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domingo, diciembre 22, 2024

RETROCEDER AVANZANDO: AGUSTÍN CUEVA Y SU CRÍTICA AL PROGRESO Natalia Sierra Freire

 

A manera de premisa, quiero dejar sentado el hecho innegable de la actualidad del pensamiento de Agustín Cueva,  en la importante tarea de comprender la América Latina del siglo XXI.  Su adscripción a la Teoría Crítica Marxista posiciona sus tesis teóricas en una perspectiva política antimperialista, anticolonialista y fundamentalmente anticapitalista, necesaria en los procesos de resistencia y lucha en contra de la expansión del capitalismo en el nuevo siglo.

En toda la significativa obra de Cueva hay una discusión que, personalmente, la considero de gran trascendencia para pensar las respuestas posibles a los interrogantes políticos que el pueblo latinoamericano se plantea en su actual momento político.   Discusión que la encontré en uno de los últimos textos construidos por Cueva titulado: El espiral del subdesarrollo en la estructura Simbólica de El Coronel no tiene quien le Escriba y Cien Años de Soledad, escrito que fue el prólogo a la edición de los dos textos de Gabriel García Márquez, editado por la Biblioteca de Ayacucho en Caracas en el año 1989.

En el escrito mencionado, considero que Agustín Cueva realiza una de las mejores críticas al paradigma del progreso, que recuerda a las tesis de Walter Benjamín. Filósofo alemán  que pudo mirar el lado destructivo del progreso, en una época en que dominaba su  apología total, tanto por el desarrollo del capitalismo como por la construcción del llamado Socialismo Real. Crítica que el sociólogo ecuatoriano logra en base a su particular interpretación sobre la bella obra literaria de García Márquez.    

Pensar la crítica al progreso que Cueva propone me obliga a realizar una hermenéutica de su texto, mima que implica un de juego de matrioshka. Digamos que haré una interpretación política de la interpretación sociológica que hace Cueva, sobre la interpretación literaria de Gabriel García Márquez acerca de la realidad social Latinoamericana, en la metáfora de la vida de Macondo. Interpretaciones que bien pueden ser consideradas: críticas a la formación social latinoamericana, cuya dirección estuvo y está dada por la lógica del sistema colonial.

El método de interpretación que he llamado matrioshka, implica realizar un viaje  hermenéutico que se inicia en las coordenadas de nuestra interpretación política  (misma que parte de un interés claro, expuesto en las primera líneas de este texto,  y que tiene que ver con encontrar respuestas revolucionarias a la situación actual del pueblo latinoamericano, frente al nuevo contexto de reproducción del capital), para luego  desplazarse a la interpretación sociológica de Cueva, hasta llegar a la interpretación literaria de García Márquez. Llegando al centro de la matrioshka, es decir a la obra de Márquez, iniciaremos el viaje interpretativo de vuelta, el cual  nos traslada  hasta la primera estación. Es importante aclarar que el desplazamiento interpretativo es circular. Esperamos en dicho viaje hermenéutico encontrar el argumento que sostiene la crítica que hace  Cueva al paradigma del progreso.

Los debates y las preguntas actuales  

El actual momento político de América latina, y porque no decirlo del mundo, renuevan la vieja preocupación que interroga acerca de la diferencia entre los conceptos de “civilización” y “barbarie”. Los llamados gobiernos progresistas del subcontinente, una vez más, ofrecen sacarnos del subdesarrollo (barbarie) y llevarnos por el camino de la modernidad desarrollada (civilización). Al parecer la idea dominante, desde la llegada de los colonizadores europeos, que dice que la civilización, su civilización,  siempre es mejor que la “barbarie”, (término con el que calificaron a otras formas culturales que no eran las suyas), sigue vigente. A pesar de la crisis del modelo civilizatorio moderno-capitalista, sorprendentemente, los gobiernos progresistas neciamente creen que dicho proyecto nos conducirá a un estado superior de humanidad, el ideal al cual todo pueblo debe aspirar para salir de su estado de “barbarie”.

Por sobre y en contra de la resistencia que los pueblos indígenas y campesinos están manifestando en contra de la modernización capitalista, los llamados gobiernos progresistas parecen estar convencidos de que nuestras sociedades tienen que ingresar en un proceso de desarrollo dentro del marco de la civilización capitalista. La pareja civilización-barbarie ha sido y sigue siendo, al parecer,  la construcción ideológica que, desde el poder, ha gobernado el sentido de la nuestra articulación a la historia moderna, a la cual fuimos “obligados” a entrar. 

Sin embargo, la resistencia que los pueblos indígenas y campesinos de América Latina ponen a este último intento de desarrollo capitalista, reposiciona el debate sobre la alternativa de abandonar la historia moderna y abrir una otra historia. Debate que, desde  estos gobiernos “progresistas”, es deslegitimado con el mismo argumento sustentado, una vez más, en la ideología hegemónica articulada por la pareja civilización-barbarie. Estrategia de fácil ubicación en las acusaciones que los representantes de estos gobiernos lanzan en contra de las organizaciones indígenas, campesinas y populares que se oponen a su proyecto. Denuncias absurdas que utilizan calificativos del tipo: “infantiles”, “ingenuos”, “románticos”, “primitivos”, “fundamentalista”, incluso, “terroristas”, todos que al parecer son los sinónimos actuales de la “barbarie”.

La incapacidad de mirar el fracaso del proyecto moderno capitalista, la incapacidad de imaginar otro proyecto social, los vuelve necios servidores del capital y sus patologías. Ceguera que no registra que para América Latina el desarrollo civilizatorio ha sido la trampa que nos ha mantenido circulando alrededor de una vana ilusión, por no decir de un error histórico. Desde su nacimiento el subcontinente ha buscado civilizarse en un afán casi desquiciado de salir del estado de “barbarie”. Han pasado más de 500 años y parece que hemos caminado como un cangrejo, no hacia delante, sino hacia atrás. El Ecuador, al igual que los otros países de esta periferia, mientras más han querido acercarse al ideal civilizador es cuando más rápido se han alejado de esa vana ilusión. Pese a todos los esfuerzos civilizadores, nuestra historia nos ha demostrado que terminamos hundidos inevitablemente en la barbarie, o acaso eso no es lo que pasa en México. Al parecer nuestro destino dentro de la modernidad es ser los pueblos “bárbaros”, destino que civiliza a América latina desde la negación, necesaria para  confirmar  la civilización. ¿Por qué iba a cambiar ahora con la dirección de los gobiernos “progresistas”?  si su proyecto de modernización sigue siendo parte de las coordenadas capitalistas.    

