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¿POR QUÉ LA CLASE TRABAJADORA VOTÓ POR DONALD TRUMP? Por Arnold L. Farr*

LA CREACIÓN DE LA FIGURA DE TRUMP Y EL ESTABLISHMENT REPUBLICANO

Colaboración especial para LLF

Febrero 8 de 2017

Para la mayoría de ciudadanos estadounidenses, el año electoral de 2016 es concebido como uno de años más grotescos, caóticos, confusos, depresivos y vergonzosos de la reciente historia política de los Estados Unidos. La nominación de Donald Trump como candidato presidencial y, su posterior elección como presidente, puso en shock, no solamente a los ciudadanos norteamericanos, sino al mundo entero. Juzgado desde su retórica, cargada de ofensas verbales hacia sus oponentes, racismo y xenofobia o, desde la ausencia de un plan de gobierno claro para el país, Trump ha sido considerado como uno de los presidentes menos preparados que ha conocido la historia. En apariencia, Trump parece haber salido de la nada y haber logrado la parcial destrucción de la estructura del Partido Republicano.

Varios miembros de este partido han tratado desesperadamente de distanciarse de la figura de Trump. Miran a Trump como si fuera el pariente borracho e incontrolable (que nadie ha visto por años) que, con el  pretexto de asistir a la cena navideña familiar, ha llegado a casa con todas sus malas costumbres. En un inicio, los miembros del Partido Republicano trataron la figura de Trump, como si fuera una mala experiencia, como algo malo que les había pasado o como si el partido se hubiera contagiado de cáncer o algo así.

Sin embargo, el discurso que pinta a Trump como una anomalía, como si fuera un outsider del establishment republicano, es falso. Si analizamos detenidamente el clima político y social de los Estados Unidos durante la última década, es posible concluir que el discurso y acciones de Trump, antes que contrarios, son parte de la ideología central del Partido Republicano. El Dr. Frankenstein no puede separarse a sí mismo del monstruo que ha creado. Sin embargo, el monstruo de Frankenstein sí tiene el coraje de destruir a su creador.  Esta historia, la del Dr. Frankenstein y su monstruo, es la misma historia de Trump con el Partido Republicano.

En 2008, justo después de la elección del presidente Obama predije que, en pocos años, seríamos testigos de la auto-destrucción del Partido Republicano. En ese tiempo, mi predicción nada tenía que ver con la figura de Trump. Debo confesar que no tenía idea de cuál sería la forma que tomaría esta auto-destrucción. Mi predicción únicamente estaba basada en una reflexión acerca de las contradicciones a partir de las cuales este partido se construyó. Hablo de la poca preocupación del Partido Republicano por las necesidades de la clase trabajadora, la utilización del miedo para hacer política y la tendencia a utilizar la religión y el racismo para manipular una parte de la clase de trabajadores blanco-empobrecidos. Después de la elección del 2008, el Partido Republicano profundizó la utilización de discursos contradictorios, transformándolos en el centro de su forma de hacer política (aunque no me voy a extender en el tema, no hay que olvidar que, el partido Demócrata, en tanto se ha construido a partir de las mismas contradicciones, también ha sido responsable del ascenso de Trump al poder).

Una de las consecuencias que resultan de las acciones del establishment del Partido Republicano y Demócrata en los últimos años es el desarrollo potencial de una conciencia de clase entre los trabajadores blanco-empobrecidos. Me refiero a la existencia de un desarrollo potencial, y no un desarrollo total, porque el establisment Republicano y Demócrata han tenido mucho éxito en no poner en el centro de la discusión el tema de las desigualdades de clase e injusticias económicas existentes en Estados Unidos. Aunque esto ha empezado a cambiar en los últimos años, los cambios son insuficientes.

El movimiento Occupy Wallstreet o el advenimiento de la figura de Bernie Sanders son algunos de los ejemplos que visibilizan el crecimiento de una crítica en torno a la desigualdad económica. Sin embargo si, por un lado, el interés de los sectores más pudientes ha impedido que estos debates se profundicen, por otro, los trabajadores blanco-empobrecidos tampoco han logrado generar una discusión nacional o la inclusión de políticas públicas en torno a la disminución de la desigualdad e injusticia social. A pesar de ello, el hecho de que estos trabajadores aparezcan organizados en ciertas luchas coyunturales y participen en algunas revueltas permite decir que, a pesar de que no se ha organizado un movimiento grande, estos grupos son conscientes de la injusticia social existente y de su propia alienación. Paradójicamente, es esta autopercepción de las clases trabajadoras la que logra ser canalizada por Donald Trump.

