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lunes, diciembre 23, 2024

SOBRE LA EXCASA DE LA CULTURA. Por Hernán Rodríguez Castelo

Amigos que han conocido mi vinculación con la Casa de la Cultura desde los días de la Revolución Cultural y la vuelta a la presidencia de Casa de su fundador, Benjamín  Carrión, removido de esa presidencia por una dictadura, me preguntan qué opino acerca de lo que está pasando con la Casa de la Cultura. Uso para responderles esta vía que llega a muchísimos lectores y queda abierta para otros muchos más. Me fascina de ella lo libre y abierta que es.

Cuando el Gobierno se apoderó del que yo llamaba, en público y en privado, “el último territorio libre de la cultura”, usando, como cuña o tonto útil o como se lo quiera llamar, a Raúl Pérez Torres, yo proclamé que la Casa de la Cultura había perdido su autonomía, y que no volvería a pisar esa dependencia del gobierno.

Pareció tal vez a más de uno una de mis posiciones radicales y excesivas.

Pero lo que publica “El Universo”, el día de hoy, jueves 9 de mayo, prueba lo acertado de mi juicio. No queda el menor lugar a la duda: se discute, y no la Casa, sino el Gobierno, que los Núcleos de la Casa de la Cultura “puedan convertirse en las delegaciones provinciales del Ministerio de Cultura”. “Una comisión gubernamental se encargará de evaluar las opciones en 45 días y escoger la más adecuada”.

Y la pérdida de la autonomía de la Casa significa pérdida de su libertad y su apertura a todas las corrientes de pensamiento, a todos los empeños creadores, a las grandes heterodoxias. Un régimen estatizante, dictatorial, tendiente a pasos acelerados hacia un estado totalitario, aborrece las autonomías y no las tolera. Lo dije ante los miembros fundadores de la Academia Nacional de Historia Militar -soy uno de ellos-, ante los altos mandos militares  y funcionarios del régimen, en el antiguo Círculo Militar, cuando traté de abogar por la autonomía de esa Academia, que  finalmente desapareció: la absorbió el Ministerio de Defensa, que acabó convirtiéndola en una dependencia de segundo o tercer orden. Yo, por supuesto, no volví a ella.

Cuando escritores, artistas visuales, músicos, periodistas y más gentes de cultura nos tomamos la Casa de la Cultura, el 28 de agosto de 1966, fue para reclamar esa autonomía que había violado un régimen militar. Tras estar cercados por el ejército por dos o tres días -no lo recuerdo bien: debe estar en mi libro sobre esos hechos,Revolución Cultural-, el gobierno presidido por Clemente Yerovi Indaburu se abrió al diálogo. Se acabó por formar una comisión con representantes de las más diversas orientaciones culturales para que elaborase un proyecto de “Ley de estructuración de la Casa de la Cultura”. Elaboramos ese proyecto Carlos Cueva Tamariz, Plutarco Naranjo, Juan Isaac Lovato, Rafael Euclides Silva, Gonzalo Rubio Orbe, Rubén Orellana, Oswaldo Guayasamín, Fernando Tinajero, Rafael Díaz Ycaza, José Martínez Queirolo y yo. Y se aprobó sin modificación alguna. Estos fueron sus dos primeros artículos:

 Art. 1º – La Casa de la Cultura tiene el carácter de Instituto director, orientador y preservador de todas las manifestaciones de la cultura nacional y la misión de impulsarla espiritual y materialmente.

Art. 2º La Casa de la Cultura Ecuatoriana es persona jurídica con plena capacidad y autonomía funcional. No podrá el Ejecutivo ni ninguno de sus órganos, autoridades o funcionarios clausurarla ni reorganizarla, ni disminuir sus rentas, ni retardar su entrega, ni, en general, adoptar medida alguna que menoscabe su funcionamiento normal o que atente contra su libertad o autonomía.

Y ahora tenemos un Ejecutivo que  se arroga la facultad de hacer lo que le viene en gana con la Casa de la Cultura, atentando descaradamente contra esa “libertad o autonomía”. ¡Y qué pobre papel el que ha jugado el poeta Javier Ponce ofreciendo al dictador caminos para hacerlo! La historia de la cultura está tomando nota de todas estas actuaciones. (Así como recogió ese soberbio resumen, escrito en su nítida y lapidaria prosa por Antonio Rodríguez Vicens, de todo lo hecho por el Sr. Fernando Cordero para acabar con la independencia de la función legislativa y convertirla en obsecuente dependencia del ejecutivo. ¡Qué página para negra en nuestra historia legislativa! ¡Y qué brillante página de escritura histórica: “El insolvente”! (“El Comercio”, 30 de abril de 2013!)

El agosto pasado, tras las elecciones en que se impuso el candidato del Gobierno, con toda suerte de presiones -incluida una grotesca procesión encabezada por el viceministro del Cultura- y la renuncia del candidato por la autonomía, que era el ganador y  declinó dar pelea por su derecho ante la justicia, al comprender que era inútil hacerlo contra el Gobierno, el diario “El Comercio” publicó una larga nota firmada por Santiago Estrella Garcés (12 de agosto de 2012), con este título a seis columnas; es decir a toda la página: “Dos ex amigos se disputan una Casa en ruinas”.

Es título era un magnífico ejemplo de mal periodismo -y así lo usaré en mis cursos-: no informó, opinó. Y su opinión era que la elección aquella había sido entre Marco Antonio Rodríguez y Raúl Pérez  Torres. Mentira: Marco Antonio Rodríguez no fue el candidato. contrario al oficialismo. Fue el inteligente y entusiasta presidente del Núcleo de Imbabura de la Casa, Sr. Valdospinos, candidato elegido, según creo, por consenso entre Presidentes de los Núcleos.

Y esa disputa ¿era por una “Casa en ruinas”? Opinión subjetiva harto difícil de probar. El redactor, ¿conocía, por poner solo un ejemplo, el del ya citado Valdospinos, toda la obra enorme desplegada por ese núcleo en Ibarra e Imbabura?

Y fue paupérrimo reducir esa elección a la tal pelea entre “dos examigos” (escribo el prefijo ex- unido a la palabra que modifica, como debe ser); más que paupérrimo: miope. La elección había sido entre una autoridad que defendiese la autonomía de la Casa -por considerarla como perteneciente a su esencia misma- y una autoridad que la entregase a la voracidad estatizante del régimen.

Cabe decir, en descargo del Sr. Estrella Garcés (a quien no conozco), que igual miopía padecieron los representantes de los núcleos que votaron por Pérez, salvo, claro está, que fuesen del Partido y respondiesen a la disciplina.

Ahora sí está la Casa en ruinas.

Mejor: ya no hay Casa de la Cultura. Hay excasa de la cultura.

Eso es, queridos amigos o lectores sin más de estas aéreas páginas, lo que yo opino sobre lo que está pasando con esa noble y querida institución.

lalineadefuego
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