Todo lo que hemos recorrido durante nuestra historia moderna nos ha colocado siempre  al principio. Es una especie de trampa de un tiempo circular. La historia de Macondo ha resultado ser la  historia de América Latina. Empezamos como pueblos “bárbaros” y después de una larga historia de progreso y civilización hemos llegado al mismo lugar. Esta constatación de haber caminado sin caminar exige preguntarse si tenemos que hacer nuevamente el mismo esfuerzo para llegar al mismo sitio.  Debemos preguntarnos si el camino que empieza debe ser el mismo que tomamos hace ya más de 500 años. La respuesta a estas interrogantes debe partir de otra pregunta fundamental ¿queremos alcanzar la civilización?  Para dar respuesta a esta pregunta  voy a revisar la crítica que hace Cueva a la idea de progreso, en su interpretación de la obra de Márquez.

América latina entre la civilización y la barbarie

Recordemos que La hojarasca, que el futuro Premio Nobel, comenzó a escribir cuando tenía diecinueve años, es el ensayo inicial de plasmación de una Macondo que, a pesar de su insipiencia, aparece ya con un conjunto de rasgos que en adelante le serán típicos: por un lado, es “la tierra prometida; mientras por otro lado, ocurre “como si Dios hubiese declarado innecesario a Macondo y lo hubiera echado en el rincón donde están los pueblos que han dejado de prestar servicio a la creación. (Cueva: 1989: 225)

La lectura de Cueva sobre el desenvolvimiento de la obra literaria de Márquez apunta el conflicto que está presente en el escritor, y que expresa la percepción del mismo sobre el desarrollo contradictorio de la sociedad Latinoamericana. Por un lado, “la tierra prometida” tierra de la civilización desaparecida y/o de la civilización soñada y, por otro, la tierra desechada por Dios, aquella que parece estar en el muladar de la historia, allí donde son tirados los pueblos inservibles. Estructura contradictoria de la formación social latinoamericana, explicada por el proceso de colonización capitalista y la relación asimétrica entre la periferia y el centro de desarrollo capitalista. Estructura económico social que como se conoce va acompañada de una estructura ideológica, que se expresa en la pareja civilización-barbarie.

El movimiento teleológico que lleva de la “barbarie” a  la “civilización”, en realidad supone una ilusión más que una realidad; una ilusión que parece concretarse con cada intentona modernizadora sostenida y alimentada por los funcionarios del capital: “advenedizos enseñados ‘a no creer en el pasado ni en el futuro”, sino solo  ‘en el momento actual y a saciar en él la voracidad de sus apetitos”. (Cueva: 1989: 225) Advenedizos (hoy llamado gobiernos progresistas)  que una vez más intentan imponer en América latina su necio proyecto, que una vez más terminará en el fatal desenlace de siempre: “ ‘la compañía bananera había acabado de exprimirnos, y se había ido de Macondo con los desperdicios de los desperdicios que nos había traído’ .”  (Cit. Cueva 189: 225)  Es más que seguro que hoy las compañías petroleras, mineras, madereras, etc., chinas, canadienses, rusas, o norteamericanas vuelvan a exprimirnos y se vayan con los desperdicios de los desperdicios que nos traigan, y nuevamente nos quedemos con la hojarasca. Y otra vez, una vez más, volvamos a ser el pueblo abandonado del progreso, cumpliendo de esta manera con el sino que maraca nuestra historia moderna.

Como una gran novedad el nuevo siglo XXI se abrió con las viejas promesas de hace  más de cinco siglos. Modernización, desarrollo, crecimiento, progreso, en fin, civilización. El discurso de los advenedizos gobiernos progresistas, gitanos que siempre vuelven a Macondo, tiene el mismo libreto que inventaron los colonizadores. No ha cambiado en su fundamento colonial, quizás sus ornamentos han variando de acuerdo al tiempo político presente, pero su falsa promesa de sacar a América latina de  la  “barbarie” y conducirla a la civilización (en la forma histórica que esta antinomia  se construya)  no es más que una vieja y gastada ilusión, por no decir mentira. Sin embargo de lo cual, lamentablemente, aún sigue teniendo eco en gran parte del pueblo latinoamericano, a pesar de que: “Macondo posee, así, su propio ¿clima?, y con él sus pájaros agoreros y sus ratones muertos, heraldos de una descomposición que no tardará en venir.”  (Cueva: 1989: 228) No es un secreto que el nuevo periodo de extracción de bienes naturales volverá a dejar una vez más un paisaje desolado, que tan bien conoce el pueblo de este subcontinente.

La interpretación sociológica que hace Cueva de la interpretación literaria de Márquez enseña que los ciclos históricos que componen nuestra historia expresan dos cosas: Por una lado, inmovilidad, esto es un tiempo muerto que nos ata a un mismo punto en la línea del progreso. Por otro lado, desplazamiento acelerado al interior de un camino que se tuerce y que nos conduce al punto de partida. Estas dos condiciones de la historia de América Latina confirman nuestro destino: el salto hacia el progreso nos lleva a caer inevitablemente en la “barbarie”. Saber que los necios gobiernos progresistas no quieren aceptar.

Como no ver que el mismo sentido presente en la historia de Macondo atraviesa la historia de los pueblos de América Latina. Una historia que se hace y deshace y en ese hacerse y deshacerse se vuelve estacional, es decir inmóvil. Se construye y se destruye para nuevamente construir y nuevamente volver ha convertir en cenizas las frágiles conquistas de la civilización. Dinámica del eterno empezar que termina convirtiéndose en el eterno ayer fracasado.

