05 de enero 2016
Desde unos meses atrás se debate sobre un fin de ciclo de los gobiernos progresistas en nuestra región. El tema ha convocado a analistas y militantes de procedencia distinta, pero pareciera que las respuestas dadas a esta cuestión han tenido más una urgencia de corto plazo, incluso en fórmulas repetidas en los grandes medios de comunicación, que un análisis teórico con carácter histórico, que pueda contribuir a la construcción de perspectivas claras.
Sin pretender que en este artículo se logre lo segundo, parece importante plantearse diversos temas sobre los que no ha hecho todavía un hincapié suficiente. Aquí, a modo de preguntas, apenas se topan algunos de esos aspectos útiles, pensando la realidad más allá de las elecciones sucedidas en Argentina y Venezuela.
¿”Fin de ciclo” o procesos que conocen sus propios límites?
La historia no se mueve en ciclos. Si lo hiciera, implicaría una sucesión continua de fenómenos repetitivos como si se tratase de un fenómeno natural. Podemos hablar sin duda del ciclo del agua o de otros elementos de la naturaleza, pero ello no es aplicable a la sociedad donde existe la capacidad de organización y de construcción de hegemonía de cada clase y sector social. Esto no niega que ciertos fenómenos vistos aisladamente presentan rasgos cíclicos, como sucede con la periodicidad de las crisis del capitalismo. Pero éstas pertenecen a una evolución general de la sociedad que hace que no se repitan, sino que cada vez se presenten de manera distinta y, de hecho, cada vez las crisis se presenta más profundas y amplias, más en forma de espiral que de ciclo eterno[1].
Junto con lo anterior, pensemos en el hecho que “los pueblos construyen la historia” transformando la sociedad y transformándose continuamente; con avances y retrocesos que se asemejan a un zig-zag. Acción consciente y voluntaria de los pueblos que, sin embargo, está determinada por condiciones históricas y productivas específicas. La ausencia de hechos predeterminados la graficaría una conocida frase de Rosa Luxemburg:
“Engels dijo una vez: ‘La sociedad capitalista se halla ante un dilema: avance al socialismo o regresión a la barbarie’. ¿Qué significa ‘regresión a la barbarie’ en la etapa actual de la civilización europea? Hemos leído y citado estas palabras con ligereza, sin poder concebir su terrible significado. En este momento, basta mirar a nuestro alrededor para comprender qué significa la regresión a la barbarie en la sociedad capitalista. Esta guerra mundial es una regresión a la barbarie. (…) Tal es el dilema de la historia universal, su alternativa de hierro, su balanza temblando en el punto de equilibrio, aguardando la decisión del proletariado. De ella depende el futuro de la cultura y la humanidad” (Rosa Luxemburgo. El folleto Junius. La crisis de la socialdemocracia alemana).
En la historia de los pueblos siempre se encuentra ese tipo de disyuntivas. Socialismo o barbarie; guerra o revolución; colonialismo o independencia; son parte de las muchas que recuerdan los procesos reales.
Traer la idea de ciclos cerrados a la vida social, es una variante del viejo mecanicismo. Mecanicismo que ha sido rechazado en las ciencias sociales pero que reaparece en distintas formas, como por ejemplo en aquella que absurdamente pretende poner como guía de los análisis sociales aquello que sucede en los niveles subatómicos del análisis cuántico,.
La teoría cíclica de la historia fue enunciada primero por el alemán Oswald Spengler y luego por historiadores como Arnold Toynbee, quienes promueven a primer plano la idea del retorno constante de la humanidad a su punto de partida. Según estas teorías, la sociedad tiene fases ineludibles a las que llaman infancia, juventud, madurez y vejez o primavera, verano, otoño, invierno. Fases de las que supuestamente no es posible escapar, como si se tratase de una progresión mecánica que estuviésemos condenados a repetir.
¿En qué condiciones aflora hoy hablar de un fin de ciclo?