El actual presidente de EE.UU. logra llegar a una fracción de la clase trabajadora de forma tal que se genera una verdadera revuelta. Aunque Trump pertenece a uno de los grupos más ricos de la sociedad estadounidense y, en esta medida, no es un outsider dentro de las clases más pudientes, él no forma parte del establishment Republicano. La revuelta política llevada a cabo por Trump y sus colaboradores, a partir de su articulación con una parte de los trabajadores, constituye una acusación directa al establishment político de EE.UU., a saber, tanto al Partido Republicano como al partido Demócrata. Por años, ninguno de estos partidos tomó en cuenta las necesidades y demandas de estos sectores. Con ello no quiero decir que Trump disminuirá la brecha de desigualdad e injusticia social en EE.UU., sino que, al menos hasta ahora, esta articulación fue posible porque su figura no ha sido identificada con el incumplimiento en la creación de  políticas económicas más justas.

Por mucho tiempo, al establishment del Partido Republicano le fue posible ascender como fuerza política en tanto se escudaba detrás de valores religiosos y familiares conservadores, así como de conceptos relacionados con el patriotismo, la homofobia, la xenofobia, el racismo codificado, las políticas del miedo, etc. Aunque en este espacio no es posible analizar en detalle las implicaciones de cada uno de estos elementos, es importante ilustrar cómo éstos valores hicieron posible que Trump ganara adeptos dentro de la clase trabajadora de los sectores blanco-empobrecidos.

Durante los últimos años, los republicanos lograron profundizar la legitimidad de valores profundamente conservadores dentro de la sociedad norteamericana. Esto les permitió extender su base política hacia varios sectores de las clases menos favorecidas. En particular, el hecho de que la clase trabajadora republicana compartiera algunos valores religiosos con sus líderes conservadores hizo posible la creación de un lazo que, consecuentemente, permitió que otros sectores de la clase trabajadora también se identifiquen con la necesidad de defender estos valores.  Uno de los elementos que explican el éxito de esta articulación tiene que ver con la construcción de la idea de un Otro como outsider.  Los Otros (negros, Musulmanes, gays, lesbianas, ateos, etc.), dentro de esta lógica son percibidos como amenazas al bienestar de los ciudadanos cristianos y blancos norteamericanos. Es esta lógica la que imposibilita que la clase trabajadora tome en cuenta que los enemigos reales son precisamente los líderes del Partido Republicano a los que apoyan. A la par que defienden los valores religiosos de la sociedad blanca republicana de EE.UU., estos líderes conservadores defienden los intereses económicos de las clases más pudientes y no los intereses de la clase trabajadora.

Aunque la brecha económica entre los sectores más ricos y los trabajadores promedio ha crecido enormemente durante las últimas décadas en EE.UU., los sectores progresistas no fueron capaces de tomar en cuenta las necesidades de los menos favorecidos. El surgimiento de figuras como Donald Trump y Bernie Sanders precisamente muestran la frustración creciente de la clase trabajadora estadounidense. A medida que la brecha entre ricos y pobres creció dramáticamente, creció también la sensación de que los líderes políticos del bipartidismo estadounidense fallaron en canalizar los intereses de los menos favorecidos. En este contexto, la figura de un outsider como Trump, fue mucho más atractiva para algunos sectores de las clases trabajadoras, que las figuras de los líderes del status quo Republicano. En esta medida, si algo nos enseña la ganancia de Trump es que para el establishment del Partido Republicano ya no es tan fácil mantener su base política dentro de la clase trabajadora, menos aún a partir de una constante y única apelación a valores religioso-conservadores. Paradójicamente, si bien esta articulación se hace posible a partir de una afinidad con valores religiosos, también constituye un cuestionamiento a las profundas desigualdades existentes.

Una fisura en la armadura tradicional del establishment Republicano resulta de la ganancia de Barack Obama en 2008. La elección de Obama permite ilustrar una de las contradicciones del Partido Republicano. Si bien en las últimas décadas, para el Partido Republicano había sido suficiente ganar las elecciones con el apoyo de un gran número de individuos conservadores blancos, los cambios demográficos en EE.UU. o el aumento de población perteneciente a grupos minoritarios, hizo que el voto de estos ciudadanos ya no sea suficiente. Por décadas, el Partido Republicano pudo llegar al poder ignorando los reclamos de los movimientos de mujeres, gays y lesbianas, negros e Hispanos, etc. Sin embargo, luego de la coyuntura del 2008 este ya no fue el caso.