Y como no ver que estos gobiernos progresistas no son distintos a los tantos gobiernos que han administrado el Estado latinoamericano bajo las demandas del gran capital. El mismo ejercicio terrorista del poder ligado a una “especie de ‘acumulación primitiva’ de capital que a partir de ese hecho se produce.”  (Cueva: 1989: 231) Hoy según como se hacen los negocios estaríamos trabajando en función de la acumulación originaria de capital chino, o en su defecto de las multilatinas brasileñas que están en franco procesos de acumulación. “Nuevos” y “frescos” capitales orientados a la minería, gas, petróleo, infraestructura, hidroeléctricas, que en sus procesos de consolidación regional van causando destrucción del medio ambiente y fuertes conflictos sociales.  Una historia de despojo a nombre de la modernidad y el progreso que parece nunca llegar. 

Los Manuscritos de Colón

Mirada para atrás, que es lo mismo que mirada hacia adelante, la historia de América Latina es una tragedia. Tragedia en la medida en que se cumple fatalmente el destino escrito en los manuscritos que trajo Colón y sus conquistadores cuando “descubrieron” este continente.  Un destino que marca el día de nuestro nacimiento y el día de nuestra muerte con el signo de la “barbarie”.  Es por esta razón que se puede decir que todos los fracasos civilizadores que hemos vivido  no es obra de la voluntad de individuos dotados de libertad subjetiva. No es obra de la elección consciente de un  sujeto racional. Es una historia que ya estaba escrita y decidida de antemano, la cual solo se  debía cumplir. Es en este sentido que los fracasos civilizadores siempre retornan mostrando como la línea del progreso se tuerce, y al contrario de llevarnos hacia delante nos conduce hacia un eterno pasado de “barbarie”-“naturaleza”. Queda claro que esta dialéctica se explica solo en el marco de la expansión de la sociedad capitalista.

En Cien Años de Soledad, el eterno pasado esta presente en: la Vitalidad desbordante tras la cual subyace, muchas veces, una obsesión rural de exuberancia y fertilidad extensible, además al reino animal.” (Cueva: 1989: 245)  Hecho que muestra  que los grandes objetivos de la Modernidad –el principio de lo nuevo y la ruptura con el pasado- no han podido lograrse. Todo lo que se ha hecho para romper con el pasado, que en definitiva es romper con la “barbarie”  (estado de naturaleza “pura”), ha sido como “arar en el mar”.  Los intentos de lo nuevo siempre son tragados por el tiempo viejo, cada ruptura termina re-ligándonos con el eterno ayer. El pasado, como sinónimo de “barbarie”, es el presente y al mismo tiempo el futuro de América Latina.    

Al igual que en la historia de Macondo, América Latina ha estado atrapada “…..en el deseo de abarcar una extensión temporal desmesurada, donde el individuo es devorado por la historia y donde la historia es devorada a su vez por el mito.” (Dorfman: 1970: 183) Como en Cien años de Soledad, en las historias de nuestros países podemos observar: su fundación, su desarrollo y su destrucción. Su emergencia en la “barbarie” (mito), su esfuerzo por alcanzar la “civilización” (modernidad) y su fatal caía en la “barbarie”.  Eso parece decir Cueva cuando cita a Márquez:

Por eso está previsto que Macondo, ‘la ciudad de los espejismos sería arrasada por el viento y desterrada  de la memoria de los hombres en el instante en que Aureliano  Babilonia acabara de descifrar los pergaminos, y que todo lo escrito en ellos esa irrepetible desde siempre y para siempre, porque las estirpes condenadas a cien años de soledad  no tenía una segunda oportunidad sobre la tierra’. Pasaje de final de la novela que apunta no solo a una concepción de la literatura, más también a determinada concepción de la realidad. (Cueva: 1989: 246)

Los pueblos latinoamericanos y particularmente los andinos parecen estar “atrapados” en los misterios de la “naturaleza” que la “civilización” no ha podido aniquilar.  Envueltos en lo inconmensurable “natural”, los pueblos se encuentra antes y después del individuo moderno, antes y después de Cristo. Son existencias “abandonadas”, por el Dios judeo-cristiano y la Razón moderna, a la fuerza de lo “infinito natural”. Quizá por eso son los  habitantes de un “Mundo remoto y ahora subalterno, Macondo es en gran medida la plasmación de una nostalgia: la nostalgia de una infancia mítica perdida (lo ‘precientífico’ es, por eso golosamente lúdico).” Cueva: 1989: 247).

Mundo remoto en el cual todo proceso civilizador está condenado al fracaso, el desgaste  se producirá de manera ineluctable. “….es un hecho que, desde su primer momento, la realidad América quedó inscrita, emblemáticamente, en el círculo de lo natural y de la Naturaleza.”(Lourenco: 2000: 8) Los pueblos del subcontinente nunca pudieron, ni podrá, dejar de ser “naturaleza”, pues ese es el destino trazado en el momento mismo de su nacimiento como parte de la totalidad civilizatoria. Latinoamérica entra a la Modernidad como naturaleza que confirma la cultura que iba a desarrollarse del otro lado del océano. Con esta repartición de roles queda confirmado el mito de la eterna lucha entre cultura y naturaleza. El “continente- naturaleza” va a ser por lo tanto el lugar propio de la emergencia permanente de la naturaleza, como lo otro, con relación a la cultura. Eso y no otra cosa es la historia de Macondo, nuestra historia, la historia de los pueblos olvidados.

