado el proceso de diferenciación social ha corrido en paralelo a las transformaciones de la base productiva cuyo calado acabamos de reseñar; el propio proceso de reforma agraria sentó las bases para diversas modalidades de articulación de las economías campesinas bajo el capital dando lugar a un conjunto heterogéneo de productores campesinos cuyas derivas han tomado senderos dispares. Están por una parte las unidades campesinas dedicadas a la producción de bienes agrícolas tradicionales cuya creciente desestructuración en virtud de la guerra de precios asociada a la globalización de la agricultura ha llevado a buscar estrategias de sobrevivencia fuera del sector agrícola, incluyendo la migración temporal y definitiva; a ellas hay que sumar aquellas unidades de producción campesina parcialmente desestructuradas que proveen fuerza de trabajo estacional – en calidad de jornaleros – a las agroindustrias del banano, la caña de azúcar y las flores de exportación en la sierra; finalmente bajo una amplia gama de derivas económicas están los agricultores familiares encadenados a la agroindustria y la exportación, quienes en cada caso cumplen roles de abastecedores de materia prima o producto final exportable bajo la modalidad de agricultura por contrato, encadenamientos productivos o cuotas de producción. (Rubio 2008).
A esta diversidad propia de la articulación estructural a la economía de mercado capitalista, habrá que agregar la diferente combinación de actividades productivas y estrategias de sobrevivencia subyacentes en los dinamismos económicos propios de cada territorio. Al final del día el desafío para el movimiento campesino es mayor: ¿cómo desarrollar una línea de organización transversal que pueda ocuparse de reflejar esta diversidad de formas agrarias, esta diversidad de condiciones materiales de vida que se traducen en intereses diferentes e incluso divergentes en determinados casos? ¿es posible que el punto de convergencia sea el actual debate sobre la tierra?. Este desafío debe remontar al mismo tiempo un obstáculo subjetivo no menor; las organizaciones campesinas vienen de una derrota política e ideológica acaecida en 1994 con la aprobación de la neoliberal Ley de Desarrollo Agrario. La clausura del proceso de reforma agraria que supuso esta ley orilló fuera del mapa la discusión sobre la tierra y orientó el campo de discusión en torno a diversas agendas de “desarrollo” (desarrollo local, desarrollo sustentable, etnodesarrollo, desarrollo territorial) que dejaban deliberadamente por fuera el irresuelto problema de la tierra.
Antes de que el lector se apresure a concluir que la exposición de tal panorama forma parte de un alegato que se suma al coro entusiasta de la “nueva ruralidad” para concluir que el problema de la tierra ha concluido, permítasenos cerrar esta primera entrega del presente artículo argumentando nuestra posición que será desarrollada en la segunda parte del análisis: No sólo que la redistribución de la tierra tiene aún un lugar crucial al interior del debate sobre la “cuestión agraria” en los países periféricos insertos en la globalización, sino que esta ha pasado a formar parte de un problema más central: la posibilidad de producir un desacople económico, tecnológico y productivo en las agriculturas periféricas con respecto al régimen agro-corporativo alimentario edificado de manera trasnacional. Dicho desacople supone la reconstrucción de las bases sociales, productivas y tecnológicas de la agricultura atendiendo a las escalas locales, nacionales e incluso regionales dependiendo del avance relativo que alcancen en la región las posturas que miran con realismo la inevitabilidad de un colapso en el largo plazo del actual modelo de desarrollo de las fuerzas productivas de la agricultura latinoamericana; colapso que se prefigura necesario debido a la insustentabilidad de su régimen ecológico y a la depredación sobre las fuentes alimentarias nacionales, necesidad por supuesto mediada por las contingencias y avatares propios de la manera en que se expresa la praxis humana bajo el sistema capitalista: la lucha de clases.
BIBLIOGRAFIA
Bretón Solo de Zaldívar, Víctor: <<Más allá de la “nueva ruralidad”: Repensar la Reforma Agraria en América Latina>> En Robledo, Ricardo y López, Santiago (ed) ¿Interés particular, bienestar público? Grandes patrimonios y reformas agrarias, Universidad de Zaragoza, 2007.
North, Liisa “Políticas Económicas y Estructuras de Poder”, en Louis Lefeber, ed., La Economía Polítical del Ecuador : Nación, Región y Campo. FLACSO-CERLAC-Corporación Editora Nacional, 1985.
McMichael, Philip (2009) A food regime genealogy, en Journal of Peasant Studies,36:1,139
Rubio, Blanca. «El dominio del capital en actividades no tradicionales de exportación: las florícolas.» En Formas de explotación y condiciones de reproducción de las economías campesinas en el Ecuador, de Blanca Coordinadora. Rubio, 41-70. Quito: Ediciones La Tierra – HEIFER, 2008.
[1] Estudiante de la Maestría de Desarrollo Territorial Rural en Flacso-Ecuador
[2] Al momento de terminar este artículo, se produce el golpe de estado en Paraguay íntimamente asociado a la coalición entre señores de la soja y trasnacionales agrícolas. Atilo Borón ha mencionado el nombre de Cargill y Monsanto como parte de los interesados en la caída del gobierno de Lugo. Cfr. http://marxismocritico.com/2012/06/24/la-conexion-del-agronegocios/
Al interesante y muy ilustrativo análisis de Diego Suárez sobre la Reforma Agraria, me permito agregar como inquietud particular mía “lo que puede unir a los agricultores y campesinos de nuestro litoral ecuatoriano es una RED PARA QUE COMERCIALICEN SUS PRODUCTOS AGROPECUARIOS, porque en esta región no existen tierras baldías de primera calidad para que el gobierno parta y reparta.