Con la elección de Obama como presidente, una sensación de pánico se extendió sobre el Partido Republicano. Aunque empezaron a debatir acerca de cómo ganar adeptos entre las minorías, al mismo tiempo iniciaron una campaña racista en contra de Obama. El Partido Republicano no dudó en presentarlo como el “Otro”, como “el que no es uno de nosotros”. Rudolf Giuliani, uno de los líderes republicanos, llegó a decir que “Obama no quiere a Estados Unidos porque no fue criado como nosotros”. Me pregunto, ¿quiénes están incluidos en la idea de “nosotros” en el discurso de Guiliani?

Además de las actitudes negativas de los políticos republicanos, la utilización de insultos racistas en contra de Obama fue legitimada por gran parte de la sociedad blanca estadounidense. Dentro de esta coyuntura se hizo posible el surgimiento del Tea party (partido), con una ideología de ultra-derecha, cuyo lema fue “devolver el país a los estadounidenses”, insinuando que Obama era un outsider que se apoderó del Estado. El Partido Republicano decidió apoyar el discurso que concebía a Obama como el Otro. A su vez, este ambiente contribuyó al incremento de actitudes y discursos racistas, xenófobos y de terror. En este contexto, se vuelve harto verosímil el surgimiento una figura como la de Trump, quien exigiría al presidente Obama que muestre su partida de nacimiento a todo el país para comprobar si de verdad era un ciudadano norteamericano. Si el establishment del Partido Republicano decidió apoyar este tipo de discurso, surgido de la derecha más radical, fue porque pensaron que les beneficiaría posteriormente.

Sin embargo, la concentración de la riqueza en EE.UU. no fue cuestionada, ni por parte de Trump, ni por el establishment del Partido Republicano. Tanto los líderes del establishment Republicano como Trump son grupos que se han beneficiado del crecimiento de la desigualdad en el país, por ello no están interesados en poner en el debate el tema de la desigualdad. Lo interesante es que, a pesar de que la clase trabajadora empobrecida y las élites del Partido Republicano tengan intereses de clase tan disímiles, el resurgimiento de la idea de construir un Otro como outsider y, con ésta, del racismo y la xenofobia, hicieron posible que una parte de la clase trabajadora blanco-empobrecida se identifique con el discurso de Trump. Sin duda, tanto Trump como el establishment del Partido Republicano utilizaron de manera inteligente una política del miedo para obtener adeptos dentro de las clases trabajadoras. El éxito de la lógica de la creación de un Otro como outsider permite entender por qué Trump utilizó el discurso anti-migrantes, como uno de los ejes de su campaña política.

Paradójicamente, al mismo tiempo que los miembros del establishment Republicano buscaban  cambiar su imagen xenofóbica, tratando de apelar a las minorías, Trump aparece en la escena política expresando un discurso profundamente racista y xenofóbico. Sin embargo, este no es un discurso nuevo sino un conjunto de valores que han formado parte de la ideología del Partido Republicano por años. De ahí que la figura de Trump no puede ser concebida como una anomalía dentro del establishment Republicano, él es uno de ellos. Si bien Trump no formaba parte del establishment Republicano, las élites de este partido crearon un ambiente y un conjunto de valores que, antes que ser contrarios al discurso de Trump, son, más bien, su consecuencia.

Por tanto, la ganancia de Trump debe ser concebida como algo esperado y no como un hecho misterioso e inexplicable. Tanto las políticas de división y miedo como la falta de preocupación por las clases más desfavorecidas han sido la semilla creada y nutrida por el Partido Republicano. Por tanto, es de esta semilla de donde se debe entender el florecimiento de una figura como la de Trump. Ahora “The Chickens have come Home to Roost -Las gallinas tienen que volver a casa a descansar- (es decir que, los miembros del establishment del Partido Republicano han sido alcanzados por las consecuencias de sus propios errores y ahora tienen que asumirlos).

* Arnold Farr es Profesor de Filosofía en la Universidad de Kentucky. Agradecemos a Karla Encalada Falconí por facilitar esta colaboración especial para La Línea de Fuego y la traducción del texto.

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