De hecho, la América Latina occidentalizada, la de los modernizadores, siempre ha vivido acosa por el fantasma de la “barbarie-naturaleza”. Temerosa del peligro inminente que las “indóciles hordas de bárbaros” representan para el proceso civilizador. Así lo muestran hoy los evangelizadores de los gobiernos progresistas ante la resistencia que los pueblos manifiestan contra el proyecto capitalista que, los primeros, quieren imponer. Miedo a que los pueblos “barbaros”, como aún los siguen llamando, no puedan ser controlados ni contenidos, y que terminen rompiendo las frágiles ilusiones modernizantes. Sin entender que el desgaste inminente es la  realidad que se impone como lo real; la fuerza de un destino que no se lo puede detener. Ni los argumentos, ni las buenas razones de los tecnócratas modernizadores pueden enderezar un destino que tiene como sino la torcedura del tiempo. El único camino que, aparentemente, le queda a las cruzadas civilizadoras es la fuerza y la violencia de la “civilización”; estrategia que los gobiernos progresista vuelven a aplicar en contra del pueblo.  

Es la aprehensión de esta realidad de tiempo circular que Cueva resalta en el texto de Márquez: “…en la percepción de los personajes, que en realidad conceptúan el mundo como un ciclo de repeticiones permanentes, y en el intento del autor de señalar cierto estancamiento de las fuerzas productivas.” (Cueva: 1989: 247)  Lo que no quiere decir que América Latina plasme una instancia puramente capitalista, sino más bien la combinación de la idea de circularidad, características de las formas precapitalistas, anudada a una sensación de “avanzar retrocediendo” o (“retroceder-avanzando”, como se prefiera)  (Cfr. Cueva: 1989: 248)   

En las últimas décadas del siglo pasado, periodo neoliberal, se pudo constatar que ninguna de las estrategias de la “civilización” dio resultado.  América Latina mientras avanzaba cumpliendo los mandatos del capitalismo global retrocedía hacia niveles más graves de miseria. Que según Cueva responde a la condición propia de los ciclos típicos del capitalismo subdesarrollado y subalterno, “con su trayectoria hecha de progresos ilusorios y modernidades efímeras, alternados con prolongados periodos depresivos durante los cuales nuestros pueblos parecerían ‘hundirse sin remedio en el tremedal del olvido”. (Cueva: 1989: 248) Y una vez más en este nuevo siglo, lo gobiernos progresistas emprenden otro ciclo de lo mismo, que nos llevará al mismo lugar del olvido. Una vez más, al igual que en la obra de Márquez, la concepción lineal y circular del tiempo se unifican en “…un engranaje de repeticiones irreparables, una rueda giratoria que  hubiera seguido dando vueltas hasta la eternidad, de no haber sido por el desgaste progresivo e irreparable del eje”. (Cueva: 1989: 248)  Sin embargo, esta nueva aventura civilizadora, podría encontrarse con la fatal ruptura del eje.

El tercer milenio sorprendió a los países latinoamericanos en medio del punto muerto, que es el fin y el principio de su posibilidad como civilización. Las nuevas condiciones del mundo globalizado han extendido la brecha entre su ser real y los ideales modernos, separación que empieza a provocar rupturas de la totalidad social, rompimiento que ha empezado en las zonas más débiles del Mundo Moderno. En los pueblos periféricos, más alejados del centro, cuyas estructuras sociales siempre han sido frágiles, permiten la fisura de la totalidad por donde comienza a romperse. La debilidad estructural de pueblos como el Ecuador lo hacen más propenso a ser una zona de quiebre civilizatorio en la medida en que el juego oposicional tiende a volverse una contradicción real.

En nuestros países la separación entre el ideal civilizatorio impuesto y la vida real de los pueblos es sin lugar a dudas inmensa. El referente ético y cultural de Occidente se convierte en una especie de irrealidad que tiende a desaparecer asediado por el fantasma de un futuro-pasado.  

Los héroes de un pueblo olvidado

Entre tanto Macondo se ha ido poblando de aquellos seres que ya no lo abandonarán (Cueva: 1989: 22)

Con cada ayer fracasado, en medio de la hojarasca que dejan las intentonas modernizadoras, la América latina profunda se ha ido poblado de aquellos que no la abandonarán nunca: Los indios, los negros, los  montubios, los campesinos pobres, las Ursulas; en definitiva todos los “bárbaros”, esos, que con cada fracaso civilizador han sido echados del tren de la Modernidad. Pueblos que de una u otra manera se han mantenido al margen del universo mercantil capitalista, ajenos a las transacciones comerciales que los gobiernos de turno llevan a cabo a sus espaldas, pero cínicamente en su nombre.

Pueblos que han sido, una y otra vez,  primero maltratados y luego abandonados de la farsa moderna. En nombre de la que se llevó y se sigue llevando adelante la destrucción de las comunidades agrarias, cuyos habitantes quedaron y quedan desamparados en un mundo débilmente mercantilizado e industrializado y fuertemente burocratizado. Un mundo en el cual las reglas de juego de la comunidad andina son trastocadas en función de las demandas del capitalismo central en su periferia. Es importante aclarar que el capitalismo bien puede cambiar de centro, o a su vez crear varios centros de acumulación, esto para no confundirnos con el proceso de los BIRCH.

Sumando a lo anterior, los civilizadores de turno, como parte de su empresa colonizadora, buscan configurar a los pueblos colonizados de dos maneras: como culpables de  no poder llevar adelante el progreso moderno o, a su vez, como víctimas históricas (necesarias) en este proceso civilizador. Sin embargo, más allá de esta intención, los pueblos organizados de la América latina se han resistido a aceptar cualquiera de estos  roles exigidos, a pesar de que es la condición impuesta por el colonizador para “dejarles” ser parte de su historia moderna. El pueblo latinoamericano posee una reserva de sabiduría ancestral e histórica que le permite poner distancia con las estrategias de dominación ideológica, que tanto conoce. Cada vez más difícil le resulta al modernizador que el pueblo asuma su interpelación, aquella que fluctúa entre ser un “buen salvaje” o un “buen ciudadano” si es que se somete al proyecto modernizante, o ser un “mal salvaje”, “bárbaro”, “romántico” o “primitivo” si es que resiste y se rebela contra un proyecto que no acepta.      