Se lo hace en momentos que el progresismo evidencia su fracaso en la continuidad de reformas que se había propuesto y que, en casos como el ecuatoriano, han sido incluso traicionadas. Hablar del ciclo o del péndulo, en una versión bastarda de la primera tesis, es una manera de negarse a la autocrítica. Si hay un “ciclo”, este es “inevitable” y por tanto poco o nada se podía hacer, no hay error que reconocer. Este punto de partida es un llamado a la pasividad y a la resignación, a abrir las puertas a la derecha ya que los progresistas se definieron como la “nueva” izquierda del siglo XXI. Es decirnos que la derecha y los progresistas gobernarán por turnos, pero siempre dentro de un capitalismo imbatible, al que sólo hay la posibilidad de una tendencia más social o más centrada en el mercado.
Distinto es pensar en el proceso real vivido bajo gobiernos que se autodenominan como progresistas. No se los puede colocar en un mismo saco, es obvio, y las diferencias entre Argentina o Bolivia, entre Venezuela y Ecuador o entre cualquier otro, son grandes sin duda. Sin embargo, hay algunos caracteres que deben tomarse en cuenta, desde su origen común en la oleada de protestas y levantamientos populares que enfrentaron al neoliberalismo y sus golpes a la vida social, llegando a echar abajo gobiernos corruptos, oligárquicos y representantes de determinados sectores de las clases dominantes. Luchas que además supusieron enfrentar al imperialismo y propuestas como el ALCA, en las que se ponía al centro al imperialismo norteamericano y su dominio multilateral de su “patio trasero”.
Pero, tras sus programas iniciales que se basaron en las plataformas de lucha popular levantadas en esos combates y presentar una etapa de avances en el cumplimiento de ese programa, poniendo orden en el funcionamiento del Estado, presentaron evidencias claras de renunciamiento a su propio discurso. Esto les llevo a considerar que sus enemigos principales estaban en quienes demandaban cumplimiento de los programas de gobierno y los mandatos constitucionales. Por ello no solo el alejamiento de organizaciones históricas, sino también la criminalización de la de la protesta popular se generalizaron en los últimos años.
En otras palabras el “ciclo” se estaba cerrando desde el interior de los gobiernos, como resultado de la política realmente implementada por los mismos y no sólo por los intereses de los sectores más retardatarios de la sociedad. Es el proceso real seguido por estos gobiernos, sus decisiones y políticas, las que lo han debilitado. Hoy, una vez alejados del pueblo, acusan el mismo pueblo de sus derrotas y retrocesos electorales.
¿El progresismo es siempre una corriente favorable a los pueblos?
Progresismo es un término poco preciso. Por lo general, se le ha ubicado como opuesto a lo retardatario. De allí que incluso las revoluciones capitalistas fueron en su momento progresistas, pues implicaban superar la oscuridad feudal. Pero ese mismo ejemplo sirve para demostrar que el progresismo puede tener consecuencias que no siempre benefician a la mayoría, pues los primeros obreros, arrancados del campo por el despojo de sus tierras, encontraron situaciones insalubres, violentas y de hambre en las nuevas fábricas.
Pero si bien el carácter progresista del capitalismo estuvo ligado a su periodo revolucionario para superar el régimen feudal, hoy el progresismo por lo general se plantea reformas dentro del sistema vigente y no para superarlo. Eso ya le plantea límites serios y estos se deben a la fe en torno a la idea de progreso como si fuera una ruta permanente hacia lo mejor. Para alcanzarlo, el extractivismo y la consecuente violencia que le acompaña no son más que unas decisiones pragmáticas. Lo dejaría claro Rafael Correa en cadena nacional el 1 de diciembre de 2007, frente al paro de Dayuma, provincia de Orellana que enfrentaba a las petroleras: “No crean a los ambientalistas románticos, todo el que se opone al desarrollo del país es un terrorista”.
La defensa del extractivismo llevaría a Rafael Correa también a señalar además su fe en el mercado y en las trasnacionales, el 7 de junio de 2008 en su cadena semanal de radio: “Espero que los radicales izquierdistas que no creen en las compañías petroleras, las empresas mineras, el mercado o las transnacionales se vayan de aquí…“.
Aquí el “progreso” comienza a presentarse como pretexto de un pragmatismo sin principios y por supuesto de violencia contra los defensores de territorios ancestrales. No importa contradecir discursos anteriores o la propia Constitución de un país. Lo que importa es contar con recursos para mantener un sistema de bonos y algunas conquistas arrancadas por la lucha social. Todo, además, justificando la violencia llevada a cabo desde el Estado y planteando que se trata de dádivas del Estado. Difícil comprender a Maduro señalando que no entregará unas viviendas porque no votaron por él[2] o a Correa poniendo a los derechos humanos como base de un chantaje clientelar, en declaraciones que plantean que si las poblaciones no quieren minería entonces se verán sin diversos servicios públicos.
