La comunidad LGBTIQ+ venezolana en situación de movilidad humana, enfrenta cuando menos una doble discriminación durante su tránsito migratorio: la homo-lesbo-transfobia y, además, la xenofobia. Sin embargo, ellxs buscan -y en ocasiones encuentran- los caminos que conducen a su posible integración en las comunidades de acogida. Lxs protagonistas de esta historia se enfocan en el trabajo con y por “otrxs”, como herramienta para construir el deseable “nosotrxs” aún esquivo en muchos casos.
Invisibilizadas, condenadas a la irregularidad migratoria y laboral, las personas trans en situación de movilidad humana están expuestas a múltiples violencias y negaciones de derechos. La protagonista de esta crónica, Siri Aconcha, es apenas una de ellas. Pero su historia –un doble tránsito a través de la geografía y del género- da cuenta de realidades compartidas por una población migrante segregada.
"Las personas trans e intersex han estado autogestionando su salud por años, y esto ha llevado a que haya intervenciones de alto riesgo, como las trabajadoras sexuales trans en ocupación de calle, que recurren a los polímeros, a la silicona, al aceite de bebé o al aceite de cocina, todo por alcanzar la libertad estética y una nueva construcción corporal e identitaria”, detalla la antropóloga cultural María Laura Andrade, coordinadora del proyecto Salud en Cuerpos Distintos.
La población trans afronta un largo calvario para acceder a servicios de salud que merecen por derecho, ante la ceguera –real o fingida- de las autoridades políticas, sanitarias y de la mayoría de la sociedad. ¿Con qué ojos seremos capaces de sostener sus miradas?