O quizá sea como Cueva sostiene: “Empero el Coronel no es un héroe propiamente desgarrado: tiene una distancia irónica frente a ese mundo, cierto escepticismo rayando en resignación, que exaspera sin dudas a su esposa pero que a él personalmente lo salva.” (Cueva: 1989: 235)  Lo cierto es que el pueblo latinoamericano, cuando se organiza políticamente, sabe poner distancia con las promesas modernizadoras. Así lo han mostrado nuevamente los campesinos e indígenas que hoy rechazan los ofrecimientos desarrollistas de los actuales gobiernos progresistas de América latina. Muestra clara de que la astucia discursiva del conquistador cada vez funciona menos,  es un cuento muy viejo, son más de cinco siglos de ser mirados, medidos y  juzgados  con la lógica  del conquistador.

Así los coroneles, los Aureleanos, las Ursulas:

No pretende ser Quijote ni redentor, y posee la virtud de verse así mismo con una buena dosis de humor, que termina por convertirlo en esa suerte de antihéroe que en alguna medida es. (Cueva: 1989: 235)  

Antihéroes que no calzan en los parámetros del entendimiento civilizado moderno. No calza en los cálculos mercantiles, en las variables costo-beneficio, en los esquemas valorativos dominados por la productividad, el crecimiento y la competitividad.  Razón ésta por la que es imposible que los gitanos modernizadores puedan comprender como está estructurado el deseo del pueblo latinoamericano, que los hace desear no el mundo desarrollado del civilizado, sino un lugar en otro mundo posible, donde no sean una forma primitiva de una civilización impuesta, sino un forma cultural distinta. Claro está que desde la obsesión del progreso moderno este deseo ni siquiera es comprendido, mucho menos aceptado. Incomprensión y rechazo que lleva a los modernizadores de turno a acusar a los pueblos indígenas de primitivos. Se dice que cuando no se entiende algo lo más  simple es negarlo con violencia, al parecer es la práctica que el colonizador a usado a lo largo de su empresa, y que hoy día la siguen usando los colonizadores que encubren su rostro tras la máscara del progresismo del siglo XXI.           

Como diría Cueva, el lenguaje ablución creado para tomar distancia y encubrir la realidad social latinoamericana, no permite aprehender el habla de los pueblos, solo encubrirla. Y es en el habla, su habla, que el pueblo manifiesta su deseo. Lengua y no lenguaje que en su traducción occidentalizada (lenguaje ablución) pierde su realidad y deviene en una caricatura de la lengua del colonizador.  Eso y no otra cosa son los discursos que producen los llamados gobiernos progresistas,  con los cuales, según dicen, expresan el deseo del pueblo a quien, también dicen, representar.       

Discursos tramposos, cargados de la misma ideología colonial de hace 500 años, demagogias gastadas que siguen ofreciendo la misma cosa: desarrollo capitalista. Fatua promesa en países, como dice Cueva, que no “…poseen estructuras modernas; una violencia que constituye el pan de cada día y no solo sirven como mecanismos de dominación terrorista, sino también como palanca de acumulación originaria dentro de un capitalismo verdaderamente salvaje…” (Cueva: 1989:236) No otra cosa significa la nueva época de extractivismo depredador que inauguran en América Latina los  gobiernos progresistas.    

Frente a tamaña estafa, los antihéroes hablan y su habla dice: no queremos ser culpables ni víctimas, no queremos ser más sacrificados, nos negamos a entrar en el Mundo Moderno Capitalista. Rechazamos el destino que nos ha dado el colonizador. No haremos más el ritual de sacrificio por el cual renunciamos a construir nuestro propio destino, en nombre de una civilización y un progreso que niega nuestra otredad. No queremos reconciliarnos con el centro hegemónico y sus presupuestos civilizatorios; no queremos reconciliarnos con el Yo colonizador capitalista tenga la bandera que tenga y ser parte de su proyecto. Se acabó la síntesis cómplice de nuestra explotación, depredación  y  negación como pueblos distintos. No queremos más concertar con un poder que nos destruye sistemáticamente cada vez que asumimos su mandato simbólico. Sin nuestro sacrificio se terminará la estrategia por la cual el poder moderno capitalista configura una totalidad totalitaria, sobre la base de aniquilar lo diverso y diferente, a través de la conciliación entre el centro y la periferia, cualquiera sea la bandera del centro y cualquiera sea la bandera de la periferia.  

Los pueblos que marchan por todo el subcontinente defendiendo la vida y la dignidad en contra de la avanzada neo extractivista del capitalismo global, ponen su cuerpo en la calle y  dicen NO. Simplemente y sin argumento NO más. No más esa “…hojarasca que todo lo corrompe y oxida, descomponiendo el mundo de antaño en nombre de una ‘modernidad’ y un ‘progreso’ que nunca llegaran para quedarse.” (Cueva: 1989: 237). Habría que agregar que ya no se quiere que lleguen, menos  que se queden. Esta sabiduría y reserva ética que poseen los pueblos del continente es la que los modernizadores no logran entender. No hay baratijas, ni espejos,  ni tecnologías, ni bonos, ni subsidios  que logren confundir a los pueblos, ellos que tienen razón de recordar su vida de “antes” como una lejana estancia dichosa, de soñar en otro mundo posible. (Cfr. Cueva: 1989: 237)   

Parafraseando a Cueva puedo señalar que la ruptura entre el antihéroe y el mundo moderno capitalista es terminante, imposible de restañar. Ese mundo con el cual los antihéroes latinoamericanos se enfrentan, en rigor no es el suyo: la burocracia tecnocrática es una instancia “superior” ubicada fuera del mundo de la vida de nuestros pueblos; la violencia Estatal y en general la política siniestra al servicio del capital se origina también en lejanas esferas de poder transnacional, y, por supuesto, la “hojarasca” de la que huyen los antihéroes es traída por vendavales extranjeros, por los capitales extranjeros que quieren decidir el destino de estos pueblos.  No se trata, por lo tanto, del conflicto del antihéroe con su pueblo, con su comunidad de origen, como quieren hacernos creer los sacerdotes del progreso, sino con su referencia simbólico-colonial.  Es la tensión, llevada hasta el paroxismo,  entre esa comunidad a la que los antihéroes representan, o mejor dicho presentan, y una instancia exterior que los oprime, llámese modernidad, modernización o progreso.  (Cfr: Cueva: 1989: 239)