Consecuentemente, el discurso progresista puede ser empleado para una tendencia favorable a los sectores populares o una tendencia favorable a las clases dominantes. Esto segundo., cuando el progresismo se convierte en sinónimo de modernización del capitalismo, cuando el “progreso” del cual se habla se lo iguala con modernización del capitalismo. Es, por supuesto un progresismo bizco, que apunta en dos direcciones al mismo tiempo y que, tomando una metáfora del economista Alberto Acosta sobre el gobierno del Ecuador: anuncia girar a la izquierda pero gira hacia la derecha.
Las izquierdas, aquellas que se plantean por diversas vías la superación del capitalismo, caminarán con el progresismo mientras este sea verdadero, pero lo deben denunciar en cuanto se vuelve discurso que enmascara a una derecha que se presenta como poseedora de preocupaciones sociales.
Por lo dicho y observando el fuerte peso que tiene la repetición de medidas sepa líneas de los años 70, más correcto que llamarles progresistas es definirlos como capitalistas desarrollistas. Esto, independientemente de que fuerzas y sectores sociales apoyen en un determinado momento a estos gobiernos.
¿A qué se debe el debilitamiento del progresismo?
En Argentina y Venezuela se habló de la existencia de un fuerte “voto castigo” que hizo que votantes cercanos al gobiernismo se decidieran a apoyar a la oposición de derecha neoliberal. Esto, cada vez más se suma a análisis que demuestran que los gobiernos progresistas se vienen debilitando por sus propias acciones. Resaltando nuevamente que hay diferencias en cada país, podemos mencionar entre las similitudes más mencionadas: un autoritarismo que se expresa contra los sectores populares, cuya lucha se criminaliza; una corrupción en las altas esferas que se va volviendo insoportable; una incapacidad de resolver los problemas que determinan una indignante condición de vida de ricos y pobres; la fragmentación y cooptación de ciertos movimientos populares; un endeudamiento externo rápidamente creciente y condicionado por los prestamistas; reducción de derechos laborales y sociales en diversas áreas, aunque se pueda decir que en otros se lograron ciertos avances pero que en casos como los bonos no garantizan ningún futuro.
Es lógico que la derecha neoliberal dispute el espacio de poder con la derecha desarrollista como históricamente lo era entre conservadores y liberales; es lógico también que el imperialismo norteamericano busque ampliar sus márgenes de dominación y le molesten gobiernos que abren las puertas al imperialismo chino. De allí que, observando los hechos, es innegable la existencia de intervencionismo contra el gobierno chavista en Venezuela o que apoyen a opositores de derecha en Bolivia o Argentina. Pero esto no es lo fundamental en los resultados electorales. Y no habría tenido tanto peso, si se cumplía con los pueblos, como sucedió en muchas medidas de los primeros años de estos gobiernos.
Decir, por ejemplo, que la prensa empresarial ganó las elecciones, es reconocer que ya el gobierno no tenía capacidad plena de ejercer el poder político. La pérdida de respaldo social la sufren todos los desarrollistas e insistimos, esto es resultado de sus propias acciones. Pero si la culpa de las derrotas se mira en otros, los gobiernos desarrollistas serán incapaces de una autocrítica real y acercarán su fin.
Un aspecto que resalta es la manera como construyeron un poder burocrático, cada vez más distante de las bases sociales. Por ello el poder adquirido quedó sin controles sociales fuertes. Esto ha dado paso a la corrupción ya no como hechos aislados, sino como característica presente de estos regímenes. Es lamentable que intelectuales de izquierda todavía pretendan ocultar esto en Venezuela o lo es más cuando se califica de golpistas a las manifestaciones contra la corrupción en Brasil y se retorna a la tesis de golpe de Estado, cuando no se dijo nada sobre las manifestaciones y el derrocamiento real del gobierno de Guatemala en el mismo 2015. Esa defensa de los corruptos “progresistas” recuerda la expresión del presidente Roosevelt de Estado Unidos al no poder justificar los crímenes del dictador Somoza en Nicaragua: “es un bastardo, pero es nuestro bastardo”. Curiosa lógica que termina por proteger a los corruptos a nombre del “proceso”.