Expresión clara de la tensión entre la comunidad y la modernidad capitalista  es aquella que se observa entre el habla del antihéroe y el discurso racional del héroe moderno. El habla es ejercicio de libertad, ahí cuando el pueblo es otro soberano, en su simplemente estar sin querer ser lo que el discurso dice que debe ser.  Digamos ser moderno, ser desarrollado, ser civilizado. Su habla fuente de expresividad es básicamente cuerpo puesto en el mundo, en la calle, cuerpo movilizado, excesivo, exuberante, voluptuoso, pues expresa la vida no dominada por el orden hegemónico moderno. El pueblo movilizado es humanidad sustraída al discurso del poder, no es la ciudadanía abstracta, sino la humanidad concreta más allá de los artificios lógicos del discurso oficial.    

El antihéroe es aquel que ha logrado de una u otra manera desincronizarse del espíritu de la época modernizante y de sus poderes lingüísticos reificadores, así puede mirar más allá de las farsas promesas de los modernizadores. Con su mentalidad precientífica, “que consiste en aplicar un razonamiento lógico a niveles cuyo estatuto teórico no ha sido adecuadamente definido.” (Cueva: 1989: 241), consigue empobrecer la interpelación dominante. Su sabiduría nace, no desde la argumentación lógico-racional, sino desde la experiencia concreta de la vida. Desde ella sabe que las promesas del progreso encierra una trampa histórica imposible de eludir. Trampa de la cual escapa creando y recreando formas de resistencia que emergen de lo profundo de su existencia, libres de la moral  burguesa, del miedo y de la culpa, libre de Dios y la Razón.       

El antihéroe, o en rigor los antihéroes no son ya más cómplices de un sistema inconsistente, más en un momento donde las crisis del capitalismo están destruyendo las sociedades céntricas y aun así, los evangelizadores cínicamente siguen vendiéndonos su proyecto moderno. Hoy más que nunca,  para nadie es una novedad, ni siquiera para los pueblos del centro norte, que el sistema capitalista ya no es una posibilidad humana, todo lo contrario es la peor amenaza a la vida humana.  

Es con esta condición profunda de los pueblos de Latinoamérica con la que en:

…Cien años García Márquez lleva su complicidad  con los personajes aldeanos hasta las últimas consecuencias: con una narración serena y transparente registra la percepción del mundo de esos seres mágicos sin interferir la serenidad de una escritura a la que el autor ha calificado de ‘simple, fluida, lineal”, y que se explica por tres razones: primero, porque esa realidad es vista, en última instancia, desde un nivel de conciencia distinto (….) segundo, por que el escritor no busca desarrollar ninguna filosofía irracionalista, sino recrear determinados estratos profundos de nuestro ser cultural; y tercero, porque la ‘materia prima’  de sus narraciones constituyen un mundo sin mayores tortuosidades, en gran medida ‘inocente’, anterior no solo al pecado sino 5ambién al uso de la razón ‘occidental’ , si cabe el término.” (Cueva: 1989: 241-242)

Los antihéroes son expresión de los estratos profundos de nuestro ser cultural, hijos de ese mundo “inocente”, anterior al pecado, a la culpa y a la razón occidental. Formados en el seno de esa matriz precientífica, que, según Cueva, opera en el nivel de percepción de las relaciones hombre-naturaleza.  “Además aquella matriz no es arbitraria en la medida en que está históricamente determinada, esto es, construida con elementos provenientes de nuestra más profunda tradición cultural de origen católico en particular.” (Cueva: 1989: 243),  yo agregaría de origen andino indígena. Es justamente esa matriz la que los modernizadores de antes y de hoy no comprenden, razón por la cual se empeñan en imponer las fuerzas destructivas del capitalismo. Eso y no otra cosa es la política neoextractivista que quieren llevar adelante los gobiernos progresistas, en contra de la voluntad de los pueblos latinoamericanos.   

Igual que la literatura de Márquez, el habla sencilla del pueblo, dentro del cual nacen  los antihéroes, es: “como un antídoto contra el olvido, como una práctica encargada no solo de fabricar sueños, sino de recuperar y recrear continuamente la historia, para evitar que no nos convirtamos en una ‘hojarasca sin pasado’.”  (Cueva: 1989: 243) Cuando uno oye la voz sencilla de los simples, se sabe que esa enfermedad del insomnio (metáfora del Cien años de Soledad) que se presenta, dice Cueva, como propia de los indios, es decir del pueblo, al que la Conquista y la represión permanente han tratado de privarle de su cultura, de sum memoria y de su identidad colectiva.” (Cueva: 1989: 243), ha  dejado de funcionar. Esa es la voz de los indios, de los negros, de los montubios, de las mujeres, de los trabajadores, en fin de los otros, para quienes otro mundo aún es posible.

Con la voz de los simples  reaparece el enigma de un mundo que no calza ni en el mundo físico de los hechos, ni en el mundo espiritual de las ideas y valores occidentales; ni en el mundo de la cultura objetiva capitalista, ni en el mundo subjetivo del individuo burgués cristiano, que para el caso son lo mismo. Es la voz que pone límite a la evangelización modernizadora y abre ese no-lugar por donde transcurre la noche de la civilización, y al mismo tiempo el presagio que preserva la memoria colectiva de las tantas historia de nuestros pueblos, que cada día se inventan y reinventan haciendo posible la nostalgia  de otro mundo. Nostalgia que condensa un sentimiento anticapitalista, que según Cueva: “…está engendrado por la nostalgia de una forma y una posición sociales previas, que el capitalismo esta a punto de cancelar. También de aquí proviene (…) aquel sentimiento antiurbe, antimercancía y finalmente antihojarasca.”. (Cueva: 1989: 256)   

América latina: un tiempo eclipsado un tiempo de paralaje

La América latina profunda, la de los pueblos:

…en rigor no es una entidad antigua ni posee una autonomía socio histórica que le permita globalizarse, configurar un ethos y un epos propios, disfrutar a plenitud de la “bienaventurada totalidad existente de la vida, saber que el mundo es ancho y, que sin embargo es como la casa propia” (y no “ancho y ajeno” como en la famosa novela de Ciro Alegría).  (Cueva: 1989: 250)

Siguiendo y estirando la interpretación que hace Cueva de Cien años de Soledad, se puede decir que las comunidades y  pueblos que habitan Latinoamérica son, por un lado, expresión del recuerdo idílico de ciertas formas caducas de economía no capitalistas y vida comunitaria, condición tachada por muchos gobiernos progresistas como “infantil”, “romántica” e “ingenua”. Es decir: “un mito nostálgico forjado en pocas líneas de fulgura6nte poesía” (Cueva: 1989: 250) desplegado en cada existencia, en cada resistencia, en cada lucha de los pueblos. Por otro lado, los pueblos y comunidades tiene relaciones conflictivas con otros segmentos de la sociedad latinoamericana, ya sea como instancias precapitalistas (comunidades indígenas libres, llamadas en aislamiento voluntario) enfrentadas al desarrollo del capitalismo agrario, extractivista; ya sea como nacionalidades y pueblos enfrentado a un Estado Nacional y colonial; ya sea como campesinos e indígenas enfrentados a un desarrollo industrial destructivo; “o bien como víctimas de los huracanes portadores de la ‘hojarasca’”. (Cueva: 1989: 250)

Así, los pueblos de América latina poseen un espesor cultura y una existencia específica y compleja, que todas las intentonas modernizadoras quieren hacer desaparecer, y que tanto Márquez desde la literatura, como Cueva desde su interpretación sociológica logran registrar. Desde la perspectiva de los modernizadores, la existencia de las comunidades y pueblos del sub-continente es percibido, en el mejor de los casos como una “instancia relativamente lejana y casi mítica y en el peor de los cosas como una traba para el progreso y el desarrollo. Percepción que expresa un rechazo ideológico a un mundo que sigue siendo, a pesar de todo, el centro contradictorio de la matriz cultural y de la existencia latinoamericana.      

Rechazo ideológico articulado en el contexto de la formación de la América Latina colonial. Explico: El rito del sacrificio que inaugura la Modernidad, es el mecanismo por el cual la civilización occidental construye permanentemente su identidad racional, mediante la negación radical y absoluta del pasado mítico, identificado con la naturaleza. Queda de esta manera claramente definida la diferencia entre el orden natural y el orden civilizado, el primero como ámbito de todo aquello que escapa a la razón y el segundo  como lugar propio de la misma. A partir de esta nueva concepción, al rededor del año 1500 cuando empieza la formación de la nueva época, la Europa occidental necesita sacrificar el pasado. Para tal efecto, la llamada pre-modernidad mítica no puede ser solo un recuerdo que viene del pasado inexistente, sino el pasado presente en pueblos no-occidentales. La naturaleza tiene que ser re-actualizada en culturas distintas para en su negación garantizar el tiempo siempre nuevo de la Modernidad.

 La lógica del sacrificio empieza con la negación cultural de los pueblos conquistados y su inmediata identificación con la naturaleza. En estado de naturaleza, los pueblos no-occidentales, se configuran como el objeto que debe ser intercambiado, el don  ofrecido al pasado mítico a cambio de mantener y fortalecer la nueva identidad racional. Lo que se ofrenda es entonces ese lado “natural”, “violento” y “rudo” de la existencia humana que se aleja de la ley, la cultura y la civilización. Así, el sacrificio del Abya-Yala es en sí mismo el  sacrificio del orden natural, es decir, la negación total y absoluta de lo natural en el Mundo Moderno. De esta manera, el ritual sacrificial asegura el dominio de la razón sobre la naturaleza y en esta misma medida el control sobre su “ferocidad”, su “violencia” y su “capacidad destructiva”.

La manera de salir de esta lógica sacrificial es, según sostiene Zizek: “sacrificar el sacrificio”.  Se trata esto de negarse a cumplir el papel de “chivo expiatorio”, no aceptar la imposición de la culpa y en consecuencia el papel de víctima. No participar en el rito sacrificial por el cual se re-establece la comunidad occidental moderna y su totalidad ética, sencillamente dicen NO y abandonar el miedo, pues sin miedo Dios y la Razón dejan de ser necesarios.

Volviendo a la condición paradójica que viven los pueblos de América latina, entre un pasado mítico que no termina de pasar y un presente moderno que no termina de llegar, “estaría reflejando la ambigüedad de una praxis compleja, procedente de niveles distintos de una misma formación social que articula en su seno diversos modos de producción, de vida y de cultura, y fases también diversas del  modo de producción dominante (el capitalismo) en un mismo tiempo histórico.” (Cueva: 1989: 252-253)  Tiempo histórico que, por las razones expuestas por Cueva, es un tiempo eclipsado o la brecha del paralaje histórico: ni moderno ni premoderno, ni capitalista, ni precapitaista.   

¿Que se está entendiendo por tiempo eclipsado? Cada momento de nuestra historia está marcada por esos puntos muertos de inmovilidad. A pesar de que las cosas que impulsan los modernizadores de turno provoquen una experiencia de movilidad, la sensación es la de estar parqueados en un mismo punto. Esta condición puede mirarse en Cien años de Soledad en sus dos últimos personajes donde “…la longevidad se instala, además en la comarca, entre decrépita y ufana, sumando alrededor de dos siglos que luego serán de soledad: Y el incesto ronda por aquellos dominios como un presagio más.” (Cueva: 1989: 229) Uno de tantos ejemplo históricos de esta dinámica son los 80s del siglo pasado, cuando se consiguió  uno de los niveles más alto de la avanzada moderna  y al mismo tiempo la manifestación más evidente de la caída que nos devolvió al mismo lugar del cual buscábamos salir. Nos encontramos entonces al inicio de los años 80s con la sensación de que todo lo que hicimos desde principios del siglo XX no había sucedido. Nuevamente en el vacío. Todas las ilusiones que centramos en el Estado Nacional, en la industria nacional,  ya no tenían ningún sentido, era ilusiones  civilizatorias casi muertas.