¿Quién abre las puertas a la restauración conservadora?
Durante estos gobiernos se ha establecido también un nuevo cuerpo legal e institucional, incluso tras asambleas constituyentes, pero dejando en el papel las partes más avanzadas de las mismas. Ejemplos entre muchos son como en Venezuela no se ha construido el poder comunal; en Bolivia no se logra la industrialización; o en Ecuador no se da pasos hacia el Estado Plurinacional.
No se plantearon cambios estructurales decisivos para combatir al sistema capitalista o iniciar una transición al socialismo, del cual cada vez hablan menos, con la excepción del gobierno venezolano.. Al contrario, buscaron la modernización del capitalismo mediante un capitalismo de Estado (Venezuela); un “capitalismo andino-amazónico” (Bolivia); un desarrollismo de sustitución de importaciones como en los años 70, pero sin lograr impulsar un aparato productivo industrial (Ecuador).
La “restauración conservadora”, como se la ha llamado, tiene antecedentes en el interior mismo de los llamados gobiernos progresistas. Hay derechización de los discursos y de las políticas. Hay acuerdos amplios con la derecha más radical (Brasil es el ejemplo mayor); garantía de beneficios económicos a los poderosos; apertura a las transnacionales; represión y criminalización de la protesta de trabajadores y pobres, muchas veces resucitando leyes dictatoriales (algo que la burguesía agradece); un discurso moralista atrasado; una justificación del extractivismo desde el crecimiento económico; entre otros. El discurso conservador está impulsado desde los gobiernos que en las medidas concretas para enfrentar la crisis recurren en medida diversa a las recetas neoliberales.
Distinta fue la situación cuando disfrutaron de una década de elevados precios para las materias primas que venden en el mercado internacional (petróleo, minería, gas, soya, banano, entre otros), lo que les entregó grandes recursos para ampliar la infraestructura y realizar programas de asistencia social mediante bonos y subsidios. Por ello, en lo económico fortalecieron el extractivismo y la ampliación del endeudamiento externo, es decir de una dependencia internacional que, aunque no sea igual a la del inicio de sus regímenes, no deja de ser contraria a la tan mentada soberanía. Allí tal vez está la base material del enfriamiento de proyectos regionales importantes como UNASUR, CELAC, Banco del Sur y afines.
Que ante el descenso de los precios de las materias primas (o commodities) venga la crisis es la mayor prueba de que no hicieron ningún cambio real en la estructura productiva del país. Demuestra también que el extractivismo no es la vía para salir del extractivismo. Y, evidencia que lo que llamaron “milagro económico” no era nada más que gastar los dineros que felizmente entraban en cantidades muy superiores a otros gobiernos. Una vez que los precios altos terminaron se observa el futuro de cada país hipotecado y el resurgimiento del neoliberalismo desde el mismo gobierno.
¿Hay una derechización de nuestras sociedades?
El voto castigo contra el fracaso de los gobiernos desarrollistas para resolver de manera definitiva los grandes problemas de los pueblos, no empezó en las elecciones presidenciales de Argentina. Ya se había presentado con anterioridad en la recuperación de las capacidades de movilización de los movimientos obreros, campesinos e indígenas de distintos países. Se expresó también en elecciones locales en las que perdieron ciudades y territorios (como sucedió en Ecuador en febrero de 2014).
Esto nos hace pensar que hay un sector de la población que no deja de tener posiciones a favor de un cambio trascendente y de carácter popular. Son los que no cayeron en las redes de mecanismos gubernamentales que procuraron frenar la movilización popular y restablecer el orden necesario para la modernización del capitalismo. Los gobiernos progresistas, en términos generales, se destacaron por ser un freno a la acción de los movimientos sociales y de las izquierdas revolucionarias.
Sin embargo, es indudable que muchos cayeron en la desilusión no sólo frente a las acciones reales de los gobiernos desarrollistas, sino también al discurso que estos mantuvieron haciendo uso demagógico de palabras como revolución y socialismo. La derecha conservadora ha sabido utilizar este discurso a su favor, precisamente para trabajar aspectos ideológicos de defensa del capitalismo y de ataque a un socialismo que no se lo vivió en la región ni siquiera en lo más mínimo.
Los autodenominados progresistas construyeron una serie de tesis que generan amplia confusión en el pensamiento social que en la oleada de luchas contra el neoliberalismo había logrado niveles importantes de comprensión de una serie de fenómenos sociales y de la significación del capitalismo. Entre esas tesis, tuvieron lugar importante algunas como: el supuesto “socialismo siglo XIX” que no se plantea distribuir la riqueza y socializarla (los bonos, que también se entregan bajo gobiernos de derecha como Colombia o Perú, solo redistribuyen parcialmente el ingreso y no la riqueza que se encuentren medios de producción, tierra, agua, bancos, etcétera); la socialización se alejó de lo económico para quedar en un slogan de propaganda; la falsedad de que a la izquierda le caracteriza el fortalecimiento del Estado, pero olvidando que para los revolucionarios lo fundamental está en qué clase social es la que maneja el Estado (de lo contrario, hablando de un Estado fuerte se podría creer que Pinochet era de izquierda); que solo Estados Unidos es un país imperialista (lo que permite abrirse ante el imperialismo chino y europeos); o que la preocupación en lo social ya hace una revolución (entonces la madre Teresa de Calcuta es una revolucionaria).
Los sectores que se han derechizado no están en los sectores laborales, étnicos y políticos que se han opuesto a la renuncia de los programas iniciales de gobierno de los regímenes desarrollistas. Por el contrario, éstos han tenido una experiencia más que debe permitirles una mayor reflexión sobre los procesos históricos en nuestra América. La derechización cala, por el contrario, en los sectores de miseria y de menor organización que fueron la base social de los gobiernos desarrollistas, que fueron receptoras de su mensaje pero que se desilusionan ante la falta de certeza sobre su futuro. Allí es donde cala la demagogia de la derecha conservadora.
El resultado, no será el de una derechización generalizada de la sociedad, sino del incremento de contradicciones económicas, políticas, culturales e ideológicas cuyo destino difícilmente puede ser previsto desde hoy. En ellos destacable, la importancia de romper la polaridad entre una derecha conservadora y una derecha desarrollista, para que se abran paso alternativas de izquierdas plurinacionales y plurales.
[1] La referencia al movimiento en espiral está también en la concepción del tiempo de los pueblos andinos: “Esto además responde al llamado –tiempo circular– es decir que el tiempo y el espacio, Pacha, al avanzar hacia delante, están dando la vuelta y al dar la vuelta, están volviendo hacia atrás, aunque nunca se regresa al mismo punto, sino a otro nuevo, diferente.” (CONAIE, 1992 “Pachacutic” en: Nacionalidades indias N° 2).
[2] “Yo quería construir 500 mil de viviendas el próximo año, pero ahorita lo estoy dudando. No porque no pueda construirlas, yo puedo construirlas pero te pedí tu apoyo y no me lo diste”, dijo en Contacto con Maduro de diciembre de 2015.
Edgar se olvida que el huevo de la serpiente está en los orígenes de los mal llamados “gobiernos progresistas”, es decir las constituciones que permiten y favorecen gobiernos autoritarios para supuestamente hacer una “revolución” desde el estado-gobierno que supuestamente está controlado por el “proletarariado” o por los de “manos limpias, corazones ardientes y mentes claras” y realmente están solamente controlados por los caudillos.
Por último, resulta absurdo afirmar que “es innegable la existencia de intervencionismo contra el gobierno chavista en Venezuela o que apoyen a opositores de derecha en Bolivia o Argentina” culpando de nuevo a la CIA por los desastres provocados por las serpientes “progresistas”.
Las categorías “progreso” y “desarrollo” tomadas del la economía clásica y neoclásica son ejecutadas ahora con gran ambigüedad. Estas categorías van de la mano de la “modernidad”. Los discursos de la izquierda no han criticado efectivamente a estas categorías y menos las teorías que conllevan. En las teorías del progreso y el desarrollo están el “extractivismo”, la “modernización”, el “modernismo”. Una de las preguntas que surge de este artículo es ¿Es posible una estrategia de las izquierdas revolucionarias para derrotar a las derechas neoliberales y desarrollistas?
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