De nuevo el sub-continente se encontraba situado en esa especie de punto muerto. En medio del vacío llegan los gitanos trayendo, por enésima vez, las ilusiones del progreso y la civilización. Como una maldición o una bendición vienen desde el centro norte-americano-europeo, o cualquier otro, a salvarnos de la “barbarie”. Sus voces nos liberan de los recuerdos de un pasado frustrado con nuevas promesas de civilización. Nos sumergen en el olvido desde el cual “volvemos” a intentar hacer realidad una vana ilusión. De esta  manera, nuestra historia está marcada fatalmente por la violencia que las voces de los gitanos, que llegan del otro lado del mar, ejercen sobre nuestros recuerdos.  Sin memoria histórica quedamos a disposición de la nueva estrategia civilizadora que el centro tenía preparada para la periferia latinoamericana.

Otra ola modernizadora envolvía a Macondo. Nuevos vientos de civilización llegaban con la Globalización. Ahora parecía que iba en serio eso de alcanzar el mundo civilizado. La constitución del mercado mundial, las nuevas tecnologías productivas a escala planetaria, la comunicación global, etc., nos prometía integrarnos a la civilización. Era una nueva época para volver a apostar todo lo poco que nos había quedado del fracaso anterior. Y lo único que aún nos quedaba era esa fuerza de imaginar un mundo posible dentro de la civilización.  Y volvimos a caer en nuestra propia trampa, volvimos a creer en la ilusión, y otra vez  el fracaso. 

Después de veinte años de intentos neoliberales desesperados, América Latina volvió a  estar fatalmente en el punto cero. Los gobiernos progresistas llegaron otra vez con las promesas del desarrollo ofreciendo las maravillas de la modernización que nos saque de la dialéctica de la aceleración inmóvil, de ese eterno avanzar retrocediendo que ha marcado la historia de los estados Macondianos de América Latina. Dialéctica que nos arroja hacia el vacío, hacia un punto muerto en el que todo intento de civilización es en sí mismo la negación del proyecto. Al igual que en Cien años de Soledad, nuestros ciclos históricos siempre parecen empezar y concluir en un paisaje devastado. Se empiezan en las ruinas del ciclo anterior, es decir en una especie de barbarie que siempre retorna. Tarde o temprano las ilusiones se desvanece para siempre, y la realidad construida desde ellas se borran de la faz de la tierra exactamente como ocurrió con Macondo.  

En definitiva, las dos alternativas que históricamente se plantearon para salir de la dialéctica de la aceleración inmóvil no funcionan. Ni la adhesión total a la cultura central, sea cual sea, debido a que el carácter dependiente de nuestros países impide el establecimiento pleno de las estructuras ético-simbólicas del capitalismo central. Tampoco la síntesis de lo moderno y lo pre-moderno ha sido posible a lo largo de nuestra historia, los países de América Latina, y particularmente los Andes, han estado caracterizados por la heterogeneidad negativa, esto es,  la imposibilidad estructural de la síntesis.

Negadas estas dos alternativas,  a los pueblos de este sub-continente solo les queda una  opción: aprovechar la brecha de paralaje y abandonar el destino trazado por el capitalismo europeo conquistador y asumir su condición de extranjeros, negarse a reconocerse en los signos del discurso dominante. De hecho, no es estrictamente una opción, pues no se trata de un asunto de voluntad, sino, es más bien una determinación histórica del mundo actual. Ya Cueva lo advirtió: “Por eso no es un azar que en toda la obra de García Márquez tal tipo de “progreso” sea visto como un deterioro, como un decadencia precoz, como la expresión más fehaciente de su degradación ontológica y ética que toda novela pareciera, con su sola estructura conciencial, evidencia y denunciar.” (Cueva: 1989: 256)

Esta particular formación social de América latina bien podría ser entendida como una fisura en la historia de la modernidad capitalista, que conlleva el desmoronamiento del progreso como promesa. Un puntito negro en los abigarrados mapas del desarrollo capitalista. (Cfr. Cueva: 1989: 257), lado negativo de la civilización  en el que se  niega en forma práctica los valores propios de la Modernidad. Punto ciego que cristaliza lo negativo, lo no atrapable por la dialéctica que ha sostenido la expansión capitalista. 

Al contrario de querer cerrar la fisura o hacer desaparecer el puntito negro habría que usarlos como salida de la modernidad capitalista, lo que implica alejarse de las relaciones e instituciones capitalistas. Ello en sí mismo envuelve un distanciamiento del sistema de representación moderno como construcción espacio-temporal. Ubicarnos en  el límite del tiempo y el espacio de la civilización, listos a dejar un mundo al que nunca pertenecimos del todo, y dispuestos a caminar hacia el acontecimiento que se abre como otro mundo.

La opción plateada comienza en la firme decisión de abandonar la Totalidad, realizar el éxodo que nos conduzca más allá del horizonte histórico trazado por la Modernidad capitalista. Caminar en contra sentido e ir des-totalizando la realidad dada, sin regresar la mirada hacia a tras, a no ser para tomar impulso y asegurar la salida. Cualquier rasgo de esperanza en las promesas hechas por la civilización puede estropear el proceso de retirada histórica, que deben realizar los pueblos de América Latina en la búsqueda de su propia historia. 

 

 

Bibliografía

Cueva, Agustín, La Espiral del subdesarrollo en las Estructura Simbólicas de El Coronel no tiene quien le escriba y Cien Años de Soledad, Ed. Biblioteca de Ayacucho, 1989.  

Dorfman, Ariel, Imaginación y Violencia en América, Ed. Universitaria, Santiago de Chile.

Lourenco, Eduardo,  América Latina entre Naturaleza y Cultura. Revista Humboldt # 129, 2000.

 

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